lunes, 9 de abril de 2012

Un Desastre Llamado Dukakis


El Partido Republicano obtuvo en 1988 su tercera victoria consecutiva sobre los demócratas en una elección presidencial, algo que no había sucedido desde 1928. Pese a que el segundo mandato de Reagan no resultó tan rutilante como el primero, la "revolución conservadora" tuvo el empuje suficiente para hacer que George Bush llegara a la presidencia venciendo a su rival por un buen margen. Coadyuvó decisivamente en la victoria del vicepresidente la realización por parte de los republicanos de una efectiva campaña de descrédito personal contra el aspirante demócrata, quien, por otra parte, careció en todo momento del brillo personal y del coraje necesarios para convencer a los electores norteamericanos de que votaran por él. De hecho, se recuerda la de Nichael Dukakis como una de las campañas electorales más desastrosas de la historia y se ha hecho de ella un prototipo de lo que no se debe hacer rumbo a unas elecciones si lo que se pretende es ganarlas. También se dice que la publicación de dos históricas fotos fueron determinantes en el triunfo de los republicanos: la del precandidato Gary Hart, por años amplio favorito en los sondeos para vencer a Bush Sr., y la del Dukakis cómicamente montado en un tanque.
     Durante el segundo período de Reagan, el escándalo volvería a aparecer con toda su fuerza en la escena política. En noviembre de 1986, el periódico libanés Al Shiraa denunció que el gobierno de los Estados Unidos estaba realizando una venta clandestina de armas a Irán. De inmediato, el Congreso tomó cartas en el asunto, nombrando a una comisión que se encargaría de realizar todas las investigaciones pertinentes. La prensa norteamericana le dio un gran revuelo al asunto, especulando que se trataba de un affaire de las dimensiones del caso Watergate. Se descubrió que, efectivamente, la administración Reagan había realizado ventas clandestinas de armamento a Irán a través del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), dirigido a la sazón por el almirante John M. Poidexter, y que una parte sustancial de las sumas entregadas por Irán habían dado a parar a unas cuentas bancarias en Suiza que el CSN había abierto para destinar recursos privados a los contras nicaragüenses. La idea de triangular el dinero procedente de Irán para financiar a los contras fue del coronel Oliver North, uno de los más cercanos colaboradores de Poindexter. 

     Aunque al principio se pensó en una eventual dimisión de Reagan, la evolución del caso Irán-Contras no puso al presidente en ningún peligro e inclusive  para una buena parte de la los ciudadanos la actuación presidencial lejos de ser reprochable se justificaba por motivos patrióticos, ya que estaba destinada a impedir a toda costa el triunfo del comunismo en Centroamérica y a mejorar las relaciones con Irán para procurar la liberación de algunos rehenes que en ese entonces se encontraban en manos de guerrilleros pro iraníes en  Líbano.

     En política exterior, Reagan mantuvo casi sin variar su línea dura durante la primera parte de su último mandato. Siguió el hostigamiento contra Nicaragua, que como ya hemos visto llegó a rebasar los límites de lo legal. La política centroamericana de Reagan estaba suscitando protestas internacionales a todos lo niveles y dio lugar a enconadas batallas entre el Ejecutivo y el Congreso. También la actitud del ex actor frente a Sudáfrica fue motivo de encendidas polémicas. El presidente intentó vanamente vetar un paquete de severas sanciones económicas y comerciales aprobado por el Congreso, dirigido a castigar al régimen de segregación racial de Pretoria. Otro tema que cobró trascendencia en este lapso fue el del terrorismo internacional. Washington acusó al gobierno libio de Muammar Kadaffi de instigar actos de terrorismo en todo el mundo. El departamento de Estado empezó a trabajar en la formación de una coalición internacional para realizar una inminente invasión a Libia que involucrara a todas las principales naciones de Occidente. Sin embargo, esta iniciativa no encontró eco en la mayor parte de las capitales europeas, por lo que Reagan debió conformarse con darle un pequeño escarmiento a Kadaffi, ordenando un bombardeo a las ciudades libias de Trípoli y Bengazi, operación en la que sólo el Reino Unido se animó a colaborar. 

     La administración retomó en algo la política de derechos humanos del ex presidente Carter, al permitir la caída de dos dictadores que se habían caracterizado por ser fieles aliados de Washington: Ferdinand Marcos, de Filipinas y Jean Claude Duvalier, de Haití. También se procuró un distanciamiento con los gobiernos tiránicos de Chile y Paraguay. Esta nueva actitud fue anunciada personalmente por el presidente, que a principios de 1986 manifestó la decisión de  Estados Unidos a oponerse a todas las dictaduras "fueran del signo que fueran".

     Durante la primera parte del segundo mandato de Reagan se lograron pocos avances en materia de desarme, esto pese a que el nuevo mandatario soviético, Mijail Gorbachov, gobernaba a la URSS desde 1985 con el propósito de iniciar una política de reformas económicas y sociales profundas que estaría destinada a pasar a la historia con el nombre de Perestroika. La cumbre entre Gorbachov y Reagan, celebrada en octubre de 1986 en Reykjavik, acabó siendo un fiasco por culpa de la terca negativa del ex actor de renunciar a su Iniciativa de Defensa Estratégica. Pero no obstante estos primeros tropiezos, los últimos años del gobierno de Reagan serían testigos de avances históricos  en el terreno del desarme. Tras varios meses de fructíferas negociaciones, Reagan y Gorbachov firmaron en diciembre de 1987 los tratados  INF (Intermediate Nuclear- Range Forces) para el desmantelamiento de misiles de alcance intermedio. Repentinamente, el presidente que había empezado su administración alentando el recrudecimiento de la carrera armamentista modificaba radicalmente su actitud y daba junto con el secretario general del PCUS los primeros pasos decisivos para acabar con la Guerra Fría. 

     Aunque buena parte de los observadores internacionales considera que los avances logrados en favor de la paz mundial en el transcurso de estos los años se debe fundamentalmente a la voluntad política de Gorbachov, los defensores de Reagan advierten que Estados Unidos había salido triunfador de una guerra de "desgaste económico", provocado precisamente por la carrera armamentista promovida por el presiente estadounidense, que obligó a la de por sí débil economía soviética a destinar grandes recursos monetarios al renglón de la defensa, hasta que la capacidad de la URSS simplemente se agotó, llegando a una grave disyuntiva: o se dedicaba a competir con Estados Unidos o le daba de comer a la gente. Claro que este triunfo en la "guerra de desgaste" tuvo un costo muy alto para Estados Unidos, que se convirtió en la nación más endeudada del planeta. Además, el esfuerzo belicista norteamericano perjudicó el desarrollo de importantes sectores de la industria no armamentista, en provecho de sus principales competidores japoneses y europeos.

     Aunque el desempeño de la economía no fue tan brillante en este segundo período, la administración Reagan presentó al final un balance positivo. El mandatario cumplió con sus principales promesas electorales de 1980. El intervencionismo gubernamental quedó reducido a la par que se impulsó la participación de la iniciativa privada;   los impuestos bajaron; las tasas de interés bancarias se redujeron; se dominó a la inflación, que de un monstruoso 13.5% registrado en 1980 bajó al 3.7% en 1988; y se mantuvo en 1988 el nivel de desempleo más  pequeño de los últimos 14 años: 5.6% de la población  activa.

     Como contraparte, la recuperación económica se había logrado mediante el endeudamiento generalizado de la sociedad norteamericana (particulares, empresas y gobierno). La deuda pública del gobierno federal alcanzó los 2.6 trillones de dólares, mientras que el déficit presupuestal llegó a los 155 billones. También resultaba preocupante el monto de los números rojos de la balanza comercial. La fragilidad de la economía se reflejó en octubre de 1987, cuando en un mismo día (el lunes negro) la Bolsa de Valores de Nueva York  perdió más de 21 puntos. Por otra parte, los recortes en los presupuestos de beneficio social siguieron perjudicando enormemente a las capas más desprotegidas de la población.

     En el frente interno, se intensificaron las pretensiones moralizadoras de la "revolución conservadora". Con el nombramiento, en 1986, del juez William Rehnquist como presidente de la Suprema Corte de Justicia, en sustitución del liberal  Warren Burger, se pretendió impulsar medidas tendientes a imponer una normatividad más estricta a la sociedad norteamericana. Este hecho se evidenció poco después, cuando el Tribunal Supremo dictaminó que la Constitución no protegía las relaciones homosexuales y cuando confirmó la vigencia de una ley del estado de Georgia que consideraba delito (penado hasta con 29 años de prisión), a la sodomía. Quedaba así abierta la posibilidad de que el Estado interviniera en la vida privada de los ciudadanos. 

     También fue parte de esta "cruzada por la moral y las buenas costumbres" la publicación de un informe sobre una investigación realizada por el Departamento de Justicia en el que se afirmaba que la pornografía tenía una relación causal directa en delitos que incluyen la violencia sexual.

     Los altibajos en la economía, los tropiezos en el exterior durante los dos primeros años de la administración y la cruzada moralizadora hicieron que la popularidad de los republicanos declinara hacia mediados del segundo mandato de Reagan. En las elecciones legislativas intermedias de 1986, el Partido Republicano perdió el control del Senado al tener que entregar ocho escaños a los demócratas. Con esto, el Poder Legislativo volvía a ser un monopolio del Partido Demócrata. Más tarde, con el descubrimiento del escándalo Irán-Contras y con el crack bursátil, el terreno parecía preparado para que un demócrata volviera a ocupar la Casa Blanca.

     Principalmente eran dos los republicanos que esperaban suceder a Ronald Reagan en la presidencia. El heredero "natural" del reaganismo era el vicepresidente George Bush, quien se había desempeñado en su puesto con fidelidad y eficiencia. Desde que contendió por la presidencia en 1980, Bush era considerado como miembro del ala moderada del partido. Su principal rival sería el senador Robert Dole, líder de la mayoría republicana en la cámara alta durante el tiempo que este partido mantuvo la hegemonía en este cuerpo legislativo. También aparecerían para participar en las primarias republicanas  Jack Kemp (representante en el Congreso por Nueva York), considerado de línea conservadora;  el tele-evangelista Pat Robertson, con una plataforma moralista exacerbada; y Peter Du Pont (ex gobernador de Delawere), del ala liberal del partido.



     Bush se impuso fácilmente en las primarias. Después obtener una victoria reñida en Nueva Hampshire, el camino se despejó por completo para el vicepresidente después de triunfar inobjetablemente en el sur del país durante el supermartes. Más tarde, Bush se llevó Illinois y Nueva York, lo que obligó a Dole, a Kemp y a Du Pont a retirarse. Robertson salió de la lid después de que Bush le venciera en el caucus de Colorado y, días más tarde, el ex director de la CIA aseguraba la nominación al ganar en Pennsylvania.
     La Convención Republicana se celebró en Nueva Orleans a mediados de agosto. Durante el primer día, el presidente Reagan pronunció un emotivo discurso de despedida en el que enumeró las supuestas cualidades de su vicepresidente. La Convención pasó entonces a elegir a Bush como  candidato presidencial del Partido Republicano por unanimidad. Como compañero de fórmula, Bush sorprendió a propios y extraños al escoger al joven senador por Indiana, Dan Quayle. Se dijo que esta elección obedecía a una estrategia destinada al voto de los jóvenes y de las mujeres. Sin embargo, las críticas dentro y fuera del Partido Republicano no se hicieron esperar. Se dijo que la selección era mala, pues se trataba de un hombre inexperto e inmaduro políticamente.

     Bush prometió en su discurso de aceptación continuar con los logros alcanzados durante la administración Reagan. Pronosticó que durante los siguientes ocho años se crearían aproximadamente 30 millones de  nuevos empleos y prometió luchar por una "América libre de drogas", por la erradicación de la corrupción en el gobierno, por la protección del medio ambiente y en favor de una "nueva armonía" entre las razas. Denunció lo que llamó "los valores liberales y el cuestionable patriotismo" de su contrincante demócrata y pronunció una promesa que aún ahora es recordada por todos los norteamericanos: "Lean mis labios: no más impuestos (Read my lips: no  more taxes)".

     La plataforma republicana se oponía a la idea de elevar los salarios mínimos, por tratarse esta de una medida "inflacionaria y que propiciaría desempleo"; reiteraba la promesa de Bush de no subir los impuestos; insistía en demandar enmiendas constitucionales para prohibir el aborto y garantizar la libertad de los alumnos a decir plegarias en las escuelas públicas; acusaba a Nicaragua de ser un Estado marxista al servicio de la URSS; se oponía el establecimiento de sanciones contra Sudáfrica y se pronunciaba en favor de la Iniciativa de Defensa Estratégica.

     Por parte de los demócratas, a principios de 1987 parecía claro que el candidato presidencial sería Gary Hart, quien había efectuado una sorprendente y efectiva campaña en 1984. El carismático ex senador por Colorado (renunció a reelegirse para su escaño en preparación de su campaña presidencial) parecía ser el único capaz de hacer volver al redil demócrata a todos aquellos electores que se habían alejado de este partido persuadidos por la efectividad de las reaganomics. La fórmula de Hart (conservadurismo en la economía y liberalismo en lo personal y social) parecía la única capaz de garantizar el retorno de los demócratas al poder. Sin embargo, la ascendente carrera política de Hart se vería cortada inusitadamente a causa de un escándalo sexual. El periódico sensacionalista The Miami Herald publicó unas fotos comprometedoras del senador en compañía de la modelo Donna Rice. Las fotos fueron conocidas como “La Capirucha”. Hart decidió retirar su candidatura, y aunque volvió a la carrera a finales de 1987, el daño era ya irreversible: la gran esperanza demócrata para 1988 se había apagado definitivamente.



     Dos figuras demócratas relevantes  se negaron a contender en 1988 por la nominación. Mario Cuomo (gobernador de Nueva York), quien cobró fama nacional tras pronunciar un encendido discurso durante la Convención Demócrata de 1984, desilusionó las expectativas de sus admiradores al anunciar que no pensaba en la presidencia. Lo mismo sucedió con Bill Bradley (senador por Nueva Jersey), muy popular por haber sido en el pasado estrella en el equipo de basquetball los  Knick's de Nueva York. 

     Fuera Hart de la contienda y sin Cuomo ni Bradley, quedaba en la palestra un grupo de personajes de los cuales ninguno parecía tener en ese momento la personalidad y estatura política necesarias para atraer decididamente a su favor a los apáticos y conformistas electores norteamericanos. Para contender en las primarias se inscribieron siete políticos, que por sus exiguos antecedentes en la vida pública fueron llamados por la prensa como los "siete enanos". Ellos fueron: Joseph Biden (senador por Delawere), Michael Dukakis (gobernador de Massachusetts), Al Gore Jr. (senador por Tennessee), Bruce Babbit (ex gobernador de Arizona) Richard Gephardt (representante en el Congreso por Missouri) Paul Simon (senador por Illinois) y el reverendo Jesse Jackson.

     Biden, quien es uno de los elementos más liberales del Partido Demócrata en la cámara alta, se retiró antes de comenzar las primarias al descubrirse que en una ocasión había plagiado un discurso del líder laborista británico Neil Kinnock. Dukakis, hombre de tendencias liberales, estaba destacando en su labor como gobernador de Massachusetts. Jackson participaba por segunda vez consecutiva en unas primarias con la esperanza de revivir a su "coalición arcoiris". Gephardt era bien conocido por sus posiciones proteccionistas en la Cámara de Representantes. Babbitt, Simon y (sobre todo) Gore eran considerados representantes de la línea moderada.

     Nueva Hampshire, estado vecino de Massachusetts, fue para Dukakis. En el supermartes, Gore y Jackson se disputaron el sur, excepto Texas y Florida, donde salió triunfador Dukakis. Illinois fue la única primaria ganada por Simon, aunque destacó el segundo lugar obtenido por Jackson, que estaba realizando una buena actuación en los estados industriales gracias al apoyo de los trabajadores y de las minorías, cosa que se confirmó cuando, sorpresivamente, el reverendo negro ganó en Michigan unos días más tarde. Siguieron victorias de Dukakis en Colorado Wisconsin y en Nueva York, después de lo cual quedaba claro que el duelo por la nominación quedaba entre el gobernador de Massachusetts y Jackson. Preocupados por el ascenso de la figura política de Jackson, los demócratas moderados cerraron filas en torno a Dukakis, quien consiguió victorias convincentes en Pennsylvania, Indiana y Ohio, así como en todo el oeste. Para finalizar las primarias, Dukakis se llevó California y Nueva Jersey, asegurando la candidatura al garantizar que en la Convención tendría un número suficiente de delegados a su favor.

     La Convención Nacional Demócrata se llevó a cabo en Atlanta a mediados de julio. Como estaba previsto, fue nominado Michael Dukakis, quien como compañero de fórmula escogió a Lloyd Bentsen (senador por Texas), uno de los legisladores más talentosos y experimentados del Congreso. Los demócratas pretendían con esta planilla repetir el histórico triunfo de la fórmula Massachusetts-Texas en las elecciones de 1960, personificada entonces por John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson.

     En su discurso de aceptación, Dukakis prometió superar los "limitados ideales y las estrechas ambiciones de la era Reagan", recapturando "la energía, la confianza y el idealismo que caracterizaron a los gobiernos de Kennedy y Johnson". También pronunció severas críticas a la política económica de la administración Reagan-Bush, a la que llamó "economía de vudú" (retomando una acusación que hiciera Bush a Reagan en las primarias de 1980). El candidato demócrata describió como "falsa y con sustentos débiles" la prosperidad económica de los años de Reagan, advirtiendo que de no corregir el rumbo graves peligros asechaban a la nación.
     La plataforma demócrata criticaba a la administración Reagan por haber gobernado "exclusivamente" en beneficio de las clases  privilegiadas. Reclamaba establecer una "justicia económica" que suavizara las diferencias sociales al interior del país en un contexto de crecimiento económico real y controlado, procurando el pleno empleo e impulsando con vigor a los exportadores nacionales para combatir el déficit comercial. También se manifestaba por   mantener las libertades de los sindicatos, por mejorar la situación general de los granjeros y por desalentar la especulación corto plazista para favorecer en su lugar a las inversiones a largo plazo. Asimismo, exigía la promulgación de leyes antimonopólicas; respetar las decisiones "reproductivas" de la mujer; finalizar con los recortes presupuestales que afectaban tanto a los  beneficios sociales como a la educación y emprender una batalla frontal contra la drogadicción.

     En la esfera de la política exterior, el dueto Dukakis-Bentsen se comprometía a mantener los esfuerzos por profundizar el desarme nuclear, a luchar por la prohibición definitiva a nivel mundial de las armas químicas y espaciales (se rechazaba a la Iniciativa de Defensa Estratégica) y a imponer sanciones económicas y comerciales "integrales" contra el gobierno de Sudáfrica, al que se acusaba de "terrorista".
     La campaña electoral realizada (se podría decir perpetrada) por los republicanos en 1988 ha sido, con mucho, una de las más sucias en la historia electoral contemporánea de los Estados Unidos. Se trató de una estrategia encaminada a estigmatizar a Dukakis y a su esposa con un verdadero bombardeo de epítetos y de falsos rumores. Los asesores de Bush estaban asustados por el hecho de que las encuestas arrojaban una ventaja de 17 puntos porcentuales a favor del aspirante demócrata al finalizar la convención de Atlanta y consideraron que sólo "jugando rudo" podrían salvar la situación.

     Los republicanos propalaron versiones que ponían en duda el patriotismo del candidato demócrata. Se dijo que Dukakis debió someterse a un tratamiento siquiátrico después de la muerte de su hermano en un accidente, a principios de los ochentas. También se dijo que la mujer del gobernador de Massachusetts, Kitty, había quemado una bandera norteamericana en una manifestación contra la Guerra de Vietnam en los años sesentas. Todas estas afirmaciones eran falsas, pero ayudaban a crear dudas sobre la personalidad y el carácter de los esposos Dukakis. Inclusive Reagan llegó a expresarse mal del aspirante demócrata, tachándolo de ser un "inválido". Pero sobre todo, destacó la utilización por parte de los republicanos de la palabra "liberal" como si se tratara de un término peyorativo. Al describirlo como liberal, los republicanos querían decir de Dukakis que se trataba de un individuo antinorteamericano y enemigo de los sagrados valores familiares, partidario irredimible de la intervención exagerada del Estado en la economía que, encima de todo, pretendía debilitar a las fuerzas armadas del país para que el mundo entero volviera a estar en peligro de caer en las garras de los rusos. Liberal, para los republicanos de finales de los ochenta, representaba casi un sinónimo de lo que habían sido los comunistas en los cincuentas.

     Los asesores de Bush también explotaron los sentimientos racistas de los norteamericanos blancos para denostar a su contrincante. En una publicidad televisiva transmitida constantemente durante la campaña, los republicanos narraban de una forma escandalosa la historia del criminal negro Willie Horton, quien se había visto beneficiado por un programa de reforma penitenciaria instaurado en Massachusetts durante la administración de Dukakis por medio de la cual a los convictos que demostraban buena conducta se les permitía pasar algunos días fuera de la prisión. Horton aprovechó un fin de semana con libertad condicional para perpetrar una violación en contra de una mujer blanca en el estado de Maryland. Al contar reiteradamente en la televisión la historia de Horton, los republicanos querían demostrar que Dukakis era "suave" con los criminales peligrosos, sobre todo con los negros.

     Pero aún más nocivas para las aspiraciones presidenciales del demócrata que la cruzada negra de los republicanos fue su propia torpe, insulsa y desvaída campaña electoral. Dukakis nunca supo o pudo rebatir oportuna y convincentemente los ataques en su contra, limitándose a hacer una campaña sin pasión, y a cometer varios graves errores. Como resultado, la popularidad del gobernador de Massachusetts empezó a descender dramáticamente, no sólo perdiendo la considerable ventaja que llegó a tener sobre Bush, sino inclusive cediéndole la delantera al vicepresidente.

     Los encargados de la campaña de Dukakis tenían la esperanza de que su candidato se recuperara con los dos debates presidenciales que estaban programados para ser transmitidos por televisión, ya que sabían la falta de habilidad en este renglón de Bush. Sin embargo, una pregunta de mal gusto formulada por un reportero durante el segundo debate, que cuestionó a Dukakis (un adversario declarado de la pena de muerte) si no justificaría aplicar el castigo capital a un criminal que violara y matara a su esposa Kitty, confirmó la mala impresión que muchos electores tenían sobre el candidato demócrata, quien dio una respuesta fría y técnica en lugar de poner al reportero en su lugar. También fue mortal una fotografía que le tomaron a Dukakis ridículamente montado sobre un tanque. “Se parece a Snoopy”, fue lo menos ofensivo que se llegó a decir. El gobernador quería mandar el mensaje con esta foto de que, contrario a lo que decían los republicanos, el era perfectamente capaz de ser el comandante en Jefe del ejército más poderoso del mundo. De alguna manera quiso emular una foto similar que se había sacado Margaret Thatcher años atrás durante la Guerra de la Malvinas y que le había dado estupendos réditos electorales a la Dama de Hierro. Pero la poco castrense personalidad del candidato chocó notoriamente con el aparato de guerra, y solo provocó que su de por sí escaso carisma terminara derrumbándose definitiva e irremediablemente.

     Por su parte, los demócratas tomaron como blanco favorito a Dan Quayle. El joven senador por Indiana estaba confirmando su falta de experiencia y su escaso brillo personal en la campaña. El colmo llegó cuando en el debate televisado entre los candidatos a la vicepresidencia, Lloyd Bentsen, un viejo zorro de la política, humilló al muchacho cuando éste pretendió compararse con John F. Kennedy. "Senador, trabajé con Jack Kennedy. Conocí a Jack Kennedy. Jack Kennedy fue mi amigo. Senador, usted no es como Jack Kennedy", le aseguró Bentsen a Quayle frente a millones de tele espectadores.

     A finales de octubre, Dukakis cobró algo del brío y de la pasión que tanto la habían hecho falta en el transcurso de su campaña e inició una embestida feroz para tratar de ganarle a Bush en los 18 estados más poblados de la unión. Los demócratas recuperaron algo del terreno perdido con este último esfuerzo, que resultó demasiado tardío. 
     George Bush ganó la elección presidencial de 1988, convirtiéndose de esta forma en el primer vicepresidente en llegar directamente a la Casa Blanca por la vía electoral desde que lo hizo Martin Van Buren en 1836. El vicepresidente perdió solamente en diez estados y en el Distrito de Columbia, obteniendo el 54% de la votación popular y el 79.2% de los sufragios en el Colegio Electoral. Los comicios de 1988 registraron la menor participación electoral desde 1924: 50.2%. 

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