viernes, 20 de abril de 2012

El Retorno de los Brujos


 

Ahora que el PRI parece estar cerca de regresar al poder quizá valga la pena hacer una reflexión de que es lo que ha sucedido con los partidos hegemónicos y dominantes (según la célebre descripción de Sartori) que perdieron el poder en los años ochenta y noventa como consecuencia de la “ola democratizadora” (Huntington) que barrió con los sistemas de socialismo real en Europa del Este y con los regímenes autoritarios y semi-totalitarios en Asia y América Latina. Se recordará que con la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del 2000 se planteó una enorme incertidumbre sobre el futuro de esta organización otrora invencible. Muchos malos analistas auguraron su inminente desaparición señalando que al perder el gran y, a su parecer, único cohesionador interno, el poder, este partido ya no poseía suficientes incentivos para mantener unidos a los numerosos y a veces disímbolos grupos que se habían aglutinado por años en torno suyo. El PRI, argumentaban, era un partido hecho por y para el poder sin una ideología definida que se ha dedicado a ejercer durante décadas un pragmatismo camaleónico con el objeto de cumplir el único propósito para el que fue creado: mantenerse a todo trance en el gobierno. En virtud a su desalojo del poder presidencial, para estos sesudos opinadores resultaba lógico que el PRI desapareciera para dar paso, quizá, a un mosaico de nuevas organizaciones nacionales y regionales. 

Otros observadores, más optimistas, aseguraron que el PRI podría sobrevivir en la oposición si era capaz de reposicionarse en lo mejor de sus tradiciones históricas. Después de todo, el PRI siempre ha sido un partido con una estructura sólida, dueño de presencia en todo el territorio nacional y en cuyas filas militaba de lo mejor y más experimentado de la clase política mexicana. El desafío, nos decían estos soñadores, consistía en superar una arraigada cultura política basada en el autoritarismo para adoptar un espíritu incuestionablemente democrático. Si el PRI lograba reinventarse en la oposición como un partido nacionalista, liberal y democrático su futuro podría ser luminoso.
Ninguna de estas opciones se concretó. Hoy vemos que el PRI sobrevivió no a una, sino a dos derrotas en comicios presidenciales manteniendo siempre la mayor parte de las gubernaturas en sus manos y una proporción siempre significativa de representantes en el Congreso de la Unión, cuando no la mayoría,  y eso sin la necesidad de democratizarse, ni liberalizarse, ni abandonar sus prácticas tradicionales las cuales antes que fenecer más bien han sido puntualmente imitadas por sus adversarios. Con esta supervivencia el PRI vuelve a marcar un hito en la historia de los sistemas de partidos en el mundo, un caso que analizaremos en otra entrada. Sólo el Partido Liberal Democrático, la organización dominante en el entorno partidista japonés, ha logrado recuperar el poder tras perderlo en las urnas  Por lo pronto, repasemos brevemente que es lo que ha sucedido en los casos más conspicuos de naciones que han visto sucumbir en las urnas a partidos únicos, hegemónicos o dominantes.

De forma general, podemos dividir en cuatro grupos a los partidos que habiendo sido únicos, hegemónicos o dominantes han perdido el poder al celebrarse elecciones democráticas: 1.- Partidos que han logrado renovarse en la oposición e incluso han vuelto al poder por la vía electoral  2.- Partidos que no lograron sobrevivir a su derrota y, 3.- Partidos que han logrado sobrevivir, pero no han sido capaces de lograr una renovación que los convierta en una alternativa viable y tienen remotas posibilidades de volver al gobierno y 4.- El caso más raro: partidos dominantes o hegemónicos que pierden el poder y son capaces de recuperarlo sin experimentar mayores cambios en su estructura, naturaleza y prácticas aunque eso sí, pierden la capacidad de garantizar su triunfo en todas las elecciones. En este último caso se encuentra el PLD nipón, cuya pérdida y posterior retorno al poder analizamos en otras entradas de este blog, y probablemente pronto se inscriba nuestro incombustible PRI.

Partidos Resurrectos: Sin duda, en su momento resultó una gran sorpresa que algunos partidos ex comunistas de naciones de Europa del Este hayan podido ser capaces de regenerarse al grado de poder triunfar en elecciones competitivas al poco tiempo de ceder las riendas del gobierno. Este fenómeno se suscitó en los años noventa, y fue incuestionablemente el caso de la Alianza de la Izquierda Democrática  de Polonia y del Partido Socialista Húngaro. Ambas organizaciones son descendientes directas de los Partidos Comunistas que dominaron la vida política durante la etapa del “socialismo real”  y que entregaron de forma pacífica el poder en los años 89-90. Los dos partidos fueron derrotados en las primeras elecciones democráticas celebradas en sus respectivos países por alianzas de partidos conservadores y de centro derecha. Como herederos del enorme desprestigio que acarreaba la etapa comunista, la mayor parte de los observadores les pronosticaba una vida bastante exigua. Pero la aparición de dos dirigentes dinámicos y talentos, el húngaro Gyula Horn y el polaco Alejandro Kwasniewski, logró impedir este triste destino.

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Kwasniewski y Horn encabezaron en la oposición un sorprendente impulso reformista que logró reconvertir a sus respectivos partidos de comunistas a socialdemócratas. La adquisición de una nueva identidad adscrita a una de las grandes familias políticas europeas, la socialdemocracia, les permitió apoderarse de un referente político esencial Ambas organizaciones fueron admitidas, y por lo tanto legitimadas como socialdemócratas, en el seno de la Internacional Socialista una vez que reformaron sus documentos básicos aceptando las nuevas realidades del libre mercado y de la competencia democrática entre partidos. La vieja guardia comunista fue marginada por completo. Paulatinamente una nueva generación de dirigentes identificados con la socialdemocracia se hizo cargo de la dirigencia

La renovación de estos partidos se dio en un período sorprendentemente corto de tiempo, justo mientras que los gobiernos de centro derecha liaban con las dificultades sociales y económicas consecuencia del desmantelamiento del socialismo real. Hicieron campaña admitiendo que el libre mercado era irreversible, pero prometieron trabajar para mitigar algunos de sus efectos sociales más dolorosos mediante políticas de protección al empleo, equitativa distribución del ingreso y apoyo a los agricultores más afectados. Asimismo, en Polonia la nueva izquierda fue certera en sus críticas contra el ambiente de conservadurismo social y oscurantismo que ha empezado a prevalecer como efecto de la nueva presencia política de la Iglesia Católica. Este discurso supo atraer el voto de la mayor parte de los trabajadores del Estado, de las clases medias urbanas, de los pensionados, de los desempleados y (tal vez lo más importante) de una buena proporción del electorado joven.      

El desgaste sufrido por los primeros gobiernos de centro derecha provocó que tanto en Hungría como en Polonia los nuevos socialdemócratas lograran volver al poder. Kwasniewski fue presidente de Polonia durante una década (1995-2000). Horn encabezó un eficaz gobierno como primer ministro húngaro de 1994 a 1998. Las administraciones encabezadas por estos dos personajes de ninguna manera constituyeron un “retorno de los brujos”, sino que reforzaron los esfuerzos consolidar un sistema de libre mercado, integraron a sus respectivas naciones en la OTAN y dieron a sus respectivas naciones el impulso necesarios que les permitió años más tarde ingresar a la Unión Europea.
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Otro caso de partido capaz de reconvertirse en plenamente democrático durante su periplo en la oposición fue el Kuomingtang (KMT) de Taiwán, partido que fue contundentemente derrotado en las elecciones presidenciales celebradas en 2000 al grado de quedar su candidato en tercer lugar. Todo parecía indicar que el KMT desaparecería pronto. Al morir su fundador, Chiang Kai Chek, su hijo y sucesor, Chiang Ching-kuo, inició un proceso de democratización que desembocó en la autorización  de partidos de oposición. El KMT inició entonces un constante declive, castigado por importantes escisiones y por una creciente e inalterable impopularidad. Tras su derrota este año en las urnas en 2000, las distintas facciones que se enfrentan en su interior desde hacía años intercambiaron amargas recriminaciones, lo que hizo pensar en un inminente colapso. Pero la aparición de nuevos liderazgos capaces de transformar al KMT lograron revitalizar al partido histórico de la China nacionalista, el cual volvió al poder con una contundente victoria electoral.
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El último caso conspicuo de partidos regenerados en la oposición lo ofrece el Partido del Congreso de la India, que fue el artífice de la independencia del país y estableció un claro dominio durante casi la totalidad de las primeras cuatro décadas de la existencia del Estado nacional al ser capaz de ganar mayoría absoluta en el parlamento. La decadencia de esta hegemonía inició en los años ochenta y se agravó en los noventa, década en la que salieron claramente derrotados en tres elecciones generales consecutivas. Sin embargo, cuando todos pensaban que el fin el partido histórico de la India era inevitable, el partido logró revitalizarse, sobre todo en lo concerniente a sus posiciones programáticas, para triunfar en las cruciales elecciones de 2004, mismas que por su importancia y trascendentales consecuencias trataremos en un próxima entrada. 

Partidos Extintos: Contra lo que pudiera pensarse en primera instancia, hasta ahora la lista de partidos únicos, hegemónicos y dominantes que han desaparecido definitivamente es sorprendentemente corta. De hecho, el único caso verdaderamente significativo lo constituye el Partido Demócrata Cristiano de Italia.

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Desde 1948, año en que se formó la República, hasta 1992, año en el que comenzó el desmoronamiento definitivo del viejo sistema de partidos, los demócratas cristianos obtuvieron de forma perenne la mayoría parlamentaria, aunque nunca la  absoluta, lo que les permitió presentarse como el partido natural de gobierno, siempre gobernando mediante la formación de coaliciones, algunas veces inclinándose a la centro izquierda y otras a la derecha. La Democracia Cristiana mantuvo el poder con una mezcla de pragmatismo galopante y clientelismo exacerbado. Fueron los principales promotores de la partitocrazia, es decir, del prevalecimiento a ultranza de las burocracias partidistas sobre los anhelos ciudadanos lo que les permitió, por un lado, garantizar la complicidad de sus partidos aliados y, por otra parte, asegurar la disciplina de sus numerosas corrientes internas.

Tras el terremoto político que representó la operación “manos limpias” y las elecciones de 1992 y 1994, en las que una verdadera “revolución ciudadana” llamó a cuentas a una corrompida y anquilosada clase política, la Democracia Cristiana quedó al borde del completo colapso. Los dirigentes del partido pretendieron evitar el desastre total y cambiaron la imagen y el nombre del partido, como un tardío intento de subirse al tren de la reforma, pero las divisiones entre los sectores de izquierda y de derecha, así como las ambiciones personales de varios “notables” del partido, demostraron ser insuperables. El PDC se desintegró. El grupo mayoritario decidió revivir al Partido Popular Italiano (PPI), formación que fue el antecedente directo del Partido Demócrata Cristiano y que pretende rescatar el espíritu del catolicismo social y democrático postulado a principios del siglo XX por Luigi Surzo. El PPI forma parte de la coalición centro izquierdista “El Olivo”. Dos sectores ubicados más a la derecha, fundaron el Centro Cristiano Demócrata (CCD) y la Unidad Cristiano Demócrata (CDU), que actúan en estrecha alianza dentro de la coalición de partidos conservadores conocido como “Polo de la Libertad” que dirige Silvio Berlusconi. Asimismo, tres importantes personajes antiguamente ligados a la democracia cristiana han fundado sus propias formaciones: Lamberto Dini , Mario Segni y Romano Prodi.


Partidos Anquilosados: Más que desaparecer por completo, lo que ha sucedido con partidos antes únicos o dominantes es que se si bien mantienen una presencia considerable en la vida política de sus respectivos países por heredar una estructura nacional sólida y una poderosa tradición histórica legitimadora, sus dirigentes han sido incapaces de renovarlos para convertirlos en opciones plausibles. El ejemplo más digno de citarse es el del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR).
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El PCFR heredó en buena medida la formidable estructura del Partido Comunista de la Unión Soviética, lo que le ha permitido ser el único partido político ruso con verdadera presencia nacional y constituir al grupo parlamentario más grande en la Duma, pero no ha sabido ejercer una oposición verdaderamente efectiva y menos ha sido capaz de constituir una opción que lo haga superar a su electorado tradicional, compuesto de añorantes de la URSS y del voto de protesta. Bajo esas condiciones el PCFR jamás volverá a dirigir al gobierno y su destino al mediano o largo plazo podría ser su desaparición. A los comunistas rusos no se han interesado en reconvertirse a socialdemócratas en virtud a que en Rusia, al contrario de lo que sucede en Europa del Este, ser comunista les otorga una cierta legitimidad histórica que hasta el momento les ha sido útil para mantener su influencia, pero insuficiente para recuperar el poder.

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