Sin duda, una de las estructuras políticas más originales del mundo ha sido el Partido Liberal Democrático. Fundado en 1955 por un Ichiro Hatoyama, uno de los políticos más hábiles y talentosos del siglo XX, el PLD tenía como propósito fundamental otorgar un marco institucional donde los principales caudillos, clanes y grupos políticos del país dirimieran sus diferencias y se repartieran entre sí el poder de manera “civilizada”, mientras Japón desarrollaba sus agresivas y exitosas estrategias orientadas a la exportación que lo llevaron a ser una de las principales potencias económicas y comerciales del orbe. La presencia de un peculiar partido dominante logro, por algunas décadas, conciliar las tradiciones políticas japonesas con el liberalismo político impuesto por la ocupación norteamericana tras la Segunda Guerra Mundial y con la necesidad de hacer progresar rápidamente al país.
La democracia parlamentaria que empezaría
a funcionar en Japón tras la promulgación de la Constitución de 1947 se
parecería bastante a los sistemas del mismo tipo que existen en la mayor parte
de las naciones de Europa occidental, en Canadá, en Australia y en Nueva
Zelandia. Esto es, estarían presentes las principales características de los
regímenes parlamentarios: plena responsabilidad gubernamental frente al
parlamento, presencia de un jefe de Estado sin facultades ejecutivas reales,
sufragio universal, celebración periódica de elecciones generales, etc. Sin
embargo, la política japonesa mantendría importantes rasgos propios que hasta
la fecha lo distinguen como un mecanismo
bastante original. Las principales particularidades del sistema político del Japón
han sido, por citar sólo las más conspicuas: la estrecha y muy especial
relación entre la empresa privada y la clase
política, el faccionalismo al interior de los partidos, el muy original
sistema electoral, la preeminencia de la estructura tecno-burocrática estatal
sobre las instituciones políticas y la
curiosa combinación resultado de la existencia de un régimen de partido
dominante dentro de un contexto de inestabilidad gubernamental (sobre todo a
partir de 1972).
Particularmente importante para el
mantenimiento de los intereses de las facciones al interior del PLD fue el
peculiar sistema electoral vigente en Japón hasta 1994, año en el que fue
suprimido como efecto de una reforma política. Según este esquema, la totalidad
de los 511 delegados a la Cámara de Representantes eran electos mediante el
sistema conocido como "voto único no transferible en circunscripciones de
representación múltiple". Japón estaba dividido, para efectos electorales,
en 130 distritos de representación múltiple. Esto quiere decir que cada
distrito elige a más de un diputado. De hecho, los distritos japoneses elegían
entre tres y cinco representantes a la cámara baja. Los partidos políticos
presentaban a los electores una lista que contenía los nombres de sus
candidatos a cubrir las curules vacantes en cada distrito electoral. El elector
tenía derecho a elegir sólo a un candidato del partido de sus preferencias. Los
tres, cuatro o cinco (dependiendo de las curules vacantes en el distrito)
candidatos que obtenían más votos resultan electos. Por supuesto, la posibilidad
de que los partidos pudieran presentar a más de un candidato por distrito
fomentaba al faccionalismo, ya que las distintas facciones inscribían a sus
candidatos para que fuera el elector quien definiera que aspirante era quien
debería ir a la Cámara de Representantes.
El "voto único no transferible en
circunscripciones de representación múltiple" fue descrito por sus
críticos como un "sistema corruptor", no sólo por que promovía el
faccionalismo, sino porque era origen de
serias tergiversaciones de la voluntad popular. Con todo, el PLD
funcionó a las mil maravillas durante más de tres décadas, presidiendo sobre un
largo período de progreso sostenido y acelerado. De ahí que, elección tras
elección, los japoneses otorgaran a este partido la mayoría absoluta en ambas
cámaras de la Dieta (parlamento), ignorando de buena gana los vicios inherentes
al sistema. En la oposición se encontraban, principalmente, un débil y dividido
Partido Socialista (mas tarde rebautizado como “socialdemócrata”), un pequeño
partido de inspiración budista (Komeito) y un combativo pero poco influyente
Partido Comunista, ninguno de los cuales era capaz de hacerle sombra al
omnipotente PLD y a sus poderosas facciones. Pero, hacia finales de los años
ochenta, estallaron múltiples escándalos de corrupción, que hicieron evidentes
ante el electorado nipón los grandes defectos de los que adolecía un sistema
político basado en el clientelismo, en la alianza no siempre transparente entre
empresarios y políticos, y en la preponderancia de los clanes.
Creció el clamor en favor de una reforma
integral que combatiera la corrupción. Se pretendía que Japón tuviese un
sistema de gobierno acorde con su impresionante desarrollo económico. Un sector
reformista dentro del PLD se inconformó con la dirigencia del
partido dominante al ver constantemente pospuestas la aplicación de reformas al
sistema electoral en la Dieta y al aparecer nuevos escándalos de corrupción.
Finalmente, los reformistas decidieron dar el paso de escindirse y formar
nuevos partidos, todos comprometidos con la impostergable reforma. Surgieron
así tres organizaciones políticas nuevas, todas ellas escisiones del Partido
Liberal Democrático, dirigidas respectivamente por destacados ex militantes del
PLD. El primero en nacer fue el Partido del Nuevo Japón (PNJ), fundado en 1992
por Morihiro Hosokawa, quien fue el primero en desertar del PLD al asumir que
era imposible que el partido dominante se reformara por dentro. Tsutomo Hata e
Ichiro Ozawa fueron más pacientes, crearon un "foro pro Reforma"
dentro del partido, pero el empecinamiento antireformista del gobierno del
entonces primer ministro Miyasawa obligó al Foro a escindirse formalmente del
PLD y a formar un nuevo partido, el Shinseito. Por su parte, otros dos
disidentes, Masayoshi Takemura y Asahiko Mihara, decidieron organizarse por su
cuenta en lugar de seguir a Hata y a Ozawa y fundaron al partido Harbinger. Las
tres organizaciones tenían en común la demanda de implementar en el país una
reforma política a fondo, que modificará el sistema electoral, regulara el
financiamiento a los partidos y a las facciones y combatiera la corrupción.
Los parlamentarios escindidos y sus
partidos cobraron pronto una inusitada popularidad en todo el país, mientras
que Miyasawa se enredaba en una maraña de problemas. Por si fueran pocas las
dificultades políticas internas, el gobierno debía enfrentar ahora el retorno
de la recesión, que afectaba nuevamente al mundo industrializado desde
principios de la década de los noventa. Todas las encuestas de opinión
reflejaban la gran impopularidad gubernamental y otorgaban a los "partidos
de la reforma" buenas oportunidades en las urnas. El 18 de junio de 1993,
los reformistas decidieron "cruzar el Rubicón" y apoyaron, junto con
la totalidad de la oposición, una moción de censura para obligar al gobierno a
dimitir y a convocar a elecciones anticipadas.
Fueron unas elecciones históricas las que se celebraron el país del Sol Naciente el 18 de julio de 1993. En ellas, el Partido Liberal Democrático fue obligado, por primera vez en su historia, a abandonar el poder, para ser sustituido por una coalición conformada por seis distintos partidos políticos y apoyada por un puñado de parlamentarios independientes. Como era de esperarse, los dos asuntos que acapararon el interés del electorado fueron corrupción y reforma política. El tema de la corrupción ha sido neurálgico en Japón durante las últimas dos décadas. El financiamiento poco regulado a los partidos y facciones ha dado lugar a la intervención sin límite de empresas privadas y de particulares en política. Esta situación, que había alcanzado niveles verdaderamente graves desde finales de los setentas, llegó a su límite en 1989 al descubrirse que la empresa Recruit tenía tratos subrepticios con importantes personalidades públicas. El PLD se encontró súbitamente en serios aprietos, ante el rechazo que los electores le manifestaban en las urnas elección tras elección. Sólo la presencia efímera de un outsider al frente de la jefatura de gobierno, Toshiki Kaifu, quien se preocupó por atender el problema de la reforma política, evitó que los desgajamientos que ahora sufrió el PLD se adelantaran. Sin embargo, los líderes de las facciones reaccionaron destituyendo a Kaifu e imponiendo al gris Miyasawa, personaje abiertamente comprometido con el establishment del partido.
La cerrazón de la dirigencia del PLD
orilló a varios parlamentarios pro reforma a abandonar al partido para crear
por su cuenta nuevas organizaciones. El
voto de no confianza que derrumbó al gobierno de Miyasawa contó con el voto
afirmativo de 58 disidentes del PLD, los cuales ahora se encuentran englobados
dentro de tres nuevas organizaciones políticas. El Partido del Nuevo Japón, el
Harbinger y el Shinseito.
La campaña electoral estuvo centrada en la
reforma política, aunque también la recesión de la economía (que ha padecido
Japón al igual que el resto de las naciones industrializadas), la proliferación
de la mafia y el descenso del nivel de vida de la mayor parte de los japoneses
fueron temas tratados por todos los partidos. El PLD entró en desventaja a la
competencia. La impopularidad de Miyasawa, así como la deserción previa de los
grupos reformistas y el desprestigio de las facciones, jugaban en su contra.
Además, la situación económica no era la mejor. Por otro lado, varios síntomas
de descomposición social, tales como la consolidación del poder de la mafia, el
deterioro ambiental y la mala condición de la vida de las capas económicamente
más desprotegidas, eran atribuidos por los políticos de la oposición a los
desaciertos del PLD en el gobierno.
El PLD prometió que adoptaría reformas
para combatir la corrupción, aunque nunca especificó cuáles serían las medidas
ni señaló un calendario para hacerlo. El partido gubernamental más bien se
dedicó a tratar de asustar al electorado
señalando los “peligros” que acarrearía al país el que fuera gobernado
eventualmente por una heterogénea coalición de partidos sin experiencia
gubernamental. Miyasawa estableció que la mejor manera de sacar al país de sus
dificultades económicas era concediendo un nuevo mandato "al partido que
había hecho de Japón una potencia", en lugar de "hacer experimentos
que pusieran en riesgo la estabilidad del país".
Los partidos de la oposición, sobre todo
las escisiones del PLD, señalaron a la reforma política como su principal meta
electoral. Afirmaban que había llegado el momento de "cambiar a Japón
radicalmente, de la misma manera que el mundo lo ha venido haciendo desde hace
algunos años". "El país padece a un estancamiento político y social
peligroso que pone en riesgo el estatus de la nación", sostuvo la
oposición, y había llegado la hora de "acabar con la paradoja que constituye
el que Japón sea una potencia económica de primer rango que se gobierna
mediante un sistema político del Tercer Mundo". Para ello, alegaron los
reformistas durante la campaña, era necesario suplantar al sistema electoral de
voto único no transferible en circunscripciones de representación múltiple por una fórmula mixta para la elección de los
miembros de la cámara baja, y regular estrictamente al financiamiento a los
partidos y facciones.
Pocos días antes de la elección, dos cosas
quedaban claras, el PLD perdería la mayoría absoluta, pero en posición de
recuperar el poder mediante una coalición con alguno de los grupos disidentes
reformistas o con el apoyo un buen número de legisladores independientes. Sólo
en el caso, que en ese momento parecía remoto, de que la oposición en su
conjunto (dentro de la cual se cuentan partidos de todas las tendencias
ideológicas), concertara una coalición multipartidista, el PLD perdería el
poder.
Los resultados confirmaron todas estas
especulaciones. El día de los comicios, el PLD se quedó a 33 curules de la
mayoría absoluta, mientras los partidos reformistas salieron como los
principales ganadores al conquistar en su conjunto 103 diputados. Cabe decir
que absolutamente todos los 58 legisladores que desertaron del PLD fueron reelectos.
El gran perdedor fue el Partido Social Demócrata, que pasó de 136 curules a 70.
Por su parte, el partido budista Komeito, el Partido Socialista Democrático y
los candidatos independientes obtuvieron ganancias marginales.
Una vez conocidos los resultados,
empezaron las negociaciones para formar gobierno. Al PLD no le bastaría el
apoyo de diputados independientes afines, por lo que exploró la posibilidad de
establecer una coalición con alguno de los partidos escindidos. Los dirigentes
del partido hasta ese entonces dominante parecían dispuestos a sacrificar a
Miyasawa y a nombrar como primer ministro a algún político aceptable para los
disidentes. Sobre todo, se pensó en
Toshiki Kaifu. Pero ninguno de los dirigentes reformistas se atrevió a pagar el
precio, en términos de desprestigio, que hubiera significado aceptar una
alianza con el PLD. Muy pronto los líderes de los tres partidos que se
separaron del PLD anunciaron su intención de no entablar negociaciones con el gobierno,
abriendo la puerta a la posibilidad de una coalición multipartidista.
Se formó, entonces, una coalición
integrada por siete partidos al mando del reformista Hosokawa. Se
trataba, sin duda, de un distinguido político, descendiente de samurais y nieto
de Fumimaro Konoe, quien fue primer ministro dos veces antes de la Segunda
Guerra Mundial. Hosokawa representaba una enorme esperanza de renovación para
el Japón, pero los retos a enfrentar no eran fáciles. De pronto, los ojos del
mundo están puestos en Japón y en la suerte de la nueva administración, la cual
se ha propuesto como principal meta la celebración de la ansiada reforma
política. Desde el principio, muchos apostaron a que la duración del gobierno
de Hosokawa sería breve, condenada por su heterogeneidad y por las maniobras
que la estructura burocrática (completamente identificada con el liderazgo del
PLD) seguramente efectuaría para entorpecer a la reforma. Los escépticos
aseguraban que en pocos meses la coalición se disolvería y el PLD volvería al
poder aliado de algunos de los partidos escindidos, que, entonces sí, ante el
fracaso de la administración multipartidista, podría argumentar que la reforma
sólo se podrá efectuar con la participación en el gobierno del principal
partido político japonés.
Y
así fue. El gobierno que tanta expectación y esperanzas había despertado cayó
pronto a causa de las inevitables disputas entre los numerosos integrantes
del gobierno, pero, sobre todo, al egoísmo y miopía demostrados por los
disidentes que habían abandonado al PLD, según esto, para poner fin a los
vicios del sistema, pero que ya en el gobierno se comportaban igual o peor que
sus contrapartes. Sin embargo, el breve gobierno de Hosokawa logró hacer que se
aprobara una reforma electoral que puso fin al sistema de voto único no transferible
en circunscripciones de representación múltiple, y que instalaría uno bastante
parecido al que funciona en México. Hasta el día de hoy la Cámara Baja de la
Dieta se igual manera que nuestra Cámara de Diputados: 500 curules, 300 de
mayoría relativa en distritos uninominales y 200 a otorgarse mediante una
fórmula proporcional, que no busca castigar la sobrerepresentación de los
partidos favorecidos en las circunscripciones uninominales (como en Alemania),
sino que establece una repartición independiente.
Tras la dimisión de Hosokawa, provocada,
sobre todo, por la deserción de los socialdemócratas, tan alérgicos al cambio
como sus viejos rivales liberal demócratas, se formó, en 1994, una inverosímil
coalición PLD-Partido Socialdemócrata, primero con Tomiichi Murayama, el gris
líder dirigente socialdemócratas, como primer
ministro, y después, a partir de principios de 1996, con el nuevo
dirigente del PLD, Ryutaro Hashimoto, en la jefatura del gobierno. A partir de
entonces, los partidos de oposición son cada vez más inestables y exhiben un
oportunismo cada vez mayor. De hecho, aproximadamente el 50% de los diputados
de la pasada Dieta eran “tránsfugas” que habían abandonado por lo menos un
partido para integrarse a otro distinto, e incluso había casos de diputados que
habían comprado boletos de “ida y vuelta” en lo que respecta a su afiliación
partidista.
La incapacidad que ha demostrado la
oposición para organizar una alternativa de poder realmente plausible, y de los
liberal demócratas de encabezar una reforma a fondo de la política y de la
administración pública japonesas, provocaron a mediados de los noventa una
creciente y preocupante apatía entre el electorado, que cada vez cree menos en
los partidos. Las manifestaciones más graves del profundo escepticismo
ciudadano se produjeron durante las elecciones municipales de 1995, cuando
varios candidatos ajenos a los partidos
tradicionales fueron electos alcaldes de ciudades importantes del Japón, siendo
los casos más conspicuos los de Tokio, donde triunfó un escritor
ultranacionalista, y Osaka, ciudad en la que se impuso un ex payaso profesional,
mientras que los índices de abstencionismo crecían con cada elección.
En las elecciones del 20 de octubre de
1966 el Partido Liberal Democrático
salió como el triunfador, al quedar apenas a 11 escaños de conquistar la
mayoría absoluta, contra la mayor parte de los pronósticos, que apuntaron,
durante varias semanas, hacia un resultado más reñido. A Hashimoto sólo le
bastó establecer un acuerdo de coalición algunos diputados disidentes para
mantenerse en el poder.
El PLD fue el ganador en los comicios de
1996 a pesar de que apenas tres años antes parecía condenado a la desaparición
a causa de su enorme impopularidad y de haber extraviado la confianza de los
electores. La oposición resultó ser demadiaso incompetente y corrupta. Asimismo, vale la pena destacar que la nueva
fórmula electoral terminó por beneficiar al PLD, ya que éste, gracias a su
mejor organización y mayor disposición de recursos, tuvo la posibilidad de
ganar la mayor parte de los distritos uninominales (se llevó 169 de los 300)
pese a que, a nivel nacional no rebasó, ni de lejos, el 50% de la votación.
Pero pese a este al holgado triunfo del PLD (o, quizá, a causa de él), el panorama político japonés es se mostraba
muy incierto. La última década del siglo XX, como también la primera de este
siglo, han sido etapas económicamente pérdidas para Japón, que incluso ya ha
sido rebasada por China como la segunda economía más grande del mundo. Los años
subsiguientes al triunfo del PLD en 1996 demostraron que la mayoría parlamentaria
obtenida por los liberal-demócratas fue ilusoria. El profundo desprestigio de
la clase política, el notable incremento del abstencionismo, el escepticismo
ciudadano, la patente falta de voluntad política de los liberal demócratas
gobernantes para iniciar la tarea de transformación de las instituciones del
país, el personalismo y falta de imaginación de la oposición e, incluso, la utilización de la retórica
nacionalista han sido los factores que siguen poniendo en tela de juicio la vialidad
del que alguna vez fue percibido como el país destinado a ser el más potente de
la tierra. Ni siquiera la fugaz aparición a principios del siglo XXI de un
dirigente carismático y emprendedor como lo fue Junichiro Koizumi, del que hablaremos
en otro capítulo, logró inyectar a la nación del un impulso reformador que lo
ubicara de lleno en la senda de la rehabilitación.
Lo que hace falta
en Japón es, ni más ni menos, una revolución mental que propicie el establecimiento una nueva
cultura política donde el patrimonialismo y el clientelismo, principales
obstáculos para el advenimiento de un gobierno más democrático y eficiente,
queden desterrados.
un pastido en donde sus afiliados tengan mas facilidad a los puestos y candidaturas al partido por medio de las bases y el voto libre internamente en los partidos .
ResponderEliminar