domingo, 15 de abril de 2012

Las Dos Décadas Perdidas de Japón



Sin duda, una de las estructuras políticas más originales del mundo ha sido el Partido Liberal Democrático. Fundado en 1955 por un Ichiro Hatoyama, uno de los políticos más hábiles y talentosos del siglo XX, el PLD tenía como propósito fundamental otorgar un marco institucional donde los principales caudillos, clanes y grupos políticos del país dirimieran sus diferencias y se repartieran entre sí el poder de manera “civilizada”, mientras Japón desarrollaba sus agresivas y exitosas estrategias orientadas a la exportación que lo llevaron a ser una de las principales potencias económicas y comerciales del orbe. La presencia de un peculiar partido dominante logro, por algunas décadas, conciliar las tradiciones políticas japonesas con el liberalismo político impuesto por la ocupación norteamericana tras la Segunda Guerra Mundial y con la necesidad de hacer progresar rápidamente al país.

     La democracia parlamentaria que empezaría a funcionar en Japón tras la promulgación de la Constitución de 1947 se parecería bastante a los sistemas del mismo tipo que existen en la mayor parte de las naciones de Europa occidental, en Canadá, en Australia y en Nueva Zelandia. Esto es, estarían presentes las principales características de los regímenes parlamentarios: plena responsabilidad gubernamental frente al parlamento, presencia de un jefe de Estado sin facultades ejecutivas reales, sufragio universal, celebración periódica de elecciones generales, etc. Sin embargo, la política japonesa mantendría importantes rasgos propios que hasta la fecha lo distinguen como un  mecanismo bastante original. Las principales particularidades del sistema político del Japón han sido, por citar sólo las más conspicuas: la estrecha y muy especial relación entre la empresa privada y la clase  política, el faccionalismo al interior de los partidos, el muy original sistema electoral, la preeminencia de la estructura tecno-burocrática estatal sobre las instituciones políticas y  la curiosa combinación resultado de la existencia de un régimen de partido dominante dentro de un contexto de inestabilidad gubernamental (sobre todo a partir de 1972).

     Particularmente importante para el mantenimiento de los intereses de las facciones al interior del PLD fue el peculiar sistema electoral vigente en Japón hasta 1994, año en el que fue suprimido como efecto de una reforma política. Según este esquema, la totalidad de los 511 delegados a la Cámara de Representantes eran electos mediante el sistema conocido como "voto único no transferible en circunscripciones de representación múltiple". Japón estaba dividido, para efectos electorales, en 130 distritos de representación múltiple. Esto quiere decir que cada distrito elige a más de un diputado. De hecho, los distritos japoneses elegían entre tres y cinco representantes a la cámara baja. Los partidos políticos presentaban a los electores una lista que contenía los nombres de sus candidatos a cubrir las curules vacantes en cada distrito electoral. El elector tenía derecho a elegir sólo a un candidato del partido de sus preferencias. Los tres, cuatro o cinco (dependiendo de las curules vacantes en el distrito) candidatos que obtenían más votos resultan electos. Por supuesto, la posibilidad de que los partidos pudieran presentar a más de un candidato por distrito fomentaba al faccionalismo, ya que las distintas facciones inscribían a sus candidatos para que fuera el elector quien definiera que aspirante era quien debería ir a la Cámara de Representantes.

     El "voto único no transferible en circunscripciones de representación múltiple" fue descrito por sus críticos como un "sistema corruptor", no sólo por que promovía el faccionalismo, sino porque era origen de  serias tergiversaciones de la voluntad popular. Con todo, el PLD funcionó a las mil maravillas durante más de tres décadas, presidiendo sobre un largo período de progreso sostenido y acelerado. De ahí que, elección tras elección, los japoneses otorgaran a este partido la mayoría absoluta en ambas cámaras de la Dieta (parlamento), ignorando de buena gana los vicios inherentes al sistema. En la oposición se encontraban, principalmente, un débil y dividido Partido Socialista (mas tarde rebautizado como “socialdemócrata”), un pequeño partido de inspiración budista (Komeito) y un combativo pero poco influyente Partido Comunista, ninguno de los cuales era capaz de hacerle sombra al omnipotente PLD y a sus poderosas facciones. Pero, hacia finales de los años ochenta, estallaron múltiples escándalos de corrupción, que hicieron evidentes ante el electorado nipón los grandes defectos de los que adolecía un sistema político basado en el clientelismo, en la alianza no siempre transparente entre empresarios y políticos, y en la preponderancia de los clanes.

     Creció el clamor en favor de una reforma integral que combatiera la corrupción. Se pretendía que Japón tuviese un sistema de gobierno acorde con su impresionante desarrollo económico. Un sector reformista dentro del PLD se inconformó con la dirigencia del partido dominante al ver constantemente pospuestas la aplicación de reformas al sistema electoral en la Dieta y al aparecer nuevos escándalos de corrupción. Finalmente, los reformistas decidieron dar el paso de escindirse y formar nuevos partidos, todos comprometidos con la impostergable reforma. Surgieron así tres organizaciones políticas nuevas, todas ellas escisiones del Partido Liberal Democrático, dirigidas respectivamente por destacados ex militantes del PLD. El primero en nacer fue el Partido del Nuevo Japón (PNJ), fundado en 1992 por Morihiro Hosokawa, quien fue el primero en desertar del PLD al asumir que era imposible que el partido dominante se reformara por dentro. Tsutomo Hata e Ichiro Ozawa fueron más pacientes, crearon un "foro pro Reforma" dentro del partido, pero el empecinamiento antireformista del gobierno del entonces primer ministro Miyasawa obligó al Foro a escindirse formalmente del PLD y a formar un nuevo partido, el Shinseito. Por su parte, otros dos disidentes, Masayoshi Takemura y Asahiko Mihara, decidieron organizarse por su cuenta en lugar de seguir a Hata y a Ozawa y fundaron al partido Harbinger. Las tres organizaciones tenían en común la demanda de implementar en el país una reforma política a fondo, que modificará el sistema electoral, regulara el financiamiento a los partidos y a las facciones y combatiera la corrupción.

     Los parlamentarios escindidos y sus partidos cobraron pronto una inusitada popularidad en todo el país, mientras que Miyasawa se enredaba en una maraña de problemas. Por si fueran pocas las dificultades políticas internas, el gobierno debía enfrentar ahora el retorno de la recesión, que afectaba nuevamente al mundo industrializado desde principios de la década de los noventa. Todas las encuestas de opinión reflejaban la gran impopularidad gubernamental y otorgaban a los "partidos de la reforma" buenas oportunidades en las urnas. El 18 de junio de 1993, los reformistas decidieron "cruzar el Rubicón" y apoyaron, junto con la totalidad de la oposición, una moción de censura para obligar al gobierno a dimitir y a convocar a elecciones anticipadas.

Fueron unas elecciones históricas las que se celebraron el país del Sol Naciente el 18 de julio de 1993. En ellas, el Partido Liberal Democrático fue obligado, por primera vez en su historia, a abandonar el poder, para ser sustituido por una coalición conformada por seis distintos partidos políticos y apoyada por un puñado de parlamentarios independientes. Como era de esperarse, los dos asuntos que acapararon el interés del electorado fueron corrupción y reforma política. El tema de la corrupción ha sido neurálgico en Japón durante las últimas dos décadas. El financiamiento poco regulado a los partidos y facciones ha dado lugar a la intervención sin límite de empresas privadas y de particulares en política. Esta situación, que había alcanzado niveles verdaderamente graves desde finales de los setentas, llegó a su límite en 1989 al descubrirse que la empresa Recruit tenía tratos subrepticios con importantes personalidades públicas. El PLD se encontró súbitamente en serios aprietos, ante el rechazo que los electores le manifestaban en las urnas elección tras elección. Sólo la presencia efímera de un outsider al frente de la jefatura de gobierno, Toshiki Kaifu, quien se preocupó  por atender el problema de la reforma política, evitó que los desgajamientos que ahora sufrió el PLD se adelantaran. Sin embargo, los líderes de las facciones reaccionaron destituyendo a Kaifu e imponiendo al gris Miyasawa, personaje abiertamente comprometido con el establishment del partido.

     La cerrazón de la dirigencia del PLD orilló a varios parlamentarios pro reforma a abandonar al partido para crear por su cuenta nuevas organizaciones.  El voto de no confianza que derrumbó al gobierno de Miyasawa contó con el voto afirmativo de 58 disidentes del PLD, los cuales ahora se encuentran englobados dentro de tres nuevas organizaciones políticas. El Partido del Nuevo Japón, el Harbinger y el Shinseito.

     La campaña electoral estuvo centrada en la reforma política, aunque también la recesión de la economía (que ha padecido Japón al igual que el resto de las naciones industrializadas), la proliferación de la mafia y el descenso del nivel de vida de la mayor parte de los japoneses fueron temas tratados por todos los partidos. El PLD entró en desventaja a la competencia. La impopularidad de Miyasawa, así como la deserción previa de los grupos reformistas y el desprestigio de las facciones, jugaban en su contra. Además, la situación económica no era la mejor. Por otro lado, varios síntomas de descomposición social, tales como la consolidación del poder de la mafia, el deterioro ambiental y la mala condición de la vida de las capas económicamente más desprotegidas, eran atribuidos por los políticos de la oposición a los desaciertos del PLD en el gobierno. 

     El PLD prometió que adoptaría reformas para combatir la corrupción, aunque nunca especificó cuáles serían las medidas ni señaló un calendario para hacerlo. El partido gubernamental más bien se dedicó a tratar de asustar  al electorado señalando los “peligros” que acarrearía al país el que fuera gobernado eventualmente por una heterogénea coalición de partidos sin experiencia gubernamental. Miyasawa estableció que la mejor manera de sacar al país de sus dificultades económicas era concediendo un nuevo mandato "al partido que había hecho de Japón una potencia", en lugar de "hacer experimentos que pusieran en riesgo la estabilidad del país". 

     Los partidos de la oposición, sobre todo las escisiones del PLD, señalaron a la reforma política como su principal meta electoral. Afirmaban que había llegado el momento de "cambiar a Japón radicalmente, de la misma manera que el mundo lo ha venido haciendo desde hace algunos años". "El país padece a un estancamiento político y social peligroso que pone en riesgo el estatus de la nación", sostuvo la oposición, y había llegado la hora de "acabar con la paradoja que constituye el que Japón sea una potencia económica de primer rango que se gobierna mediante un sistema político del Tercer Mundo". Para ello, alegaron los reformistas durante la campaña, era necesario suplantar al sistema electoral de voto único no transferible en circunscripciones de representación múltiple  por una fórmula mixta para la elección de los miembros de la cámara baja, y regular estrictamente al financiamiento a los partidos y facciones.

     Pocos días antes de la elección, dos cosas quedaban claras, el PLD perdería la mayoría absoluta, pero en posición de recuperar el poder mediante una coalición con alguno de los grupos disidentes reformistas o con el apoyo un buen número de legisladores independientes. Sólo en el caso, que en ese momento parecía remoto, de que la oposición en su conjunto (dentro de la cual se cuentan partidos de todas las tendencias ideológicas), concertara una coalición multipartidista, el PLD perdería el poder.

     Los resultados confirmaron todas estas especulaciones. El día de los comicios, el PLD se quedó a 33 curules de la mayoría absoluta, mientras los partidos reformistas salieron como los principales ganadores al conquistar en su conjunto 103 diputados. Cabe decir que absolutamente todos los 58 legisladores que desertaron del PLD fueron reelectos. El gran perdedor fue el Partido Social Demócrata, que pasó de 136 curules a 70. Por su parte, el partido budista Komeito, el Partido Socialista Democrático y los candidatos independientes obtuvieron ganancias marginales. 

     Una vez conocidos los resultados, empezaron las negociaciones para formar gobierno. Al PLD no le bastaría el apoyo de diputados independientes afines, por lo que exploró la posibilidad de establecer una coalición con alguno de los partidos escindidos. Los dirigentes del partido hasta ese entonces dominante parecían dispuestos a sacrificar a Miyasawa y a nombrar como primer ministro a algún político aceptable para los disidentes.  Sobre todo, se pensó en Toshiki Kaifu. Pero ninguno de los dirigentes reformistas se atrevió a pagar el precio, en términos de desprestigio, que hubiera significado aceptar una alianza con el PLD. Muy pronto los líderes de los tres partidos que se separaron del PLD anunciaron su intención de no entablar negociaciones con el gobierno, abriendo la puerta a la posibilidad de una coalición multipartidista.

     Se formó, entonces, una coalición integrada por siete partidos al mando del reformista Hosokawa. Se trataba, sin duda, de un distinguido político, descendiente de samurais y nieto de Fumimaro Konoe, quien fue primer ministro dos veces antes de la Segunda Guerra Mundial. Hosokawa representaba una enorme esperanza de renovación para el Japón, pero los retos a enfrentar no eran fáciles. De pronto, los ojos del mundo están puestos en Japón y en la suerte de la nueva administración, la cual se ha propuesto como principal meta la celebración de la ansiada reforma política. Desde el principio, muchos apostaron a que la duración del gobierno de Hosokawa sería breve, condenada por su heterogeneidad y por las maniobras que la estructura burocrática (completamente identificada con el liderazgo del PLD) seguramente efectuaría para entorpecer a la reforma. Los escépticos aseguraban que en pocos meses la coalición se disolvería y el PLD volvería al poder aliado de algunos de los partidos escindidos, que, entonces sí, ante el fracaso de la administración multipartidista, podría argumentar que la reforma sólo se podrá efectuar con la participación en el gobierno del principal partido político japonés.



Y así fue. El gobierno que tanta expectación y esperanzas había despertado cayó pronto a causa de las inevitables disputas entre los numerosos integrantes del gobierno, pero, sobre todo, al egoísmo y miopía demostrados por los disidentes que habían abandonado al PLD, según esto, para poner fin a los vicios del sistema, pero que ya en el gobierno se comportaban igual o peor que sus contrapartes. Sin embargo, el breve gobierno de Hosokawa logró hacer que se aprobara una reforma electoral que puso fin al sistema de voto único no transferible en circunscripciones de representación múltiple, y que instalaría uno bastante parecido al que funciona en México. Hasta el día de hoy la Cámara Baja de la Dieta se igual manera que nuestra Cámara de Diputados: 500 curules, 300 de mayoría relativa en distritos uninominales y 200 a otorgarse mediante una fórmula proporcional, que no busca castigar la sobrerepresentación de los partidos favorecidos en las circunscripciones uninominales (como en Alemania), sino que establece una repartición independiente.

     Tras la dimisión de Hosokawa, provocada, sobre todo, por la deserción de los socialdemócratas, tan alérgicos al cambio como sus viejos rivales liberal demócratas, se formó, en 1994, una inverosímil coalición PLD-Partido Socialdemócrata, primero con Tomiichi Murayama, el gris líder dirigente socialdemócratas, como primer  ministro, y después, a partir de principios de 1996, con el nuevo dirigente del PLD, Ryutaro Hashimoto, en la jefatura del gobierno. A partir de entonces, los partidos de oposición son cada vez más inestables y exhiben un oportunismo cada vez mayor. De hecho, aproximadamente el 50% de los diputados de la pasada Dieta eran “tránsfugas” que habían abandonado por lo menos un partido para integrarse a otro distinto, e incluso había casos de diputados que habían comprado boletos de “ida y vuelta” en lo que respecta a su afiliación partidista.

     La incapacidad que ha demostrado la oposición para organizar una alternativa de poder realmente plausible, y de los liberal demócratas de encabezar una reforma a fondo de la política y de la administración pública japonesas, provocaron a mediados de los noventa una creciente y preocupante apatía entre el electorado, que cada vez cree menos en los partidos. Las manifestaciones más graves del profundo escepticismo ciudadano se produjeron durante las elecciones municipales de 1995, cuando varios candidatos  ajenos a los partidos tradicionales fueron electos alcaldes de ciudades importantes del Japón, siendo los casos más conspicuos los de Tokio, donde triunfó un escritor ultranacionalista, y Osaka, ciudad en la que se impuso un ex payaso profesional, mientras que los índices de abstencionismo crecían con cada elección.

     En las elecciones del 20 de octubre de 1966  el Partido Liberal Democrático salió como el triunfador, al quedar apenas a 11 escaños de conquistar la mayoría absoluta, contra la mayor parte de los pronósticos, que apuntaron, durante varias semanas, hacia un resultado más reñido. A Hashimoto sólo le bastó establecer un acuerdo de coalición algunos diputados disidentes para mantenerse en el poder.

     El PLD fue el ganador en los comicios de 1996 a pesar de que apenas tres años antes parecía condenado a la desaparición a causa de su enorme impopularidad y de haber extraviado la confianza de los electores. La oposición resultó ser demadiaso incompetente y corrupta.  Asimismo, vale la pena destacar que la nueva fórmula electoral terminó por beneficiar al PLD, ya que éste, gracias a su mejor organización y mayor disposición de recursos, tuvo la posibilidad de ganar la mayor parte de los distritos uninominales (se llevó 169 de los 300) pese a que, a nivel nacional no rebasó, ni de lejos, el 50% de la votación. Pero pese a este al holgado triunfo del PLD (o, quizá, a causa de él),  el panorama político japonés es se mostraba muy incierto. La última década del siglo XX, como también la primera de este siglo, han sido etapas económicamente pérdidas para Japón, que incluso ya ha sido rebasada por China como la segunda economía más grande del mundo. Los años subsiguientes al triunfo del PLD en 1996 demostraron que la mayoría parlamentaria obtenida por los liberal-demócratas fue ilusoria. El profundo desprestigio de la clase política, el notable incremento del abstencionismo, el escepticismo ciudadano, la patente falta de voluntad política de los liberal demócratas gobernantes para iniciar la tarea de transformación de las instituciones del país, el personalismo y falta de imaginación de la oposición  e, incluso, la utilización de la retórica nacionalista han sido los factores que siguen poniendo en tela de juicio la vialidad del que alguna vez fue percibido como el país destinado a ser el más potente de la tierra. Ni siquiera la fugaz aparición a principios del siglo XXI de un dirigente carismático y emprendedor como lo fue Junichiro Koizumi, del que hablaremos en otro capítulo, logró inyectar a la nación del un impulso reformador que lo ubicara de lleno en la senda de la rehabilitación.

Lo que hace falta en Japón es, ni más ni menos, una revolución mental  que propicie el establecimiento una nueva cultura política donde el patrimonialismo y el clientelismo, principales obstáculos para el advenimiento de un gobierno más democrático y eficiente, queden desterrados.

1 comentario:

  1. un pastido en donde sus afiliados tengan mas facilidad a los puestos y candidaturas al partido por medio de las bases y el voto libre internamente en los partidos .

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