sábado, 31 de marzo de 2012

El Príncipe y el "Méndigo": La Elección Presidencial Estadounidense de 1960


Nadie duda que la elección presidencial de 1960 ha sido una de las más reñidas e interesantes en la historia electoral de los Estados Unidos y del mundo. Dos políticos inteligentes, carismáticos, jóvenes y ambiciosos fueron los protagonistas de esta contienda, que al final se decidió en favor del candidato demócrata: John. F. Kennedy, quien al llegar a la Casa Blanca se convertiría en el presidente más joven de todos los tiempos (43 años), en el primer católico en ascender al cargo y en el segundo senador en llegar directamente a la jefatura de Estado en el transcurso del siglo pasado.

El segundo mandato de Eisenhower había sido menos afortunado que el primero. Aunque en términos generales el país siguió viviendo tiempos de prosperidad, la situación económica tendió a complicarse, las tensiones raciales volvieron a estallar con violencia y el panorama internacional se agravó. Defectos y síntomas de debilitamiento del sistema de vida norteamericano estaban haciendo su aparición: desempleo crónico, repunte inflacionario, deterioro de las condiciones de vida en las grandes ciudades, empobrecimiento de las capas sociales más desprotegidas y crisis en las zonas rurales. El gobierno de los Estados Unidos tenía el deber de superar los años de autocomplacencia producto del triunfo en la Segunda Guerra Mundial y del auge económico para no aplazar más el enfrentar los numerosos problemas característicos de las sociedades capitalistas altamente industrializadas. La elección de 1960 fue precisamente un duelo entre quienes se presentaban como la continuidad acrítica de las realizaciones del período de Eisenhower y quienes miraban al futuro enfatizando la necesidad de iniciar una renovación.

En 1957, la economía entró nuevamente en recesión. La producción industrial decreció 14.3% y el desempleo aumentó 4.6%. Para enfrentar la situación, el gobierno debió abandonar por completo sus intenciones de balancear sus presupuestos. Aumentaron las asignaciones dedicadas al seguro de desempleo y a la seguridad social. Además de las crecientes demandas del Estado bienestar, el agravamiento de las tensiones internacionales obligó a la administración a dedicar fuertes cantidades para el financiamiento de las necesidades de las fuerzas armadas. Sin embargo, los republicanos se oponían a cubrir los desproporcionados gastos gubernamentales mediante el aumento de las cargas impositivas. En consecuencia, el déficit presupuestal, cuyo monto acumulado durante los ocho años que duró la presidencia de Eisenhower fue de 18,000 millones de dólares, creció de una manera sin precedentes. En 1959, el gobierno presentó el mayor déficit registrado hasta el momento en tiempos de paz.

La situación laboral de millones de trabajadores se iba deteriorando. De hecho, pese a que tras un breve período de recesión el país experimentó una recuperación, el desempleo se mantuvo alto en algunas partes del país. La automatización de las fábricas colaboraba a incrementar el paro. Al mismo tiempo, los sindicatos perdían influencia política. Ya en 1955, las dos principales centrales sindicales (la AFL y la CIO) se habían visto obligadas a fusionarse para evitar la completa extinción de su presencia como un grupo de poder significativo. El Congreso emprendió una ofensiva antisindical y aprobó la Landrum-Griffin Labor-Management Reporting and Disclosure Act, consagrada a combatir la corrupción y el gangsterismo al interior de los sindicatos.

La automatización también estaba perjudicando a miles de agricultores. Los inmensos excedentes agrícolas producto los nuevos y eficaces métodos de cultivo estaban devastando los precios. Aunque Eisenhower se mostró renuente a seguir una política de subsidios para apoyar a los agricultores, no le había quedado más remedio que abandonar la idea de establecer una escala móvil de precios y, en su lugar, pagar elevadas subvenciones. En 1958, los gastos federales dedicados a la agricultura fueron seis veces superiores a los de seis años atrás. 

La lucha pro derechos civiles adquirió matices dramáticos en el transcurso de estos años. La decisión de la Suprema Corte de Justicia  de acabar con la discriminación racial en las escuelas públicas no había sido acatada prácticamente en ninguno de los estados del sur. En 1957, el gobernador de Arkansas, Orval Faubus, llamó a la fuerza pública del estado para evitar el ingreso de nueve estudiantes negros a una escuela de enseñanza media exclusiva para blancos en la ciudad de Little Rock. Ante este reto a la autoridad federal, el presidente Eisenhower se vio obligado a abandonar su actitud de no intervenir directamente en los problemas raciales y envió a tropas federales a Arkansas para restaurar el orden,  proteger a los niños negros y obligar al cumplimiento de la resolución de la Corte. Asimismo, el Congreso aprobó en 1957 la Civil Rights Act, en virtud de la cual jueces federales estarían facultados para castigar a autoridades locales que impidieran el derecho de voto a los negros.

Pese a lo sucedido en Little Rock y a los esfuerzos por garantizar el derecho de voto a la población de color, el segregacionismo siguió siendo una aplastante realidad en la mayor parte del sur de la Unión Americana. Los negros sentían que el gobierno no hacía lo suficiente en favor de los derechos civiles y optaron en organizarse en movimientos de resistencia civil. Dirigentes negros como Martin Luther King encabezaron protestas y actos pro derechos civiles que pronto cobraron una presencia nacional.  

Uno de los terrenos donde también se hizo evidente la urgencia de imprimir cambios fue en la política exterior. El Departamento de Estado se había dedicado durante la época de Truman a seguir una política de contención contra el comunismo, misma que los republicanos denunciaron. Eisenhower prometió adoptar una postura más agresiva que inclusive llevara a la "liberación" de las naciones dominadas por los comunistas. Sin embargo, el desarrollo del armamento nuclear pronto hizo a Washington cambiar de idea. Se impuso en el mundo un "equilibrio del terror" entre las dos grandes superpotencias que obligó al Departamento de Estado, a la sazón encabezado por John Foster Dulles, a conformarse con llevar adelante la política de contención. La Doctrina Eisenhower, por medio de la cual Estados Unidos se comprometía a brindar apoyo económico y militar a las naciones del Medio Oriente para evitar que estas cayeran en la "garras" del comunismo, se inscribía perfectamente dentro de este marco.


La Guerra Fría seguía su curso. Las tensiones entre Washington y Moscú incrementaban su intensidad, dando lugar a una creciente carrera armamentista. La necesidad que Estados Unidos tenía de enfrentar la expansión del comunismo le hizo descuidar su relación con el tercer mundo, que dentro de la geopolítica del Departamento de Estado sólo contaba como un enorme tablero de ajedrez donde las superpotencias dirimían sus diferencias. Norteamérica poco estaba haciendo para apoyar el desarrollo económico y social de las poblaciones de Asia, África y América Latina. Eisenhower no tardaría en darse cuenta de este error. En 1958, el general envió a su  vicepresidente a un viaje de "buena voluntad" por varias naciones de Iberoamérica. Dicha gira resultó un fiasco. A cualquier lugar adonde llegaba, Nixon  era recibido por multitudinarias manifestaciones de protesta en contra del "imperialismo norteamericano". Un poco más tarde, Fidel Castro y sus hombres entraban victoriosos en la Habana, instalando un régimen socialista a sólo 90 millas de Florida, con lo que daba principio uno de los capítulos más difíciles y controvertidos en la historia de la política exterior de los Estados Unidos.

Es así como los comicios presidenciales de 1960 se celebrarían teniendo como fondo el recrudecimiento de la Guerra Fría, el aumento de las tensiones raciales y los temores por el probable advenimiento de una nueva recesión.  En su Convención Nacional, efectuada en Chicago a finales de julio, Los republicanos nominaron como su candidato a la presidencia a Richard M. Nixon, quien prácticamente no había encontrado oposición durante las elecciones primarias. Nixon era ya para entonces un político conocido por su habilidad y por sus métodos no siempre limpios. La plataforma republicana había sido resultado de una difícil negociación entre Nixon y Nelson A. Rockefeller, gobernador de Nueva York, uno de los dirigentes más prominentes del ala liberal del partido. En ella, los republicanos se comprometían a reorganizar la estructura del gobierno  para hacerla "más eficiente",  a procurar el crecimiento económico impulsando la eficiencia y productividad de las empresas privadas y no  aumentando "desproporcionadamente" los gastos gubernamentales, a implementar vastos programas de ayuda financiera para las naciones en vías de desarrollo y a adoptar una postura más activa en la lucha a favor de los derechos civiles. En el tema de la defensa nacional, el Partido Republicano señalaba la necesidad de fortalecer el arsenal nuclear de los Estados Unidos hasta hacer que su tamaño fuera capaz por si mismo de "disuadir" a la Unión Soviética de intentar un ataque directo contra Estados Unidos. Surgía así la doctrina de la "mutua destrucción asegurada" que imperaría sobre el panorama internacional durante las siguientes tres décadas.


Nixon había invitado a Rockefeller a ser su compañero de fórmula, pero el gobernador de Nueva York se negó. Para la vicepresidencia fue finalmente postulado Henry Cabot Lodge, embajador norteamericano ante las Naciones Unidas y  senador de Massachusetts hasta 1952, año en que fue derrotado en su intento por retener su escaño por John F. Kennedy.

Los demócratas celebraron su convención en Los Ángeles a mediados de julio. Kennedy había obtenido la mayoría de los sufragios a favor en las primarias, pero se estimaba que en la Convención Nacional probablemente el nominado podría ser Lyndon B. Johnson, senador por Texas, astuto político que desde 1953 fungía como líder de la facción demócrata en el Senado. Johnson contaba con el apoyo de los delegados del sur y, en general, del sector conservador del partido. También se mencionaba como aspirantes, aunque con remotas posibilidades, a Adlai Stevenson y a Hubert Humphrey. Empero, el joven y carismático senador por Massachusetts  fue nominado candidato en la primera votación. Para la vicepresidencia, Kennedy designó a Johnson, como una manera de garantizar la unidad del partido.


En su plataforma, los demócratas prometían un aumento al salario mínimo, garantizar una tasa de crecimiento económico de al menos 5% anual, mejorar la situación de los agricultores, proporcionar a los países del tercer mundo asistencia para su desarrollo e impulsar como nunca antes los derechos civiles. También estaba prevista una reforma fiscal a fondo para terminar con los privilegios de ciertos grupos, además de para ser más efectivos contra los evasores. Una mayor recaudación fiscal, se argumentaba, contribuiría a la reducción del déficit. La plataforma demócrata, al igual que la republicana, demandaba el fortalecimiento de la capacidad nuclear norteamericana, para dejar claro a la Unión Soviética y a China que un ataque contra Estados Unidos propiciaría su propia destrucción.

En su discurso de aceptación, Kennedy se refirió a los años sesentas como "la nueva frontera... una frontera llena de oportunidades desconocidas pero y también de peligros y de retos". El lema de la "Nueva Frontera" se convertiría en todo un programa de gobierno, continuación natural del New Deal y del Fair Deal.         

La campaña electoral sería una de las más personalizadas en la historia de Estados unidos hasta ese momento. Giraría en torno a dos individuos dueños de un indiscutible talento y de unos muy particulares estilos personales de hacer política. De hecho, los programas de los partidos pasarían a un segundo término. Los electores estaban más interesados en las personalidades de los dos candidatos presidenciales que en conocer el contenido de sus plataformas electorales. La tendencia a personalizar las contiendas presidenciales se ha mantenido hasta la fecha, apoyada por la enorme influencia que han cobrado los medios masivos de comunicación.


Nixon se presentaba como el hombre capaz de garantizar la continuidad de la prosperidad económica conocida en los años de las administraciones de Eisenhower. El vicepresidente, apenas cuatro años más viejo que Kennedy, había hecho una carrera política meteórica, que había comenzado en 1946 con su sorpresivo arribo a la Cámara de Representantes. Dos años más tarde, Nixon fue electo como Senador por California. Durante sus años como legislador, había obtenido notoriedad nacional por su participación como "cazacomunistas" en el comité de actividades antiamericanas, siendo uno de los verdugos en el caso de Alger Hiss. En 1952 se convertiría en vicepresidente de Eisenhower. Mal visto por el segmento moderado del Partido Republicano, su astucia, su perseverancia y en ocasiones su oportunismo le permitieron a Richard Nixon mantenerse en la cumbre hasta ser nominado candidato a la presidencia.

John F. Kennedy era un joven patricio procedente de una de las mejores familias de Massachusetts. Hijo de un financiero y ex embajador, Kennedy se había preparado en prestigiadas escuelas y universidades, había sido condecorado por su desempeño en el frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial e ingresado a la Cámara de Representantes justamente el mismo año en el que lo hizo Nixon.  Fue electo senador en 1952, venciendo al prestigiado Cabot Lodge y casi fue nominado para la vicepresidencia en 1956. Dueño de un indiscutible carisma, Kennedy emprendió una intensa campaña enarbolado las banderas del cambio.

En un principio, Richard Nixon tenía una cierta ventaja sobre su rival en las encuestas. Como vicepresidente, era mejor conocido a nivel nacional. Además, muchos electores protestantes tenían serias dudas de la conveniencia de elegir como presidente a un católico. Sin embargo, la vigorosa campaña de Kennedy fue haciendo desaparecer poco a poco la superioridad de los republicanos. Por otra parte, varios notables errores cometidos por los republicanos afectaron la campaña del vicepresidente. Primero fue una célebre declaración del presidente Eisenhower, quien al ser cuestionado en una entrevista por la revista Time para que diera tan solo un ejemplo de una aportación de su vicepresidente a su administración, solo atino a responder “, Un ejemplo, mmmmhhhh, a ver, deme una semana y a lo mejor se me ocurre alguna”. Otro error fue la inasistencia de Nixon a hacer  campaña en los 50 estados. Con las características del sistema electoral norteamericano, en donde el voto popular es menos importante que el Colegio Electoral, resulta vital para los candidatos privilegiar a los llamados “Swing States”, es decir, las entidades más pobladas que no están claramente decantadas por alguno de los partidos y donde, por lo tanto, la moneda está en el aire. Nixon dilapido valioso tiempo en visitar estados donde no tenía oportunidad de ganar, o que tenía ganados de antemano, o que tenían pocos votos electorales. Por su parte, para Kennedy resultó clave la designación del texano Johnson como compañero de fórmula, ya que fue un factor determinante en el triunfo de los demócratas en Texas y varios estados del Sur que veían al católico norteño de Kennedy con desconfianza. De hecho, mucho se ha dicho sobre la capacidad de Johnson y su camarilla de campaña de manipular votos y hacer maniobras que, según el punto de vista de algunos historiadores electorales, fueron claves en el resultado de la que a la postre fue una reñida elección.
 
También han corrido ríos de tinta sobre los debates televisado, considerados como el verdadero “punto de inflexión” de esta histórica campaña. En 1960, por primera vez la televisión jugaría un papel político de primera importancia, cosa que supo aprovechar muy bien el telegénico Kennedy. Los candidatos celebraron una serie de cuatro debates televisados, que fueron presenciados aproximadamente por 75 millones de electores. Hay consenso en decir que el más influyente de estos encuentros tet a tet fue el primero, al que Nixon, en su obsesión por hacer campaña “a la antigüita”  llegó cansado y nervioso. Incluso tenía aspecto de enfermo (había sufrido una infección días antes.) También se negó a ponerse maquillaje para este primer debate, con lo que no pudo disimular una barba incipiente que, francamente, lo hizo verse muy mal. Kennedy, por el contrario, proyecto aplomo, conocimiento de los temas y gran simpatía. Se estima que 80 millones de espectadores vieron el primer debate. Mucho se ha dicho que la mayoría de las personas que vieron el debate en la televisión dijeron que Kennedy había ganado, mientras que los oyentes de radio señalaron en Nixon al ganador. Pero lo cierto es que a partir de este momento Kennedy dio un vuelco en las encuestas y ya no abandonaría esa ventaja. En los otros tres debates a Nixon le fue mucho mejor, pero el daño de la primera impronta ya estaba hecho.
La elección de 1960 ha sido, en términos del voto popular, la más reñida de la historia de los Estados Unidos. La diferencia entre el vencedor y el vencido fue de apenas 114,673 votos. También ha sido hasta el momento la que mayor participación electoral ha registrado (63.1%). Kennedy ganó el 49.7% del voto popular,  pero el 56.4% en el Colegio Electoral. La mayoría de los estados del este, del sur y de la región de los Grandes Lagos fueron ganados por el senador de Massachusetts, mientras que la mayor parte de las entidades del oeste y algunos en el medio oeste y en Nueva Inglaterra optaron por Nixon. Los demócratas conservaron su predominio en ambas cámaras.



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