Gladsotone fue primer ministro de 1868 a 1874 y
nuevamente de 1880 a 1885. Disraeli gobernó de 1874 a 1880. Se enfrentaron tres
veces en las urnas, históricas contiendas en una época en que avanzaba a pasos
agigantados hacia la universalización del sufragio: las elecciones generales de
1868, 1874 y 1880, aunque aun antes de enfrentarse electoralmente de manera
directa ambos ya llevaban tiempo de ser las figuras dominantes en sus
respectivos partidos. Disraeli, nacido en 1804, era seis años mayor que
Gladstone. Tuvieron orígenes sociales muy diferentes. El primero tuvo ascendencia
judía italiana, su padre fue un distinguido hombre de letras y de joven fue
criado como anglicano. El segundo era un miembro por excelencia de la alta
clase media, educado en Eton y Oxford, que había considerado siempre a la
Iglesia como su profesión preferida, pero fue tentado por la oferta que le
hicieran los tories para ocupar un escaño parlamentario en 1832, aunque, eso
sí, siguió siendo profundamente religioso para toda su vida. Disraeli fue
educado en escuelas oscuras y nunca fue a la universidad. Fue de joven un dandy
agobiado por las deudas. En su juventud su reputación era tan mala como buena era la de Gladstone. Cuando se conocieron,
en una fiesta en Londres en 1835, para Disraeli la experiencia fue un
enfrentamiento con su peor pesadilla: un piadoso cristiano evangélico más joven
y más exitoso que él. “No tiene un solo defecto que lo redima” comentaría años
mas tarde. Gladstone, por su parte, reconoció en quien sería su gran antagonista
un "maravilloso talento" pero no le gustó su “descarado cinismo” ni
su carencia de principios religiosos.
Disraeli heredó el talento literario del padre y escribió
varias novelas, bastante satíricas a ratos, para recaudar dinero y aplacar a sus
acreedores, y terminó por casarse con una viuda rica para aliviar su situación
financiera. Empezó a hacer política y, después de varios intentos como radical,
por fin logró ser electo como miembro del Parlamento en 1837 como conservador. Por
su parte Gladstone, profundamente religioso, estudioso y carente de humor, fiel
representante de las virtudes y las hipocresías de la época victoriana, se
lanzaba a los grandes temas políticos siempre a base de edificantes términos
morales mientras que, de vez en cuando, se daba sus “escapadas” nocturnas por las
calles de Londres por la noche en busca de prostitutas. Con el tiempo la
afición de Gladsotone al estudio lo convirtió en erudito. Ya como político
activo publicó un libro sobre la época clásica: “Homero y la Era Homérica” que,
según Disraeli, era ideal para combatir el insomnio. Por otra parte, su mala
conciencia respecto a sus aventuras con meretrices hicieron que Gladstone
fundara instituciones y trabajara intensamente incluso ya siendo primer
ministro a favor de la salvación de estas chicas descarriadas.
Como político, el modelo de Gladstone era el apolíneo Sir
Robert Peel, líder del Partido Conservador, que había ganado las elecciones de
1841 y que le dio al joven Gladstone un puesto en el gabinete, mientras que
Disraeli, lejos del arquetipo peeleano y más cercano a Pitt el joven, Burke y
Byron, se quedó en los asientos de atrás, sin posición ministerial. Jamás le perdonó
Disraeli a Peel esta afrenta.
En 1846 se produjo una de esas raras convulsiones que
suceden en la vida parlamentaria y que afectan a toda una generación de
políticos. El gobierno de Peel decidió que derogar las llamadas Leyes del Maíz para
permitir la importación de granos baratos al Reino Unido y aliviar un tanto la
crítica situación alimentaria de Irlanda. Disraeli vio esto como una oportunidad,
hizo una serie de ataques brillantes contra Peel, quien no supo responder de
forma convincente, Peel se vio obligado
a dimitir y las leyes del maíz fueron derogadas. El partido se dividió entonces
en “Peelistas”, más afines al libre comercio, y proteccionistas, encabezados
por el conde Derby, con Disraeli como su segundo al mando. Se formó en el
Parlamento una coalición contraria a la dupla Derby/Disraeli en la cual
confluyeron liberales, radicales y tories independientes, entre estos últimos
Gladstone. En 1852 se dio el primer round entre estos enemigos
irreconciliables, cuando Gladstone hizo
pedazos el presupuesto que Disraeli, a la sazón ministro de Hacienda
(Chancellor of the Exchequer) presentó
al parlamento. Así cayó el gobierno Derby / Disraeli. El duelo había comenzado
en serio.
Tras perder el poder, el Partido Conservador parecía
condenado a la desaparición. La tarea de Disraeli era reconstruir el partido
que él mismo había ayudado a destruir. La tarea no fue fácil. El libre comercio
había triunfado y fue la base de una larga expansión económica que sólo terminó
a finales de 1870. Los conservadores se vieron obligados a abandonar el
proteccionismo, mientras los liberales (a los que Gladstone se uniría en 1859)
parecían perpetuarse en el poder. Los conservadores se vieron debilitados por
la pérdida de casi todas sus principales figuras tras la crisis de la Ley del
Maíz. De no haber sido así, la verdad es que un “excéntrico” como Disraeli
nunca habría sido su líder. Era el único hombre que tenía la capacidad
intelectual y retórica para hacer frente a una bancada liberal que contaba con
figuras tan extraordinarias como Palmerston, Russell y Gladstone.
En 1868 surgió un nuevo reto cuando Russell presentó al
parlamento un proyecto de ley para ampliar el derecho al voto. Un sector
liberal se rebeló, el proyecto de ley naufragó y cayó el gobierno liberal.
Derby fue nuevamente nombrado primer ministro, por carambola. Fue entonces
cuando Disraeli dio muestras de su talento al explotar hábilmente las
divisiones en el partido liberal y lograr hacer aprobar un proyecto de ley para
la ampliación del voto aun mucho más radical que la de los liberales. Fue un
golpe maestro del ingenio político que confirmó a Disraeli como el indiscutible
líder de su partido. Se convirtió en primer ministro en febrero de 1868.
Los dos líderes estaban ahora frente a frente en
Westminster. Su estilo de debate era tan diferente como sus personalidades. “Gladstone
era torrencial, elocuente, vehemente y evangelizante; Disraeli era cortés,
ingenioso, mortalmente irónico y mundano, con una pizca de cinismo.” Según describe
Richard Aldous en su estupendo libro, “The Lion and the Unicorn”. En las
elecciones generales de finales 1868 (las primeras tras la gran reforma
electoral del año previo) Gladstone ganó haciendo una campaña a favor de lo que
hoy se llamaría la "modernización" del país. Y así fue, Gladstone fue
un gran reformador que transformó a las fuerzas armadas, la administración
pública, el sistema judicial y, una vez más, el sistema electoral, al
introducir el voto secreto. Una de las grandes contribuciones de Disraeli a la
vida política fue su convicción de que los partidos de oposición deben oponerse
en lugar de esperar atentamente a que los eventos oscilarán el péndulo a su
favor. Como líder de la oposición, se dio cuenta por donde soplaban las corrientes
de opinión y se dedicó a hacer una crítica constante y fundamentada sobre los
detalles de las reformas en lugar de tratar de oponerse a ellas de forma
generalizada.
Hacía 1874 la situación cambió, y en las elecciones de
ese año Disraeli, para su propia sorpresa, salió triunfador en la que fue la
primera victoria conservadora convincente desde 1841. Los tories comprobaron
que podían constituir una alternativa de gobierno aún en las épocas del sufragio
universal masculino. Como jefe de gobierno, Disraeli amplió la ola reformista a
los campos de la salud, la vivienda, la venta de alimentos y medicamentos, las condiciones
laborales y los arrendamientos agrícolas. Puede que no hayan sido tan
importantes estas reformas como algunos historiadores conservadores han
pretendido que fueron, pero al menos se demostró que el partido no se oponía a
todo cambio y tenía un lado reformista.
Lo que realmente importaba a Disraeli, sin embargo, no
fueron asuntos de interior, sino la política exterior y sobre todo, el desarrollo
del Imperio Británico. Este había sido mantra conservador tradicional, pero en
las épocas del imperialista Palmerston era muy difícil superar a los liberales
incluso en este tema. Cuando Palmerston muere dejó una vacante difícil de
llenar en el Partido Liberal en lo que concierne a una cabeza decidida a
defender el Imperio. Gladstone, como buen moralista, creía en una política
exterior basada en principios éticos, lo
que a veces significaba asumir compromisos en detrimento de algunos de los
intereses imperiales de Gran Bretaña. Disraeli era un devoto de la realpolitik, que a la sazón pusiera de
moda el canciller de hierro alemán Otto von Bismarck. Como primer ministro,
Disraeli no tuvo empacho en ampliar la influencia británica a como diese lugar
en la construcción del Canal de Suez, ni en hacer nombrar a la reina victoria
como Emperatriz de la India. Pero el gran choque con Gladstone se dio sobre la “cuestión
de Oriente”. Disraeli consideraba a Turquía como un contrapeso necesario frente
a la amenaza de Rusia en la ruta a la India, pese a que el sultán otomano se
comportaba de forma atroz con sus súbditos búlgaros cristianos. Aquí lo
importante era impedir que Rusia se quedara con Constantinopla. Gladstone,
ferviente cristiano por sobre todas las cosas, clamaba por una cruzada anti-turca.
Pero Disraeli estaba en el poder, y se impuso la Realpolitik. En el Congreso de Berlín se frenó el avance ruso y se
sentaron las bases para la preservación de la paz en Europa para los siguientes
36 años. Parte del crédito de este éxito
internacional fue de Disraeli, y la otra parte de Bismarck. Pero los electores
británicos no quedaron impresionados. En la campaña electoral de 1880 Gladstone
hizo campaña contra las felonías de Disraeli y obtuvo una aplastante victoria.
Enfermo y cansado, Disraeli sobrevivió apenas un año a su
última derrota electoral. Sin embargo, hasta el último minuto mantuvo fervoroso
su odio al adversario de siempre. En una de sus últimas cartas se refiere a
Gladstone como un “maníaco sin principios, extraordinaria mezcla de envidia, venganza,
hipocresía y superstición". El primer ministro se refería a su antecesor
con el mote de "el gran corruptor".
Gladstone, cuyo fervor moral sólo era comparable a su
capacidad fenomenal para el trabajo duro y el dominio de arcanos detalles
financieros y administrativos, podía hablar con igual fuerza de seducción al
Parlamento y al público. Disraeli se especializaba en el empuje del sarcasmo
fino y el epigrama envenenado. Esta filosofía de ataque orientada a la acritud en
el debate parlamentario muy a menudo dejaba fuera de balance al severo y poco
imaginativo Gladstone quien, por otro lado, podía ser contundente cuando se
trataba del frío manejo de cifras y el conocimiento específico de temas. Como
sea, un soberbio espectáculo ver debatir a este dúo, ricamente apreciado por
colegas parlamentarios y por el público. Después de ellos, y con contadas y muy
meritorias excepciones, los políticos se han visto muy, pero muy chiquitos.
Le recomiendo poner las letras de color blanco, por lo demás está muy completo.
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