El 10 de mayo de
1981 -tras una larga y descollante carrera política, y en el tercer intento de
vida- François Mitterrand logró ser electo presidente de la V República
Francesa. Era la coronación de una labor personal que había incidido de manera
notable en la vida política de Francia. Mitterrand había logrado revitalizar al
socialismo francés, levantándolo del desánimo y la confusión en donde cayó al
ser derrotado apabullantemente en los comicios presidenciales de 1969, para
uncirlo al el poder, y a un poder casi absoluto. Pocas semanas después del
triunfo de Mitterrand, el PSF se consolidaría al frente del gobierno al lograr
la mayoría absoluta de los escaños en las elecciones legislativas a las que
convocó el nuevo presidente casi inmediatamente después de arribar éste al
Palacio del Eliseo.
Era apenas la
segunda ocasión en la historia electoral francesa que un partido conseguía la
hazaña de la mayoría absoluta, sólo que ahora la situación era muy distinta.
Los gaullistas lograron la mayoría absoluta en los comicios de 1968 gracias al
falaz y baladí "voto del miedo", tan despreciado, como ya vimos, por
De Gaulle, mientras que la victoria socialista de 1981 tenía su origen en la
genuina esperanza del electorado y en sus anhelos de cambio. De tal suerte, con
una clara mayoría parlamentaria en favor de su partido, el socialismo podría
gobernar sin problemas al país. Ironías del destino, con Mitterrand volvería,
en toda su plenitud, la figura del "rey republicano", misma que tanto
combatió el dirigente socialista desde la oposición cuando Charles de Gaulle
era quien "reinaba".
La última etapa
del gobierno de Giscard fue, a final de cuentas, desafortunado en casi todos
los ámbitos. El presidente no logró evitar el estar cada vez más aislado y
fuera de contacto de los estados de ánimo reales del país, al quedar rodeado
únicamente por su estrecho círculo de tecnócratas. De esta forma, un presidente
que comenzó su gobierno fijándose la meta de "bajarse del pedestal"
para convertirse en una figura cercana al público, se fue alejando de su
pueblo, convirtiéndose en una antipática efigie principesca y aristocrática.
Todo esto mientras la economía internacional volvía a caer (de manera bastante
inoportuna para el mandatario galo) en un período recesivo, con el enjundioso y
pertinaz alcalde de París haciendo de las suyas a diestra y siniestra, con la
brújula completamente perdida en lo que se refiera a la reforma social, con la política exterior
naufragando, con escándalos de corrupción e incluso con un grotesco episodio
que involucró al hidalgo presidente francés con uno de los personajes más
infames de la historia mundial contemporánea: el emperador Bokassa.
Las elecciones
legislativas de 1978 habían sido consideradas por la mayoría de los analistas
políticos como "un buen augurio" para el presidente francés, en
virtud a que la novel UDF logró en ellas un magnífico resultado al ubicarse
como el segundo grupo parlamentario más grande en la Asamblea Nacional. La
pujanza de la UDF fue confirmada en las elecciones cantonales de 1979 y en los
comicios para elegir al Parlamento Europeo de ese mismo año. En este último
caso, la alianza giscardiana consiguió salir como el partido francés más
votado, y una cercana colaboradora del presidente de Francia, la
distinguidísima Simone Veil, artífice de muchas de las reformas efectuadas en
los primeros años del mandato de Giscard, fue electa presidenta del Parlamento
Europeo.
Sin embargo, este
espectacular crecimiento electoral de la UDF no fue suficiente como para
motivar por sí mismo el reforzamiento de la autoridad presidencial. La
coalición gubernamental aún dependía demasiado de la RPR y de su dirigente,
quien cada vez vigorizaba más sus ambiciones presidenciales. Chirac
representaba para el presidente el crítico más molesto de sus políticas, ya que
se trataba (presuntamente) de un aliado de coalición. Esta falta de
coordinación real entre la RPR y la UDF fue la principal causa de que Giscard
nunca tuvo el verdadero control del poder, tal y como lo habían disfrutado De
Gaulle y Pompidou gracias a la cómoda posición que, en su momento, disfrutó el
partido gaullista, y al apoyo leal brindado por sus socios de coalición, los
republicanos independientes. Ahora, resultaba paradójico que Giscard, quien
siempre fue tan noble con a sus dos predecesores, tuviera que sufrir la inquina
del líder del neogaullismo.
Esta situación
provocó que la administración de Barre se convirtiera en rehén de la RPR, de
cuya voluntad dependía su supervivencia. Como efecto de esta supeditación, el gobierno se volvió más
conservador, abandonando casi por completo el brío reformista con el que
comenzó el septenato giscardiano. No se presentaron a la Asamblea Nacional
iniciativas demasiado audaces que pudieran concitar el disgusto neogaullista.
Por el contrario, en muchos sentidos el gobierno endureció su postura. Por
ejemplo, en 1980 fue promulgada la ley de "libertad y seguridad", la
cual estaba dirigida en contra del terrorismo y que incrementó demasiado las
facultades policiacas en perjuicio de los derechos civiles. Dicha ley fue una
reacción en contra tanto de las actividades terroristas de grupos corsos y
bretones, que aparecieron en los setentas como expresión de un efímero brote
secesionista, como de las operaciones de diversas asociaciones
internacionales, activas en Francia desde
hacía algún tiempo. La inusual severidad de esta ley fue criticada tanto por la
oposición como por círculos intelectuales y académicos.
Otro factor que coadyuvó en frenar el reformismo de Giscard fue el económico. Una vez garantizada la mayoría en la Asamblea Nacional, tras los comicios de 1978, el gobierno se dispuso a poner en marcha la segunda parte del Plan Barre, el cual contemplaba, como meta principal, la reconversión industrial del país. Francia necesitaba urgentemente recuperar competitividad en el comercio exterior internacional, para no seguir perdiendo terreno frente a potencias comerciales emergentes tales como los denominados "tigres" de Asia oriental. Para conseguir esta meta, era indispensable que el tradicional proteccionismo estatista, rector de la economía francesa por mucho tiempo y que había sido reforzado durante el gobierno del general De Gaulle, fuera atemperado. Los planes de Barre preveían impulsar la competitividad de las empresas francesas mediante el fin del "dirigismo" y del proteccionismo, lo que equivalía a reestructurar toda la planta productiva del país. Esto se conseguiría sólo mediante un programa de privatizaciones, que desmantelara al demasiado obeso e ineficiente sector paraestatal y dejara al Estado sólo con el control de los sectores "estratégicos". Sin duda, se trataba de un ambicioso proyecto enfocado hacia el largo plazo, pero de cuyo éxito inicial dependería el futuro de la presidencia de Giscard.
Como parte de la
reestructuración económica, el todopoderoso ministerio de Finanzas, desde donde
por décadas se dictaron los lineamientos económicos que el país debería seguir
inexorablemente, fue disuelto, para dar lugar a dos nuevos ministerios:
Economía y Presupuesto. Irónicamente, el presidente Giscard fue quien aniquiló,
por considerarlo demasiado poderoso y centralizante, al ministerio desde donde
él mismo construyó (en sus épocas de ministro bajo las presidencias de De
Gaulle y Pompidou) un coto infranqueable de poder personal.
De alguna manera,
Barre se estaba adelantando a la ola neoliberal que azotaría al las economías
capitalistas en los años ochentas. Al principio, esta estrategia rindió
magníficos resultados. Los años de 1978 y 1979 fueron testigos de como la
inflación descendió a menos del 10%, mientras que las tasas de crecimiento del
PIB se recuperaban hasta llegar al 3.3%
y 3.4%, respectivamente. Pero se trató de una mejoría efímera. En 1980
volvió la crisis, acarreada ahora por una nueva alza de los hidrocarburos motivada
por la revolución iraní y el inicio de las hostilidades ente Irán e Irak. A
pesar de los esfuerzos por desarrollar la energía nuclear, Francia seguía
siendo demasiado dependiente del petróleo, y nuevamente volvieron la recesión,
el déficit en la balanza de pagos y la inflación de dos dígitos. Por otra
parte, el desempleo alcanzaba niveles antes inimaginables. Para diciembre de
1980, había en el país más de un millón y medio de parados.
Ante la nueva
emergencia, Barre apeló a su ortodoxia tradicional, es decir, privilegiar la
lucha contra la inflación y procurar la estabilidad monetaria en detrimento de
la producción y de la protección del empleo. Muchos programas sociales fueron
recortados, lo que coadyuvó a sepultar al espíritu reformista. Como
consecuencia de estas medidas, en poco tiempo Barre se convertiría en un primer
ministro sumamente impopular y Giscard en un presidente cuya reelección -que
parecía segura a principios de 1980- caía en el terreno de la incertidumbre.
Por otra parte,
aunque Giscard hizo esfuerzos por involucrar en mayor grado a su país dentro de
las estructuras militares de la OTAN, y también procuró mantener buenas
relaciones con Estados Unidos, la negativa que el gobierno francés dio a
Washington cuando éste le solicitó condenar la invasión soviética a Afganistán
recordó en mucho los peores perfiles "aislacionistas" de la
diplomacia degaulliana.
Pero nada hizo
tanto en menoscabo de la popularidad de Giscard como el famoso "affair Bokassa". En 1976, el
general Jean Bédel Bokassa, hasta ese momento presidente de la República
Centroafricana (por mucho, una de las naciones más pobres de la tierra) se
proclamó emperador en una onerosa ceremonia de "coronación". Sin
duda, se trató de uno de los actos más insensatos de la historia africana.
Bokassa era un dictador tan pintoresco como sanguinario, cuya
"coronación" provocó el descontento de importantes segmentos de las
fuerzas armadas de su país. Tres años después de su ungimiento
"imperial", Bokassa fue destronado por un golpe de Estado.
Ahora bien, la República
Centroafricana, como ex colonia francesa, entraba dentro de la órbita de
influencia de París. Durante algún tiempo, Bokassa tuvo la esperanza de recibir
el apoyo de Giscard, pero el mandatario francés abandonó a su suerte al
"Napoleón" de Centroáfrica. Despechado por esta actitud, el ex
emperador reveló que había obsequiado al presidente francés diamantes con un
valor indeterminado, pero que, según algunas versiones sensacionalistas,
alcanzaba los 250,000 dólares. El escándalo estalló en grande, al grado de que
Giscard se vio obligado a dirigirse al país por televisión, poco antes de
iniciar la campaña presidencial, para aclarar el asunto. El presidente aceptó
que había recibido algunos diamantes de "escaso valor" como obsequió
de Bokassa, mismos que habían sido vendidos en aproximadamente 115,000 francos,
cantidad que de inmediato fue donada a la Cruz Roja centroafricana. Sin
embargo, el daño estaba hecho. El haber tenido contacto con un personaje tan
abyecto perjudicó sensiblemente a la imagen de Giscard d'Estaing, lo cual debía
sumarse a otros escándalos de corrupción aparecidos durante este lapso, como el
que desembocó en el suicidio, en 1979, del ministro del Trabajo.
Pero no obstante
todos los contratiempos surgidos durante la segunda parte del septenato, las
esperanzas de reelección del presidente no eran en absoluto malas al principiar
la campaña presidencial de 1981, en virtud, sobre todo, a las divisiones
internas que padecía tanto el partido gaullista como la izquierda. Dentro de la
RPR el estilo personalista del liderazgo de Chirac irritaba cada vez más a los
gaullistas de viejo cuño. El alcalde de París se mostraba como un personaje
sumamente ambiciosos y un crítico incorregible del presidente de la República.
Además, el "neogaullismo" era demasiado conservador para muchos
militantes liberales y europeístas de la RPR, como lo eran Chaban Delmas y
Michel Debré. En 1979, las opiniones en contra del liderazgo de Chirac se
incrementaron a causa de los malos resultados obtenidos por el partido tanto en
los comicios municipales como en los paneuropeos. Crecía la posibilidad de que
el gaullismo se dividiera rumbo a las elecciones presidenciales, circunstancia
factible gracias a que en ningún momento, desde su fundación, el partido
gaullista había reglamentado la selección de un candidato único para las
elecciones presidenciales. En efecto, dentro de la RPR es posible la
postulación de dos o varios candidatos presidenciales, ya que dicha
eventualidad no está excluida por ningún estatuto del partido. Ante esta
contingencia, Chirac optó por moderar un tanto sus posturas, con el propósito
de hacer acopio de fuerzas y mantener, en lo posible, la unidad del
partido.
Por su lado, en el
transcurso de los últimos años de la década de los setentas, los dos
principales partidos de izquierda franceses profundizaron aún más las
diferencias que prevalecían entre sí. El Partido Comunista endureció sus
posiciones stalinistas. Lejos de condenar la invasión soviética a Afganistán,
Marchais visitó a la URSS, donde se reunió con Breznev y con la vieja guardia
del Politburó del PCUS. Poco después, el PCF redundaría en su sovietismo al
negarse a apoyar al sindicato polaco "Solidaridad". Estas y otras
actitudes demostraron que las intenciones de los comunistas franceses de
"subirse al tren del eurocomunismo", si es que alguna vez existieron,
habían desaparecido por completo. La distancia que dividía al PSF del Partido
Comunista se agrandaba. A los obtusos líderes del PCF les faltó imaginación
política e intuición histórica. Caro lo pagarían en las urnas.
Asimismo, las
polémicas dentro del Partido Socialista se acentuaron. En contraste con las dos
ocasiones pasadas, ahora no fue fácil para Mitterrand conseguir su tercera
candidatura presidencial. Para muchos dirigentes de la "nueva generación
del socialismo", Mitterrand era un
hombre acabado, lleno de ideas obsoletas y completamente
"inelegible", tal y como lo habían comprobado sus dos fracasos
previos. Y si bien es cierto que el "izquierdismo" de Mitterrand
había servido para revitalizar al partido tras una larga etapa de excesivo
pragmatismo, ahora era importante comprender las nuevas demandas sociales y las
tendencias mundiales, si es que el PSF tenía intenciones ciertas de llegar al
poder algún día. Lo cierto es que, a pesar del crecimiento electoral del
partido, constatado en las elecciones municipales y en las paneuropeas, el
socialismo parecía incapaz de dar el "gran salto final" necesario
para triunfar en unos comicios presidenciales o legislativos. Y, según sus
críticos, Mitterrand no era el hombre con las aptitudes suficientes para dar
ese último empuje al poder, a causa de sus posiciones tan apegadas al
socialismo tradicional.
A la cabeza de la
lista de adversarios de Mitterrand estaba Michel Rocard, aún joven y más
enérgico que nunca, quien había transitado de la extrema izquierda (en sus
épocas de dirigente del PSU) a posiciones moderadas. Rocard era partidario de
acercarse a organizaciones centristas, a los gaullistas descontentos con Chirac
y a grupos emergentes, como los ecologistas. Otra estrella ascendente del PSF
era Pierre Mauroy, alcalde de Lille y simpatizante de la socialdemocracia
"a la alemana". Ambos pretendían llevar al centro al partido,
abandonando la idea del "frente amplio" de la izquierda, cuya
improbabilidad era evidenciada por el endurecimiento del PCF, y, a cambio,
presentar una plataforma "elegible" que pudiera dar lugar a un
gobierno de coalición centro izquierdista. Por su parte, Mitterrand y sus
adeptos, los cuales controlaban las estructuras burocráticas del partido,
sostenían que la alianza con el centro y los ecologistas era inviable, como,
según ellos, había sido demostrado desde los años sesentas, y que aún valía la
pena seguir con los intentos de entablar una alianza con los comunistas, los
radicales de izquierda y otras fuerzas "progresistas".
En un principio,
Rocard aparecía como el favorito ante la opinión pública general, ya que el
inteligente y joven ex jefe del PSU contrastaba favorablemente frente a un
Mitterrand envejecido, cuya figura estaba relativamente desgastada. Pero
Mitterrand contaba con dos invencibles armas a su favor: el apoyo de la mayor
parte de la dirigencia del Partido Socialista, y una dilatada experiencia
política. La astucia de este viejo zorro vencería a los ímpetus reformistas de
Rocard.
El momento axial
fue el congreso del Partido Socialista de 1979, celebrado en Metz. En aquella
oportunidad Rocard y su grupo arribaron con la esperanza de lograr que el
programa de gobierno de los socialistas fuera modificado según las pautas que
dictaba la necesidad de establecer una alianza con el centro y las fuerzas
emergentes. Sin embargo, Mitterrand fue capaz de urdir una coalición que
incluyó a la vieja guardia, a la burocracia del partido y al CERES de Jean
Pierre Chevènement (este último, el sector más izquierdista del PSF). En Metz,
Mitterrand impuso sus visiones
tradicionalistas a las propuestas modernizadoras de Rocard, por lo que la
plataforma electoral socialista rumbo a los comicios presidenciales de 1981
contendría las viejas propuestas nacionalizadoras y estatistas de siempre.
El Congreso de
Metz de 1979 demostró que, a pesar de todo, Mitterrand aún tenía el control del
partido, y que cualquier intento de Rocard o de cualquier otro eventual
adversario para la candidatura presidencial sería suicida. Sin embargo, la
victoria de Mitterrand tendría un precio, ya que la falta de compromiso con las
ideas reformistas y su excesivo apego a la tradición socialista podrían costar
los votos de los ciudadanos que se sentían identificados con la izquierda
moderada.
Fue en estas
condiciones que arrancó la campaña presidencial. En un principio, las encuestas
marcaban como favorito a Giscard por un buen margen. En ese momento, y a pesar
de todos sus problemas, el presidente en funciones era visto por la mayor parte de los electores
como "el mal menor" frente al desgastado socialismo "a la
Mitterrand" y la excesiva arrogancia de Chirac.
Los comunistas
participarían con un candidato propio por primera vez desde 1969, al postular a
su secretario general, Georges Marchais. Por su parte, los radicales de
izquierda también animaron a competir por su cuenta y lanzaron a Michel
Crépeau, jefe máximo del partido. De igual forma, asistirían a la liza dos
gaullistas disidentes: el ex premier Michel Debré y Marie France Garaud, ex
asesora cercana de Pompidou. Por último, lograron ser inscritos como aspirantes
presidenciales por las autoridades electorales el ecologista Brice Lalonde, la
trotskista Arlette Laguiller, y el
candidato de lo que quedaba del PSU, Huguette Borchardeau.
Desde el inicio de
la campaña, pareció evidente que en la segunda vuelta se verificaría un duelo
entre Giscard y Mitterrand, tal y como había sucedido en 1974. Pero Chirac y
Marchais buscarían acercarse lo más posible al 20% de los votos, con el
propósito de mantener a sus respectivos partidos como fuerzas de primer nivel
dentro de la política francesa. Chirac, a quien los sondeos ubicaban a mediados
de marzo en apenas alrededor del 10% de las preferencias electorales,
necesitaba demostrar que era capaz de mantenerse como el líder único e
indiscutible de la RPR. Además, un resultado digno permitiría al alcalde de
País presentarse como el principal dirigente de la oposición en caso de un
triunfo de Mitterrand. Por su parte, a Marchais le urgía recuperar la presencia
que los comunistas habían perdido en las urnas desde la aparición del nuevo
Partido Socialista Francés.
Ambos personajes
realizaron campañas sumamente vigorosas y polémicas. Después de todo, los dos
contaban con partidos bien organizados, disciplinados y de alcance nacional El
neogaullista desplegó una retórica conservadora y nacionalista, donde se
redundó en las críticas a la política económica del presidente y a algunos
aspectos de la CEE. Chirac también exigió aumentar los presupuestos destinados
a la defensa y al desarrollo de armas nucleares, efectuar recortes
generalizados a los impuestos, aumentar los controles sobre la burocracia como
estrategia para combatir la corrupción, y promover la construcción de más
plantas nucleoeléctricas. Por su parte, Marchais insistió en proponer un amplio
programa de nacionalizaciones, propiciar la creación masiva de empleos mediante
una mayor inversión pública, y aunque el Partido Comunista reiteró su renuncia
a la doctrina de la "dictadura del proletariado", mantuvo intactas
sus diferencias con el "eurocomunismo" y demandó que Francia dejara
de considerar a la Unión Soviética como su "único enemigo potencial".
De estos dos
aspirantes, sólo Chirac consiguió su propósito, al conseguir el 18% de la
votación, un porcentaje muy por encima de los conseguidos por Debré y Garaud e
incluso superior al registrado por Chaban Delmas en 1974. Marchais debió
conformarse con el 15.3% de la votación, lo que confirmaba la tendencia
declinante del PCF.
Fue Giscard quien
logró el mayor número de votos en la primera vuelta, aunque el hecho de no
haber podido rebasar el 30% de la votación presagiaba una segunda ronda
sumamente difícil. La realidad es que las estrategias de campaña adoptadas por
el presidente habían fallado. Ya hemos comentado que a pesar de todas las
dificultades a las que debió enfrentar la administración, Giscard tenía buenas
razones para pensar en la reelección, fundamentadas en las divisiones internas
de la oposición y en el desgaste de los dos personajes que le disputarían el
poder: Mitterrand y Chirac. El problema es que Giscard y su equipo comenzaron a
confiarse demasiado y no fueron capaces de identificar los problemas de imagen
que tenía el presidente ante el electorado. Lejos de atacar la impronta de jefe
de Estado autócrata y aristocrático, los giscardianos presentaron a su
candidato como un gobernante "por encima de la política", apartidista
y distante. Pensaban que, de esta manera,
lograrían hacer que los electores pensaran en Giscard como el único
candidato con los tamaños de un hombre de Estado capacitado para gobernar para
todos los franceses, a diferencia de Chirac y Mitterrand, políticos demasiado
comprometidos con su respectivos partidos. Pero lo único que lograron fue
reforzar la odiosa figura principesca de Giscard, que tan odiosa resultaba para
la mayoría de los franceses.
Giscard también
confiaba en que bastaría recordar a los electores los éxitos de su mandato para
alcanzar el triunfo. El presidente no se cansó de repetir que Francia mantenía
tasas aceptables de crecimiento en un ambiente de recesión internacional, había
reducido drásticamente su dependencia respecto a los hidrocarburos gracias al
impulso dado a la energía nuclear y conservaba su estatus como la "tercera
potencia militar en el mundo" (sólo detrás de Estados Unidos y la URSS); y
tampoco se aburrió de prometer el acelerar, una vez mas el proceso de reformas
sociales, establecer un programa de retiro prematuro que sirviera como fórmula
para enfrentar al desempleo y continuar con los proyectos de reestructuración
industrial enfocados a la recuperación de la competitividad comercial francesa.
Pero lo cierto es que sus pretensiones "apartidistas" sólo sirvieron
para desmotivar el trabajo de los cuadros de la UDF, mientras que la mayoría de
los electores, en vez de reconocer los logros de Giscard, reprochaban al
presidente el olvido al que había condenado al reformismo social, y el
constante deterioro de la economía.
Pero el error más
grande cometido por el equipo de campaña de Giscard fue el haber subestimado a
Mitterrand. Tal y como lo había hecho Rocard en su momento, Giscard consideraba
a su adversario como un político acabado, que tras tres sus dos derrotas en
comicios presidenciales poco podía aportar en esta ocasión. Para los
giscardianos, Mitterrand era un "hombre del pasado", ineligible ante
los ojos de los millones de franceses que buscaban asegurar la inserción de
Francia en la nueva revolución científica y tecnológica que sobrevenía en el
mundo al despuntar los años ochenta. De acuerdo a esta óptica, bastaría con identificar
a Mitterrand con su pasado de derrotas y con su apego al socialismo tradicional
para descalificarlo de la contienda.
Pero quienes
pensaban así, muy poco conocían la admirable capacidad de
"resurrección" de ese viejo zorro que era Mitterrand, . El candidato
socialista contraatacó como sabia hacerlo: con astucia y tenacidad. Este hombre
reservado y enigmático nació en 1916, en el seno de una familia católica del
suroeste de Francia. Abogado muy aficionado a la historia y la literatura,
durante la Segunda Guerra Mundial fue tomado prisionero por los alemanes. Más
tarde, escapó del campo de prisioneros donde había sido internado, para vivir
por algún tiempo en la Francia controlada por el gobierno colaboracionista de
Vichy, un período en la vida de Mitterrand que, no hace mucho, despertó
encendidas polémicas. En diciembre de 1941, se unió a la Résistance, donde se distinguió como un militante activo y con
capacidad de liderazgo.
François
Mitterrand ingresó por primera vez como diputado a la Asamblea Nacional en
1946, como candidato de un pequeño partido de centro izquierda. Político de
ideología vaga, desde el principio dio muestras de la astucia que siempre lo
acompañaría: logró ser ministro en seis diferentes gobiernos durante la IV
República, convirtiéndose en una celebridad nacional. Al arribar De Gaulle al
poder, Mitterrand radicaliza sus posturas políticas, convirtiéndose en un
insistente crítico del General y de la V República. En 1958 pierde su escaños
en la Asamblea Nacional, al ser derrotado en los comicios legislativos de ese
año, que culminaron en una apabullate victoria del gaullismo. Fue en esa época
que Mitterrand sufrió un duro revés, al cual casi aniquila prematuramente su
carrera política, al descubrirse que un atentado contra su vida fue una farsa
preparada por él con el propósito de "ganar popularidad". Pero
Francia, demasiado distraía, a la sazón, con el drama de Argelia, y agobiada
por la crisis económica, olvidaría muy pronto este bochornoso incidente.
En 1962, el hombre
que estaba destinado a gobernar Francia por 14 años consecutivos logró
reingresar a la Asamblea Nacional, más ubicado a la izquierda que nunca, y sólo
tres años después obligaría a De Gaulle a presentarse a la segunda vuelta en la
elección presidencial, con lo que se convirtió en el distraída líder de la
izquierda francesa. De ahí, vendría la exitosa refundación del Partido
Socialista y la antesala del poder, donde Mitterrand se quedaría al ser
derrotado por un escaso margen en 1974.
Pero, ¿seguía
siendo Mitterrand un político vigente? Esta era la pregunta que los franceses
se hacían en 1981. La respuesta sería afirmativa. ¿Donde residió el secreto del
"regreso" de Mitterrand? La plataforma electoral del PSF (110
propuestas para Francia) poco aportó de novedoso. Los socialistas ofrecen
nacionalizaciones, mayor inversión pública, reducir la semana laboral a 35
horas como medida "antidesempleo", recortar el mandato presidencial
(catorce años más tarde será irrisorio recordar esta promesa), elevar el
salario mínimo, etc. Es decir, se proponían cambiar "radicalmente" a
la sociedad francesa, de acuerdo a las "revolucionarias" recetas
usuales de la izquierda. Definitivamente, no estuvo en el plan de gobierno del
Partido Socialista la clave del triunfo, sino en la habilidad política de
Mitterrand, que logró, a base de promesas para todos, unificar a los grandes
"figurones" del partido y comprometerlos a fondo en la campaña, y
reconstruir su imagen personal, convirtiéndose de "un hombre acabado"
en un jefe de Estado "experimentado y sabio".
En efecto,
Mitterrand aseguró la unidad del PSF ofreciendo "de todo para todos",
de tal forma que todas las "vacas sagradas" del partido, desde el
veterano Defferre hasta los renovadores Mauroy y Rocard participaron de manera
entusiasta en la campaña. El partido mantuvo la disciplina en torno a su
candidato, al contrario con lo que sucedió con la desmoralizada UDF. Una vez
garantizada la unión, Mitterrand supo hacer de su pretendida "debilidad"
su principal fuerza. Su inmensa experiencia no era una un defecto, sino una
atributo singular. La propaganda del PSF explotó la figura de Mitterrand
presentándolo como un estadista dueño del suficiente aplomo y de comprobada
experiencia, virtudes necesarias para gobernar con sabiduría y sin sobresaltos,
pero con pasión, al país. En una palabra, Mitterrand era la "fuerza
tranquila" (la force tranquille),
según rezaba el slogan de campaña .
Y, en efecto,
había nacido la "fuerza tranquila". Mitterrand, por fin, logró
proyectar (sobre todo en la televisión) la imagen de un estadista calmado,
valiente, patriota y hasta "místico", que sería capaz de emprender la
"reforma sin revolución", mientras que en los mítines era el mismo
orador lírico y encendido de siempre, criticando la "mala gestión" de
Giscard, quien "había fracasado prácticamente en todos los frentes,
particularmente en el económico". El aspirante socialista había aprendido
las valiosas lecciones que le dieron sus dos derrotas previas. Una de ellas,
tal vez la principal, fue el entender que en las democracias modernas, donde
los medios masivos juegan un papel primordial , la política se ha
"personalizado", es decir, las plataformas políticas, las ideologías
y los partidos han pasado a un segundo plano, y son las cualidades y defectos
personales de los candidatos las aspectos que más toma en cuenta el elector al
asistir a las urnas.
Por el contrario,
toda la izquierda, e incluso parte del centro, cerró filas en torno a
Mitterrand. Comunistas, el MRG, el PSU e inclusive los trotskistas votaron
unidos por el candidato socialista, entendiendo que se trataba de una
oportunidad quizá irrepetible para la que izquierda tomara, finalmente, el
poder. También los verdes se sumaron a la ola, seducidos por la promesa de Mitterrand
(la cual nunca se materializaría) de celebrar un referéndum para decidir sobe
el destino del desarrollo de la energía nuclear. De esta forma, se hicieron al
mismo tiempo realidad los sueños de los mitterrandnianos que aún pensaban en un
"bloque de izquierda" para tomar el poder, y de los rocardianos que
proponían en una alianza con los
ecologistas y el centro. Y es que era ya mayor la necesidad de reforma social y
la desilusión generalizada con el gobierno de Giscard que el miedo al presunto
"totalitarismo" izquierdista.
Incluso el debate
televisado le fue contrario a Giscard, quien, confiado en su impecable
capacidad de desenvolverse bien ante las cámaras (virtud que no tenía su
adversario), pensaba en un triunfo fácil. Pero Mitterrand se preparó a
conciencia, apareció relajado y hasta risueño frente a un Giscard orgulloso y
distante. El punto clave sobrevino cuando después de que el presidente hiciera
una larga exposición técnica sobre la situación económica, Mitterrand lo
fulminó diciéndole "Usted, señor Giscard, entiende mucho de números y muy
poco de seres humanos".
El 10 de mayo de
1981, en una elección histórica, François Mitterrand fue electo presidente de
Francia. El socialista logró el triunfo con un margen reducido de apenas 3.6%.
Se registró ese día una participación electoral del 85.9%. Los socialistas
basaron su victoria en el voto de sus bastiones tradicionales del norte, sur y
suroeste, pero hicieron progresos considerables en regiones tradicionalmente
conservadoras como el occidente, París, Bretaña y algunos departamentos del
centro. Mitterrand se llevó la mayoría de los votos en 15 de las 22 regiones
del país.
Resultados de las Elecciones Presidenciales del 26
de abril y 10 de mayo de 1981
Primera Vuelta
Segunda Vuelta
|
Candidatos Total
de votos % Total de votos %
|
François Mitterrand (PSF) 7,505,960 25.8 15,708,262 51.8
|
Valery Giscard d'Estaing
(UDF) 8,222,432 28.3 14,642,306 48.2
|
Jacques Chirac (RPR) 5,225,848 18.0
|
Georges Marchais (PCF)
4,456,922 15.3
|
Brice Lalonde (ecologistas) 1,126,254 3.9
|
Arlette Laguiller (LO) 668,057 2.3
|
Michel Crépeau (MRG) 642,847 2.2
|
Michel Debré 481,821 1.7
|
(Gaullista independiente)
|
Marie France Garaud 386,623 1.3
|
(Gaullista independiente)
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Huguette Borchardeau (PSU) 321,353 1.1
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Total de electores inscritos: 36,398,859
Participación electoral: 1ª vuelta- 81.1%
2º vuelta- 85.9%
Fuente:
Mackie, Thomas y Rose, Richard,
The Almanac of Electoral History, Third Edition,
Congressional Quarterly, Washington, D.C., 1991.
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