domingo, 18 de marzo de 2012

"La Fuerza Tranquila", Mitterrand y el triunfo del socialismo francés.



El 10 de mayo de 1981 -tras una larga y descollante carrera política, y en el tercer intento de vida- François Mitterrand logró ser electo presidente de la V República Francesa. Era la coronación de una labor personal que había incidido de manera notable en la vida política de Francia. Mitterrand había logrado revitalizar al socialismo francés, levantándolo del desánimo y la confusión en donde cayó al ser derrotado apabullantemente en los comicios presidenciales de 1969, para uncirlo al el poder, y a un poder casi absoluto. Pocas semanas después del triunfo de Mitterrand, el PSF se consolidaría al frente del gobierno al lograr la mayoría absoluta de los escaños en las elecciones legislativas a las que convocó el nuevo presidente casi inmediatamente después de arribar éste al Palacio del Eliseo.

Era apenas la segunda ocasión en la historia electoral francesa que un partido conseguía la hazaña de la mayoría absoluta, sólo que ahora la situación era muy distinta. Los gaullistas lograron la mayoría absoluta en los comicios de 1968 gracias al falaz y baladí "voto del miedo", tan despreciado, como ya vimos, por De Gaulle, mientras que la victoria socialista de 1981 tenía su origen en la genuina esperanza del electorado y en sus anhelos de cambio. De tal suerte, con una clara mayoría parlamentaria en favor de su partido, el socialismo podría gobernar sin problemas al país. Ironías del destino, con Mitterrand volvería, en toda su plenitud, la figura del "rey republicano", misma que tanto combatió el dirigente socialista desde la oposición cuando Charles de Gaulle era quien "reinaba".

La última etapa del gobierno de Giscard fue, a final de cuentas, desafortunado en casi todos los ámbitos. El presidente no logró evitar el estar cada vez más aislado y fuera de contacto de los estados de ánimo reales del país, al quedar rodeado únicamente por su estrecho círculo de tecnócratas. De esta forma, un presidente que comenzó su gobierno fijándose la meta de "bajarse del pedestal" para convertirse en una figura cercana al público, se fue alejando de su pueblo, convirtiéndose en una antipática efigie principesca y aristocrática. Todo esto mientras la economía internacional volvía a caer (de manera bastante inoportuna para el mandatario galo) en un período recesivo, con el enjundioso y pertinaz alcalde de París haciendo de las suyas a diestra y siniestra, con la brújula completamente perdida en lo que se refiera a la  reforma social, con la política exterior naufragando, con escándalos de corrupción e incluso con un grotesco episodio que involucró al hidalgo presidente francés con uno de los personajes más infames de la historia mundial contemporánea: el emperador Bokassa. 

     Las elecciones legislativas de 1978 habían sido consideradas por la mayoría de los analistas políticos como "un buen augurio" para el presidente francés, en virtud a que la novel UDF logró en ellas un magnífico resultado al ubicarse como el segundo grupo parlamentario más grande en la Asamblea Nacional. La pujanza de la UDF fue confirmada en las elecciones cantonales de 1979 y en los comicios para elegir al Parlamento Europeo de ese mismo año. En este último caso, la alianza giscardiana consiguió salir como el partido francés más votado, y una cercana colaboradora del presidente de Francia, la distinguidísima Simone Veil, artífice de muchas de las reformas efectuadas en los primeros años del mandato de Giscard, fue electa presidenta del Parlamento Europeo.

Sin embargo, este espectacular crecimiento electoral de la UDF no fue suficiente como para motivar por sí mismo el reforzamiento de la autoridad presidencial. La coalición gubernamental aún dependía demasiado de la RPR y de su dirigente, quien cada vez vigorizaba más sus ambiciones presidenciales. Chirac representaba para el presidente el crítico más molesto de sus políticas, ya que se trataba (presuntamente) de un aliado de coalición. Esta falta de coordinación real entre la RPR y la UDF fue la principal causa de que Giscard nunca tuvo el verdadero control del poder, tal y como lo habían disfrutado De Gaulle y Pompidou gracias a la cómoda posición que, en su momento, disfrutó el partido gaullista, y al apoyo leal brindado por sus socios de coalición, los republicanos independientes. Ahora, resultaba paradójico que Giscard, quien siempre fue tan noble con a sus dos predecesores, tuviera que sufrir la inquina del líder del neogaullismo.

     Esta situación provocó que la administración de Barre se convirtiera en rehén de la RPR, de cuya voluntad dependía su supervivencia. Como efecto de  esta supeditación, el gobierno se volvió más conservador, abandonando casi por completo el brío reformista con el que comenzó el septenato giscardiano. No se presentaron a la Asamblea Nacional iniciativas demasiado audaces que pudieran concitar el disgusto neogaullista. Por el contrario, en muchos sentidos el gobierno endureció su postura. Por ejemplo, en 1980 fue promulgada la ley de "libertad y seguridad", la cual estaba dirigida en contra del terrorismo y que incrementó demasiado las facultades policiacas en perjuicio de los derechos civiles. Dicha ley fue una reacción en contra tanto de las actividades terroristas de grupos corsos y bretones, que aparecieron en los setentas como expresión de un efímero brote secesionista, como de las operaciones de diversas asociaciones internacionales,  activas en Francia desde hacía algún tiempo. La inusual severidad de esta ley fue criticada tanto por la oposición como por círculos intelectuales y académicos.

Otro factor que coadyuvó en frenar el reformismo de Giscard fue el económico. Una vez garantizada la mayoría en la Asamblea Nacional, tras los comicios de 1978, el gobierno se dispuso a poner en marcha la segunda parte del Plan Barre, el cual contemplaba, como meta principal, la reconversión industrial del país. Francia necesitaba urgentemente recuperar competitividad en el comercio exterior internacional, para no seguir perdiendo terreno frente a potencias comerciales emergentes tales como los denominados "tigres" de Asia oriental. Para conseguir esta meta, era indispensable que el tradicional proteccionismo estatista, rector de la economía francesa por mucho tiempo y que había sido reforzado durante el gobierno del general De Gaulle, fuera atemperado. Los planes de Barre preveían impulsar la competitividad de las empresas francesas mediante el fin del "dirigismo" y del proteccionismo, lo que equivalía a reestructurar toda la planta productiva del país. Esto se conseguiría sólo mediante un programa de privatizaciones, que desmantelara al demasiado obeso e ineficiente sector paraestatal y dejara al Estado sólo con el control de los sectores "estratégicos". Sin duda, se trataba de un ambicioso proyecto enfocado hacia el largo plazo, pero de cuyo éxito inicial dependería el futuro de la presidencia de Giscard.

     Como parte de la reestructuración económica, el todopoderoso ministerio de Finanzas, desde donde por décadas se dictaron los lineamientos económicos que el país debería seguir inexorablemente, fue disuelto, para dar lugar a dos nuevos ministerios: Economía y Presupuesto. Irónicamente, el presidente Giscard fue quien aniquiló, por considerarlo demasiado poderoso y centralizante, al ministerio desde donde él mismo construyó (en sus épocas de ministro bajo las presidencias de De Gaulle y Pompidou) un coto infranqueable de poder personal.

     De alguna manera, Barre se estaba adelantando a la ola neoliberal que azotaría al las economías capitalistas en los años ochentas. Al principio, esta estrategia rindió magníficos resultados. Los años de 1978 y 1979 fueron testigos de como la inflación descendió a menos del 10%, mientras que las tasas de crecimiento del PIB se recuperaban hasta llegar al 3.3%  y 3.4%, respectivamente. Pero se trató de una mejoría efímera. En 1980 volvió la crisis, acarreada ahora por una nueva alza de los hidrocarburos motivada por la revolución iraní y el inicio de las hostilidades ente Irán e Irak. A pesar de los esfuerzos por desarrollar la energía nuclear, Francia seguía siendo demasiado dependiente del petróleo, y nuevamente volvieron la recesión, el déficit en la balanza de pagos y la inflación de dos dígitos. Por otra parte, el desempleo alcanzaba niveles antes inimaginables. Para diciembre de 1980, había en el país más de un millón y medio de parados.

     Ante la nueva emergencia, Barre apeló a su ortodoxia tradicional, es decir, privilegiar la lucha contra la inflación y procurar la estabilidad monetaria en detrimento de la producción y de la protección del empleo. Muchos programas sociales fueron recortados, lo que coadyuvó a sepultar al espíritu reformista. Como consecuencia de estas medidas, en poco tiempo Barre se convertiría en un primer ministro sumamente impopular y Giscard en un presidente cuya reelección -que parecía segura a principios de 1980- caía en el terreno de la incertidumbre.

 La política exterior durante el ciclo final de la presidencia de Giscard también tuvo claroscuros. Aunque Francia fue uno de los puntales de la creación del Sistema Monetario Europeo, otros aspectos de la actitud europea del presidente resultaron desilusionantes. Giscard se opuso terminantemente a aceptar que el presidente de la Comisión (máxima autoridad ejecutiva de la CEE) participara en igualdad de circunstancias frente a los mandatarios de las siete naciones más industrializadas del mundo en la reunión que estos personajes celebran anualmente. Asimismo, París mostró una férrea oposición a aceptar las solicitudes de ingreso de España y Portugal a la CEE, motivada en buena parte por presiones de los neogaullistas. Para el gobierno galo, primero deberían puntualizarse varias modificaciones en la Política Agraria Común enfocadas a compensar a las regiones agrícolas en Francia que pudieran resultar afectadas por la competencia que representarían los países  meridionales.

      Por otra parte, aunque Giscard hizo esfuerzos por involucrar en mayor grado a su país dentro de las estructuras militares de la OTAN, y también procuró mantener buenas relaciones con Estados Unidos, la negativa que el gobierno francés dio a Washington cuando éste le solicitó condenar la invasión soviética a Afganistán recordó en mucho los peores perfiles "aislacionistas" de la diplomacia degaulliana.

     Pero nada hizo tanto en menoscabo de la popularidad de Giscard como el famoso "affair Bokassa". En 1976, el general Jean Bédel Bokassa, hasta ese momento presidente de la República Centroafricana (por mucho, una de las naciones más pobres de la tierra) se proclamó emperador en una onerosa ceremonia de "coronación". Sin duda, se trató de uno de los actos más insensatos de la historia africana. Bokassa era un dictador tan pintoresco como sanguinario, cuya "coronación" provocó el descontento de importantes segmentos de las fuerzas armadas de su país. Tres años después de su ungimiento "imperial", Bokassa fue destronado por un golpe de Estado.

     Ahora bien, la República Centroafricana, como ex colonia francesa, entraba dentro de la órbita de influencia de París. Durante algún tiempo, Bokassa tuvo la esperanza de recibir el apoyo de Giscard, pero el mandatario francés abandonó a su suerte al "Napoleón" de Centroáfrica. Despechado por esta actitud, el ex emperador reveló que había obsequiado al presidente francés diamantes con un valor indeterminado, pero que, según algunas versiones sensacionalistas, alcanzaba los 250,000 dólares. El escándalo estalló en grande, al grado de que Giscard se vio obligado a dirigirse al país por televisión, poco antes de iniciar la campaña presidencial, para aclarar el asunto. El presidente aceptó que había recibido algunos diamantes de "escaso valor" como obsequió de Bokassa, mismos que habían sido vendidos en aproximadamente 115,000 francos, cantidad que de inmediato fue donada a la Cruz Roja centroafricana. Sin embargo, el daño estaba hecho. El haber tenido contacto con un personaje tan abyecto perjudicó sensiblemente a la imagen de Giscard d'Estaing, lo cual debía sumarse a otros escándalos de corrupción aparecidos durante este lapso, como el que desembocó en el suicidio, en 1979, del ministro del Trabajo.

Pero no obstante todos los contratiempos surgidos durante la segunda parte del septenato, las esperanzas de reelección del presidente no eran en absoluto malas al principiar la campaña presidencial de 1981, en virtud, sobre todo, a las divisiones internas que padecía tanto el partido gaullista como la izquierda. Dentro de la RPR el estilo personalista del liderazgo de Chirac irritaba cada vez más a los gaullistas de viejo cuño. El alcalde de París se mostraba como un personaje sumamente ambiciosos y un crítico incorregible del presidente de la República. Además, el "neogaullismo" era demasiado conservador para muchos militantes liberales y europeístas de la RPR, como lo eran Chaban Delmas y Michel Debré. En 1979, las opiniones en contra del liderazgo de Chirac se incrementaron a causa de los malos resultados obtenidos por el partido tanto en los comicios municipales como en los paneuropeos. Crecía la posibilidad de que el gaullismo se dividiera rumbo a las elecciones presidenciales, circunstancia factible gracias a que en ningún momento, desde su fundación, el partido gaullista había reglamentado la selección de un candidato único para las elecciones presidenciales. En efecto, dentro de la RPR es posible la postulación de dos o varios candidatos presidenciales, ya que dicha eventualidad no está excluida por ningún estatuto del partido. Ante esta contingencia, Chirac optó por moderar un tanto sus posturas, con el propósito de hacer acopio de fuerzas y mantener, en lo posible, la unidad del partido. 

     Por su lado, en el transcurso de los últimos años de la década de los setentas, los dos principales partidos de izquierda franceses profundizaron aún más las diferencias que prevalecían entre sí. El Partido Comunista endureció sus posiciones stalinistas. Lejos de condenar la invasión soviética a Afganistán, Marchais visitó a la URSS, donde se reunió con Breznev y con la vieja guardia del Politburó del PCUS. Poco después, el PCF redundaría en su sovietismo al negarse a apoyar al sindicato polaco "Solidaridad". Estas y otras actitudes demostraron que las intenciones de los comunistas franceses de "subirse al tren del eurocomunismo", si es que alguna vez existieron, habían desaparecido por completo. La distancia que dividía al PSF del Partido Comunista se agrandaba. A los obtusos líderes del PCF les faltó imaginación política e intuición histórica. Caro lo pagarían en las urnas.

    Asimismo, las polémicas dentro del Partido Socialista se acentuaron. En contraste con las dos ocasiones pasadas, ahora no fue fácil para Mitterrand conseguir su tercera candidatura presidencial. Para muchos dirigentes de la "nueva generación del socialismo", Mitterrand  era un hombre acabado, lleno de ideas obsoletas y completamente "inelegible", tal y como lo habían comprobado sus dos fracasos previos. Y si bien es cierto que el "izquierdismo" de Mitterrand había servido para revitalizar al partido tras una larga etapa de excesivo pragmatismo, ahora era importante comprender las nuevas demandas sociales y las tendencias mundiales, si es que el PSF tenía intenciones ciertas de llegar al poder algún día. Lo cierto es que, a pesar del crecimiento electoral del partido, constatado en las elecciones municipales y en las paneuropeas, el socialismo parecía incapaz de dar el "gran salto final" necesario para triunfar en unos comicios presidenciales o legislativos. Y, según sus críticos, Mitterrand no era el hombre con las aptitudes suficientes para dar ese último empuje al poder, a causa de sus posiciones tan apegadas al socialismo tradicional.

     A la cabeza de la lista de adversarios de Mitterrand estaba Michel Rocard, aún joven y más enérgico que nunca, quien había transitado de la extrema izquierda (en sus épocas de dirigente del PSU) a posiciones moderadas. Rocard era partidario de acercarse a organizaciones centristas, a los gaullistas descontentos con Chirac y a grupos emergentes, como los ecologistas. Otra estrella ascendente del PSF era Pierre Mauroy, alcalde de Lille y simpatizante de la socialdemocracia "a la alemana". Ambos pretendían llevar al centro al partido, abandonando la idea del "frente amplio" de la izquierda, cuya improbabilidad era evidenciada por el endurecimiento del PCF, y, a cambio, presentar una plataforma "elegible" que pudiera dar lugar a un gobierno de coalición centro izquierdista. Por su parte, Mitterrand y sus adeptos, los cuales controlaban las estructuras burocráticas del partido, sostenían que la alianza con el centro y los ecologistas era inviable, como, según ellos, había sido demostrado desde los años sesentas, y que aún valía la pena seguir con los intentos de entablar una alianza con los comunistas, los radicales de izquierda y otras fuerzas "progresistas".

      En un principio, Rocard aparecía como el favorito ante la opinión pública general, ya que el inteligente y joven ex jefe del PSU contrastaba favorablemente frente a un Mitterrand envejecido, cuya figura estaba relativamente desgastada. Pero Mitterrand contaba con dos invencibles armas a su favor: el apoyo de la mayor parte de la dirigencia del Partido Socialista, y una dilatada experiencia política. La astucia de este viejo zorro vencería a los ímpetus reformistas de Rocard.

     El momento axial fue el congreso del Partido Socialista de 1979, celebrado en Metz. En aquella oportunidad Rocard y su grupo arribaron con la esperanza de lograr que el programa de gobierno de los socialistas fuera modificado según las pautas que dictaba la necesidad de establecer una alianza con el centro y las fuerzas emergentes. Sin embargo, Mitterrand fue capaz de urdir una coalición que incluyó a la vieja guardia, a la burocracia del partido y al CERES de Jean Pierre Chevènement (este último, el sector más izquierdista del PSF). En Metz, Mitterrand  impuso sus visiones tradicionalistas a las propuestas modernizadoras de Rocard, por lo que la plataforma electoral socialista rumbo a los comicios presidenciales de 1981 contendría las viejas propuestas nacionalizadoras y estatistas de siempre.

     El Congreso de Metz de 1979 demostró que, a pesar de todo, Mitterrand aún tenía el control del partido, y que cualquier intento de Rocard o de cualquier otro eventual adversario para la candidatura presidencial sería suicida. Sin embargo, la victoria de Mitterrand tendría un precio, ya que la falta de compromiso con las ideas reformistas y su excesivo apego a la tradición socialista podrían costar los votos de los ciudadanos que se sentían identificados con la izquierda moderada.

Fue en estas condiciones que arrancó la campaña presidencial. En un principio, las encuestas marcaban como favorito a Giscard por un buen margen. En ese momento, y a pesar de todos sus problemas, el presidente en funciones era  visto por la mayor parte de los electores como "el mal menor" frente al desgastado socialismo "a la Mitterrand" y la excesiva arrogancia de Chirac.

     Los comunistas participarían con un candidato propio por primera vez desde 1969, al postular a su secretario general, Georges Marchais. Por su parte, los radicales de izquierda también animaron a competir por su cuenta y lanzaron a Michel Crépeau, jefe máximo del partido. De igual forma, asistirían a la liza dos gaullistas disidentes: el ex premier Michel Debré y Marie France Garaud, ex asesora cercana de Pompidou. Por último, lograron ser inscritos como aspirantes presidenciales por las autoridades electorales el ecologista Brice Lalonde, la trotskista Arlette Laguiller,  y el candidato de lo que quedaba del PSU, Huguette Borchardeau.

     Desde el inicio de la campaña, pareció evidente que en la segunda vuelta se verificaría un duelo entre Giscard y Mitterrand, tal y como había sucedido en 1974. Pero Chirac y Marchais buscarían acercarse lo más posible al 20% de los votos, con el propósito de mantener a sus respectivos partidos como fuerzas de primer nivel dentro de la política francesa. Chirac, a quien los sondeos ubicaban a mediados de marzo en apenas alrededor del 10% de las preferencias electorales, necesitaba demostrar que era capaz de mantenerse como el líder único e indiscutible de la RPR. Además, un resultado digno permitiría al alcalde de País presentarse como el principal dirigente de la oposición en caso de un triunfo de Mitterrand. Por su parte, a Marchais le urgía recuperar la presencia que los comunistas habían perdido en las urnas desde la aparición del nuevo Partido Socialista Francés.

     Ambos personajes realizaron campañas sumamente vigorosas y polémicas. Después de todo, los dos contaban con partidos bien organizados, disciplinados y de alcance nacional El neogaullista desplegó una retórica conservadora y nacionalista, donde se redundó en las críticas a la política económica del presidente y a algunos aspectos de la CEE. Chirac también exigió aumentar los presupuestos destinados a la defensa y al desarrollo de armas nucleares, efectuar recortes generalizados a los impuestos, aumentar los controles sobre la burocracia como estrategia para combatir la corrupción, y promover la construcción de más plantas nucleoeléctricas. Por su parte, Marchais insistió en proponer un amplio programa de nacionalizaciones, propiciar la creación masiva de empleos mediante una mayor inversión pública, y aunque el Partido Comunista reiteró su renuncia a la doctrina de la "dictadura del proletariado", mantuvo intactas sus diferencias con el "eurocomunismo" y demandó que Francia dejara de considerar a la Unión Soviética como su "único enemigo potencial".

     De estos dos aspirantes, sólo Chirac consiguió su propósito, al conseguir el 18% de la votación, un porcentaje muy por encima de los conseguidos por Debré y Garaud e incluso superior al registrado por Chaban Delmas en 1974. Marchais debió conformarse con el 15.3% de la votación, lo que confirmaba la tendencia declinante del PCF.

Fue Giscard quien logró el mayor número de votos en la primera vuelta, aunque el hecho de no haber podido rebasar el 30% de la votación presagiaba una segunda ronda sumamente difícil. La realidad es que las estrategias de campaña adoptadas por el presidente habían fallado. Ya hemos comentado que a pesar de todas las dificultades a las que debió enfrentar la administración, Giscard tenía buenas razones para pensar en la reelección, fundamentadas en las divisiones internas de la oposición y en el desgaste de los dos personajes que le disputarían el poder: Mitterrand y Chirac. El problema es que Giscard y su equipo comenzaron a confiarse demasiado y no fueron capaces de identificar los problemas de imagen que tenía el presidente ante el electorado. Lejos de atacar la impronta de jefe de Estado autócrata y aristocrático, los giscardianos presentaron a su candidato como un gobernante "por encima de la política", apartidista y distante. Pensaban que, de esta manera,  lograrían hacer que los electores pensaran en Giscard como el único candidato con los tamaños de un hombre de Estado capacitado para gobernar para todos los franceses, a diferencia de Chirac y Mitterrand, políticos demasiado comprometidos con su respectivos partidos. Pero lo único que lograron fue reforzar la odiosa figura principesca de Giscard, que tan odiosa resultaba para la mayoría de los franceses.

    Giscard también confiaba en que bastaría recordar a los electores los éxitos de su mandato para alcanzar el triunfo. El presidente no se cansó de repetir que Francia mantenía tasas aceptables de crecimiento en un ambiente de recesión internacional, había reducido drásticamente su dependencia respecto a los hidrocarburos gracias al impulso dado a la energía nuclear y conservaba su estatus como la "tercera potencia militar en el mundo" (sólo detrás de Estados Unidos y la URSS); y tampoco se aburrió de prometer el acelerar, una vez mas el proceso de reformas sociales, establecer un programa de retiro prematuro que sirviera como fórmula para enfrentar al desempleo y continuar con los proyectos de reestructuración industrial enfocados a la recuperación de la competitividad comercial francesa. Pero lo cierto es que sus pretensiones "apartidistas" sólo sirvieron para desmotivar el trabajo de los cuadros de la UDF, mientras que la mayoría de los electores, en vez de reconocer los logros de Giscard, reprochaban al presidente el olvido al que había condenado al reformismo social, y el constante deterioro de la economía.

      Pero el error más grande cometido por el equipo de campaña de Giscard fue el haber subestimado a Mitterrand. Tal y como lo había hecho Rocard en su momento, Giscard consideraba a su adversario como un político acabado, que tras tres sus dos derrotas en comicios presidenciales poco podía aportar en esta ocasión. Para los giscardianos, Mitterrand era un "hombre del pasado", ineligible ante los ojos de los millones de franceses que buscaban asegurar la inserción de Francia en la nueva revolución científica y tecnológica que sobrevenía en el mundo al despuntar los años ochenta. De acuerdo a esta óptica, bastaría con identificar a Mitterrand con su pasado de derrotas y con su apego al socialismo tradicional para descalificarlo de la contienda.

     Pero quienes pensaban así, muy poco conocían la admirable capacidad de "resurrección" de ese viejo zorro que era Mitterrand, . El candidato socialista contraatacó como sabia hacerlo: con astucia y tenacidad. Este hombre reservado y enigmático nació en 1916, en el seno de una familia católica del suroeste de Francia. Abogado muy aficionado a la historia y la literatura, durante la Segunda Guerra Mundial fue tomado prisionero por los alemanes. Más tarde, escapó del campo de prisioneros donde había sido internado, para vivir por algún tiempo en la Francia controlada por el gobierno colaboracionista de Vichy, un período en la vida de Mitterrand que, no hace mucho, despertó encendidas polémicas. En diciembre de 1941, se unió a la Résistance, donde se distinguió como un militante activo y con capacidad de liderazgo.

      François Mitterrand ingresó por primera vez como diputado a la Asamblea Nacional en 1946, como candidato de un pequeño partido de centro izquierda. Político de ideología vaga, desde el principio dio muestras de la astucia que siempre lo acompañaría: logró ser ministro en seis diferentes gobiernos durante la IV República, convirtiéndose en una celebridad nacional. Al arribar De Gaulle al poder, Mitterrand radicaliza sus posturas políticas, convirtiéndose en un insistente crítico del General y de la V República. En 1958 pierde su escaños en la Asamblea Nacional, al ser derrotado en los comicios legislativos de ese año, que culminaron en una apabullate victoria del gaullismo. Fue en esa época que Mitterrand sufrió un duro revés, al cual casi aniquila prematuramente su carrera política, al descubrirse que un atentado contra su vida fue una farsa preparada por él con el propósito de "ganar popularidad". Pero Francia, demasiado distraía, a la sazón, con el drama de Argelia, y agobiada por la crisis económica, olvidaría muy pronto este bochornoso incidente.

     En 1962, el hombre que estaba destinado a gobernar Francia por 14 años consecutivos logró reingresar a la Asamblea Nacional, más ubicado a la izquierda que nunca, y sólo tres años después obligaría a De Gaulle a presentarse a la segunda vuelta en la elección presidencial, con lo que se convirtió en el distraída líder de la izquierda francesa. De ahí, vendría la exitosa refundación del Partido Socialista y la antesala del poder, donde Mitterrand se quedaría al ser derrotado por un escaso margen en 1974.

     Pero, ¿seguía siendo Mitterrand un político vigente? Esta era la pregunta que los franceses se hacían en 1981. La respuesta sería afirmativa. ¿Donde residió el secreto del "regreso" de Mitterrand? La plataforma electoral del PSF (110 propuestas para Francia) poco aportó de novedoso. Los socialistas ofrecen nacionalizaciones, mayor inversión pública, reducir la semana laboral a 35 horas como medida "antidesempleo", recortar el mandato presidencial (catorce años más tarde será irrisorio recordar esta promesa), elevar el salario mínimo, etc. Es decir, se proponían cambiar "radicalmente" a la sociedad francesa, de acuerdo a las "revolucionarias" recetas usuales de la izquierda. Definitivamente, no estuvo en el plan de gobierno del Partido Socialista la clave del triunfo, sino en la habilidad política de Mitterrand, que logró, a base de promesas para todos, unificar a los grandes "figurones" del partido y comprometerlos a fondo en la campaña, y reconstruir su imagen personal, convirtiéndose de "un hombre acabado" en un jefe de Estado "experimentado y sabio".

     En efecto, Mitterrand aseguró la unidad del PSF ofreciendo "de todo para todos", de tal forma que todas las "vacas sagradas" del partido, desde el veterano Defferre hasta los renovadores Mauroy y Rocard participaron de manera entusiasta en la campaña. El partido mantuvo la disciplina en torno a su candidato, al contrario con lo que sucedió con la desmoralizada UDF. Una vez garantizada la unión, Mitterrand supo hacer de su pretendida "debilidad" su principal fuerza. Su inmensa experiencia no era una un defecto, sino una atributo singular. La propaganda del PSF explotó la figura de Mitterrand presentándolo como un estadista dueño del suficiente aplomo y de comprobada experiencia, virtudes necesarias para gobernar con sabiduría y sin sobresaltos, pero con pasión, al país. En una palabra, Mitterrand era la "fuerza tranquila" (la force tranquille), según rezaba el slogan de campaña .

     Y, en efecto, había nacido la "fuerza tranquila". Mitterrand, por fin, logró proyectar (sobre todo en la televisión) la imagen de un estadista calmado, valiente, patriota y hasta "místico", que sería capaz de emprender la "reforma sin revolución", mientras que en los mítines era el mismo orador lírico y encendido de siempre, criticando la "mala gestión" de Giscard, quien "había fracasado prácticamente en todos los frentes, particularmente en el económico". El aspirante socialista había aprendido las valiosas lecciones que le dieron sus dos derrotas previas. Una de ellas, tal vez la principal, fue el entender que en las democracias modernas, donde los medios masivos juegan un papel primordial , la política se ha "personalizado", es decir, las plataformas políticas, las ideologías y los partidos han pasado a un segundo plano, y son las cualidades y defectos personales de los candidatos las aspectos que más toma en cuenta el elector al asistir a las urnas.  

Al lanzar su nueva imagen como la "fuerza tranquila", Mitterrand logró vencer el prejuicio que sobre el tenían muchos franceses en el sentido de que se trataba de un "político inelegible para la presidencia". Mitterrand era por lo menos tan "presidenciable" como Giscard. De repente, el presidente perdió su principal ventaja de campaña. Ya no se trataba del "mal menor", preferible a sus volátiles adversarios. El socialista tenía los suficientes tamaños para ocupar al Palacio del Eliseo. De esta forma, los electores podrían cobrarle a Giscard las cuentas pendientes. Hacia la segunda vuelta, numerosos grupos que apoyaron a Giscard en 1974 defeccionaron desilusionados con los resultados del septenato. La mayor parte del Partido Radical y muchos centristas con vocación reformista no perdonaron la cancelación del programa de reformas. También desertaron  muchas mujeres molestas con la suspensión de la ampliación de sus derechos, granjeros indignados por las pérdidas de sus ganancias verificadas desde 1974, segmentos de las clases medias preocupadas por el curso de la economía, empresarios y sectores favorecidos por el dirigismo estatal, etc. Por su parte, Chirac y buena parte de los gaullistas, cuyo voto en la segunda ronda sería vital para el presidente, apoyaron a Giscard sin entusiasmo. Se calcula que apenas el 70% de los electores gaullistas se presentó en las urnas para votar por Giscard. Había aflorado la antipatía por el estilo giscardiano de gobierno y por el aumento exorbitante del desempleo.

     Por el contrario, toda la izquierda, e incluso parte del centro, cerró filas en torno a Mitterrand. Comunistas, el MRG, el PSU e inclusive los trotskistas votaron unidos por el candidato socialista, entendiendo que se trataba de una oportunidad quizá irrepetible para la que izquierda tomara, finalmente, el poder. También los verdes se sumaron a la ola, seducidos por la promesa de Mitterrand (la cual nunca se materializaría) de celebrar un referéndum para decidir sobe el destino del desarrollo de la energía nuclear. De esta forma, se hicieron al mismo tiempo realidad los sueños de los mitterrandnianos que aún pensaban en un "bloque de izquierda" para tomar el poder, y de los rocardianos que proponían  en una alianza con los ecologistas y el centro. Y es que era ya mayor la necesidad de reforma social y la desilusión generalizada con el gobierno de Giscard que el miedo al presunto "totalitarismo" izquierdista.

     Incluso el debate televisado le fue contrario a Giscard, quien, confiado en su impecable capacidad de desenvolverse bien ante las cámaras (virtud que no tenía su adversario), pensaba en un triunfo fácil. Pero Mitterrand se preparó a conciencia, apareció relajado y hasta risueño frente a un Giscard orgulloso y distante. El punto clave sobrevino cuando después de que el presidente hiciera una larga exposición técnica sobre la situación económica, Mitterrand lo fulminó diciéndole "Usted, señor Giscard, entiende mucho de números y muy poco de seres humanos".

     El 10 de mayo de 1981, en una elección histórica, François Mitterrand fue electo presidente de Francia. El socialista logró el triunfo con un margen reducido de apenas 3.6%. Se registró ese día una participación electoral del 85.9%. Los socialistas basaron su victoria en el voto de sus bastiones tradicionales del norte, sur y suroeste, pero hicieron progresos considerables en regiones tradicionalmente conservadoras como el occidente, París, Bretaña y algunos departamentos del centro. Mitterrand se llevó la mayoría de los votos en 15 de las 22 regiones del país.


Resultados de las Elecciones Presidenciales del 26 de abril y 10 de mayo de 1981


 
                                                            Primera Vuelta                     Segunda Vuelta               
Candidatos                                           Total de votos        %            Total de votos      %
François Mitterrand (PSF)                   7,505,960            25.8         15,708,262         51.8
Valery Giscard d'Estaing  (UDF)         8,222,432            28.3         14,642,306         48.2
Jacques Chirac (RPR)                          5,225,848           18.0        
Georges Marchais (PCF)                     4,456,922           15.3
Brice Lalonde (ecologistas)                 1,126,254             3.9
Arlette Laguiller (LO)                            668,057            2.3
Michel Crépeau (MRG)                          642,847           2.2
Michel Debré                                         481,821            1.7
(Gaullista independiente)
Marie France Garaud                             386,623            1.3
(Gaullista independiente)
Huguette Borchardeau (PSU)                 321,353            1.1



Total de electores inscritos:  36,398,859     

Participación electoral:       1ª vuelta-  81.1%        2º vuelta- 85.9% 

Fuente:    Mackie, Thomas y Rose, Richard, The Almanac of Electoral History, Third Edition,

                Congressional Quarterly, Washington, D.C., 1991.


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