Al iniciar la segunda década del siglo XXI han surgido con
fuerza movimientos juveniles y estudiantiles en diversas latitudes que han agitado
las conciencias y repercutido notablemente en los sistemas políticos de varias
naciones. En Europa ha sido el movimiento de los Indignados, en Noráfrica, la
primavera árabe, en Estados Unidos Occupy Washington. Incluso en México una significativa
revuelta estudiantil con el nombre Yo Soy 132 ha aparecido en plena campaña
presidencial dándole un nuevo cariz a un proceso electoral que parecía anodino
y que prefiguraba el inminente retorno del PRI al poder. Sin embargo, estos
movimientos estudiantiles, si bien han sido llamados trascendentales de atención
a las conciencia y en algunos casos fueron la causa del derrocamiento de
algunos vetustos regímenes dictatoriales, no han tenido las repercusiones electorales
revolucionarias que cabría esperar como consecuencia de eventos que han sido
tan notables. En España los indignados precedieron a un arrollador triunfo del
conservador Partido Popular en las urnas, mientras que en Túnez y Egipto fueron
partidos islamistas más o menos moderados quienes se vieron beneficiados electoralmente,
y en Estados Unidos Occupy Washington no ha logrado tener, ni de lejos, la una
influencia política y electoral tan concreta como la que ha logrado dentro del
Partido Republicano el derechista Tea Party. Todavía está por verse el efecto
que tendrá el 132 en los comicios mexicanos. En este contexto, valdría la pena
repasar lo que sucedió en Francia con las elecciones parlamentarias celebradas en
1968, convocadas como efecto del histórico movimiento estudiantil conocido como
“El Mayo Francés”.
Al iniciar la
primavera de 1968, Charles de Gaulle estaba por cumplir diez años de ejercer el
poder en Francia. Había gobernado casi con la misma autoridad que la de un
soberano del Ancièn Regime. A los
largo de esta década, el General enterró a una sistema político e instauró otro
diseñado "a su gusto y necesidades", desmanteló al imperio colonial
francés, reformó profundamente al sistema de partidos, desplegó una activa
política exterior (que irritaba más a sus aliados que a sus enemigos) y, lo más
importante, derrotó a todos sus adversarios. La vieja clase política se
revolcaba en la impotencia, los partidarios de la "Argelia francesa"
habían sido humillados y los extremistas -tanto los de izquierda como los de
derecha- estaban completamente neutralizados.
Su triunfo al
interior de Francia había sido tan contundente, que el mundo no tenía más
remedio que tolerar sus extravagancias en política exterior. E incluso después
de su magros triunfos electorales de 1965 y 1967, Charles de Gaulle
"seguía siendo el rey", mas amado y admirado que vilipendiado. Todo
indicaba, al inició de ese inverosímil año que fue 1968 para Francia, México y
varias naciones más, que al mítico Hombre del 18 de junio le esperaba un
plácido retiro tras la finalización de su segundo mandato presidencial, en
medio de la gratitud y apreció de la aplastante mayoría de sus compatriotas.
Sería una especie de "George Washington francés". Pero con mayo
llegaron los estudiantes y las barricadas, y la
historia, esa gran embustera, daría uno más de sus veleidosos giros.
En su balance
económico, el gaullismo había logrado algunos importantes resultados. En el
transcurso de la década 1958-68, el equilibrio de la balanza comercial fue
restablecido, el déficit gubernamental desapareció, el franco recuperó fuerza,
el comercio exterior recibió nuevos bríos, y las finanzas nacionales gozaron de
estabilidad. Pero, por otra parte, se arrastraban graves insuficiencias,
producto de una política social insuficiente, que ponían en riesgo todos los
logros conseguidos. Esta insatisfactoria situación social se mantenía a pesar
de que una de las banderas de régimen gaullista había sido un cierto
"populismo nacionalista" que clamaba por la instauración de una
"nueva sociedad", cuyo único rasgo concreto, además de aparecer
eventualmente en los discursos del presidente, fue el de intentar otorgar a los
trabajadores una mayor participación en ganancias de las empresas donde
trabajaban.
Retórica aparte,
prevalecía en el país una distorsión entre los ingresos de las personas más
asalariadas, las cuales lograron en el período gaullista un incremento de casi
12% en promedio, frente a los menos asalariados, cuyos ingresos habían
aumentado en esta misma etapa, en sólo 3%. Asimismo, Francia padecía un notable
retraso en lo concerniente a la construcción de viviendas, el sistema de
seguridad social adolecía de graves deficiencias y la educación pública estaba
descuidada en todos sus niveles, particularmente en el superior.
En el país seguía
imperando una visible estratificación, que exasperaba sobre todo a los jóvenes
y a la clase obrera. Comparada con el desarrollo social que a la sazón habían
logrado otras naciones europeas como Alemania, el Reino Unido e incluso Italia,
Francia estaba rezagada. Este difícil panorama social empeoró en 1967, cuando
el país debió enfrentar un súbito agravamiento de la situación económica, que
incrementó las ya de por sí serias presiones inflacionarias y arrojó al
desempleo a aproximadamente 450,000 personas.
La administración
gaullista enfrentó los nuevos problemas económicos con una actitud arrogante.
Poco después de ser confirmado como jefe de gobierno, Pompidou demandó a la
Asamblea Nacional plenos poderes por seis meses para gobernar en materia
económica y social; esto, a pesar de que la coalición gubernamental había sido
mermada tras las elecciones de 1967. Los plenos poderes fueron otorgados tras
grandes trabajos, con el voto en contra de la totalidad de la oposición y con
el voto aprobatorio, pero renuente, de los republicanos independientes. Inició
entonces en la política gubernamental una tendencia al endurecimiento. Fueron
aplicadas férreas medidas de austeridad salarial y fiscal, sumamente
impopulares. La mecha que podría hacer estallar una explosión social estaba
lista para que el cerillo de cualquier incidente la hiciera prender.
Pero aún en medio de este desalentador escenario, el General seguía haciendo de las suyas en política exterior. En el breve lapso que duró la tercera legislatura de la V República (1967-68), el presidente francés volvió a vetar al ingreso del Reino Unido a la CEE, humillando una vez más al país que le había dado protección al líder de la Francia Libre en las negras horas de la ocupación nazi. Asimismo, De Gaulle siguió incomodando a Washington, al incrementar sus críticas en contra de la Guerra de Vietnam y al declarar que la política estadounidense era "la mayor amenaza para la paz mundial". El acercamiento de Francia con la URSS y otras naciones comunistas fue fortalecido, mientras que sus relaciones con los aliados occidentales empeoraron. En esta ocasión le toco el turno a Canadá, cuando, en una visita oficial a Montreal, el impredecible General grito ante la multitud "Vive le Québec libre", un episodio que ofendió profundamente a Ottawa.
Así las cosas,
cuando el 1 de mayo de 1968 estalla una revuelta estudiantil en la Universidad
de Nanterre, provocado por estudiantes ultraizquierdistas inspirados en el auge
de la revolución cultural china y en las protestas contra la Guerra de Vietnam,
y dirigidos por un tal Daniel Cohn-Bendit, alias "Dani el Rojo". La
Universidad de Nanterre se clausura, pero el movimiento se traslada a la
Sorbona. En los subsiguientes días de mayo, la movilización estudiantil crece
incontenible, tanto en París como en algunas ciudades del interior. Ante las
dimensiones del dilema, el gobierno sólo se limita a ejercer represión
policiaca y a clausurar la Sorbona. A mediados de mes, la CGT y la mayor parte
de los sindicatos izquierdistas se solidarizan con los estudiantes y declaran una huelga general. En unos cuantos días, el
país entero enfrenta la agitación obrero-estudiantil, mientras que la autoridad
del gobierno desaparece.
¿Como reaccionó
el intrépido Hombre del 18 de junio ante esta crisis? Por primera vez, De Gaulle
flaquea. Al principio, niega la importancia del movimiento, describiéndolo como
"un motín de malos estudiantes", e incluso demuestra su desprecio al
negarse a cancelar una visita programada a Rumania, justo en el momento más
álgido. Pero tras la huelga general la situación se torna crítica, escapando
incluso del control de los sindicatos y del Partido Comunista. Repentinamente,
la suerte del gobierno parece estar en manos de la masa. El 24 de mayo, el
presidente pronuncia un desafortunado discurso televisado, en el que propone la
realización de un referéndum (su viejo subterfugio) para dar una salida a la
crisis. El dos veces salvador de Francia aparece senil y cansado, demostrando
la enorme confusión que en él impera en este momento aciago. El discurso sólo
sirve para atizar el fuego.
El día clave fue
el 29 de mayo. Por la mañana, De Gaulle abandonó sorpresivamente París para
dirigirse, secretamente, a la ciudad alemana de Baden Baden, donde se encuentra
una parte importante del Estado Mayor del ejército francés. Para esa tarde,
estaba anunciada una manifestación monstruo convocada por los comunistas, en la
que participarían todas las principales facciones del movimiento. El temor del
gobierno es que los manifestantes se desvíen hacia el Palacio del Eliseo para exigir la dimisión de De Gaulle y la instauración de un
"gobierno popular". Sin embargo, la izquierda se acobarda. La
solución del "gobierno popular" abriría eventualmente las puertas del
primer magisterio a políticos moderados como Mitterrand o Mendès France,
posibilidad que los comunistas detestan. La división de las izquierdas resulta
fatal para el movimiento, que no es capaz de aprovecharse de la situación. Al
día siguiente el general vuelve triunfante a la capital. Aconsejado por Pompidou,
quien para entonces había logrado establecer un acuerdo de los sindicatos para
que se deslinden del movimiento a cambio de reivindicaciones salariales
sustantivas, el presidente abandona la idea del referéndum y se dirige
nuevamente a sus asustados compatriotas para anunciar la disolución de la
Asamblea Nacional,: "He tomado una decisión, en las presentes
circunstancias, no dimitiré. Tengo un mandato del pueblo y voy a
cumplirlo". De Gaulle vuelve a ser De Gaulle.
¿Cual fue la razón
por la que el presidente viajó a Baden Baden en los momentos cruciales?
Supuestamente, su único motivo es discutir la posibilidad de su renuncia, pero
abundan distintas versiones sobre las verdaderas causas de fondo, que van desde
quienes opinan de que se trató de una retirada estratégica, para hacer sentir a
los franceses aún de manera más acusada la gravedad del "vacío de
poder", hasta quienes denuncian que el General fue a preparar con el
ejército una brutal represión generalizada.
Como sea, el
hecho es que a partir del acobardamiento de sus dirigentes, y del retorno del
presidente a París, el movimiento empieza a declinar aceleradamente. Los
comunistas se dan por bien servidos con la disolución del parlamento y los
sindicatos con las dádivas del primer ministro. Aislados, los dirigentes
estudiantiles quedan irremisiblemente debilitados. Sin el apoyo de los
sindicatos, la situación se normaliza rápidamente. La atemorizada población se
siente aliviada por el fin de la crisis, y valora la restauración de la paz.
Hacia las
elecciones para renovar la Asamblea General, el gran tema de la campaña fue el
miedo. Desde su alocución del día 30, el General es claro al denunciar al
peligro del "totalitarismo comunista", que intentaba hacerse del
poder en el país. El "factor miedo" es muy bien explotado por el
partido gaullista, que se presenta ante el electorado como la única alternativa
plausible frente a la anarquía. El 1 de junio, la UD-VeR se transforma en la
Unión para la Defensa de la República (UDR), organización que, según Pompidou,
se consagrará "a la salvaguardia de
la paz y la libertad". Los gaullistas se dedicaron en el transcurso de su
campaña electoral a acusar constantemente a sus adversarios de izquierda (tanto
a la FGDS como a los comunistas) de "totalitarios" y de haber
intentado imponer una "dictadura comunista" durante los disturbios
estudiantiles. Por su parte, la izquierda partidista se dividió en la campaña
aún más, en medio de reproches mutuos sobre el papel que cada organización
desempeñó, o dejó de desempeñar, en el movimiento de mayo. El Centro Demócrata,
que se encontraba en crisis desde sus desilusionantes resultados de 1967,
participó en la elección de 1968 con la esperanza de mejorar en algo su
representación parlamentaria y tratar de sobrevivir como una fuerza
significativa.
La UDR consiguió
en los comicios generales de 1968 una aplastante victoria, que le reportó una
mayoría sin precedentes en la larga y compleja historia parlamentaria francesa.
Los gaullistas obtuvieron el 60% de los escaños en la Asamblea Nacional (aunque
sólo el 38% de la votación total). En la
otra cara de la moneda, la izquierda sufrió uno de sus peores resultados
electorales del siglo. Tanto la FGDS como el Partido Comunista perdieron,
respectivamente, a más de la mitad de sus diputados, mientras que el PSU que
quedó sin representación en la Asamblea Nacional. Los republicanos
independientes elevaron, una vez más, de forma considerable su número de
diputados (de 41 a 64). El Centro Democrático perdió un total de 12 escaños,
circunstancia que mantenía a esta organización al borde del colapso.
Pero, a pesar de
su contundencia, esta victoria tuvo un carácter pírrico. A De Gaulle lo habían
salvado la indecisión y pusilanimidad de los dirigentes del movimiento de mayo
(que no se decidieron a ocupar el vació de poder que ellos mismos habían
provocado), el terror generalizado de la población y la habilidad de Pompidou, quien fue capaz
de neutralizar a los sindicatos. Como escribió Jean Lacouture, el más brillante
de los biógrafos de De Gaulle, "Su
triunfo final (de De Gaulle) no fue el de Próspero, sino el de Lear. No venció
a la tempestad, sino que se dejó arrastrar por la tormenta, por la debilidad de
sus adversarios y por el terror general.". Y el escritor añade, sobre el
papel de los líderes izquierdistas durante la revuelta, "la nueva izquierda causó pánico, La
vieja izquierda produjo lástima".
El mismo De
Gaulle, con la visión de estadista que siempre le acompañó, no reconoce el
triunfo en estas elecciones. Poco después de celebrados los comicios, comentó a
un colaborador cercano "Esta es la mayoría del miedo, ¿que podemos hacer
con esta gente?"
En junio de 1968,
lo que De Gaulle consiguió en las urnas (y él lo supo desde un principio) fue
una prórroga para su agotada presidencia. La figura del anciano General se
había devaluado definitivamente. Para colmo, el presidente comete otro error:
Decide destituir a Pompidou como primer ministro (pese al buen trabajo que
había efectuado para salvarle el cuello al General), y designar a Maurice Couve
de Murville, ministro del Exterior y gaullista incondicional, quien había sido
el instrumento fiel de algunos de los peores caprichos diplomáticos de su jefe.
El nuevo gabinete fue integrado casi en su totalidad por militantes de la UDR,
acompañados apenas por un puñado de republicanos independientes y por sólo un
ministro sin partido.
Mucho se ha
hablado de la supuesta ingratitud de De Gaulle hacia Pompidou, pero lo cierto
es que con la salida de éste último de un gobierno desgastado se comenzó a preparar
la sucesión presidencial. Libre de cualquier compromiso con la administración
saliente, Pompidou se presentó desde el primer momento como un aspirante
natural para la presidencia. A mediados de 1968, se vislumbraba en el horizonte
político francés el advenimiento del
gaullismo sin De Gaulle.
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