lunes, 2 de abril de 2012

El Aguila y el Zorro




La primera elección directa en la vida de la V República enfrentó a dos hombres sumamente singulares, ambos políticos extraordinarios, llenos de talento, carisma, imaginación y tenacidad. Dos personalidades complejas, arrogantes y algo volubles, que a ratos fueron incomprendidos, y a ratos fueron incapaces de comprender al complejo, arrogante y voluble pueblo que les toco gobernar. Dos magos de la supervivencia y del instinto, caracterizados, sin duda, por grandes cualidades y serios defectos, pero, ante todo, convencidos desde el primer instante de la grandeza de su "destino histórico". Manteniéndose por encima de sus propios partidos, tanto Charles De Gaulle como Francois Mitterrand supieron siempre cuando era necesario ejercer un inteligente pragmatismo, y cuando enarbolar la bandera del idealismo. Los dos fueron capaces de imprimir en Francia sus muy personales estilos de liderazgo, y los dos fueron víctimas de su exceso de soberbia y cinismo. Por encima de sus diferencias ideológicas, son más los rasgos espirituales y psicológicos que unen a estos personajes, que las peculiaridades que los separan. Dos biografías dignas de Plutarco, en un país al que, para su fortuna, casi nunca le han faltado grandes estadistas, por lo menos antes de la llegada de los Sarkozys y Hollands.

     A pesar de lo que indicaban las encuestas apenas semanas antes de celebrarse los comicios, que daban al presidente De Gaulle un cómodo margen a favor, la elección presidencial de 1965 no fue un día de campo para el General. Debieron de celebrarse las dos vueltas estipuladas por la Constitución. Es así como, a partir justamente de la primera justa, las elecciones presidenciales francesas se han convertido en una caja de sorpresas, donde nada está dicho sino hasta que ha sido contado el último voto. Una cierta veleidad del electorado se ha hecho presente cada vez que se celebra en el país una elección presidencial, a pesar de lo cual no puede decirse que los franceses hayan hecho, todavía, una verdaderamente mala elección.

     La principal preocupación que ocupó al gobierno del presidente De Gaulle y del primer ministro Pompidou en el período 1962-65 fue la política exterior. Consumada la reforma institucional, bien encaminada la economía, el país libre de Argelia y de sus colonias, el disciplinado partido gaullista dueño de una cómoda mayoría parlamentaria y el país unido en torno a su popular presidente, la prioridad ahora sería fortalecer la imagen de Francia, recuperar su "grandeur", como insistía el General, quien estaba dispuesto a devolverle al país, a como diera lugar, el sitio de honor que merecía tener bajo el sol. 

     Francia empezó a alejarse notablemente de sus aliados, particularmente de los Estados Unidos, la nación líder del bloque occidental, ante quien De Gaulle tenía la obsesión de demostrar que su país mantenía plena independencia de criterio. Las principales causas de discordia entre París y Washington fueron la política francesa respecto a la OTAN y la crisis en Indochina. De Gaulle se obstinaba en desarrollar un arsenal atómico propio para Francia y en mantener una distancia cada vez más dilatada respecto a la OTAN, organismo que era concebido por el presidente galo como un instrumento de la hegemonía norteamericana. Al ex jefe de la Résistance se le hacía odiosa la idea de que su gran nación se convirtiera en una simple subordinada de Washington, y por ello se comportó como un "gran rebelde", algo que había hecho varias veces a lo largo de su fascinante vida.

     Pero aún más irritante para el Departamento de Estado norteamericano que la política de defensa francesa, resultó ser la actitud que París asumió en relación a la Guerra de Vietnam. El gobierno de De Gaulle se negó a respaldar la intervención militar norteamericana en favor de Vietnam del Sur.  En efecto, para 1964, la crisis de Indochina había llegado a un punto sumamente álgido. Estados Unidos se había comprometido profundamente en el combate contra la "expansión del comunismo" en la zona, por lo que demandaba el mayor apoyo posible por parte de todos sus aliados, tanto de la región del sudeste asiático como de occidente. Francia se desentendió del problema y se negó a intervenir de manera alguna en su ex colonia en favor de Estados Unidos. Por el contrario, se convertiría (dentro del bloque occidental) en la detractora más asidua de la política norteamericana en Indochina.

      También se enrarecieron las relaciones con Alemania, a pesar de que en enero de 1963 De Gaulle firmo con el canciller Konrad Adenauer un histórico tratado franco-alemán de cooperación y amistad, que pretendía terminar de una vez por todas con la secular animadversión que enfrentó por siglos a ambos pueblos. Las discordias entre París y Bonn tuvieron su origen, sobre todo, en aspectos de la vehemente política de defensa del General, en diferencias en torno a la Comunidad Económica Europea y en la buena disposición que Francia demostró en estos años hacia la URSS y las naciones de Europa del Este.



     Con el Reino Unido, la principal causa de discrepancia fue el veto (verificado a principios de 1963) que interpuso De Gaulle en contra del inicio de negociaciones para el ingreso británico a la CEE. París justificó este veto argumentando que la estructura del mercado agrícola del Reino Unido era incompatible con las bases establecidas entre las seis naciones comunitarias y además que Londres intentaría desvirtuar a la CEE para convertirla, eventualmente, en una zona de libre cambio. Pero la razón más escandalosa de De Gaulle había sido que consideraba al Reino Unido como un "Caballo de Troya" de la influencia norteamericana, que trabajaría para hacer del mercado libre europeo una zona económica subordinada a Washington. El presidente francés establecía así un paralelismo entre lo que a su juicio había degenerado la OTAN y lo que podría suceder con las Comunidades Europeas de permitir la entrada de Gran Bretaña.

     Pero, sin duda alguna, la actitud que más perjudicó la relación entre Francia y sus socios europeos fue la denominada política de "silla vacía", que De Gaulle decretara en julio de 1965, y que consistió en el retiro temporal de la presencia de Francia del trabajo de los órganos comunitarios, como protesta contra una iniciativa presentada por el entonces presidente de la Comisión de la CEE, Walter Hallstein, en el sentido de tratar de incrementar las atribuciones de la supranacionalidad. El mandatario francés seguía insistiendo en una "Europa de Estados", razón por la que cualquier pretensión de reforzar la supranacionalidad le parecía inadmisible. La "silla vacía" arriesgó la existencia de la CEE, institución que tanto había contribuido en la recuperación económica de Francia y del resto de sus países afiliados.  

     Como una manera de afianzar su "independencia de criterio" en los asuntos exteriores, De Gaulle impulsó una política de distensión y diálogo con la URSS y las naciones de Europa del Este. Asimismo, Francia fue la primera nación del bloque occidental en establecer relaciones diplomáticas con China Popular. Respecto al campo multilateral, Francia adoptó una postura lamentable, al rehusarse a apoyar las misiones de paz patrocinadas a la sazón por la ONU y al negarse a participar en los esfuerzos en favor desarme, tales como las conversaciones de Ginebra.  

     Dos fueron las principales virtudes de la política exterior de De Gaulle: puso punto final al nocivo inmovilismo en el que Francia había caído durante la IV República, y la gran mayoría de los franceses se sentía orgullosa del nuevo papel que supuestamente su país estaba desempeñando en el mundo (lo que aumentó el prestigio interno del General); pero lo cierto es que dicha política exterior tuvo, a final de cuentas, mas costos que logros auténticamente sustanciales. La contundente verdad era que Francia había pasado militar y políticamente a un segundo plano. De Gaulle fue incapaz de aceptar la aplastante e irrefutable lógica de la posguerra, que imponía a Europa las duras realidades del bipolarismo. Con su romántica, pero arrogante y anacrónica actitud, lejos de recuperar la "grandeur" de Francia, De Gaulle  puso en peligro la estabilidad de la alianza occidental y, lo que fue aún peor, la viabilidad de la CEE, llevando, de paso, a su país al enorme riesgo de quedar aislado. En la actualidad, ya nadie se atreve a discutir el hecho de que  para ninguna nación europea es factible el sostenerse sin la estrecha cooperación económica y política con sus vecinos. El gran estadista que transformó al sistema político de su país y que había liberado a Francia para siempre de sus traumas coloniales, no entendió las grandes realidades internacionales, y se empecinó en defender una lógica mundial que ya había desaparecido.  

    Los dos principales alicientes para los desplantes internacionales de De Gaulle fueron la estabilidad gubernamental y el buen desempeño económico. Con la casa en orden, el General se sentía en posibilidades de promover la grandeza de Francia en el exterior. El gobierno de Pompidou no tuvo mayores problemas para desempeñar sus tareas. La Asamblea Nacional era inocua, en virtud a la confortable mayoría con la que contaban la coalición. Y aunque en el Senado los partidos gaullistas eran minoritarios (tenían apenas 32 escaños de un total de 255), la cámara alta no ejercía facultades legislativas verdaderamente sustantivas, ni el gobierno era responsable de manera alguna ante esta institución. Por otra parte, el orden público había sido restablecido, una vez que las actividades terroristas relacionadas con el problema argelino desaparecieron por completo a lo largo de 1963.

    Casi nada estorbaba a la voluntad del presidente, cosa que exasperaba a la oposición, la cual sentía que sus augurios en cuanto al carácter "monárquico" y "semidictatorial" del régimen de la V República se  estaban cumpliendo. Para los dirigentes de los partidos tradicionales, era un hecho que el sistema había traicionado las prácticas más arraigadas de la política francesa, al haber "degenerado" en una suerte de "presidencialismo a la norteamericana" disfrazado de semipresidencialismo. Sin embargo, a pesar del creciente descontento de la clase política, la mayoría de los franceses valoraba en mucho a la estabilidad de la que gozaba el país.

     También el curso de la economía estaba coadyuvando a engrandecer la popularidad presidencial. Al frente del ministerio de Finanzas había sido designado Valery Giscard, líder de los republicanos independientes, un distinguido egresado de la Escuela Nacional de Administración (ENA), donde han cursado estudios superiores casi todos los tecnócratas de Francia. Giscard se desempeñó eficazmente al frente de las finanzas públicas. Bajo su administración, la economía francesa mantuvo un ritmo de expansión, el cual permitió, entre otras cosas, asimilar sin mayores problemas a los casi 750,000 colonos que debieron regresar de la recién independizada Argelia. Asimismo, en 1965, se logró el primer presupuesto gubernamental balanceado en 30 años. Incluso, Giscard tuvo suerte en combatir la inflación, que manifestó un brote en 1963, mediante un plan de estabilización dirigido a castigar a los egresos del sector público 

     El "pelo en la sopa" en el reinado degaulliano lo constituyó una progresiva conflictividad social, la cual esbozaba ya lo que se dejaría venir en la primavera de 1968. El número de huelgas creció de manera desmedida. La principal causa de discordia entre los sindicatos y el gobierno fue la aplicación de una vieja ley encargada de regular el derecho de huelga, que había quedado pendiente desde 1946. Dicha ley estipulaba la obligación de los sindicatos de advertir sobre el estallamiento de una huelga por lo menos con cinco días de antelación. Esta prescripción les pareció ultrajante a la inmensa mayoría de los sindicatos, entre ellos a los dos más poderosos: la Confederación General del Trabajo (Confédération Général du Travail; CGT) y la Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos (Confédération Française des Travailleurs Chretiens; CFTC). Tiempo después, en el curso de 1964, los sindicatos decretaron una ola de huelgas para protestar en contra al plan de estabilización de Giscard. Los servicios públicos fueron particularmente afectados por estas controversias. Asimismo, en el campo se vivió un período de agitación, a causa de que los constantes excedentes registrados en la producción agrícola perjudicaban constantemente a los precios de garantía.

      Pero no obstante la relativa agitación obrera y agrícola, a principios de 1965 la misión de derrotar al General en la elección presidencial se presentaba quimérica para cualquier político de Francia. De Gaulle era un rey popular que hacía y deshacía a placer, dentro y fuera del país, con el beneplácito de la mayoría de los franceses. La única alterna viable para la oposición era establecer una alianza que comprometiera a todas las fuerzas antigaullistas en el apoyo a un sólo candidato, cosa bastante improbable, en virtud de las obvias diferencias ideológicas que prevalecían entre los partidos tradicionales.

     A finales de 1963, el alcalde socialista de Marsella, Gaston Defferre, anunció formalmente su candidatura a la presidencia, la cual fue confirmada por Congreso de la SFIO en febrero de 1964. Defferre comprendía la necesidad de buscar una unidad lo más amplia posible de la oposición, por lo cual trabajó para tratar de establecer una coalición que incluyera desde los partidos centristas -como el CNIP, el radical y el MRP- hasta a los comunistas. Como era de esperarse, esta pacto fantástico nunca se logró. Los comunistas fueron los primeros en rechazarlo, por lo que Defferre se concentró, en los primeros meses de 1965, en tratar de concretar una alianza con el centro. Un equipo de especialistas redactó para el alcalde de Marsella un ambicioso programa de gobierno denominado "Horizonte 80", el cual pretendía ser lo suficientemente moderado como para resultar atractivo al MRP, al Partido Radical y al CNIP..



     Defferre propuso la creación de una Federación Democrática Socialista, que habría de amalgamar desde a los socialistas hasta los democratacristianos. Pero las diferencias entre las corrientes antigaullistas eran insalvables. Particularmente molesto para los democratacristianos del MRP fue la negativa de los socialistas de incluir en el programa de gobierno la protección estatal para las escuelas confesionales. Para empeorar las cosas, al interior de la SFIO afloraron las divisiones. El principal líder de la organización, Guy Mollet, un viejo adicto del sistema parlamentario, pretendía que en "Horizonte 80" se incluyera la intención de hacer que el primer ministro fuera, de nuevo, la figura predominante del sistema político, cosa que Defferre rechazaba. En junio de 1965, quedaron definitivamente frustrados los intentos de lograr una "gran alianza", por lo que el alcalde de Marsella decidió desistir de su candidatura

     Con Defferre fuera de combate, las posibilidades de reelección de De Gaulle crecieron. En ningún partido aparecía el político que pudiera presentar una digna batalla al General. En este contexto, hizo su aparición François Mitterrand, un controvertido político izquierdista, a la sazón de 49 años, quien siempre se había manejado como un independiente, desconfiado de la estructura burocrática de la SFIO y del caudillismo de Mollet. Mitterrand, quien presidía un club político denominado Unión Democrática y Social de la Resistencia (Union Démocratique et Sociale de la Résistance; UDSR), era respetado por la mayor parte de la izquierda por su capacidad y carisma, pero no faltaba quien lo describiera como un "oportunista". En efecto, como un hábil marinero, Mitterrand sabía navegar según soplaran los vientos. En su, ya para entonces, agitada carrera política, había actuado para Vichy, más tarde para la Résistance, después participó  en el gobierno provisional de De Gaulle, y fue ministro en seis diferentes gabinetes durante la IV República. Al estallar la revuelta independentista en Argelia, Mitterrand declaró "Argelia es Francia. La única negociación posible es la guerra", pero en 1962 abogó en favor de la independencia del país Norafricano. En el momento de lanzar su candidatura presidencial (septiembre de 1965), Mitterrand llevaba años de ser uno de los adversarios más intransigentes a las políticas de De Gaulle.



Mitterrand se presentó como un "candidato republicano" que no representaba una organización política en particular, sino que estaba dispuesto a aceptar a todos los grupos "progresistas" que quisieran apoyarlo. En su plataforma electoral, el jefe de la UDSR proponía disminuir los poderes presidenciales en lo concerniente a la convocatoria a los referéndums y a la declaración del estado de emergencia; derogar a las impopulares restricciones al derecho de huelga; reanudar plenamente la participación de Francia en la CEE (fin de la política de "silla vacía"); reintegrar al país a las conversaciones de desarme de Ginebra; cancelar el programa nuclear; poner fin al giscardiano plan de estabilización económica; efectuar algunas nacionalizaciones de empresas monopólicas; aumentar los presupuestos sociales del Estado (sobre todo en educación);  y disolver de inmediato a la Asamblea Nacional para que, de acuerdo con la nueva mayoría parlamentaria, se designase a un nuevo primer ministro.

     El programa era plenamente aceptable para la totalidad de la izquierda. Además, Mitterrand fue lo suficientemente astuto como para no fomentar la formación de un "Frente Popular" o de una coalición que comprometiera demasiado a los partidos izquierdistas. Si bien es cierto que la UDSR, el PSU y la SFIO integraron una alianza bastante informal denominada Federación de la Izquierda Democrática y Socialista (Fédération de la Gauche Démocratique et Socialiste; FGDS), el candidato pretendía recibir también el apoyo del sector de izquierda del Partido Radical, de los clubs y formaciones de orientación socialista, e incluso del Partido Comunista, cosa que logró a final de cuentas. Es decir, en escasas semanas, Mitterrand consiguió, mediante pocos formalismos, una interesante unión de toda la izquierda.


     El centro, reunido desde 1964 en "Comité de los Demócratas" (que incluía al CNIP, a los radicales moderados y al MRP) postuló formalmente como su candidato a Jean Lecanuet (45 años), máximo dirigente del Movimiento Republicano Popular, luego de que Antoine Pinay se rehusara a participar en la contienda. El centro tradicional había sido severamente castigado en los comicios legislativos de 1962, y un nuevo resultado desastroso pondría en entredicho su supervivencia. Dependería entonces del buen desempeño de Lecanuet (45 años), el futuro de esta corriente política tan arraigada. Destacaba del programa de gobierno del centro su pronunciado europeísmo (lamentaba profundamente la crisis de la "silla vacía"), su intención de normalizar las relaciones de Francia con la OTAN, la disposición de implementar una política económica menos entregada a Laisser aire y más orientado a una economía social de mercado, y su advertencia de que el país necesitaba de una opción de centro poderosa para el futuro. Sin embargo, a pesar de que Lecanuet contó con el apoyo de respetadas personalidades -como Jean Monnet, Jacques Soustelle y el ex premier democristiano Pierre Pflimlin- al comenzar la campaña las encuestas no dejaban entrever buenas espectativas.

     Candidatos menores fueron: Jean Louis Tixier Vignancourt, postulado la extrema derecha ultranacionalista, famoso abogado que participó en la defensa de connotados militantes de la OAS; el senador Pierre Marcilhacy, apoyado por pequeños grupos liberales;  y Marcel Barbu, dirigente de un amplio movimiento de comunidades cooperativas. 

     El último en dar a conocer oficialmente su candidatura fue el presidente De Gaulle, quien mantuvo el suspenso hasta el 4 de noviembre, es decir, justo a un escaso mes de celebrarse las elecciones. Desde luego, a pesar de su pretendida "indecisión", toda Francia estaba segura, por lo menos desde mediados de año, que el General aspiraría a la reelección. La plataforma gaullista convocaba al país a "continuar con la profunda tarea de renovación nacional que inició en 1958". Además de la UNR-UDT, apoyaron la candidatura de De Gaulle los republicanos independientes, y algunas personalidades destacadas de otros partidos, como el radical moderado Edgar Faure. 

     Al arrancar la campaña (oficialmente, las campañas electorales en Francia duran tres semanas) De Gaulle contaba con una abrumadora ventaja. De acuerdo con las encuestas, el General contaba con más del 60% de las preferencias, porcentaje que, de confirmarse en las urnas, haría innecesaria una segunda vuelta. Empero, las cosas estaban destinadas a no ser tan sencillas. En esta elección presidencial, como en todas las subsiguientes hasta la fecha, fue especialmente importante el papel de los medios masivos de comunicación. Todos los partidos tuvieron acceso gratuito a tiempos en la radio y televisión estatales, lo que fue muy bien aprovechado tanto por Mitterrand como por Lecanuet para dar a conocer sus plataformas electorales. Particularmente beneficiado fue el candidato del centro, el menos conocido de los tres grandes protagonistas, quien empezó a robarle votos conservadores al presidente.



     Día a día, la competencia se hacía más cerrada. Para contraatacar, el presidente también empezó incursionar en los medios. De Gaulle siempre fue un maestro en el manejo a los medios de comunicación. Sus célebres discursos televisados, algunos de ellos históricos, conmocionaban al país, lo mismo que sus numerosas conferencias de prensa. El "don de la palabra" siempre lo acompaño. Sin embargo, en esta ocasión era notorio que su equipo se había confiado demasiado, dejando por mucho tempo el camino libre a los adversarios del presidente, quienes, por otro lado, tuvieron el talento de no identificarse con la clase política del pasado. Tanto Mitterrand como Lecanuet, hombres relativamente jóvenes, evitaron presentarse como representantes de la fallida IV República. Por el contrario, se dijeron miembros de una nueva generación de políticos, con la vista bien puesta en el porvenir, en contraste con el soberbio y anciano General que vivía de sus glorias del pasado. Mitterrand atacó el dudoso récord social del gobierno, mientras que Lecanuet describió la política exterior de De Gaulle (en especial el incidente de la "silla vacía") como un peligro para el futuro de Francia.

     Como resultado de la revitalización de las campañas de la oposición, De Gaulle no pudo conseguir la mayoría absoluta en la primera vuelta. El presidente debió conformarse con el 44.6% de los votos, frente al 31.7% de Mitterrand y el 15.6% del sorprendente Lecanuet. El relativamente buen resultado de este último otorgaba nuevas perspectivas al centro para su supervivencia. Por su parte, los tres aspirantes menores quedaron demasiado rezagados.

      Procedía la celebración de una segunda vuelta, en la que participarían los dos candidatos mejor situados: De Gaulle y Mitterrand. Mucho dependería para definir el resultado la actitud que asumirían los candidatos eliminados. Lecanuet no recomendó explícitamente votar por Mitterrand, pero sí convocó a sus seguidores a no votar por De Gaulle, y destacó las coincidencias entre su programa y el del candidato de izquierda, sobre todo en lo concerniente a la CEE. El CNIP dejó a sus militantes plena libertad de elección, mientras que, en una actitud algo sorpresiva, Tixier Vignencourt llamó a votar por el socialista, como una forma de vencer a De Gaulle "a como diera lugar". A Mitterrand también lo apoyaron Marcilhacy y Barbu. En otras palabras, la totalidad de los candidatos descartados prefería, de una u otra manera, ver derrotado al padre de la V República, factor que, aparentemente, constituía una ventaja para Mitterrand.  

      Las intervenciones en la televisión fueron claves en la lucha por obtener los votos centristas. Mitterrand intentó explotar los temas de política exterior, destacando lo vital que resultaba para Francia el normalizar sus relaciones con sus socios comunitarios y con la alianza atlántica. Esperaba lograr una coalición antidegaulliana informal que resultara definitiva. Pero De Gaulle recordó a sus compatriotas todos los invaluables servicios que había prestado a su patria a lo largo de toda su vida, y solicitó un nuevo mandato para concluir la tarea que él había iniciado, y asegurar así la total rehabilitación de Francia. Además, subrayó los importantes éxitos en materia económica de su administración, y puso en duda lo solidez de la alianza de la izquierda, que, de triunfar, "aniquilaría, sin duda, la preciada estabilidad política, alcanzada con tantos trabajos". De Gaulle hizo todo esto utilizando una retórica poderosa y emotiva. El "don de la palabra" había vuelto a beneficiar a su favorito.

     De Gaulle se impuso en la segunda vuelta con una ventaja de diez puntos porcentuales. Era claro que los electores centristas habían ignorado las directrices de los partidos. Empero, este constituyó  un resultado magro para el héroe de la Résistance. Aunque el presidente garantizó un nuevo mandato presidencial, durante la campaña se habían hecho evidentes los defectos de los que adolecía el viejo líder: su soberbia frente a la oposición, su errática política exterior y su ausencia de propuestas para enfrentar los problemas sociales del país. En contraste, tanto Mitterrand como Lecanuet salieron muy fortalecidos de la contienda, al quedar convertidos en dos figuras influyentes dentro de la política francesa, para quienes podría haber nuevas oportunidades en el futuro. En más de un sentido, la elección de 1965 marcó el inicio del declive del gaullismo.

     Otra característica de los comicios de este año fue la elevada personalización de la campaña electoral, fomentada en buen grado por los medios masivos de comunicación. La importancia de los partidos y los programas de gobierno quedaba relegada frente a las figuras personales de los candidatos. Este fenómeno se ha confirma cada vez que lo franceses acuden a las urnas para elegir a su presidente.

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