lunes, 23 de abril de 2012

Dicen que soy aburrido: La Elección Presidencial en Argentina de 1999



Paradójico, por decir lo menos, fue el legado de la presidencia de Carlos Saúl Menem, pintoresco y controvertido personaje que logró vencer la desbocada inflación crónica tan característica de la Argentina de la posguerra, pero que se enseñoreo en la frivolidad, la corrupción y el cinismo, y cuyo gobierno termino con el país al borde del desastre. Debe decirse que muy popular fue Carlitos la mayor parte de su administración, hasta que el modelo falsamente liberal, despilfarrador e irresponsable que escogió para la Argentina empezó a mostrar signos de debilidad a finales de los noventa. Fue solo entonces que tanta venalidad empezó a indignar a la mayoría de electores argentinos, con tan mala memoria, ellos, que alegremente participaron en los años locos del derroche.
Menem logró reformar la constitución para reelegirse en la presidencia y gobernó al país por poco más de una década gozando casi siempre de amplias mayorías parlamentarias, e incluso intento postularse para un tercer mandato consecutivo, a pesar de que la Constitución lo prohibía. Pero para ese momento el peronismo parecía ya estar condenado.  El presidente había condicionado sobremanera la campaña electoral. El  candidato oficial del partido Justicialista (peronista), Eduardo Duhalde, entró en liza enfrentado al presidente, afectado por las numerosas y profundas pugnas internas del peronismo y cargando el peso del desgaste de los 10 años en el poder de Menem, cuyo modelo empezaba a resquebrajarse de forma acelerada. Y todo esto a pesar de que el candidato de la alianza opositora era un personaje gris, en un país amante de los caudillos: Fernando de la Rúa, quien pasó a la historia como uno de los mejores ejemplos del llamado “carisma del anticarisma”. La campaña presidencial de de la Rúa es un ejemplo singular de cómo es posible sacar partido incluso de las debilidades más obvias, siempre y cuando existan una buena publicidad y una coyuntura ad hoc.

 

Duhalde había tenido una buena gestión como gobernador de la provincia de Buenos Aires, pero ello no le bastaba para garantizar su triunfo en los comicios presidenciales. El primer gran escollo que debía vencer el gobernador era la malquerencia que le profesaba el presidente, por razones tanto personales como ideológicas, ya que Duhalde, peronista tradicional, guardaba gran apego a la idea del Estado bienestar y rector de la economía, y encajaba muy mal el pretendido “neoliberalismo” de Menem. Por otro lado, Duhalde contaba con su enorme base de poder provincial en la entidad más poblada e importante del país. Había una clara tendencia que otorgaba a los caudillos territoriales del peronismo gran poder en los órganos de dirección del Partido Justicialista. También decisivos para las aspiraciones del gobernador resultaron ser los malos resultados del peronismo en los comicios legislativos parciales de 1997, cuando la recién creada Alianza entre el Frepaso (disidentes peronistas de izquierda) y la UCR batió al Justicialismo, ocasionándole su primera derrota en las urnas desde 1987 y la primera estando en el Gobierno desde 1946. La derrota peronista era un claro reflejo del creciente descontento ciudadano con los excesos del menemismo. Creció entonces la noción  de que el Justicialismo debía dar un claro cambio de rumbo si pretendía tener alguna posibilidad frente a la Alianza opositora en los comicios presidenciales de 1999.

Menem trató de eludir toda responsabilidad por el revés electoral en las elecciones de término medio con el argumento de que, a fin de cuentas, su nombre no había estado impreso en las boletas, y fue Duhalde quien dio la cara ante la opinión pública. Más adelante el encono entre estos dos personajes se intensificó con los insensatos esfuerzos del presidente de intentar la "re-reelección" presidencial en 1999, recurriendo, si era preciso, a una nueva modificación constitucional. Duhalde reaccionó furiosamente a estos desatinos y con él se alinearon la mayor parte de los grandes Barones del peronismo. Pero no fue sino hasta marzo de 1999, sus índices de aceptación hundidos en las encuestas, cuando la aspiración del mandatario quedó definitivamente cancelada al rechazar la Cámara de Diputados la segunda reelección presidencial por 159 votos sobre 257. Es decir, Menem apeló hasta la última instancia, n ahorrando ni un solo día de desgaste a su partido en una lucha que a todas luces parecía perdida de antemano.


Duhalde fue proclamado candidato presidencial por el partido sin necesidad de disputar primarias. Su compañero de fórmula fue Ramón Palito Ortega, ídolo de la canción popular argentina en la década de los setenta y gobernador de Tucumán entre 1991 y 1995. Duhalde gozaba de indudable popularidad en las zonas populares y obreras de la Provincia de Buenos Aires, tradicionales bastiones peronistas. Además, repentinamente sus posibilidades de victoria parecieron ganar fuerza cuando en las primarias celebradas por la Alianza, en noviembre de 1998, salió triunfador el radical Fernando de la Rúa, el austero y monocorde alcalde de Buenos Aires, sobre la activista Graciela Fernández Meijide, mucho más carismática, popular y muy temida por el peronismo. Fernando de la Rúa, profesor de Derecho Procesal en la Universidad de Buenos Aires, entró en política muy joven. A los 18 años se afilió a la Unión Cívica Radical (UCR), y a los 26 formó parte del Gabinete de Arturo Illia entre 1963 y 1966. Más tarde fue senador y diputado, hasta que en 1996 se convirtió en el primer alcalde de Buenos Aires electo en las urnas. Llevó de la Rúa como compañero de fórmula para la vicepresidencia de la Nación al peronista disidente Carlos “Chacho” Álvarez.
La campaña duhaldista enfatizaba la necesidad de extender una mayor protección social, haciendo un ostensible desmarque de las políticas menemistas que, según el candidato peronista, sólo tenían ojos para la apertura, desregulación y privatización de la industria nacional, el monetarismo y la lucha contra la inflación. La premisa consistía en que el modelo de Menem de “liberalismo a ultranza” estaba agotado y que había que aplicar recetas nuevas para ahuyentar los nubarrones de crisis económica que amagaban con descargar furiosamente tras una década de crecimiento y estabilidad.
¡Y vaya que había nubarrones en el horizonte! 1999 iba a terminar con un decrecimiento del PIB del -3,4%, provocada por la caída de las exportaciones consecuencia de la tasa de cambio fija entre el peso y el dólar (la famosa “dolarización” de la economía), déficit fiscal de 7,000 millones de dólares, una deuda externa pública de 145,000 millones y un índice de desempleo del 14%. Frente a este lúgubre panorama, Duhalde propuso un plan de reducciones de los impuestos al consumo y la congelación de los despidos en las empresas zarandeadas por la crisis a cambio de beneficios fiscales para los patronos.


Frente a esto de la Rúa enarboló la bandera de la anticorrupción. "Nuestra sociedad condena la corrupción, quiere que se termine y yo voy a terminar con ella", decía el candidato aliancista, prometiendo investigar con efectos retroactivos los grandes escándalos de la época menemista como el contrato IBM-Banco Nación, la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador (que violaba el embargo decretado por la ONU) y tantas anormalidades más. Quería de la Rúa una revolución ética, "La base de la República es la ética y hay que hacer que la gente recupere la confianza en el Estado, en la ley, en la justicia, en los gobernantes. Es un cambio importante que precisa ejemplaridad, austeridad y virtud, pero también habría que destacar las cosas buenas que existen", declaraba. Pero El aspirante opositor no era muy claro en la forma en la que trataría de sacar al país de sus obvias dificultades financieras. Su falta de carisma era, para muchos, exasperante, y sus detractores le consideran lento de reflejos a la hora de tomar decisiones, cosa que habría de comprobarse, fatalmente, años después, ya presidente de la Rúa y con la ominosa crisis del corralito” que lo llevaría a dimitir a su mandato.

Pero no nos adelantemos. Lo cierto es que la Alianza no lograba rebasar al peronismo en las encuestas pesar de la erosión del peronismo tras una década de Menem. Fue entonces, según cuentan los protagonistas de la campaña aliancista, que en “una noche de abril”, el junior del candidato, Antonio (ex de Shakira) y los miembros más jóvenes del equipo llegaron con una idea atrevida y original. ¡Yo no puedo decir esto!", exclamó De la Rúa. "Están locos", clamaban los asesores más experimentados. Se dice que el debate llevó horas, hasta que el candidato accedió. Se trataba de grabar un spot en el que de la Rúa admitía con audacia inusual su falta de carisma. "Dicen que soy aburrido. Pues bien, se va a acabar la fiesta para unos pocos, para los que andan con Ferrari...". "No soy ningún aburrido. Pero no voy a admitir el jolgorio, la frivolidad, la fiesta para unos pocos cuando tantos sufren".  Fue el comienzo de una transformación que, pocos lo dudan en Argentina, convirtió al aburrido en presidente electo. "De la Rúa es una de las diez marcas más conocidas de la Argentina", se congratularon pronto los asesores de campaña.



Fue una idea controvertida que funcionó y tuvo un final feliz. Nació cuando, poco antes, el senador peronista Antonio Cafiero había encontrado un sarcasmo contra el candidato de la Alianza: "No hay nada más aburrido que un domingo de lluvia, sin fútbol y con De la Rúa como presidente". Entonces a algún asesor aliancista se le ocurrió pensar: "Hay que convencer a la gente no de que De la Rúa se puede parecer al excéntrico de Menem, sino de que la Argentina se tiene que parecer a De la Rúa". Y al candidato, tan reticente al principio, poco a poco le empezó a gustar la idea. "Se empezó a encontrar. Sacó de adentro de él una personalidad, vaya a saber por qué, que empezó a tener una fuerza...”, decían sus asesores, quienes cuentan que de la Rúa tuvo que repetir hasta 50 veces el discurso del spot. "Cuando me fui”, le confesó uno de ellos a el periódico El País, “pensé: este tipo no me va a querer ver nunca más". Pero la verdad es que la frase causó conmoción. Se dice que la gente le gritaba en la calle como saludo “buen día, aburrido”. Le pedían al candidato que "hiciera el aburrido", en sus visitas y viajes de campaña. Y no era como escarnio, sino que transmitió lo que se quería de él mostrar a un tipo capaz de hablar de lo que sea. Hablaba con honestidad, ajeno a la frivolidad y corrupción de los años precedentes, pero, muy importante, borraba la idea de que se trataba de un hombre dubitativo, “Porque se podía ser presidente y aburrido, pero no se puede ser presidente dubitativo o débil. Era poner a la gente a hablar de lo que nosotros queríamos que hablara y olvidar lo que nosotros queríamos que olvidara", aseguraron los publicistas, que se referían a su candidato como "el producto". "No podés pretender que el candidato sea perfecto, el candidato es como es y es justo presentarlo como es. No se puede engañar a la gente”.


Las elección es presidenciales argentinas se saldaron con un triunfo de Fernando de la Rúa, quien obtuvo 48.37% de los votos en la primera vuelta, diez punto por encima que su principal adversario, el peronista Eduardo Duhalde. Logró la victoria enarbolando un programa electoral poco ambicioso donde lo único claro era que se comprometía a combatir la corrupción. Como presidente fue un auténtico fiasco. Debió renunciar obligado por una insurrección ciudadana como consecuencia del corralito. Pero esa es otra historia.
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