Paradójico, por decir lo menos, fue el legado de la
presidencia de Carlos Saúl Menem, pintoresco y controvertido personaje que
logró vencer la desbocada inflación crónica tan característica de la Argentina
de la posguerra, pero que se enseñoreo en la frivolidad, la corrupción y el
cinismo, y cuyo gobierno termino con el país al borde del desastre. Debe
decirse que muy popular fue Carlitos la mayor parte de su administración, hasta
que el modelo falsamente liberal, despilfarrador e irresponsable que escogió
para la Argentina empezó a mostrar signos de debilidad a finales de los noventa.
Fue solo entonces que tanta venalidad empezó a indignar a la mayoría de
electores argentinos, con tan mala memoria, ellos, que alegremente participaron
en los años locos del derroche.
Menem logró reformar la constitución para reelegirse en la
presidencia y gobernó al país por poco más de una década gozando casi siempre
de amplias mayorías parlamentarias, e incluso intento postularse para un tercer
mandato consecutivo, a pesar de que la Constitución lo prohibía. Pero para ese
momento el peronismo parecía ya estar condenado. El presidente había condicionado sobremanera
la campaña electoral. El candidato oficial
del partido Justicialista (peronista), Eduardo Duhalde, entró en liza
enfrentado al presidente, afectado por las numerosas y profundas pugnas
internas del peronismo y cargando el peso del desgaste de los 10 años en el
poder de Menem, cuyo modelo empezaba a resquebrajarse de forma acelerada. Y
todo esto a pesar de que el candidato de la alianza opositora era un personaje
gris, en un país amante de los caudillos: Fernando de la Rúa, quien pasó a la
historia como uno de los mejores ejemplos del llamado “carisma del
anticarisma”. La campaña presidencial de de la Rúa es un ejemplo singular de
cómo es posible sacar partido incluso de las debilidades más obvias, siempre y
cuando existan una buena publicidad y una coyuntura ad hoc.
Duhalde había tenido una buena gestión como gobernador de la
provincia de Buenos Aires, pero ello no le bastaba para garantizar su triunfo
en los comicios presidenciales. El primer gran escollo que debía vencer el
gobernador era la malquerencia que le profesaba el presidente, por razones
tanto personales como ideológicas, ya que Duhalde, peronista tradicional,
guardaba gran apego a la idea del Estado bienestar y rector de la economía, y
encajaba muy mal el pretendido “neoliberalismo” de Menem. Por otro lado, Duhalde
contaba con su enorme base de poder provincial en la entidad más poblada e
importante del país. Había una clara tendencia que otorgaba a los caudillos
territoriales del peronismo gran poder en los órganos de dirección del Partido
Justicialista. También decisivos para las aspiraciones del gobernador
resultaron ser los malos resultados del peronismo en los comicios legislativos
parciales de 1997, cuando la recién creada Alianza entre el Frepaso (disidentes
peronistas de izquierda) y la UCR batió al Justicialismo, ocasionándole su
primera derrota en las urnas desde 1987 y la primera estando en el Gobierno
desde 1946. La derrota peronista era un claro reflejo del creciente descontento
ciudadano con los excesos del menemismo. Creció entonces la noción de que el Justicialismo debía dar un claro
cambio de rumbo si pretendía tener alguna posibilidad frente a la Alianza
opositora en los comicios presidenciales de 1999.
Menem trató de eludir toda responsabilidad por el revés electoral en las elecciones de término medio con el argumento de que, a fin de cuentas, su nombre no había estado impreso en las boletas, y fue Duhalde quien dio la cara ante la opinión pública. Más adelante el encono entre estos dos personajes se intensificó con los insensatos esfuerzos del presidente de intentar la "re-reelección" presidencial en 1999, recurriendo, si era preciso, a una nueva modificación constitucional. Duhalde reaccionó furiosamente a estos desatinos y con él se alinearon la mayor parte de los grandes Barones del peronismo. Pero no fue sino hasta marzo de 1999, sus índices de aceptación hundidos en las encuestas, cuando la aspiración del mandatario quedó definitivamente cancelada al rechazar la Cámara de Diputados la segunda reelección presidencial por 159 votos sobre 257. Es decir, Menem apeló hasta la última instancia, n ahorrando ni un solo día de desgaste a su partido en una lucha que a todas luces parecía perdida de antemano.
Menem trató de eludir toda responsabilidad por el revés electoral en las elecciones de término medio con el argumento de que, a fin de cuentas, su nombre no había estado impreso en las boletas, y fue Duhalde quien dio la cara ante la opinión pública. Más adelante el encono entre estos dos personajes se intensificó con los insensatos esfuerzos del presidente de intentar la "re-reelección" presidencial en 1999, recurriendo, si era preciso, a una nueva modificación constitucional. Duhalde reaccionó furiosamente a estos desatinos y con él se alinearon la mayor parte de los grandes Barones del peronismo. Pero no fue sino hasta marzo de 1999, sus índices de aceptación hundidos en las encuestas, cuando la aspiración del mandatario quedó definitivamente cancelada al rechazar la Cámara de Diputados la segunda reelección presidencial por 159 votos sobre 257. Es decir, Menem apeló hasta la última instancia, n ahorrando ni un solo día de desgaste a su partido en una lucha que a todas luces parecía perdida de antemano.
Duhalde fue proclamado candidato presidencial por el partido sin necesidad de
disputar primarias. Su compañero de fórmula fue Ramón Palito Ortega,
ídolo de la canción popular argentina en la década de los setenta y gobernador
de Tucumán entre 1991 y 1995. Duhalde gozaba de indudable popularidad en las
zonas populares y obreras de la Provincia de Buenos Aires, tradicionales
bastiones peronistas. Además, repentinamente sus posibilidades de victoria
parecieron ganar fuerza cuando en las primarias celebradas por la Alianza, en
noviembre de 1998, salió triunfador el radical Fernando de la Rúa, el austero y
monocorde alcalde de Buenos Aires, sobre la activista Graciela Fernández
Meijide, mucho más carismática, popular y muy temida por el peronismo. Fernando
de la Rúa, profesor de Derecho Procesal en la Universidad de Buenos Aires, entró
en política muy joven. A los 18 años se afilió a la Unión Cívica Radical (UCR),
y a los 26 formó parte del Gabinete de Arturo Illia entre 1963 y 1966. Más
tarde fue senador y diputado, hasta que en 1996 se convirtió en el primer alcalde
de Buenos Aires electo en las urnas. Llevó de la Rúa como compañero de fórmula
para la vicepresidencia de la Nación al peronista disidente Carlos “Chacho”
Álvarez.
La campaña duhaldista enfatizaba la necesidad de
extender una mayor protección social, haciendo un ostensible desmarque de las
políticas menemistas que, según el candidato peronista, sólo tenían ojos para
la apertura, desregulación y privatización de la industria nacional, el
monetarismo y la lucha contra la inflación. La premisa consistía en que el
modelo de Menem de “liberalismo a ultranza” estaba agotado y que había que
aplicar recetas nuevas para ahuyentar los nubarrones de crisis económica que
amagaban con descargar furiosamente tras una década de crecimiento y
estabilidad.
¡Y vaya que había nubarrones en el horizonte! 1999 iba a terminar con un
decrecimiento del PIB del -3,4%, provocada por la caída de las exportaciones
consecuencia de la tasa de cambio fija entre el peso y el dólar (la famosa “dolarización”
de la economía), déficit fiscal de 7,000 millones de dólares, una deuda externa
pública de 145,000 millones y un índice de desempleo del 14%. Frente a este
lúgubre panorama, Duhalde propuso un plan de reducciones de los impuestos al
consumo y la congelación de los despidos en las empresas zarandeadas por la
crisis a cambio de beneficios fiscales para los patronos.
Frente a esto de la Rúa enarboló la bandera de la anticorrupción.
"Nuestra sociedad condena la corrupción, quiere que se termine y yo voy a
terminar con ella", decía el candidato aliancista, prometiendo investigar
con efectos retroactivos los grandes escándalos de la época menemista como el
contrato IBM-Banco Nación, la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador (que
violaba el embargo decretado por la ONU) y tantas anormalidades más. Quería de
la Rúa una revolución ética, "La base de la República es la ética y hay
que hacer que la gente recupere la confianza en el Estado, en la ley, en la
justicia, en los gobernantes. Es un cambio importante que precisa ejemplaridad,
austeridad y virtud, pero también habría que destacar las cosas buenas que
existen", declaraba. Pero El aspirante opositor no era muy claro en la
forma en la que trataría de sacar al país de sus obvias dificultades
financieras. Su falta de carisma era, para muchos, exasperante, y sus
detractores le consideran lento de reflejos a la hora de tomar decisiones, cosa
que habría de comprobarse, fatalmente, años después, ya presidente de la Rúa y
con la ominosa crisis del corralito” que lo llevaría a dimitir a su mandato.
Pero no nos adelantemos. Lo cierto es que la Alianza no
lograba rebasar al peronismo en las encuestas pesar de la erosión del peronismo
tras una década de Menem. Fue entonces, según cuentan los protagonistas de la
campaña aliancista, que en “una noche de abril”, el junior del candidato, Antonio
(ex de Shakira) y los miembros más jóvenes del equipo llegaron con una idea
atrevida y original. ¡Yo no puedo decir esto!", exclamó De la Rúa.
"Están locos", clamaban los asesores más experimentados. Se dice que el
debate llevó horas, hasta que el candidato accedió. Se trataba de grabar un
spot en el que de la Rúa admitía con audacia inusual su falta de carisma. "Dicen
que soy aburrido. Pues bien, se va a acabar la fiesta para unos pocos, para los
que andan con Ferrari...". "No soy ningún aburrido. Pero no voy a
admitir el jolgorio, la frivolidad, la fiesta para unos pocos cuando tantos
sufren". Fue el comienzo de una
transformación que, pocos lo dudan en Argentina, convirtió al aburrido en
presidente electo. "De la Rúa es una de las diez marcas más conocidas de
la Argentina", se congratularon pronto los asesores de campaña.
Fue una idea
controvertida que funcionó y tuvo un final feliz. Nació cuando, poco
antes, el senador peronista Antonio Cafiero había encontrado un sarcasmo contra
el candidato de la Alianza: "No hay nada más aburrido que un domingo de
lluvia, sin fútbol y con De la Rúa como presidente". Entonces a algún
asesor aliancista se le ocurrió pensar: "Hay que convencer a la gente no
de que De la Rúa se puede parecer al excéntrico de Menem, sino de que la
Argentina se tiene que parecer a De la Rúa". Y al candidato, tan reticente
al principio, poco a poco le empezó a gustar la idea. "Se empezó a
encontrar. Sacó de adentro de él una personalidad, vaya a saber por qué, que
empezó a tener una fuerza...”, decían sus asesores, quienes cuentan que de la
Rúa tuvo que repetir hasta 50 veces el discurso del spot. "Cuando me fui”,
le confesó uno de ellos a el periódico El País, “pensé: este tipo no me va a
querer ver nunca más". Pero la verdad es que la frase causó conmoción. Se
dice que la gente le gritaba en la calle como saludo “buen día, aburrido”. Le pedían
al candidato que "hiciera el aburrido", en sus visitas y viajes de
campaña. Y no era como escarnio, sino que transmitió lo que se quería de él mostrar
a un tipo capaz de hablar de lo que sea. Hablaba con honestidad, ajeno a la
frivolidad y corrupción de los años precedentes, pero, muy importante, borraba
la idea de que se trataba de un hombre dubitativo, “Porque se podía ser
presidente y aburrido, pero no se puede ser presidente dubitativo o débil. Era
poner a la gente a hablar de lo que nosotros queríamos que hablara y olvidar lo
que nosotros queríamos que olvidara", aseguraron los publicistas, que se
referían a su candidato como "el producto". "No podés pretender
que el candidato sea perfecto, el candidato es como es y es justo presentarlo
como es. No se puede engañar a la gente”.
Las elección es presidenciales
argentinas se saldaron con un triunfo de Fernando de la Rúa, quien obtuvo
48.37% de los votos en la primera vuelta, diez punto por encima que su principal
adversario, el peronista Eduardo Duhalde. Logró la victoria enarbolando un
programa electoral poco ambicioso donde lo único claro era que se comprometía a
combatir la corrupción. Como presidente fue un auténtico fiasco. Debió renunciar
obligado por una insurrección ciudadana como consecuencia del corralito. Pero
esa es otra historia.
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