En el año 2003 fue estrenada una curiosa película que se llama Spinning Boris y que trataba de la forma supuestamente “milagrosa” en la que tres consultores políticos norteamericanos lograban reconstruir a la “american way” la imagen impopular, desprestigiada, cansina, enfermiza e incluso alcoholizada del presidente Yeltsin hasta lograr lo que parecía su muy improbable reelección en las elecciones presidenciales rusas de 1996. Aunque la contribución de los asesores norteamericanos (Gorton, Dresner, and Shumate en la vida real) que es el tema de esta película no dejó de tener sus virtudes, la realidad es que más que la reconstrucción de un candidato que aparecía cachondo, alegre y bailarín en los actos de campaña fue una intensa campaña de desprestigio al adversario comunista, de miedo al retorno a un negro pasado y (debe decirse) a un sinfín de manipulaciones del sistema electoral y fraudes las que permitieron al buen Boris obtener la reelección para un mandato que ni siquiera terminó, viéndose obligado por su quebrantada salud a renunciar a la presidencia y dejar la estafeta a Vladimir Putin al principiar el año 2000.
Claro que fue un milagro la reelección de Yeltsin. A
principio de 1996 hasta su esposa Naina le decía a Boris que era mejor no presentarse
como candidato. "porque la gente vive demasiado mal en nuestro país".
En aquella época, los sondeos sólo le concedían al mandatario un 6% de
intención de voto. Rusia
atravesaba por una angustiosa encrucijada. ¿Verdaderamente el país más extenso
del mundo avanzaba hacia la instauración de una democracia estable, o la guerra
en Chechenia es el primer episodio de la restauración de un régimen
autoritario? ¿Podrán los rusos superar la crisis que afecta a su economía y
tener éxito en la construcción de un sistema eficaz de libre mercado, o
resucitará de su tumba el comunismo? ¿Que augura para Rusia y para el mundo el
resurgimiento del ultranacionalismo eslavófilo?
En diciembre de 1995 se habían celebrado elecciones para renovar a la cámara baja del parlamento, en la que salió fortalecido el Partido Comunista, liderado por Gyennadi Ziuganov, el cual se ha caracterizado por su intransigente oposición a las reformas de tipo liberal que ha efectuado el gobierno desde la ascensión al poder del presidente Yeltsin. Asimismo, mantuvieron una presencia importante en el parlamento las organizaciones ultranacionalistas que demandaban el restablecimiento de Rusia, a-como-diera-lugar como una potencia mundial “de primer orden. Tendencias chauvinistas eslavófilas, las cuales, desde el siglo XIX han mantenido una presencia notable dentro de la sociedad rusa, incluso durante el largo período que duró el régimen comunista.
Además,
las credenciales democráticas del Yeltsin se pusieron en tela de juicio con la
sangrienta guerra en Chechenia, la cual no sólo fue prueba de que los viejos
métodos autoritarios no habían sido desterrados del ánimo de los gobernantes de
Moscú, sino que también coadyuvó a evitar la entrada de cuantiosas inversiones
del exterior, las cuales resultan vitales para la recuperación económica del
país. Para colmo, en los comicios de 1995 los comunistas aparecieron como la
formación con mayor número de diputados, mientras que las fuerzas reformistas
salieron debilitadas.
Por
otra parte, poderosos factores trabajan en contra de la consolidación de un
régimen democrático. El crecimiento de mafias organizadas, que funcionan en
prácticamente todos los medios oficiales y no oficiales se habían convertido en
una pesadilla para el Estado ruso y en una amenaza constante para la seguridad
de los ciudadanos, particularmente de los hombres de negocios. A pesar de
haberse registrado en los últimos meses algunas mejoras en algunos índices
económicos, el desempleo y la carestía siguen atosigando a la mayoría de la
población. La crisis chechena demostró, una vez más, la carencia en Rusia de
una verdadera identidad nacional y es un indicio de que infinidad de conflictos
regionales podrían estallar próximamente. Pero, tal vez, lo más grave fuese la
debilidad y apatía de la sociedad civil rusa, la cual sigue esperando que una
"mano dura" sea capaz de reinstaurar el orden.
En
efecto, al poco tiempo de desaparecida la Unión Soviética, la mayor parte de
los rusos se manifestaban "desilusionados" de la democracia y soñaban
con el "líder providencial" que fuera capaz de sacar al país de sus
múltiples problemas, al grado que muchos analistas políticos destacaron el
parecido que preocupantemente presenta la actual situación rusa con la crisis
que padeció Alemania a principios de los años treinta, y que llevó a este
último país al fascismo. En efecto, la etapa de la historia alemana conocido
como la "República de Weimar" (1919-33) fue caracterizada por muchos
de los elementos que ahora podemos encontrar en la Rusia postsoviética: intensa
crisis económica, hiperinflación, desempleo crónico, desprestigio de las
instituciones gubernamentales, violencia política, disputas fronterizas con las
naciones vecinas y presencia de poderosos partidos extremistas. Además, la
Rusia de los noventas, como la Alemania de los veintes, sufría de constantes
humillaciones y reveses internacionales, a pesar de ser heredera de un enorme
imperio que influyó enormemente por muchos años en la balanza internacional del
poder. En Alemania, las circunstancias empeoraron hasta el punto de que la
república fue abatida por el demagogo ultranacionalista Adolfo Hitler. ¿Será el
destino fatal de la incipiente democracia rusa el ser vencida por un demagogo ultranacionalista
como Vladimir Zhirinovsky o Alexander Lebed? Esa era una de las preguntas a
dilucidar en los comicios de 1996.
La
considerable influencia dentro de un numeroso sector de la opinión pública de
la extrema derecha, así como el reforzamiento de los comunistas, quedó
confirmados en las elecciones legislativas de 1995. Desde luego, vale la pena
advertir que el resultado de estos comicios poco modificó al panorama político
ruso. Recuérdese que a finales de 1993, con la supresión a sangre y fuego del
parlamento y la promulgación de la una nueva Constitución, el Poder Legislativo
perdió influencia en favor del Ejecutivo. Además, ningún partido fue capaz de
rebasar por sí mismo el 25% de los votos, con lo que el Congreso de Diputados
del Pueblo sigue caracterizado por la atomización que tanto contribuye a
reducir, aún más, la efectividad parlamentaria. Pero los comicios de diciembre
fueron un termómetro que exhibieron el estado actual de la opinión pública en
Rusia, y mostraron en su verdadera dimensión la presencia que algunos
conspicuos personajes habían ganado rumbo a las elecciones que verdaderamente
cuentan: las presidenciales.
Para
1996, básicamente, el complicado escenario partidista ruso podía dividirse en
dos campos: los partidos "reformistas", más o menos adeptos a los
programas económicos aplicados por el actual régimen, y los conservadores y
ultranacionalistas, opuestos en la forma y el fondo a dichas políticas.
Evidentemente, existían importantes matices que diferencian entre sí tanto a
los partidos reformistas como a los conservadores, la principal de las cuales
residía en las rivalidades personales que habían surgido en los noventas entre
los líderes de los distintos grupos involucrados.
Dentro
de los reformistas destacaba el partido Nuestra Casa es Rusia, liderado por el
entonces primer ministro Viktor Chernomyrdin, quien se había convertido en el
favorito de todos los sectores beneficiados por las reformas y quien
indudablemente contaba con los suficientes recursos para efectuar una campaña
nacional intensa. Chernomyrdin era también el consentido de occidente, gracias
a que se había dedicado a moderar, en la medida de lo posible, las posiciones
de Yeltsin tanto en lo concerniente a la política interior como a su trato con
el exterior.
Otras
organizaciones pro reforma eran el bloque Yabloko, dirigida por el economista
radical Grigory Yavlinsky, grupo relativamente distanciado del presidente
Yeltsin, al que acusaba de haber "frenado" a la reforma; el Partido
de Unidad y Acuerdo, encabezado por Sergei Shakhrai, organización que sugería
emprender una mayor descentralización; Alternativa Rusa, del ex premier Yegor
Gaidar, el primer promotor del neoliberalismo "a la rusa"; y el
partido Rusia hacia Adelante, de Boris Fedorov. Todos estos grupos apoyan en
mayor o menor medida la idea de impulsar en Rusia una economía de mercado,
mantener un sistema democrático de gobierno y establecer estrechos vínculos de
colaboración tanto con occidente como con los países vecinos.
En el
sector anti-reformista se encontraban los comunistas, quienes contaban con el
partido mejor organizado a nivel nacional y el menos dependiente de
personalidades, y el Partido Agrario, muy popular entre los campesinos por su
tenaz oposición a la reforma agraria radical promovida por el gobierno. Después
tenemos a Poder para el Pueblo, organización lidereada por Nikolai Ryzhkov, ex
primer ministro en la era Gorbachov, un nostálgico de la Perestroika a quien le
hubiese gustado refundar a la Unión Soviética.
A
extrema derecha se ingresaba al territorio del ultranacionalismo, donde
destacaba el general Alexander Lebed, quien encabezaba a la sazón al Congreso
de Comunidades Rusas, al ex vicepresidente Alexander Rutskoi, jefe del partido
Gran Poder, y al vesánico Vladimir Zhirinovsky con su Partido "Liberal
Democrático". Son precisamente estos partidos chauvinistas los que más
acaparaban la atención de la opinión pública tanto al interior como fuera de
las fronteras de la Federación Rusa.
Como lo
habrá podido notar el lector, la gran mayoría de los partidos rusos gravitaban
en torno al carisma de su principal dirigente. En efecto, el inestable sistema
de partidos ruso era (y aun es en 2012) sumamente débil, y ha estado
caracterizado por contar con estructuras exageradamente descentralizadas e
indisciplinadas, carentes de programas de gobierno realmente coherentes. La
personalización es todavía más grave en los grupos ultranacionalistas, donde
una serie de políticos han logrado notoriedad pública enarbolando propuestas
caracterizadas por su mesianismo, su rechazo a las "fórmulas
extranjeras", su odio a las minorías y su pretensión de devolver a Rusia
el estatus de “gran potencia”.
Una
docena de partidos lograron acceder a la representación parlamentaria en los
comicios generales de 1993, e incluso lograron ingresar al parlamento más de un
centenar de candidatos independientes, quienes lograron triunfar en los
distritos uninominales sin el apoyo de ningún partido, lo que coadyuvó a
atomizar aún más al Congreso de Diputados del Pueblo. Por cierto que buena
parte de estos independientes se dedicaban a vender alegre y cínicamente su
voto al mejor postor, dando lugar a un sinfín de casos de corrupción y
coadyuvando a la ingobernabilidad del régimen político ruso. Una lección más
que aprender en México, sobre todo por quienes ven en las “candidaturas
ciudadanas” la solución a todos nuestros problemas políticos.
Pero
volviendo al tema, las elecciones legislativas de diciembre de 1995 sirvieron
fundamentalmente para perfilar a los candidatos que habrán de competir en la
carera presidencial del año siguiente. La esperanza de Yeltsin era, desde un
principio, que los rusos lo consideren un “mal menor” ante la inusitada
resurrección de los comunistas. Para ello, el actual presidente debe convencer
a sus conciudadanos de que el camino del libre mercado sigue siendo el mejor, de
que él es un estadista de talla internacional capaz de tratar de tú a tú con
occidente y de que la infame guerra en Chechenia está por terminar. A su favor,
Yeltsinpodrá contar con el apoyo de la nueva casta de empresarios y banqueros
rusos y con el respaldo del aparato gubernamental. Por eso el presidenteprocuró
presentarse como el garante de un proceso de reformas hacia una economía mixta
de mercado, pero reconociendo la necesidad de suavizar el coste social, pero
hizo tantas y a menudo tan contradictorias promesas en campana que nadie
esperaba que podría satisfacer las expectativas creadas. Contradicciones que
tenían que ver con el contenido y el ritmo de las reformas económicas, la
corrupción, el cruento conflicto checheno (en ese momento en su punto más
álgido) y sobre el papel internacional de Rusia. Ello, aunado a la declinante
salud del mandatario, hicieron comentar a algunos especialistas que Yelsin
había ganado un poco al modo de El Cid. Habría que añadir un Cid que triunfó
agitando como espantajo toda una campaña negra de desprestigio al adversario.
No fue, pues, únicamente la venta de Yeltsin el personaje
convertido en bonito objeto de explotación mercadológica la clave del triunfo,
tal y como nos lo pretende hacer creer Spinning Boris, aunque para la primera
vuelta electoral si se procuró explotar como figura central al mismo
presidente, dinámico y chabacanote, en plena forma y coqueto. Un ritmo de
campaña que (y esto si lo cuenta Spinning Boris) fue muy pesado para Yeltsin,
que había sufrido dos infartos el año previo. El presidente se resintió sobre
todo eso. Además, un célebre escándalo protagonizado por uno de los favoritos
del entorno yeltsiniano, Alexandr Korzhakov - el jefe del Servicio de Seguridad
presidencial-y que se suscito entre la primera y segunda vuelta casi hace que
todo se echara a perder. Pero Yeltsin tuvo buenos reflejos y destituyó a
Korzhakov y a sus aliados, incluido el jefe del servicio federal de Seguridad y
el viceprimer ministro, Alexandr Soskovets, haciendo que todo este peligroso
asunto apareciera como un victoria de los reformistas frente a los conservadores.
Pero hacia la segunda estrategia, con el candidato postulado
por el partido comunista como único sobreviviente en liza frente a Yeltsin, lo
que imperó fue una intensa y despiadada campaña negativa. Desde todas las
cadenas de televisión (controladas por el Estado) y de forma masiva, los
ciudadanos fueron bombardeados con anuncios y spots que respondían al esquema
de desprestigiar al Partido Comunista y a su candidato, principales adversarios
de Yeltsin. Se recordaban los años negros del stalinismo, de la brutal
represión y las purgas, del hambre, de los años de estancamiento económico. Se sucedían en las pantallas imágenes documentales con
terroríficas escenas: niños famélicos de cuerpos depauperados, ejecuciones de
tiro en la nuca, campos de concentración, bolcheviques en plena tarea de
derribar campanarios. Y el conjunto iba acompañado de un texto en el que, a
tenor de las imágenes, alternaban tres ideas: "En 1917 nadie en Rusia
podía pensar que el hermano atacaría al hermano y el padre al hijo",
"que podía haber hambre"', "que iban a fusilar a familias
enteras y a eliminar a pueblos enteros". "Los comunistas no han
cambiado, ni siquiera han cambiado su nombre. Tampoco cambiarán sus métodos.
Aún no es tarde para evitar la guerra civil". El clip concluía con una
exhortación al elector -"¡No permitas el caos rojo!"- y una
invocación al mismo Dios en el tipo de letra habitual en la liturgia ortodoxa: "Salva
y conserva a Rusia".
Otra
jugada maestra la hizo Yeltsin cuando, rumbo a la segunda vuelta, anunció que
nombraría al popular general Alexander Lebed, quien había quedado tercero en la
primera vuelta, como responsable de la seguridad del estado “con el encargo
supremo de extirpar la corrupción en Rusia”. Con ello el presidente ganó para
la segunda vuelta buena parte de los 11 millones de votos que obtuvo Lebed en
la ronda preliminar. Y claro que una vez reelecto Yeltsin cumplió su promesa y
nombró a Lebed con el pomposo título de secretario general del Consejo Nacional
de Seguridad, paro solo para obligarlo a renunciar dos mese después.
Fue así como se gestó el milagro de la resucitación de Yeltsin en las elecciones presidenciales a pesar de haber encabezado durante cinco años una gestión que había hundido el nivel de vida y los ingresos de la mayoría de la población y que se encontraba entrampado en un humillante y ominoso conflicto bélico, con recursos financieros ilimitados, medios de comunicación bajo control, una Comisión Electoral Nacional parcial y dócil a los dictados del gobierno, un candidato al que no le falto voluntad de poder a la hora de la verdad, una desmedida campaña negra contra su adversario comunista, la presencia de ultranacionalistas impresentables…….ah, y con la amable asesoría de un grupo de consultores gringos.
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