viernes, 30 de marzo de 2012

Nada nuevo bajo el sol: Las Elecciones en Brasil de 1989


“Un aire de galán de telenovela, que hace que las mujeres le definan como un gato lindo, buen manejo de la televisión, un discurso simple, banal y sin contenido, limitado a la denuncia, el apoyo de la todopoderosa cadena de televisión (…) y evitar a toda costa el debate con los otros candidatos y las entrevistas a cuerpo descubierto con la Prensa, le han bastado al candidato  (…) para encaramarse en la cabeza de las encuestas.” Releo esta nota del periódico español El País publicada durante la campaña electoral brasileña de 1989 en las que salió triunfador el (a la postre) malhadado Fernando Collor de Mello y no puedo de dejar de acordarme de aquel adagio de “no hay nada nuevo bajo el sol” ,. Dicho esto a la luz del inicio de la campaña electoral mexicana de 2012.

Muy lejos estaba Brasil a finales de los ochentas del auge  que ha disfrutado desde el inicio del siglo XXI y que lo señalan como una de las grandes potencias emergentes del llamado bloque BRIC, supuestamente llamado a ser el terror de la centuria. Un clima de profunda incertidumbre económica y política circundaron a los comicios presidenciales de 1989. Crisis financiera, creciente enfrentamiento entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, empeoramiento de las condiciones de vida de la mayor parte de la población trabajadora y dificultades de tipo institucional consecuencia de las diversas interpretaciones a las que se prestaba la nueva constitución brasileña (promulgada en octubre de 1988), fueron los principales factores que pesaron en el ánimo de los electores rumbo primeros comicios presidenciales verdaderamente democráticos en 29 años.

El principal problema del país era la inflación, que había sido el azote de los regímenes militares y ahora lo estaba siendo del gobierno democrático. Desde su ascenso al poder, luego de la inesperada muerte de Tancredo Neves en 1985, el presidente Sarney enfocó todas las baterías del gobierno a combatir la inflación. En 1986 se puso en práctica el plan de choque conocido como "Cruzado", que pretendió frenar a la espiral inflacionaria mediante un rígido control de precios y salarios y con la adopción de una nueva moneda, el "Cruzado", que sustituiría al "Cruzeiro". El Plan Cruzado conoció espectaculares éxitos iniciales, lo que contribuyó al éxito de la centroderecha en los comicios para elegir a la Asamblea Constituyente, pero no pudo sostener el paso y terminó por fracasar.  En el año electoral de 1989, la administración Sarney volvió a probar suerte con un nuevo plan de choque, el Plan de Verano, que prescribió importantes aumentos de precios de servicios que prestaba el Estado (15% para la electricidad, 20-30% para combustibles, y 188% teléfono) mientras congelaba el precio de los artículos de primera necesidad (excepto la leche, que subió en 46%); decretaba una devaluación del 17% del cruzado, disponía el despido de 90,000 empleados públicos, finalizaba con la indexación y ejecutaba importantes recortes al presupuesto público. Se trataba no sólo de intentar detener la inflación, sino también de terminar con el estancamiento de la economía y de la productividad industrial (el PIB de 1988 fue de -0.3%) y de detener al creciente déficit gubernamental.


Tal como sucedió con el Plan Cruzado, el de Verano obtuvo buenos resultados iniciales, pero fracasó a partir de abril, cuando el gobierno pretendió implementar la segunda etapa del mismo. Fue tan efímero como las aves de verano. La inflación llegó al finalizar 1989 al 287% de promedio anual, mientras que el promedio inflacionario anual entre los años 1984-89 se ubicó en el  390%. Ese era el Brasil de los años ochenta.
Además de la inflación, quien triunfara en los comicios de 1989 tendría que vérselas con el problema de la deuda externa. Brasil era el mayor deudor del mundo a finales de 1989, con un débito total calculado en 114,600 millones de dólares. La administración Sarney había logrado una buena renegociación en 1988, pero los malos resultados de los programas anti-inflacionarios y el aumento del déficit público volvieron a minar la confianza de los acreedores internacionales, que detuvieron la concesión de nuevos préstamos a Brasil, condicionándolos a que se concertara un nuevo arreglo con el FMI y con el Banco Mundial. 
La inflación y la deuda externa eran pesados lastres que repercutían negativamente en la sociedad brasileña. La conflictividad social creció, sobre todo en las grandes ciudades, donde el número de delitos y de niños sin hogar crecía dramáticamente año con año. Brasil siempre se ha caracterizado por ser una sociedad con abismales contrastes sociales y económicos, y las crisis del llamado "decenio perdido" no hicieron sino acentuar este problema. Por otra parte, las relaciones industriales entre sindicatos y patronos conocieron en esta etapa pre-electoral situaciones sumamente álgidas, que desembocaron en el estallamiento de un sin número de huelgas, sobre todo en el momento en el que el gobierno anunció el fin de la indexación como efecto del Plan de Verano.

El panorama político también se presentaba oscuro a finales de 1989. Un agudo enfrentamiento entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, que no eran capaces de ponerse de acuerdo prácticamente en nada, mantenían casi atrofiada a la actividad gubernamental, lo que sin duda repercutió negativamente en la situación económica. Por último, las relaciones Ejecutivo-Legislativo también se vieron afectadas por culpa de un problema de interpretación constitucional acerca de la duración del mandato del presidente. Sarney había sido electo vicepresidente en la planilla que encabezaba Neves en los comicios de 1985 para un período de seis años, según la legislación de los militares. Sin embargo, la nueva Constitución prescribía un mandato de cinco años para el jefe de Estado. A final de cuentas, y tras un largo debate que desgastó la vida institucional del país, prevaleció el criterio del Legislativo.

Esta fue una sucesión presidencial enteramente distinta a cualquiera que haya conocido la historia política brasileña hasta ese momento. Por primera vez se celebraron comicios directos a dos vueltas con un inusitado número de candidatos que representaban todas las principales tendencias y fuerzas políticas presentes en el país, en un contexto de grave crisis económica política y social, con un régimen democrático y una Constitución que, aunque recién estrenados, habían ya tenido que enfrentar duras pruebas, de las que no habían salido libradas del todo bien, lo que sin duda ponía en duda la viabilidad del sistema político. Los medios masivos de comunicación jugaron un papel fundamental, influyendo sensiblemente en el resultado final de la elección. Participaron en la segunda ronda de la disputa por la presidencia de la República los dos candidatos más jóvenes que hasta ese día hoy hubiese conocido el país: Fernando Collor de Mello tenía 40 años y Luis Ignacio “Lula” da Silva 44 en el momento de la elección. Se celebraron por primera vez dos debates televisados con la participación de los finalistas. El volumen del electorado fue récord: 82 millones de brasileños. El sistema de partidos volvió a probar que estaba aún muy lejos de estar completamente consolidado. A la segunda ronda llegaron dos candidatos que a principios del año no eran considerados como los favoritos. Inclusive la efímera y sorpresiva aparición en la carrera presidencial del locutor Silvio Santos, que en su momento se ubicó en buen lugar dentro de las encuestas electorales, contribuyó a darle a la elección de 1989 un perfil insólito, y mucho habló de la pobreza del debate político, la escasa solidez del sistema de partidos y la aun inmadura cultura política brasileña.

Podemos decir a grosso modo que la estrategia finalmente ganadora de Collor de Mello de presentarse mediante una costosa campaña en los medios masivos de comunicación  como un outsider ajeno por completo al aparato político tradicional fue sumamente efectiva, ya que supo atraer el voto de todo aquel enorme sector del electorado se manifestaba harto de los métodos usuales. En un país sumergido en una intensa crisis, el sistema político se estaba desprestigiando, lo que provocaba un sensible desgaste de las figuras políticas que habían aparecido en el primer plano del quehacer público en el transcurso de los diez o quince años previos a los comicios presidenciales. Lo mismo se puede decir de Lula, quien fue capaz de arrebatar al electorado de izquierda de partidos más sólidos (como el PDT y el PSDB), presentándose como un luchador sindical que jamás se había beneficiado por hacer contubernios con el gobierno.
En efecto, nadie se imaginaba a principios de 1989  que los finalistas en los comicios presidenciales serían Lula y Collor, dos políticos relativamente desconocidos en aquel entonces a nivel nacional comparados con otros candidatos más populares. Leonel Brizola, quien durante meses encabezó las encuestas, era un político populista demasiado identificado con el período de transición, quien no supo aportar propuestas imaginativas durante la campaña. Paulo Maluf y Ulysses Guimaraes,. candidatos respectivamente de los dos partidos -PDS y PMDB- que habían gobernado alternativamente al país durante las pasadas dos décadas y media, estaban demasiado identificados con el establishment político del que los electores no querían saber nada, y no tenían nada que ofrecer además de sus personalidades.  Muy pronto quedó claro que los comicios presidenciales tendrían resultados completamente inusitados, hecho que marcaría un viraje histórico en la historia de la joven democracia brasileña.

La elección del 89-90 fue uno de los primeros duelos que conoció el mundo entre el desprestigiado aparato político tradicional y el mensaje de "renovación y cambio" de candidatos que pretendían representar un  "espíritu de reforma ajeno a la politiquería", portadores de "nuevas ideas" para combatir con eficacia a los ingentes problemas que azotaban al país. Vendrían varios más alrededor del mundo, con resultados igual o peor de desilusionantes.

Los dos candidatos que supieron ajustarse mejor a esta imagen fueron los que, a la postre, diputaron la ronda final por la presidencia. Y a eso coadyuvó la falta de solidez que presentaba a la sazón el sistema de partidos brasileño. Casi todos los partidos eran  entidades poco estructuradas que giraban en torno a un dirigente carismático. Este fenómeno, que se da con mayor o menor intensidad dependiendo del partido del que se trate, es un síntoma claro de los sistemas partidistas poco desarrollados y produce una personalización de la vida política y electoral que llega a ser extrema, en perjuicio de la estabilidad y la gobernabilidad de un Estado.

Las elecciones presidenciales de 1989 experimentaron a fondo el fenómeno de la personalización, tan presente también en prácticamente todas las democracias actúales. Las elecciones presidenciales casi siempre se reducen a duelos exclusivamente de líderes y de ahí que importara de la mercadotecnia en la difusión de la personalidad del candidato. Para las elecciones de 1989 los partidos no tuvieron restricciones en cuanto a la cantidad de tiempo que podían comprar para poner anuncios a las cadenas de radio y televisión, cosa que derivó en una injusta ventaja para el candidato con más dinero. Cabe decir que a raíz de esta experiencia se prohibió en el país amazónico la compra de espacios comerciales por parte de partidos y candidatos en época electoral.


Tenemos entonces que la televisión fue en la campaña electoral de 1989 ama y señora. Todos los candidatos se concentraron en tratar de hacer llegar sus mensajes a los ciudadanos, aprovechando el amplio derecho que la ley les concedía en esta materia. Y tuvo la tele a un candidato consentido, guapo, fotogénico y que irradiaba energía y simpatía. Fernando Collor de Mello parecía mandado a hacer para salir en la tele. Nacido en 1950 en de una familia con tradición política (su padre fue gobernador del estado nordestino de Alagoas), Collor estudió economía en la Universidad de Brasilia. Su carrera política comenzó en 1979, cuando fue electo alcalde de la ciudad de Maceibo. Se convirtió en diputado federal por el estado de Alagoas en 1982, y gobernador de esta misma entidad en 1986, siempre electo como candidato del PMDB, partido que abandonó al no estar de acuerdo con las políticas económicas del presidente Sarney. En 1988 fundó al Partido de la Reconstrucción Nacional con el único propósito de sustentar sus ambiciones presidenciales. Asimismo, se preocupó por tejer toda una red de alianzas con empresarios nacionales, que apoyarían con cuantiosos recursos económicos a su campaña. La adinerada familia de Collor era dueña de una importante cadena de televisión, afiliada al  destacado grupo nacional O Globo. 
Por su parte, Luis Ignacio da Silva  era un ex obrero metalúrgico y un destacado y combativo activista sindical. En 1980 fundó, junto con otros dirigentes sindicales, al Partido de los Trabajadores, que pretendía ser el brazo parlamentario de la Confederación de Sindicatos (CUT). Lula fue sindicalista durante la dictadura, por lo que gozaba de un enorme prestigio ante la clase trabajadora cuando comenzó el período de transición a la democracia.

La estrategia de Collor de Mello rumbo a la primera vuelta consistió en difundir un discurso anticorrupción, en el que criticaba duramente a la administración de Sarney, denunciaba los privilegios de las clases acomodadas, fustigaba a la "inútil y consentida" burocracia, prometía un ambicioso programa de asistencia social de 94,000 millones de dólares, proponía iniciar una campaña de privatización de empresas públicas, y solicitaba abrir al protegido mercado interno al comercio exterior.  Además, se dedicó a garantizar su triunfo en las regiones Norte, Noreste y Sureste del País, las más pobres, en donde la izquierda tenía poca presencia y estaba mal organizada.
Por su parte, Lula eliminó a sus adversarios de izquierda de manera un tanto sorpresiva presentándose como un tenaz luchador social que no se había desgastado en el período de transición a la democracia. Su pequeño pero bien organizado partido logró penetrar eficazmente en el electorado de clase trabajadora, el cual empezaba a ser bastante escéptico ante las propuestas populistas de Brizola. Lula insistió en que emprendería un programa radical de redistribución de la riqueza y que combatiría los problemas de la deuda externa y de la inflación "atendiendo siempre a los intereses de las mayorías". Un discurso radicalmente alejado a la forma en la que Lula gobernaría a Brasil más de una década más tarde.

Para la segunda vuelta, los dos candidatos finalistas cambiaron la estrategia propagandística. Ya que ambos candidatos habían garantizado el apoyo de sus electores "naturales", ahora se trataba de intentar invadir el terreno del adversario. Sobre todo, sería determinante el voto de las capas socialmente más bajas de la población. Se estimaba que 65 de los 80 millones de electores vivían en circunstancias más o menos graves de pobreza. En esta segunda campaña, el tono se volvió mucho más agresivo, sobre todo cuando Collor se dio cuenta de que su ventaja sobre Lula estaba decreciendo considerablemente. Inició en toda forma una campaña negra contra Lula. Fue entonces cuando el candidato del PRN acusó a Lula de ser un "marxista incendiario y ateo", que pretendía destruir al régimen democrático y cuya integridad personal estaba en duda. Los temas familiares y personales salieron a la palestra de la campaña. La cadena O Globo, la cual tiene nexos con la familia de Collor, difundió una entrevista con una pretendida ex amante de Lula, quien "confesó" que Da Silva la había obligado a cometer un aborto 15 años antes. Asimismo, los estrategas del PRN hicieron circular la versión de que el PT había estado involucrado en el secuestro de un conocido empresario de Sao Paulo, que había ocurrido el 11 de diciembre de 1989. Las indecorosas peculiaridades y dimensiones de esta campaña negra dieron lugar años más tarde a una reforma a la legislación electoral brasileña para impedir que los candidatos se dedicaran insultarse, calumniarse y/o desacreditarse en los períodos electorales que sigue vigente a la fecha.
Asimismo, por primer vez en la historia política brasileña se celebraron debates televisados entre los candidatos a la presidencia. Fueron dos y en ellos aparecieron confrontados Fernando Collor y Lula Da Silva, los aspirantes que lograron llegar a la segunda ronda. El primero se llevó a cabo el 3 de diciembre. Según las encuestas, en ese momento Collor gozaba una ventaja de 13 puntos porcentuales sobre su adversario. Pero en el debate, aunque fue bastante pobre y plano en lo que se refiere a la calidad y al fondo de los argumentos, apareció un agresivo Lula Da Silva, que a base de buen humor y de burlas logró desubicar al candidato del PRN, mientras Collor se mostró confuso y estereotipado. Lula fue capaz, por lo menos, de ser más claro en el momento de dar a conocer su mensaje. En los días subsiguientes a éste primer debate, la ventaja de Collor fue disminuyendo. El segundo debate, efectuado el 14 de diciembre, estuvo plagado de agresiones personales. Lula seguía en desventaja, por lo que debía asestar un golpe contundente para lograr rebasar a su rival, mientras que Collor sólo debía limitarse a tratar de no cometer un error que comprometiera un triunfo que ya parecía seguro. Collor insistió en su discurso anticorrupción y en sus despiadados ataques a la administración del presidente Sarney, reiteró su intención de iniciar un programa a fondo contra la pobreza y atacó duramente en todo momento a Da Silva, a quien reprochó las alianzas que había concertado con Covas y con Brizola para obtener el apoyo de toda la izquierda para la segunda ronda. "Con que programa gobernaría usted", preguntó Collor a su adversario, "con el del PT que 11 millones de brasileños conocieron y votaron a favor en la primera ronda o con el que usted y sus amigos Brizola y Covas han conformado a partir de entonces".  Por su parte, Lula presentó una lista con 3,400 nombres de personas que habían cobrado sin trabajar en el ayuntamiento de Maceibo durante el tiempo que el "campeón anticorrupción" se había desempeñado como alcalde.  Un momento climático del debate fue cuando Lula se levantó las manos y las mostró a las cámaras diciendo "Mira Collor, estas manos son las de un trabajador, están llenas de callos. Anda, enséñanos tus manos de niño bonito". Al final del debate, las encuestas mostraron que una ligera mayoría de los testigos (38% contra 35%) consideraba a Lula como el triunfador.
Durante toda la campaña, y desde muchos meses previos, se levantaron encuestas en todos los medios de comunicación para conocer las intenciones electorales de los ciudadanos. La principal característica de estas encuestas es que demostraron la gran volatibilidad del electorado brasileño, que en unos cuantos meses paso de favorecer a Brizola, a preferir a Covas, para después levantar espectacularmente a Collor y, en un momento dado, colocar en primer lugar al locutor Silvio Santos. Los cuatro principales diarios del país (O Globo, Journal Do Brasil, Fohla de Sao Paulo y O Estado Do Sao Paulo), mantuvieron la política de levantar encuestas constantemente, mismas que se acercaron bastante al resultado final. Sin embargo, la más exacta fue la encuesta postrera que efectuó la empresa Gallup, la cual acertó en pronosticar que Collor triunfaría sobre Lula con una ventaja de seis puntos porcentuales.
Otro tema que fue toral en estas elecciones fue el del financiamiento.  En Brasil existe desde la promulgación de la constitución democrática un financiamiento gubernamental a los partidos. Sin embargo, la principal fuente de financiamiento de los partidos y candidatos que participaron en la elección presidencial de 1989, la cual pasó a la historia por haber sido la más cara hasta el momento, fueron los fondos privados. La multimillonaria campaña de Collor de Mello se benefició ampliamente de generosas donaciones de empresarios nacionales, quienes veían en Collor a la única opción de derecha capaz de vencer a los candidatos de izquierda, una vez que la derecha tradicional habían caído en un abismo de desprestigio. El secreto de Collor fue llevar a todos los rincones del país, mediante los medios masivos de comunicación y de una campaña intensiva de visitas regionales, un mensaje en contra de la "política y de los políticos". Collor entendió que el ciudadano medio, sobre todo el de escasos recursos y poca educación, culpaba a los políticos de la grave crisis por la que el país atravesaba, y a base de mensajes simples dio a entender que él era el hombre llamado a vencer a los "oscuros laberintos del poder".     


Collor no se privó de ningún lujo para hacer su campaña. Se calcula gastó más de cien millones de dólares (ciertamente poco para algunos estándares actuales, entre ellos los mexicanos), mismo que invirtió, sobre todo, en una intensa campaña en radio y televisión, en inundar de propaganda al todo el país y a garantizar una presencia notable en el Norte. Collor utilizó -entre otras cosas- de 5 a 11 aviones, un helicóptero, 20 guardaespaldas y 12 camionetas. Millones de artículos de campaña fueron repartidos por todo el país. Fue, con mucho, la campaña más onerosa de todas las que se efectuaron en 1989. Gracias a ello Collor fue capaz de recorrer todo el país y de abrumar a los medios de comunicación con sus mensajes. A final de cuestas, fue precisamente un escándalo derivado de los malos manejos de los fondos de campaña, denunciado por su hermano Pedro, el que obligaría eventualmente a dimitir a Fernando Collor de Mello a la presidencia de Brasil.
Para la segunda vuelta, iba a resultar determinante la actitud que adoptaran los candidatos derrotados, cuyos electores serían claves en la definición del resultado final. Ambos candidatos buscaron moderar al máximo el tono de sus propuestas políticas, en la búsqueda de obtener el apoyo del mayor número de fuerzas posible.

Al principio, durante los días de noviembre que sucedieron a la primera vuelta,  Collor no procuró, ni aceptó públicamente el apoyo de ningún partido, a fin de no comprometer su imagen de outsider ante el electorado. La campaña del PRN fue realizada atacando justamente a los partidos políticos y a los políticos a la vieja usanza, en una cruzada en contra de la corrupción y en favor de la renovación a fondo del sistema político. Collor había repetido una y otra vez durante su campaña que el desgaste de los partidos políticos es tan grande, que sólo simbolizan ante la opinión pública la corrupción, la incompetencia y la ociosidad. Por eso, ante el reto de la segunda ronda, Collor deseaba ser bastante cauto a la hora de concertar apoyos. Además, las encuestas lo ubicaban con una enorme ventaja sobre Lula, que alcanzaba hasta los 15 puntos porcentuales.
Pero conforme fueron pasando los días, la ventaja de Collor se fue diluyendo, razón que hizo prender las luces rojas a los estrategas del PRN, quienes optaron por ejecutar prácticas sucias en un intento por ridiculizar al PT y a su candidato. Aunque nunca hizo una declaración formal al respecto, Collor vio con buenos ojos el apoyo que le ofrecieron públicamente Paulo Maluf, el Partido Demócrata Cristiano y el Partido del Frente Liberal. Por su parte, Brizola y Covas decidieron solicitar a sus simpatizantes votar por Lula en la segunda ronda. Asimismo, sintiendo que la brecha que lo separaba de su rival se estrechaba, Lula decidió formular propuestas al sector empresarial, en el sentido que trabajaría con los sindicatos para lograr una contención salarial durante los primeros días de su mandato y con la promesa de que el gasto público no crecería demasiado.

El resultado de la elección presidencial de 1989 fue una consecuencia clara de la falta de solidez que exhibe el sistema de partidos brasileño. Representó el triunfo de un candidato que no contó con una estructura partidista bien organizada, sino que basó su campaña en los enormes recursos económicos que recibió por parte de intereses privados. Su triunfo y posterior ignominiosa caída obligaron a hacer una serie de revisiones a las leyes electorales del país dirigidas a procurar una mayor igualdad en las condiciones de la competencia, restringir el alcance de las campañas negativas y de desprestigio y limitar el encarecimiento de la política y la excesiva influencia de los grupos de poder económico.


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