El triunfo de Willy Brandt en las elecciones parlamentarias alemanas de 1969 señaló la cúspide del apogeo socialdemócrata europeo. La propuesta de establecer un estado democrático que garantizara a los ciudadanos mínimos de bienestar social, respetara las leyes del mercado pero en el ámbito de una economía mixta y un gobierno interventor, y se comprometiera a una irrestricta observancia y promoción de las libertades individuales se imponía en todo el continente y parecía ser, de modo ineluctable, el futuro de las sociedades democráticas de todo el orbe, por lo menos de las más avanzadas. Muy pronto la recesión económica internacional y la aparición de la competencia comercial asiática darían al traste a la utopía socialdemócrata europea, pero a principios de los setentas el sueño estaba aun en boga.
Muchas y muy profundas tuvieron que ser las transformaciones
que experimentó el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) para poder volver al
poder en la Alemania Federal de la posguerra. Este partido había sido uno de
los principales protagonistas políticos de la etapa conocida como República de
Weimar, cuyo fracaso dio lugar al ascenso del nazismo. La socialdemocracia
alemana, que de hecho fue la primera del mundo, resurgió de sus cenizas tras la
Segunda Guerra Mundial y se esperaba que siguiera jugando un papel de primer
orden en la zona occidental de la Alemania dividida tras su derrota. Pero el
surgimiento de una poderosa opción de centro derecha, la Unión Cristiano demócrata, capitaneada por
Konrad Adenauer, hizo que los socialdemócratas pasaran un tiempo muy largo en
la oposición. Adenauer presidió el llamado Milagro Económico Alemán que
devolvió al país una enorme solvencia económica. Los socialdemócratas tenían
que renovarse si pretendían, de verdad, ser competitivos en las urnas y
derrotar alguna vez a sus poderosos
En 1959, una nueva y pujante generación de políticos socialdemócratas se hizo cargo de la dirección del SPD y el histórico programa de Bad Godesberg, en el que el partido abjuraba definitivamente del marxismo, de las nacionalizaciones, del anti capitalismo a ultranza y de su actitud anti Comunidad Económica Europea. El partido se modernizaba para presentarse como una verdadera alternativa de gobierno. La nueva socialdemocracia se convertía en un genuino "partido del pueblo" (Volkspartei) abierto, sin exclusiones, a toda la sociedad, que llegaba para sustituir al "partido de clase" producto de los teoremas ideológicos del siglo XIX. Era el adiós definitivo a las utopías revolucionarias. En aquella ocasión llamaron poderosamente la atención las palabras pronunciadas por el entonces alcalde de Berlín Occidental, un tal Willy Brandt, un político que destacaba a causa de su carisma y su reconocida capacidad intelectual: “Debemos renunciar al sueño de una sociedad futura que sea completamente distinta y en la cual los hombres sean completamente diferentes a como han sido hasta ahora y son aún hoy. Tenemos que aprender a vivir en la duda, pues es productivo dudar. Tenemos que dejar de buscar una única verdad y aprender a vivir con las diversas verdades que forman nuestra vida”.
La socialdemocracia se deshacía de la ideologización para proponer soluciones prácticas y realistas a los problemas contemporáneos de la nación; capitulaba, por fin, frente a la economía de mercado, pero no renunciaba al Estado bienestar; aceptaba los imperativos de la política exterior pro unidad europea, y señalaba la urgencia de establecer vínculos con el bloque socialista, cosa, ésta última, que la CDU se negaba tercamente a hacer; renunciaba al anticlericalismo y a la satanización de la burguesía, con el propósito de atraer a las clases medias y rurales, pero sin descuidar sus fuertes nexos con las organizaciones obreras del país.
Hacia mediados de los sesentas, el milagro económico empezaba a declinar y el largo dominio político de la CDU daba claras muestras de agotamiento. Brandt había sido postulado como candidato a canciller por la socialdemocracia en los comicios federales de 1961, pero fue derrotado por el viejo Adenauer. Graves acontecimientos en el orden internacional y que desembocaron en la construcción del ominoso muro de Berlín, acudieron de forma inesperada al rescate de la CDU. Pero poco duro el gusto. Konrad Adenauer dimitió al cargo de canciller federal el 11 de octubre de 1963, debido a su elevada edad (87 años), pero sobre todo al desgaste de su popularidad, Para sustituir al jefe del gobierno, el Bundestag (cámara baja del parlamento alemán) designó a quien era considerado como el padre del "milagro económico": Ludwig Erhard, ministro de Economía ininterrumpidamente desde 1949.
Erhard era la única personalidad política que parecía
capaz de superar la crisis de liderazgo que se veía venir sobre la CDU con el
ocaso de Adenauer. ¿Quién mejor que el mago de las finanzas autor de la
recuperación económica alemana para garantizar, por mucho tiempo más, el éxito
del partido al frente del gobierno? Con Erhard a la cabeza los democristianos
lograron un nuevo triunfo en las elecciones federales de 1965. El SPD había
logrado avances notorios desde 1961 en las elecciones locales de los Länder (estados federales) al computar
casi medio millón de votos más que la CDU.
Para Willy Brandt, la elección de 1965 era la oportunidad definitiva para, por lo menos, obligar a los democristianos a formar la “gran coalición”. La socialdemocracia se adaptó rápida y efectivamente al proceso de cambios suscitado por el programa de Bad Godesberg. Había emprendido una labor a fondo en su lucha por obtener el poder, mostrándose propositiva y alerta en el Bundestag, efectiva en los gobiernos estatales en los que participaba, y disciplinada en la vida partidista interna. El SPD ansiaba ver el momento de poner fin a la larga espera y conocer la hora de abandonar la oposición, para no estar más al margen de las grandes decisiones nacionales. Pero pese a todos sus esfuerzos, los socialdemócratas no pudieron evitar un nuevo triunfo de la CDU. El "efecto Erhard" rindió cuentas positivas para la unión CDU-CSU.
Sin embargo, Ludwig Erhard tuvo mala fortuna como canciller. No pudo llenar el hueco de un puesto que, si bien no estaba precisamente hecho a la medida de Adenauer, sí por lo menos le quedó grande al "padre del milagro económico". Erhard no tuvo ni por asomo el control del que gozó su predecesor sobre la CDU. Fueron problemas de liderazgo, pero también complicaciones de índole económica los causantes del prematuro colapso del gobierno. Resultaba paradójico para Erhard: justamente su manejo de la finanzas durante el largo período de Adenauer le habían dotado de su prestigio como hábil administrador y ahora, al frente de su propio gobierno, fracasaba ante las complicaciones de la economía.
Para Willy Brandt, la elección de 1965 era la oportunidad definitiva para, por lo menos, obligar a los democristianos a formar la “gran coalición”. La socialdemocracia se adaptó rápida y efectivamente al proceso de cambios suscitado por el programa de Bad Godesberg. Había emprendido una labor a fondo en su lucha por obtener el poder, mostrándose propositiva y alerta en el Bundestag, efectiva en los gobiernos estatales en los que participaba, y disciplinada en la vida partidista interna. El SPD ansiaba ver el momento de poner fin a la larga espera y conocer la hora de abandonar la oposición, para no estar más al margen de las grandes decisiones nacionales. Pero pese a todos sus esfuerzos, los socialdemócratas no pudieron evitar un nuevo triunfo de la CDU. El "efecto Erhard" rindió cuentas positivas para la unión CDU-CSU.
Sin embargo, Ludwig Erhard tuvo mala fortuna como canciller. No pudo llenar el hueco de un puesto que, si bien no estaba precisamente hecho a la medida de Adenauer, sí por lo menos le quedó grande al "padre del milagro económico". Erhard no tuvo ni por asomo el control del que gozó su predecesor sobre la CDU. Fueron problemas de liderazgo, pero también complicaciones de índole económica los causantes del prematuro colapso del gobierno. Resultaba paradójico para Erhard: justamente su manejo de la finanzas durante el largo período de Adenauer le habían dotado de su prestigio como hábil administrador y ahora, al frente de su propio gobierno, fracasaba ante las complicaciones de la economía.
Para el verano de 1966, era evidente el desgaste del "milagro económico". El fantasma de la recesión, después de haberse hecho presente en la mayor parte de las naciones industrializadas de Occidente, finalmente tocaba las puertas de la República Federal de Alemania. La productividad industrial inició un declive, la inflación comenzó a subir y el desempleo aumentó. Obviamente, la CDU pagaría en las urnas las consecuencias de no encontrar fórmulas aceptables para hacer frente a la crisis. El más grave de estos tropiezos sucedió en julio de 1966, cuando la CDU vio considerablemente reducida su presencia electoral, al celebrarse los comicios para renovar al parlamento local de Renania-Westfalia, el Land más poblado del país.
También en el terreno legislativo Erhard encontraría dificultades. Poco después de la elección en Renania-Westfalia, fracasaron unas negociaciones emprendidas por el gobierno en el parlamento que pretendían ampliar las facultades fiscales de la federación. Para colmo, la política exterior también aportaría una fuerte dosis de problemas. Desde la fundación de la RFA, la diplomacia germano occidental sostenía como uno de sus principios fundamentales la llamada Doctrina Hallstein, en virtud de la cual Bonn negaba la legalidad de la RDA y amenazaba con romper relaciones diplomáticas con todos aquellas naciones que reconocieran al gobierno de Berlín del Este, con la excepción de la Unión Soviética. El empecinamiento de Erhard en sostener la Doctrina Hallstein, en lugar de asumir una postura más flexible e iniciar un diálogo con el este, provocó fricciones con Estados Unidos y con el resto de los aliados occidentales.
La popularidad del gobierno se desplomó. Los alemanes tenían la sensación de que el país carecía de una dirección firme, con la CDU dividida a causa de sus fricciones internas y con la crisis económica encima. Al Partido Liberal, socio de los democristianos en la coalición de gobierno, le preocupaba tanta impopularidad y solo esperaba la primera ocasión para propiciar un rompimiento. La oportunidad llegó la última semana de octubre de 1966, cuando la CDU presentó para su aprobación en el Bundestag una serie de severas medidas de austeridad destinadas a balancear al castigado presupuesto federal. Los liberales votaron en contra de los proyectos gubernamentales e inmediatamente abandonó la coalición. Erhard presentó su dimisión en consecuencia, dando principio un complicado proceso de negociaciones entre las dos principales formaciones políticas alemanas que duró cuatro semanas, al final de las cuales, el SPD aceptó participar en el gobierno coaligado con la unión CDU-CSU.
La decisión de la dirigencia socialdemócrata provocó
una aguda polémica al interior del partido al irritar a su sector más
izquierdista, y también causo el malestar de la CSU, tradicionalmente más
conservadora que la CDU, pero finalmente se formó una “gran coalición” que
permitió a la socialdemocracia participar por primera vez en el gobierno
federal. El democristiano Kurt Georg Kiesinger (ministro-presidente de
Baden-Württemberg) fue electo por el Bundestag
como nuevo canciller federal, y Willy Brandt (a la sazón todavía alcalde de
Berlín Oeste) fue designado vicecanciller y ministro del Exterior,
conformándose así el primer gobierno federal que contaba con la colaboración de
los dos partidos más grandes e influyentes de Alemania.
La “gran coalición” gobernó casi tres años sin mayores complicaciones. En política exterior, si bien prosiguió fortaleciendo los tradicionales lazos de amistad con Occidente, inició iniciativas de normalización de relaciones diplomáticas con los países socialistas. Bonn reanudó nexos con Rumania y Yugoslavia. En la economía, la crisis cedió un poco en este lapso, aunque fueron inevitables una nueva baja en la producción industrial y un aumento en el desempleo.
La administración Kiesinger conoció retos significativos en lo concerniente a la política interior. Debió de enfrentar el agravamiento de las actividades de grupos extremistas tanto de derecha como de izquierda. El Partido Nacional Democrático (NDP), organización de derecha ultranacionalista, adquiría paulatinamente un ímpetu electoral mayor, contando para 1968 con representación en siete Landstags, y se daba por descontado su inminente ingreso al Bundestag. En la primavera de este mismo año, el país vivió en medio de la agitación estudiantil. Grandes manifestaciones de estudiantes izquierdistas inundaron las calles de las principales ciudades alemanas, protagonizando, muchas veces, violentos choques con la policía.
Pese al relativo éxito de su participación conjunta en el gobierno, el SPD y la CDU realizaron una intensa campaña con miras a la elección federal de 1969. Los temas predominantes fueron los económicos y los de la política exterior. Los socialdemócratas proponían una reforma fiscal dedicada a posibilitar la transformación de la enseñanza, sugerían revaluar al marco como una radical medida anticrisis, e insistieron en la necesidad de una mayor apertura hacia los países del este, especialmente la RDA y Polonia. La democracia cristiana aseguraba la continuidad de la orientación desplegada desde el poder durante las pasadas dos décadas "única manera de garantizar la estabilidad y el progreso", y prometía un "segundo milagro económico" una vez superados los escollos "coyunturales". En política exterior pregonaba cautela, criticando a sus rivales por la pretendida reconciliación con el este. Los liberales entraron en una nueva fase de cambios, al elegir a Walter Scheel, destacado dirigente del ala progresista del FDP, como su nuevo líder. En su plataforma electoral, se preocuparon por proyectar la imagen de un organismo renovado, promotor de una profunda reforma de la sociedad alemana, la cual (según los liberales) había caído presa del inmovilismo.
En los comicios del 28 de septiembre de 1969, la unión CDU-CSU consiguió solamente tres escaños menos que en 1965 y un millón de votos más que el SPD, el cual experimentó un aumento de poco más de tres puntos sobre las elecciones anteriores (rebasando por fin el 40% de los votos). El Partido Liberal apenas pudo sostener su representación en el Bundestag, con el 5.8% de los sufragios. El NPD se quedó corto, con el 4.3% del porcentaje electoral, sin lograr, pese a los pronósticos en contrario, entrar al parlamento.
Los democristianos protestaron de inmediato. Alegaron que se desvirtuaba la voluntad del electorado al dejar fuera del gobierno al partido que había logrado la mayor votación. De hecho, la fracción parlamentaria de la unión CDU-CSU sería en número idéntica a la que llegó al Bundestag tras la victoria democristiana de 1961. Pero, aún así, nada impidió a la cámara baja elegir (por escaso margen) a Brandt como el primer canciller socialdemócrata de la posguerra.
Resultados de la Elección Federal del 28 de septiembre de 1969.
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