Nadie duda que la elección presidencial de 1960 ha
sido una de las más reñidas e interesantes en la historia electoral de los
Estados Unidos y del mundo. Dos políticos inteligentes, carismáticos, jóvenes y
ambiciosos fueron los protagonistas de esta contienda, que al final se decidió
en favor del candidato demócrata: John. F. Kennedy, quien al llegar a la Casa
Blanca se convertiría en el presidente más joven de todos los tiempos (43
años), en el primer católico en ascender al cargo y en el segundo senador en
llegar directamente a la jefatura de Estado en el transcurso del siglo pasado.
El segundo mandato de Eisenhower había sido menos
afortunado que el primero. Aunque en términos generales el país siguió viviendo
tiempos de prosperidad, la situación económica tendió a complicarse, las
tensiones raciales volvieron a estallar con violencia y el panorama
internacional se agravó. Defectos y síntomas de debilitamiento del sistema de
vida norteamericano estaban haciendo su aparición: desempleo crónico, repunte
inflacionario, deterioro de las condiciones de vida en las grandes ciudades,
empobrecimiento de las capas sociales más desprotegidas y crisis en las zonas
rurales. El gobierno de los Estados Unidos tenía el deber de superar los años
de autocomplacencia producto del triunfo en la Segunda Guerra Mundial y del
auge económico para no aplazar más el enfrentar los numerosos problemas
característicos de las sociedades capitalistas altamente industrializadas. La
elección de 1960 fue precisamente un duelo entre quienes se presentaban como la
continuidad acrítica de las realizaciones del período de Eisenhower y quienes
miraban al futuro enfatizando la necesidad de iniciar una renovación.
En 1957, la economía entró nuevamente en recesión. La
producción industrial decreció 14.3% y el desempleo aumentó 4.6%. Para
enfrentar la situación, el gobierno debió abandonar por completo sus
intenciones de balancear sus presupuestos. Aumentaron las asignaciones
dedicadas al seguro de desempleo y a la seguridad social. Además de las crecientes
demandas del Estado bienestar, el agravamiento de las tensiones internacionales
obligó a la administración a dedicar fuertes cantidades para el financiamiento
de las necesidades de las fuerzas armadas. Sin embargo, los republicanos se
oponían a cubrir los desproporcionados gastos gubernamentales mediante el
aumento de las cargas impositivas. En consecuencia, el déficit presupuestal,
cuyo monto acumulado durante los ocho años que duró la presidencia de
Eisenhower fue de 18,000 millones de dólares, creció de una manera sin
precedentes. En 1959, el gobierno presentó el mayor déficit registrado hasta el
momento en tiempos de paz.
La situación laboral de millones de trabajadores se
iba deteriorando. De hecho, pese a que tras un breve período de recesión el
país experimentó una recuperación, el desempleo se mantuvo alto en algunas
partes del país. La automatización de las fábricas colaboraba a incrementar el
paro. Al mismo tiempo, los sindicatos perdían influencia política. Ya en 1955,
las dos principales centrales sindicales (la AFL y la CIO) se habían visto
obligadas a fusionarse para evitar la completa extinción de su presencia como
un grupo de poder significativo. El Congreso emprendió una ofensiva
antisindical y aprobó la Landrum-Griffin
Labor-Management Reporting and Disclosure Act, consagrada a combatir la
corrupción y el gangsterismo al interior de los sindicatos.
La automatización también estaba perjudicando a miles
de agricultores. Los inmensos excedentes agrícolas producto los nuevos y
eficaces métodos de cultivo estaban devastando los precios. Aunque Eisenhower
se mostró renuente a seguir una política de subsidios para apoyar a los
agricultores, no le había quedado más remedio que abandonar la idea de
establecer una escala móvil de precios y, en su lugar, pagar elevadas
subvenciones. En 1958, los gastos federales dedicados a la agricultura fueron
seis veces superiores a los de seis años atrás.
La lucha pro derechos civiles adquirió matices
dramáticos en el transcurso de estos años. La decisión de la Suprema Corte de
Justicia de acabar con la discriminación
racial en las escuelas públicas no había sido acatada prácticamente en ninguno
de los estados del sur. En 1957, el gobernador de Arkansas, Orval Faubus, llamó
a la fuerza pública del estado para evitar el ingreso de nueve estudiantes
negros a una escuela de enseñanza media exclusiva para blancos en la ciudad de
Little Rock. Ante este reto a la autoridad federal, el presidente Eisenhower se
vio obligado a abandonar su actitud de no intervenir directamente en los
problemas raciales y envió a tropas federales a Arkansas para restaurar el
orden, proteger a los niños negros y
obligar al cumplimiento de la resolución de la Corte. Asimismo, el Congreso aprobó
en 1957 la Civil Rights Act, en virtud
de la cual jueces federales estarían facultados para castigar a autoridades
locales que impidieran el derecho de voto a los negros.
Pese a lo sucedido en Little Rock y a los esfuerzos
por garantizar el derecho de voto a la población de color, el segregacionismo
siguió siendo una aplastante realidad en la mayor parte del sur de la Unión
Americana. Los negros sentían que el gobierno no hacía lo suficiente en favor
de los derechos civiles y optaron en organizarse en movimientos de resistencia
civil. Dirigentes negros como Martin Luther King encabezaron protestas y actos
pro derechos civiles que pronto cobraron una presencia nacional.
Uno de los terrenos donde también se hizo evidente la
urgencia de imprimir cambios fue en la política exterior. El Departamento de
Estado se había dedicado durante la época de Truman a seguir una política de
contención contra el comunismo, misma que los republicanos denunciaron.
Eisenhower prometió adoptar una postura más agresiva que inclusive llevara a la
"liberación" de las naciones dominadas por los comunistas. Sin
embargo, el desarrollo del armamento nuclear pronto hizo a Washington cambiar
de idea. Se impuso en el mundo un "equilibrio del terror" entre las
dos grandes superpotencias que obligó al Departamento de Estado, a la sazón
encabezado por John Foster Dulles, a conformarse con llevar adelante la
política de contención. La Doctrina Eisenhower, por medio de la cual Estados
Unidos se comprometía a brindar apoyo económico y militar a las naciones del
Medio Oriente para evitar que estas cayeran en la "garras" del
comunismo, se inscribía perfectamente dentro de este marco.
La Guerra Fría seguía su curso. Las tensiones entre
Washington y Moscú incrementaban su intensidad, dando lugar a una creciente
carrera armamentista. La necesidad que Estados Unidos tenía de enfrentar la
expansión del comunismo le hizo descuidar su relación con el tercer mundo, que
dentro de la geopolítica del Departamento de Estado sólo contaba como un enorme
tablero de ajedrez donde las superpotencias dirimían sus diferencias.
Norteamérica poco estaba haciendo para apoyar el desarrollo económico y social
de las poblaciones de Asia, África y América Latina. Eisenhower no tardaría en
darse cuenta de este error. En 1958, el general envió a su vicepresidente a un viaje de "buena
voluntad" por varias naciones de Iberoamérica. Dicha gira resultó un
fiasco. A cualquier lugar adonde llegaba, Nixon
era recibido por multitudinarias manifestaciones de protesta en contra
del "imperialismo norteamericano". Un poco más tarde, Fidel Castro y
sus hombres entraban victoriosos en la Habana, instalando un régimen socialista
a sólo 90 millas de Florida, con lo que daba principio uno de los capítulos más
difíciles y controvertidos en la historia de la política exterior de los
Estados Unidos.
Es así como los comicios presidenciales de 1960 se
celebrarían teniendo como fondo el recrudecimiento de la Guerra Fría, el
aumento de las tensiones raciales y los temores por el probable advenimiento de
una nueva recesión. En su Convención
Nacional, efectuada en Chicago a finales de julio, Los republicanos nominaron
como su candidato a la presidencia a Richard M. Nixon, quien prácticamente no
había encontrado oposición durante las elecciones primarias. Nixon era ya para
entonces un político conocido por su habilidad y por sus métodos no siempre limpios.
La plataforma republicana había sido resultado de una difícil negociación entre
Nixon y Nelson A. Rockefeller, gobernador de Nueva York, uno de los dirigentes
más prominentes del ala liberal del partido. En ella, los republicanos se
comprometían a reorganizar la estructura del gobierno para hacerla "más eficiente", a procurar el crecimiento económico
impulsando la eficiencia y productividad de las empresas privadas y no aumentando "desproporcionadamente"
los gastos gubernamentales, a implementar vastos programas de ayuda financiera
para las naciones en vías de desarrollo y a adoptar una postura más activa en
la lucha a favor de los derechos civiles. En el tema de la defensa nacional, el
Partido Republicano señalaba la necesidad de fortalecer el arsenal nuclear de
los Estados Unidos hasta hacer que su tamaño fuera capaz por si mismo de
"disuadir" a la Unión Soviética de intentar un ataque directo contra
Estados Unidos. Surgía así la doctrina de la "mutua destrucción
asegurada" que imperaría sobre el panorama internacional durante las
siguientes tres décadas.
Nixon había invitado a Rockefeller a ser su compañero
de fórmula, pero el gobernador de Nueva York se negó. Para la vicepresidencia
fue finalmente postulado Henry Cabot Lodge, embajador norteamericano ante las
Naciones Unidas y senador de
Massachusetts hasta 1952, año en que fue derrotado en su intento por retener su
escaño por John F. Kennedy.
Los demócratas celebraron su convención en Los Ángeles
a mediados de julio. Kennedy había obtenido la mayoría de los sufragios a favor
en las primarias, pero se estimaba que en la Convención Nacional probablemente
el nominado podría ser Lyndon B. Johnson, senador por Texas, astuto político
que desde 1953 fungía como líder de la facción demócrata en el Senado. Johnson
contaba con el apoyo de los delegados del sur y, en general, del sector
conservador del partido. También se mencionaba como aspirantes, aunque con
remotas posibilidades, a Adlai Stevenson y a Hubert Humphrey. Empero, el joven
y carismático senador por Massachusetts
fue nominado candidato en la primera votación. Para la vicepresidencia,
Kennedy designó a Johnson, como una manera de garantizar la unidad del partido.
En su plataforma, los demócratas prometían un aumento
al salario mínimo, garantizar una tasa de crecimiento económico de al menos 5%
anual, mejorar la situación de los agricultores, proporcionar a los países del
tercer mundo asistencia para su desarrollo e impulsar como nunca antes los
derechos civiles. También estaba prevista una reforma fiscal a fondo para
terminar con los privilegios de ciertos grupos, además de para ser más
efectivos contra los evasores. Una mayor recaudación fiscal, se argumentaba,
contribuiría a la reducción del déficit. La plataforma demócrata, al igual que
la republicana, demandaba el fortalecimiento de la capacidad nuclear
norteamericana, para dejar claro a la Unión Soviética y a China que un ataque
contra Estados Unidos propiciaría su propia destrucción.
En su discurso de aceptación, Kennedy se refirió a los
años sesentas como "la nueva frontera... una frontera llena de
oportunidades desconocidas pero y también de peligros y de retos". El lema
de la "Nueva Frontera" se convertiría en todo un programa de
gobierno, continuación natural del New
Deal y del Fair Deal.
La campaña electoral sería una de las más
personalizadas en la historia de Estados unidos hasta ese momento. Giraría en
torno a dos individuos dueños de un indiscutible talento y de unos muy
particulares estilos personales de hacer política. De hecho, los programas de
los partidos pasarían a un segundo término. Los electores estaban más
interesados en las personalidades de los dos candidatos presidenciales que en
conocer el contenido de sus plataformas electorales. La tendencia a
personalizar las contiendas presidenciales se ha mantenido hasta la fecha,
apoyada por la enorme influencia que han cobrado los medios masivos de
comunicación.
Nixon se presentaba como el hombre capaz de garantizar
la continuidad de la prosperidad económica conocida en los años de las
administraciones de Eisenhower. El vicepresidente, apenas cuatro años más viejo
que Kennedy, había hecho una carrera política meteórica, que había comenzado en
1946 con su sorpresivo arribo a la Cámara de Representantes. Dos años más
tarde, Nixon fue electo como Senador por California. Durante sus años como
legislador, había obtenido notoriedad nacional por su participación como
"cazacomunistas" en el comité de actividades antiamericanas, siendo
uno de los verdugos en el caso de Alger Hiss. En 1952 se convertiría en
vicepresidente de Eisenhower. Mal visto por el segmento moderado del Partido
Republicano, su astucia, su perseverancia y en ocasiones su oportunismo le
permitieron a Richard Nixon mantenerse en la cumbre hasta ser nominado
candidato a la presidencia.
John F. Kennedy era un joven patricio procedente de
una de las mejores familias de Massachusetts. Hijo de un financiero y ex
embajador, Kennedy se había preparado en prestigiadas escuelas y universidades,
había sido condecorado por su desempeño en el frente del Pacífico durante la
Segunda Guerra Mundial e ingresado a la Cámara de Representantes justamente el
mismo año en el que lo hizo Nixon. Fue
electo senador en 1952, venciendo al prestigiado Cabot Lodge y casi fue
nominado para la vicepresidencia en 1956. Dueño de un indiscutible carisma,
Kennedy emprendió una intensa campaña enarbolado las banderas del cambio.
En un principio, Richard Nixon tenía una cierta ventaja
sobre su rival en las encuestas. Como vicepresidente, era mejor conocido a
nivel nacional. Además, muchos electores protestantes tenían serias dudas de la
conveniencia de elegir como presidente a un católico. Sin embargo, la vigorosa
campaña de Kennedy fue haciendo desaparecer poco a poco la superioridad de los
republicanos. Por otra parte, varios notables errores cometidos por los
republicanos afectaron la campaña del vicepresidente. Primero fue una célebre declaración del presidente Eisenhower, quien al ser
cuestionado en una entrevista por la revista Time para que diera tan solo un
ejemplo de una aportación de su vicepresidente a su administración, solo atino
a responder “, Un ejemplo, mmmmhhhh, a ver, deme una semana y a lo mejor se me
ocurre alguna”. Otro error fue la inasistencia de Nixon a hacer campaña en los 50 estados. Con las
características del sistema electoral norteamericano, en donde el voto popular
es menos importante que el Colegio Electoral, resulta vital para los candidatos
privilegiar a los llamados “Swing States”, es decir, las entidades más pobladas
que no están claramente decantadas por alguno de los partidos y donde, por lo
tanto, la moneda está en el aire. Nixon dilapido valioso tiempo en visitar
estados donde no tenía oportunidad de ganar, o que tenía ganados de antemano, o
que tenían pocos votos electorales. Por su parte, para Kennedy resultó clave la
designación del texano Johnson como compañero de fórmula, ya que fue un factor
determinante en el triunfo de los demócratas en Texas y varios estados del Sur
que veían al católico norteño de Kennedy con desconfianza. De hecho, mucho se
ha dicho sobre la capacidad de Johnson y su camarilla de campaña de manipular
votos y hacer maniobras que, según el punto de vista de algunos historiadores
electorales, fueron claves en el resultado de la que a la postre fue una reñida
elección.
También han corrido ríos de tinta sobre los debates
televisado, considerados como el verdadero “punto de inflexión” de esta
histórica campaña. En 1960, por
primera vez la televisión jugaría un papel político de primera importancia,
cosa que supo aprovechar muy bien el telegénico Kennedy. Los candidatos
celebraron una serie de cuatro debates televisados, que fueron presenciados
aproximadamente por 75 millones de electores. Hay consenso en decir que el más influyente de estos encuentros tet a tet
fue el primero, al que Nixon, en su obsesión por hacer campaña “a la antigüita”
llegó cansado y nervioso. Incluso tenía
aspecto de enfermo (había sufrido una infección días antes.) También se negó a
ponerse maquillaje para este primer debate, con lo que no pudo disimular una
barba incipiente que, francamente, lo hizo verse muy mal. Kennedy, por el
contrario, proyecto aplomo, conocimiento de los temas y gran simpatía. Se
estima que 80 millones de espectadores vieron el primer debate. Mucho se ha
dicho que la mayoría de las personas que vieron el debate en la televisión dijeron
que Kennedy había ganado, mientras que los oyentes de radio señalaron en Nixon
al ganador. Pero lo cierto es que a partir de este momento Kennedy dio un
vuelco en las encuestas y ya no abandonaría esa ventaja. En los otros tres
debates a Nixon le fue mucho mejor, pero el daño de la primera impronta ya
estaba hecho.
La elección de 1960 ha sido, en términos del voto
popular, la más reñida de la historia de los Estados Unidos. La diferencia
entre el vencedor y el vencido fue de apenas 114,673 votos. También ha sido
hasta el momento la que mayor participación electoral ha registrado (63.1%).
Kennedy ganó el 49.7% del voto popular,
pero el 56.4% en el Colegio Electoral. La mayoría de los estados del
este, del sur y de la región de los Grandes Lagos fueron ganados por el senador
de Massachusetts, mientras que la mayor parte de las entidades del oeste y
algunos en el medio oeste y en Nueva Inglaterra optaron por Nixon. Los
demócratas conservaron su predominio en ambas cámaras.