martes, 22 de marzo de 2016

Prólogo del libro, por Luis Carlos Ugalde

Prólogo del libro




Prólogo

El Libro De Winston Churchill a Donald Trump: Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo, de Pedro Arturo Aguirre, es mucho más una historia electoral. Se trata de una reflexión sobre la fortuna y la tragedia -más allá de las urnas- de decenas de políticos en los últimos 70 años. Todos son políticos, aunque algunos hayan navegado como anti-políticos o ciudadanos buenos e impolutos. Algunos de los personajes que recorren las páginas de este libro fueron estadistas, otros meros oportunistas; algunos talentosos y elocuentes, otros grises y aburridos, pero casi todos con capacidad de adaptación y aprendizaje. No han faltado incluso “payasos”, según el autor.

El libro describe cómo el candidato, así como su contexto económico y político influyen los resultados de una elección, pero también el azar y otros accidentes coyunturales. También cómo los políticos se engrandecen o encojen en las campañas, cómo capturan el sentimiento de la gente y lo traducen en triunfos arrolladores o en fracasos rotundos cuando son incapaces de actuar y leer el humor público con sentido común.

El libro de Pedro Arturo también es un recuento pormenorizado de lo que ocurría en el mundo al momento de las elecciones que se narran. En el capítulo sobre la elección de 1945 en la Gran Bretaña, por ejemplo, cuando pierde Winston Churchill pocas semanas después de haber ganado la Segunda Guerra Mundial, nos enteramos de las alianzas europeas y atlánticas y el inicio de la Guerra Fría. Con la narración de la elección de 1960 en Estados Unidos, comprendemos el auge económico de los años cincuenta, pero también el segregacionismo que imperaba en aquel país y del inicio del movimiento de derechos civiles cuyas secuelas aun vivimos y que tuvieron su cenit en otra elección, la de Barack Obama, en 2008.

Con la narración de elecciones en Alemania y Francia en los años sesenta y setenta, entendemos la lógica del Estado del bienestar y la importancia de la social democracia en aquel continente. Años después vemos el cambio de paradigma con el ascenso de Margaret Thatcher en la Gran Bretaña.

Un tema que brota una y otra vez es la personalización de la política en las campañas. Reproduce el autor una nota del diario El País respecto a una campaña presidencial: “Un aire de galán de telenovela (…) un buen manejo de la televisión; un discurso simple, banal y sin contenido, (…) el apoyo de una todopoderosa cadena de televisión (…) y evitar a toda costa el debate con los otros candidatos y las entrevistas a cuerpo descubierto con la Prensa, le han bastado al candidato (…) para encaramarse en la cabeza de las encuestas”. No se trataba de México en 2012, sino de Brasil en 1990, hace 26 años, cuando Fernando Collor de Mello fue electo presidente, pero a la postre vituperado por escándalos de corrupción que lo forzaron a dimitir apenas dos años después de iniciar su mandato. Quien perdió en aquella contienda fue un joven y desconocido líder sindical que sería presidente con el nuevo milenio: Luis Ignacio “Lula” da Silva, y quien hoy se ve vería envuelto en escándalos de corrupción.

Pero 30 años antes de esa elección de Collor de Mello también la imagen y la TV habían jugado un papel relevante en el triunfo de John F. Kennedy en los Estados Unidos en 1960 y en la reelección de Charles de Gaulle en Francia en 1965, fomentada en buen grado por los medios masivos de comunicación. Nos dice Aguirre que “la importancia de los partidos y los programas de gobierno quedaba relegada frente a las figuras personales de los candidatos”.

Que la imagen pese tanto en la política electoral no significa que las ideas hayan desaparecido en la contienda por los votos. Notoria fue la elección en Gran Bretaña en 1979, cuando no solo se definió el cambio de mando de los laboristas a los conservadores, sino marcó un giro ideológico y económico mundial conocido como la revolución neoliberal y que marcaría el destino de decenas de naciones en las siguientes décadas.

El triunfo de Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, fue una muestra —según el autor— de que no siempre es cierto aquello de que "gana las elecciones quien conquista el centro", sino que en situaciones de crisis profunda las opciones más radicales tienen una fuerte oportunidad de salir victoriosas. Y yo añadiría, ideas radicales con sustento ideológico y con contenido programático.

Sumamente interesante resulta vislumbrar que “no hay nada nuevo bajo el sol” en usar a la “anti-política” como táctica discursiva de campaña. Nos dice Pedro Arturo que muchos de esos experimentos acabaron en corrupción, compadrazgo, crisis y decepción ciudadana: “Los caudillos civiles resultaron muchas veces peores que los políticos tradicionales y los países que se embarcaron en la aventura de tratar de reconstruir sus sistemas de partidos seducidos con el discurso de la anti política enarbolado por estos ciudadanos supuestamente "impolutos" cayeron en graves crisis de diversa índole, cuando no en las garras de regímenes abiertamente autoritarios”.

Especial atención merece el caso italiano, no solo porque ahí se encumbró un supuesto antipolítico que prometió salvar a Italia de la corrupción de los políticos tradicionales, sino que ese salvador resultó un mesías y bufón que avergonzó a su país delante del mundo. Se trata, obviamente, de Silvio Berlusconi, un bufón usó el nombre de la porra de un equipo de futbol y llamó Forza Italia al partido que lo llevó al poder.

Pero acaso el fenómeno más relevante es el de la partitocrazia italiana, ejemplo de la auto complacencia de una clase política decrépita que se alejaba cada vez más de la sociedad a fines del siglo XX. El autor narra con detalle los intentos para reformar el sistema electoral italiano a lo largo de la década de 1990 y cómo todos ellos fracasaron. Intentos para lograr mediante la reingeniería constitucional un cambio en los hábitos de los políticos. Pero lo más sorprendente (u obvio) es que las reglas no cambian tradiciones centenarias. Fue una ingenuidad pensar que cambiando el sistema de representación proporcional por uno de elección uninominal de los parlamentarios significaría una mayor responsabilidad de los políticos frente a la sociedad.

Respecto al caso italiano, Pedro Arturo Aguirre cita a Michelangelo Bovero, quien dice que “el más execrable régimen posible, la Kakistocracia, es resultado de la nefasta combinación de las peores formas de gobierno: tiranía, oligarquía y oclocracia, en una crítica apenas velada contra tres de los principales dirigentes de la Italia actual: Fini, Berluscuni y Bossi”.

Que no haya nada nuevo bajo el sol significa también corta memoria de los electores y ello facilita una dosis de demagogia e incluso impunidad de los candidatos: repetir promesas, usar jiribillas populares como si fueran nuevas, cambiar de postura como si fueran zapatos y no pagar costos por ello. Los orígenes nacionalistas de la campaña presidencial de Donald Trump de 2015-16, por ejemplo, pueden trazarse a 1992: la demagogia y discurso estridente, nacionalista, aunque menos violento, de un independiente que se lanzó en busca de la Casa Blanca: Ross Perot. En 2016 como en 1992, los disparates y las aseveraciones sin sustento, por ejemplo, en temas de comercio internacional, fluían como agua sin que los candidatos antes y ahora tuviesen que contrastar sus dichos con los hechos.

La retórica anti Washington y anti establishment que ha dominado la política americana y de otros países ha sido usada por todos: demócratas, republicanos, activistas del Tea Party, independientes e incluso “socialistas” como el senador Bernie Sanders, quien en 2016 lanzó una muy atractiva campaña en pos de la nominación del Partido Demócrata.

Finalmente, un tema que brota una y otra vez en la obra de Aguirre es el desgaste natural del ejercicio del poder que lleva al abuso del poder, a la corrupción, al nepotismo y al desenamoramiento de los electores. Si en los sistemas presidenciales hay mandatos fijos de tiempo y restricciones absolutas o relativas para la reelección, en los sistemas parlamentarios el límite lo da la popularidad, la gobernabilidad al interior de los partidos y el entorno económico que debido a los ciclos coloca con frecuencia a los líderes políticos en una situación de declive.

Si Margaret Thatcher había inaugurado una revolución conservadora en 1979, no solo al interior de su partido sino en el mundo occidental, el ejercicio del poder desgastó su posición y eventualmente llevó a los tories a perder el poder en 1997. Si Tony Blair había sido un icono de renovación del Partido Laborista a mediados de los años noventa y llevado nuevamente a la izquierda nuevamente a Downing Street, fue el ejercicio del poder y su osadía de apoyar la guerra de Iraq en 2003, lo que lo llevó a su desgaste y nuevamente al regreso de otros al poder en la Gran Bretaña.

Lo mismo ocurrió en España como lo narra el capítulo dedicado a Felipe González, donde describe su ascenso en 1982 y su gradual, pero imparable, declive que culminó con el triunfo del Partido Popular en 1999. Por más carisma y talento que tuviese González en España o Blair en Gran Bretaña, el ejercicio del poder desgasta: siembra enemigos, cosecha acusaciones, detona la corrupción y eventualmente el enamoramiento termina en divorcio, tan solo para que inicie un nuevo ciclo que termina lustros después.

El futuro de las elecciones

Al concluir la lectura de este magnífico libro, la sensación que queda es que habrá pocas sorpresas en el horizonte; que las elecciones seguirán celebrándose con personajes de diferente calibre: visionarios, talentosos, incansables, oportunistas, ignorantes con sentido común, mitómanos y megalómanos.

Ya está cambiando el medio para difundir el mensaje, pero como en las novelas de amor, los temas serán los mismos: acabar con los privilegios, ampliar las oportunidades, procurar justicia, mejorar la seguridad de las personas. Las redes sociales, como los medios electrónicos antes, jugarán un papel creciente en la competencia electoral y cambiarán la envoltura de los mensajes, pero éstos seguirán siendo los mismos, en buena parte, como resultado de que la política ha sido, todavía, insuficiente para cumplir las promesas que los políticos hacen en campaña.

Y en ese entorno, la anti-política y el populismo seguirán siendo un buen negocio de los oportunistas, de los ingenuos o de los salvadores para ofrecer el cielo en la tierra sin cambiar demasiado las cosas

Luis Carlos Ugalde

Ciudad de México, marzo de 2016


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