Prólogo
El Libro De
Winston Churchill a Donald Trump: Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo, de Pedro Arturo Aguirre,
es mucho más una historia electoral. Se trata de una reflexión sobre la fortuna
y la tragedia -más allá de las urnas- de decenas de políticos en los últimos 70
años. Todos son políticos, aunque algunos hayan navegado como anti-políticos o
ciudadanos buenos e impolutos. Algunos de los personajes que recorren las
páginas de este libro fueron estadistas, otros meros oportunistas; algunos
talentosos y elocuentes, otros grises y aburridos, pero casi todos con
capacidad de adaptación y aprendizaje. No han faltado incluso “payasos”, según
el autor.
El libro describe cómo el candidato, así como
su contexto económico y político influyen los resultados de una elección, pero
también el azar y otros accidentes coyunturales. También cómo los políticos se
engrandecen o encojen en las campañas, cómo capturan el sentimiento de la gente
y lo traducen en triunfos arrolladores o en fracasos rotundos cuando son
incapaces de actuar y leer el humor público con sentido común.
El libro de Pedro Arturo también es un
recuento pormenorizado de lo que ocurría en el mundo al momento de las
elecciones que se narran. En el capítulo sobre la elección de 1945 en la Gran
Bretaña, por ejemplo, cuando pierde Winston Churchill pocas semanas después de
haber ganado la Segunda Guerra Mundial, nos enteramos de las alianzas europeas
y atlánticas y el inicio de la Guerra Fría. Con la narración de la elección de
1960 en Estados Unidos, comprendemos el auge económico de los años cincuenta,
pero también el segregacionismo que imperaba en aquel país y del inicio del
movimiento de derechos civiles cuyas secuelas aun vivimos y que tuvieron su
cenit en otra elección, la de Barack Obama, en 2008.
Con la narración de elecciones en Alemania y
Francia en los años sesenta y setenta, entendemos la lógica del Estado del
bienestar y la importancia de la social democracia en aquel continente. Años
después vemos el cambio de paradigma con el ascenso de Margaret Thatcher en la
Gran Bretaña.
Un tema que brota una y otra vez es la
personalización de la política en las campañas. Reproduce el autor una nota del
diario El País respecto a una campaña
presidencial: “Un aire de galán de telenovela (…) un buen manejo de la
televisión; un discurso simple, banal y sin contenido, (…) el apoyo de una todopoderosa
cadena de televisión (…) y evitar a toda costa el debate con los otros
candidatos y las entrevistas a cuerpo descubierto con la Prensa, le han bastado
al candidato (…) para encaramarse en la cabeza de las encuestas”. No se trataba
de México en 2012, sino de Brasil en 1990, hace 26 años, cuando Fernando Collor
de Mello fue electo presidente, pero a la postre vituperado por escándalos de
corrupción que lo forzaron a dimitir apenas dos años después de iniciar su
mandato. Quien perdió en aquella contienda fue un joven y desconocido líder
sindical que sería presidente con el nuevo milenio: Luis Ignacio “Lula” da
Silva, y quien hoy se ve vería envuelto en escándalos de corrupción.
Pero 30 años antes de esa elección de Collor
de Mello también la imagen y la TV habían jugado un papel relevante en el
triunfo de John F. Kennedy en los Estados Unidos en 1960 y en la reelección de
Charles de Gaulle en Francia en 1965, fomentada en buen grado por los medios
masivos de comunicación. Nos dice Aguirre que “la importancia de los partidos y
los programas de gobierno quedaba relegada frente a las figuras personales de
los candidatos”.
Que la imagen pese tanto en la política
electoral no significa que las ideas hayan desaparecido en la contienda por los
votos. Notoria fue la elección en Gran Bretaña en 1979, cuando no solo se
definió el cambio de mando de los laboristas a los conservadores, sino marcó un
giro ideológico y económico mundial conocido como la revolución neoliberal y
que marcaría el destino de decenas de naciones en las siguientes décadas.
El triunfo de Margaret Thatcher, la “Dama de
Hierro”, fue una muestra —según el autor— de que no siempre es cierto aquello
de que "gana las elecciones quien conquista el centro", sino que en
situaciones de crisis profunda las opciones más radicales tienen una fuerte
oportunidad de salir victoriosas. Y yo añadiría, ideas radicales con sustento
ideológico y con contenido programático.
Sumamente interesante resulta vislumbrar que
“no hay nada nuevo bajo el sol” en usar a la “anti-política” como táctica
discursiva de campaña. Nos dice Pedro Arturo que muchos de esos experimentos
acabaron en corrupción, compadrazgo, crisis y decepción ciudadana: “Los
caudillos civiles resultaron muchas veces peores que los políticos
tradicionales y los países que se embarcaron en la aventura de tratar de
reconstruir sus sistemas de partidos seducidos con el discurso de la anti
política enarbolado por estos ciudadanos supuestamente "impolutos"
cayeron en graves crisis de diversa índole, cuando no en las garras de
regímenes abiertamente autoritarios”.
Especial atención merece el caso italiano, no
solo porque ahí se encumbró un supuesto antipolítico que prometió salvar a
Italia de la corrupción de los políticos tradicionales, sino que ese salvador
resultó un mesías y bufón que avergonzó a su país delante del mundo. Se trata,
obviamente, de Silvio Berlusconi, un bufón usó el nombre de la porra de un
equipo de futbol y llamó Forza Italia al partido que lo llevó al poder.
Pero acaso el fenómeno más relevante es el de
la partitocrazia italiana, ejemplo de
la auto complacencia de una clase política decrépita que se alejaba cada vez
más de la sociedad a fines del siglo XX. El autor narra con detalle los
intentos para reformar el sistema electoral italiano a lo largo de la década de
1990 y cómo todos ellos fracasaron. Intentos para lograr mediante la
reingeniería constitucional un cambio en los hábitos de los políticos. Pero lo
más sorprendente (u obvio) es que las reglas no cambian tradiciones
centenarias. Fue una ingenuidad pensar que cambiando el sistema de
representación proporcional por uno de elección uninominal de los
parlamentarios significaría una mayor responsabilidad de los políticos frente a
la sociedad.
Respecto al caso italiano, Pedro Arturo
Aguirre cita a Michelangelo Bovero, quien dice que “el más execrable régimen
posible, la Kakistocracia, es
resultado de la nefasta combinación de las peores formas de gobierno: tiranía,
oligarquía y oclocracia, en una crítica apenas velada contra tres de los
principales dirigentes de la Italia actual: Fini, Berluscuni y Bossi”.
Que no haya nada nuevo bajo el sol significa
también corta memoria de los electores y ello facilita una dosis de demagogia e
incluso impunidad de los candidatos: repetir promesas, usar jiribillas
populares como si fueran nuevas, cambiar de postura como si fueran zapatos y no
pagar costos por ello. Los orígenes nacionalistas de la campaña presidencial de
Donald Trump de 2015-16, por ejemplo, pueden trazarse a 1992: la demagogia y
discurso estridente, nacionalista, aunque menos violento, de un independiente
que se lanzó en busca de la Casa Blanca: Ross Perot. En 2016 como en 1992, los
disparates y las aseveraciones sin sustento, por ejemplo, en temas de comercio
internacional, fluían como agua sin que los candidatos antes y ahora tuviesen
que contrastar sus dichos con los hechos.
La retórica anti Washington y anti
establishment que ha dominado la política americana y de otros países ha sido
usada por todos: demócratas, republicanos, activistas del Tea Party,
independientes e incluso “socialistas” como el senador Bernie Sanders, quien en
2016 lanzó una muy atractiva campaña en pos de la nominación del Partido
Demócrata.
Finalmente, un tema que brota una y otra vez
en la obra de Aguirre es el desgaste natural del ejercicio del poder que lleva
al abuso del poder, a la corrupción, al nepotismo y al desenamoramiento de los
electores. Si en los sistemas presidenciales hay mandatos fijos de tiempo y
restricciones absolutas o relativas para la reelección, en los sistemas
parlamentarios el límite lo da la popularidad, la gobernabilidad al interior de
los partidos y el entorno económico que debido a los ciclos coloca con
frecuencia a los líderes políticos en una situación de declive.
Si Margaret Thatcher había inaugurado una
revolución conservadora en 1979, no solo al interior de su partido sino en el
mundo occidental, el ejercicio del poder desgastó su posición y eventualmente
llevó a los tories a perder el poder en 1997. Si Tony Blair había sido un icono
de renovación del Partido Laborista a mediados de los años noventa y llevado
nuevamente a la izquierda nuevamente a Downing Street, fue el ejercicio del
poder y su osadía de apoyar la guerra de Iraq en 2003, lo que lo llevó a su
desgaste y nuevamente al regreso de otros al poder en la Gran Bretaña.
Lo mismo ocurrió en España como lo narra el
capítulo dedicado a Felipe González, donde describe su ascenso en 1982 y su
gradual, pero imparable, declive que culminó con el triunfo del Partido Popular
en 1999. Por más carisma y talento que tuviese González en España o Blair en
Gran Bretaña, el ejercicio del poder desgasta: siembra enemigos, cosecha
acusaciones, detona la corrupción y eventualmente el enamoramiento termina en
divorcio, tan solo para que inicie un nuevo ciclo que termina lustros después.
El futuro de las elecciones
Al concluir la lectura de este magnífico
libro, la sensación que queda es que habrá pocas sorpresas en el horizonte; que
las elecciones seguirán celebrándose con personajes de diferente calibre:
visionarios, talentosos, incansables, oportunistas, ignorantes con sentido
común, mitómanos y megalómanos.
Ya está cambiando el medio para difundir el
mensaje, pero como en las novelas de amor, los temas serán los mismos: acabar
con los privilegios, ampliar las oportunidades, procurar justicia, mejorar la
seguridad de las personas. Las redes sociales, como los medios electrónicos
antes, jugarán un papel creciente en la competencia electoral y cambiarán la
envoltura de los mensajes, pero éstos seguirán siendo los mismos, en buena
parte, como resultado de que la política ha sido, todavía, insuficiente para
cumplir las promesas que los políticos hacen en campaña.
Y en ese entorno, la anti-política y el
populismo seguirán siendo un buen negocio de los oportunistas, de los ingenuos
o de los salvadores para ofrecer el cielo en la tierra sin cambiar demasiado
las cosas
Luis
Carlos Ugalde
Ciudad
de México, marzo de 2016
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