De Winston Churchill a Donal Trump: auge y decadencia de las elecciones. Una breve historia electoral de Pedro Arturo Aguirre. Las más notables campañas electorales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el momento y la profunda crisis de representatividad en la que están inmersos los partidos políticos en pleno siglo XXI.
martes, 22 de marzo de 2016
De Winston Churchill a Donald Trump, auge y decadencia de las elecciones
Índice del libro
Índice:
Prólogo
Auge y Decadencia de las Elecciones en el
Mundo
El León Humillado (Reino Unido, 1945)
Give ‘em Hell, Harry! (Estados Unidos,
1948)
El Príncipe y el "Méndigo"
(Estados Unidos, 1960)
El Águila y el Zorro (Francia, 1965)
La Mayoría Silenciosa (Estados Unidos,
1968)
Brandt y el Auge de la Socialdemocracia
(Alemania, 1969)
Thatcher: La Hora de una Opción Radical (Reino
Unido, 1979)
Let´s Make America Great Again! (Estados Unidos, 1980)
La Fuerza Tranquila (Francia, 1981)
El Partido Verde Alemán (Alemania,1983)
La Reconstrucción de François Mitterrand
(Francia, 1988)
México y su Eterna Transición a la
Democracia (México 1988, 2000 y 2006)
Elecciones al Principio y Fin de las
Democracias (Filipinas 1986, Polonia 1989, Perú 1990)
Nada Nuevo Bajo el Sol (Brasil, 1989)
El Fraude de la Anti Política en Italia
(Italia, 1992 y 1994)
Dormir sobre Laureles (Estados Unidos,
1992)
Las Dos Décadas Pérdidas de Japón (Japón,
1993)
“La Más Dulce de las Derrotas” (España,
1996)
Boris Yeltsin, o como resucitar a un
candidato moribundo (Rusia, 1996)
Tony Blair, o como reinventar a un partido
moribundo (Reino Unido, 1997)
Schroeder, a Pesar de su Partido (Alemania,
1998)
Bush Jr. Vs. Gore, o el Fin del Paradigma
(Estados Unidos, 2000)
La Decadencia de la V República Francesa
(Francia, 2002 y 2012)
Obama y la Era de la Cyberpolítica (Estados
Unidos, 2008)
Soberbia, Mentiras y un Naufragio Electoral
de Última Hora (España, 2012)
Las Orejas del Lobo (Parlamento Europeo,
2014)
Podemos y Los Reaccionarios del 15-M
(España, 2015)
A Contracorriente (Canadá, 2015)
A Contracorriente (Canadá, 2015)
¿Donald Trump en la Bandera de Estados
Unidos? (Estados Unidos, 2016)
Elecciones en el Siglo XXI
Candidaturas Independientes y
Personalización de la Política
Los Dos Filos de la Democracia Digital
¿Cuándo es Letal un Gaffe de Campaña?
¿Todavía es Viable la Democracia
Representativa?
Recuperar la Lógica de los Contrapesos
Democracias Deficientes vs Regímenes Semiautoritarios
Combatir el Clientelismo
Gobernabilidad Democrática
Fórmulas Electorales y Calidad de
Representación
Poder Ciudadano y Reforma Política
Crisis de los Partidos y Financiamiento de
la Política
Grillo y Berlusconi: Dos Caras Distintas,
una Misma Demagogia
Auge y Caída del Neo Populismo en América
Latina
¿De Verdad ya no hay Líderes?
Campañas Electorales: Esa Apoteosis de
Estupidez Humana.
Prólogo del libro, por Luis Carlos Ugalde
Prólogo del libro
Prólogo
El Libro De
Winston Churchill a Donald Trump: Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo, de Pedro Arturo Aguirre,
es mucho más una historia electoral. Se trata de una reflexión sobre la fortuna
y la tragedia -más allá de las urnas- de decenas de políticos en los últimos 70
años. Todos son políticos, aunque algunos hayan navegado como anti-políticos o
ciudadanos buenos e impolutos. Algunos de los personajes que recorren las
páginas de este libro fueron estadistas, otros meros oportunistas; algunos
talentosos y elocuentes, otros grises y aburridos, pero casi todos con
capacidad de adaptación y aprendizaje. No han faltado incluso “payasos”, según
el autor.
El libro describe cómo el candidato, así como
su contexto económico y político influyen los resultados de una elección, pero
también el azar y otros accidentes coyunturales. También cómo los políticos se
engrandecen o encojen en las campañas, cómo capturan el sentimiento de la gente
y lo traducen en triunfos arrolladores o en fracasos rotundos cuando son
incapaces de actuar y leer el humor público con sentido común.
El libro de Pedro Arturo también es un
recuento pormenorizado de lo que ocurría en el mundo al momento de las
elecciones que se narran. En el capítulo sobre la elección de 1945 en la Gran
Bretaña, por ejemplo, cuando pierde Winston Churchill pocas semanas después de
haber ganado la Segunda Guerra Mundial, nos enteramos de las alianzas europeas
y atlánticas y el inicio de la Guerra Fría. Con la narración de la elección de
1960 en Estados Unidos, comprendemos el auge económico de los años cincuenta,
pero también el segregacionismo que imperaba en aquel país y del inicio del
movimiento de derechos civiles cuyas secuelas aun vivimos y que tuvieron su
cenit en otra elección, la de Barack Obama, en 2008.
Con la narración de elecciones en Alemania y
Francia en los años sesenta y setenta, entendemos la lógica del Estado del
bienestar y la importancia de la social democracia en aquel continente. Años
después vemos el cambio de paradigma con el ascenso de Margaret Thatcher en la
Gran Bretaña.
Un tema que brota una y otra vez es la
personalización de la política en las campañas. Reproduce el autor una nota del
diario El País respecto a una campaña
presidencial: “Un aire de galán de telenovela (…) un buen manejo de la
televisión; un discurso simple, banal y sin contenido, (…) el apoyo de una todopoderosa
cadena de televisión (…) y evitar a toda costa el debate con los otros
candidatos y las entrevistas a cuerpo descubierto con la Prensa, le han bastado
al candidato (…) para encaramarse en la cabeza de las encuestas”. No se trataba
de México en 2012, sino de Brasil en 1990, hace 26 años, cuando Fernando Collor
de Mello fue electo presidente, pero a la postre vituperado por escándalos de
corrupción que lo forzaron a dimitir apenas dos años después de iniciar su
mandato. Quien perdió en aquella contienda fue un joven y desconocido líder
sindical que sería presidente con el nuevo milenio: Luis Ignacio “Lula” da
Silva, y quien hoy se ve vería envuelto en escándalos de corrupción.
Pero 30 años antes de esa elección de Collor
de Mello también la imagen y la TV habían jugado un papel relevante en el
triunfo de John F. Kennedy en los Estados Unidos en 1960 y en la reelección de
Charles de Gaulle en Francia en 1965, fomentada en buen grado por los medios
masivos de comunicación. Nos dice Aguirre que “la importancia de los partidos y
los programas de gobierno quedaba relegada frente a las figuras personales de
los candidatos”.
Que la imagen pese tanto en la política
electoral no significa que las ideas hayan desaparecido en la contienda por los
votos. Notoria fue la elección en Gran Bretaña en 1979, cuando no solo se
definió el cambio de mando de los laboristas a los conservadores, sino marcó un
giro ideológico y económico mundial conocido como la revolución neoliberal y
que marcaría el destino de decenas de naciones en las siguientes décadas.
El triunfo de Margaret Thatcher, la “Dama de
Hierro”, fue una muestra —según el autor— de que no siempre es cierto aquello
de que "gana las elecciones quien conquista el centro", sino que en
situaciones de crisis profunda las opciones más radicales tienen una fuerte
oportunidad de salir victoriosas. Y yo añadiría, ideas radicales con sustento
ideológico y con contenido programático.
Sumamente interesante resulta vislumbrar que
“no hay nada nuevo bajo el sol” en usar a la “anti-política” como táctica
discursiva de campaña. Nos dice Pedro Arturo que muchos de esos experimentos
acabaron en corrupción, compadrazgo, crisis y decepción ciudadana: “Los
caudillos civiles resultaron muchas veces peores que los políticos
tradicionales y los países que se embarcaron en la aventura de tratar de
reconstruir sus sistemas de partidos seducidos con el discurso de la anti
política enarbolado por estos ciudadanos supuestamente "impolutos"
cayeron en graves crisis de diversa índole, cuando no en las garras de
regímenes abiertamente autoritarios”.
Especial atención merece el caso italiano, no
solo porque ahí se encumbró un supuesto antipolítico que prometió salvar a
Italia de la corrupción de los políticos tradicionales, sino que ese salvador
resultó un mesías y bufón que avergonzó a su país delante del mundo. Se trata,
obviamente, de Silvio Berlusconi, un bufón usó el nombre de la porra de un
equipo de futbol y llamó Forza Italia al partido que lo llevó al poder.
Pero acaso el fenómeno más relevante es el de
la partitocrazia italiana, ejemplo de
la auto complacencia de una clase política decrépita que se alejaba cada vez
más de la sociedad a fines del siglo XX. El autor narra con detalle los
intentos para reformar el sistema electoral italiano a lo largo de la década de
1990 y cómo todos ellos fracasaron. Intentos para lograr mediante la
reingeniería constitucional un cambio en los hábitos de los políticos. Pero lo
más sorprendente (u obvio) es que las reglas no cambian tradiciones
centenarias. Fue una ingenuidad pensar que cambiando el sistema de
representación proporcional por uno de elección uninominal de los
parlamentarios significaría una mayor responsabilidad de los políticos frente a
la sociedad.
Respecto al caso italiano, Pedro Arturo
Aguirre cita a Michelangelo Bovero, quien dice que “el más execrable régimen
posible, la Kakistocracia, es
resultado de la nefasta combinación de las peores formas de gobierno: tiranía,
oligarquía y oclocracia, en una crítica apenas velada contra tres de los
principales dirigentes de la Italia actual: Fini, Berluscuni y Bossi”.
Que no haya nada nuevo bajo el sol significa
también corta memoria de los electores y ello facilita una dosis de demagogia e
incluso impunidad de los candidatos: repetir promesas, usar jiribillas
populares como si fueran nuevas, cambiar de postura como si fueran zapatos y no
pagar costos por ello. Los orígenes nacionalistas de la campaña presidencial de
Donald Trump de 2015-16, por ejemplo, pueden trazarse a 1992: la demagogia y
discurso estridente, nacionalista, aunque menos violento, de un independiente
que se lanzó en busca de la Casa Blanca: Ross Perot. En 2016 como en 1992, los
disparates y las aseveraciones sin sustento, por ejemplo, en temas de comercio
internacional, fluían como agua sin que los candidatos antes y ahora tuviesen
que contrastar sus dichos con los hechos.
La retórica anti Washington y anti
establishment que ha dominado la política americana y de otros países ha sido
usada por todos: demócratas, republicanos, activistas del Tea Party,
independientes e incluso “socialistas” como el senador Bernie Sanders, quien en
2016 lanzó una muy atractiva campaña en pos de la nominación del Partido
Demócrata.
Finalmente, un tema que brota una y otra vez
en la obra de Aguirre es el desgaste natural del ejercicio del poder que lleva
al abuso del poder, a la corrupción, al nepotismo y al desenamoramiento de los
electores. Si en los sistemas presidenciales hay mandatos fijos de tiempo y
restricciones absolutas o relativas para la reelección, en los sistemas
parlamentarios el límite lo da la popularidad, la gobernabilidad al interior de
los partidos y el entorno económico que debido a los ciclos coloca con
frecuencia a los líderes políticos en una situación de declive.
Si Margaret Thatcher había inaugurado una
revolución conservadora en 1979, no solo al interior de su partido sino en el
mundo occidental, el ejercicio del poder desgastó su posición y eventualmente
llevó a los tories a perder el poder en 1997. Si Tony Blair había sido un icono
de renovación del Partido Laborista a mediados de los años noventa y llevado
nuevamente a la izquierda nuevamente a Downing Street, fue el ejercicio del
poder y su osadía de apoyar la guerra de Iraq en 2003, lo que lo llevó a su
desgaste y nuevamente al regreso de otros al poder en la Gran Bretaña.
Lo mismo ocurrió en España como lo narra el
capítulo dedicado a Felipe González, donde describe su ascenso en 1982 y su
gradual, pero imparable, declive que culminó con el triunfo del Partido Popular
en 1999. Por más carisma y talento que tuviese González en España o Blair en
Gran Bretaña, el ejercicio del poder desgasta: siembra enemigos, cosecha
acusaciones, detona la corrupción y eventualmente el enamoramiento termina en
divorcio, tan solo para que inicie un nuevo ciclo que termina lustros después.
El futuro de las elecciones
Al concluir la lectura de este magnífico
libro, la sensación que queda es que habrá pocas sorpresas en el horizonte; que
las elecciones seguirán celebrándose con personajes de diferente calibre:
visionarios, talentosos, incansables, oportunistas, ignorantes con sentido
común, mitómanos y megalómanos.
Ya está cambiando el medio para difundir el
mensaje, pero como en las novelas de amor, los temas serán los mismos: acabar
con los privilegios, ampliar las oportunidades, procurar justicia, mejorar la
seguridad de las personas. Las redes sociales, como los medios electrónicos
antes, jugarán un papel creciente en la competencia electoral y cambiarán la
envoltura de los mensajes, pero éstos seguirán siendo los mismos, en buena
parte, como resultado de que la política ha sido, todavía, insuficiente para
cumplir las promesas que los políticos hacen en campaña.
Y en ese entorno, la anti-política y el
populismo seguirán siendo un buen negocio de los oportunistas, de los ingenuos
o de los salvadores para ofrecer el cielo en la tierra sin cambiar demasiado
las cosas
Luis
Carlos Ugalde
Ciudad
de México, marzo de 2016
Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo: introducción del libro
Introducción
Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo
“La democracia: ¡Esa manía de contar cabezas!"
F.
Nietzsche
La historia de las naciones democráticas es
la historia de sus elecciones. En cada proceso electoral se determina el rumbo
que un país seguirá en los años siguientes en los terrenos económicos,
políticos, sociales e internacionales. Las elecciones son las coyunturas
neurálgicas de nuestro tiempo. Tras la derrota del nazi- fascismo en la Segunda
Guerra Mundial, la democracia se prestigió como el sistema político más
plausible, lo que pareció corroborarse décadas más tarde con la caída del muro
de Berlín y la consiguiente vorágine democrática que invadió Europa del Este.
En un período de tiempo asombrosamente corto arribó la democracia a tambor
batiente a todas las naciones que alguna vez conformaron al bloque soviético,
desde las remotas regiones siberianas hasta los montañosos pueblos en Albania.
En América Latina, también en un lapso vertiginoso, incluso los más
recalcitrantes militarismos latinoamericanos cedieron el poder a gobiernos
democráticamente electos, mientras en Asia desde los llamados "tigres"
del Pacífico hasta la atribulada Indochina emprendían el camino de la apertura.
Fue en 1989 que Francis Fukuyama escribió, célebremente: “Quizá seamos testigos
del punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la implantación de
la democracia liberal occidental como forma definitiva del gobierno humano.” Ya
iniciada nuestra centuria, también en las naciones del África Subsahariana,
dentro de las cuales se encuentran las sociedades más precarias del planeta,
comenzaba a vislumbrarse un cambio democrático, y las inusitadas rebeliones de
la llamada "Primavera Árabe” esbozaron, en su momento, cierto espejismo
democrático.
Sin embargo, a estas ráfagas de cambios ha
seguido una etapa de crecientes y severos cuestionamientos a la funcionalidad de la democracia.
Actualmente los partidos políticos y, en general, las instituciones de
representación política padecen de una severa crisis de legitimidad. En los
cinco continentes han surgido opciones que con la bandera de la “antipolítica”
y la pretensión de constituir opciones “puramente ciudadanas” han cobrado
excepcional popularidad y representan serios retos para los partidos
tradicionales. Asimismo, el abstencionismo electoral crece en numerosas
democracias y aparecen con cada vez mayor frecuencia campañas más o menos
espontaneas que invitan a los ciudadanos a anular su voto como forma de
protesta contra la clase política. Es previsible que todos estos fenómenos
crezcan en los próximos años. Larry Diamond ya advertía
en 2005 de un moderado, pero constante, declive democrático y no sólo en los
países en desarrollo o de democratización reciente, sino también en Occidente y
Estados Unidos. Por el contrario, mientras el prestigio de la democracia se
quebrantaba, crecía la presencia e influencia de regímenes autoritarios como
los de China, Rusia, Irán y populismos latinoamericanos.
Los movimientos emergentes acusan a los
partidos tradicionales de abandonar su obligación de establecer relaciones
abiertas con la sociedad para centrar su lucha en la obtención y el mantenimiento
del poder, de desgastarse en estériles pugnas antes que encarnar los valores y
aspiraciones de los electores y de ser incapaces de ponerse a tono con las
exigencias del mundo contemporáneo. Los constantes y cada vez más ignominiosos
escándalos de corrupción, la profundización de la pobreza, las crisis
económicas recurrentes, la creciente separación entre las élites políticas y
los gobernados, la tendencia mundial de mayor concentración de la riqueza en
pocas manos y el permanente incumplimiento de las promesas de campaña, son los
factores clave en la pérdida de confianza de la ciudadanía. También muchos
perciben un notable decaimiento en el nivel de los liderazgos políticos. El
filósofo Tony Judt escribió en un brillante ensayo, poco antes de morir:
“Durante el largo siglo del liberalismo constitucional, de Gladstone a Lyndon
B. Johnson, las democracias occidentales estuvieron dirigidas por hombres de
talla superior. Con independencia de sus afinidades políticas, Léon Blum y
Winston Churchill, Luigi Einaudi y Willy Brandt, David Lloyd George y Franklin
Roosevelt representaban una clase política profundamente sensible a sus
responsabilidades morales y sociales. Es discutible si fueron las
circunstancias las que produjeron a los políticos o si la cultura de la época
condujo a hombres de este calibre a dedicarse a la política. Políticamente, la
nuestra es una época de pigmeos”.
Es así que se percibe a democracia como
incapaz de funcionar como un mecanismo de transformación social o de
redistribución de oportunidades para funcionar como meramente cancha exclusiva
del juego de sectores poderosos e influyentes. Se habla hoy como nunca antes de
democracias degradadas, corruptas, carentes de reglas justas, en fin, de una
democracia de muy baja calidad, sin proyecto y sin audacia, restringida
únicamente a la tarea de renovar élites y elencos, que ha propiciado una
pérdida de credibilidad en las instituciones y una devaluación generalizada de
la política.
Tradicionalmente, las elecciones
funcionaban por intermedio de organizaciones que proponían candidatos
representativos de determinados bloques de opciones políticas expresados en una
plataforma electoral. Sin embargo, por diversos motivos, esta vieja práctica se
ha vuelto obsoleta. Los armazones ideológicos han perdido fuerza. Los votantes
no aceptan ya plantillas programáticas, por eso los partidos se han
transformado en máquinas constituidas por cuadros de profesionales muy
organizados como estructura, pero cada vez menos identificados con un puntal
filosófico. Paradójicamente se han vuelto más tribales al perder sus
peculiaridades ideológicas. En los partidos actuales, pertenecer importa más
que creer. Esta trivialización los aleja del ámbito ciudadano. La inmensa
mayoría de los electores no desea pertenecer a partido alguno, por tanto, el
juego electoral se convierte en un deporte de minorías. El resultado es una
desconexión evidente entre los actores políticos y el electorado. Como los partidos
son los principales responsables de la representación parlamentaria, esta
desconexión afecta a una de las instituciones democráticas cruciales. La gente
ya no se considera representada por los parlamentos, por consiguiente, éstos
pierden legitimidad en la misión de tomar decisiones en su nombre.
Ante este panorama no es de extrañar que
proliferen movimientos y candidaturas independientes o “antipolíticas” que
dicen ser ajenos a los intereses y prácticas de los partidos tradicionales. Sin
embargo, no debe perderse de vista que esta revolución de la antipolítica
muchas veces ha desembocado en desilusiones aún mayores. En naciones como Italia, Japón, Venezuela y
Perú emergieron en el pasado reciente grupos encabezados por caudillos
pretendidamente “civiles” que decían encabezar una revuelta de las “auténticos”
ciudadanos en contra de los “perversos políticos de siempre”. En su momento se
tenía la esperanza de que el surgimiento de candidatos supuestamente ajenos a
los grupos de poder y dueños de una fachada “ciudadana” fuera capaz de
revigorizar los gobiernos de países que habían padecido clases políticas
excesivamente corruptas e ineficientes. Los resultados, a la vuelta de los
años, fueron enormemente decepcionantes. Los caudillos “civiles” resultaron muchas
veces peores que los políticos tradicionales y algunos países que se embarcaron
en la aventura de tratar de reconstruir sus sistemas de partidos seducidos con
el discurso de la antipolítica enarbolado por estos ciudadanos supuestamente
“impolutos” cayeron en graves crisis de diversa índole, cuando no en las garras
de regímenes abiertamente despóticos. Y con el autoritarismo nunca llegan esas
soluciones fáciles a problemas complejos que siempre ofrecen los líderes
mesiánicos, sino todo contrario, sobreviene la violación sistemática de los
derechos humanos, más corrupción, peor subdesarrollo, y –a la larga- mayor
concentración de la riqueza en las manos de oligarcas con el consiguiente
empeoramiento de la pobreza.
Asimismo, el debilitamiento de los partidos
puede dar lugar a una excesiva personalización de la política y a incrementar
la influencia de poderes fácticos, de los intereses económicos, de los grupos
de presión y medios de comunicación.
Ante la ineptitud de la política, la plutocracia y la “mediocracia”
pueden ganarle la batalla a la democracia. Sí, debe dársele la bienvenida a la
aparición de nuevos movimientos y candidaturas independientes. Pero es
importante no caer en la tentación de idealizar estas opciones. Si bien los
partidos han entrado en crisis y debe demandárseles encontrar fórmulas para
reconectar con la ciudadanía, también es cierto que una sociedad políticamente
madura entiende que la democracia es un sistema de gobierno, en buena medida,
desilusionante, y que los atajos a los desafíos sociales son quimeras que
venden los demagogos.
También hay quienes postulan que los males
de la democracia solo se solucionan con más democracia y exploran alternativas
para ampliar la pluralidad de la participación ciudadana, pero cada una de las
alternativas plantea sus propios problemas. La acción directa mediante
manifestaciones callejeras se ha vuelto un hecho común y -a menudo- eficaz,
pero es muchas veces violenta y suele servir solo para enquistar posturas.
Además, tenemos a las organizaciones no gubernamentales, en principio más
estrechamente vinculadas con la ciudadanía, aunque sus estructuras suelen ser
muy poco democráticas. Sobra quien propone apelar al máximo a la democracia
directa, sobre todo ahora en la era del internet, pero no es posible establecer
conexiones duraderas entre gobernantes y gobernados reduciendo el debate
público al simple referéndum cotidiano. Lo dijo De Gaulle poco tiempo antes de
renunciar a la presidencia: “Los referéndums son peligrosos porque suele
ocurrir que la gente no responde a la pregunta que se le fórmula”.
Desafío hercúleo será revertir la
desilusión con la democracia y las elecciones en este siglo en que impera la
cultura de la inmediatez y de la satisfacción instantánea. La democracia es, a final de cuentas, un
sistema ingrato, aburrido, siempre nugatorio. Es la tierra de las
negociaciones, de los “toma y daca”, de las limitaciones que impone lo que
Bismarck llamó “mundo de lo posible”. La demanda de inmediatez produce que el
exceso de pragmatismo, la frivolidad, lo efímero, la simplicidad conceptual y
la retórica meramente persuasiva. El espectáculo vende más que las ideas y los
razonamientos. Lo superficial prima sobre lo esencial. Se va perdiendo la
dimensión de las cosas en el afán de hacerse del poder por el poder mismo.
Dicho en los términos expresados por Ralf Dahrendorf: “A esta altura, entra en
juego otro hecho totalmente disociado de aquél. El pueblo está más impaciente
que nunca. En tanto consumidor, se ha habituado a la gratificación instantánea.
Pero como votante debe esperar a que se manifiesten los frutos de su elección
en las urnas, si los hubiere. A veces, nunca ven los resultados deseados. La
democracia necesita tiempo, no sólo para votar, sino también para deliberar,
revisar y compulsar. El consumidor-votante es reacio a aceptar esto y, por
ende, se aparta”.
El fenómeno electoral y todo lo que le concierne
merece conocimiento y reflexión. Este libro es un sucinto recorrido por
treinta y cuatro de los procesos electorales más emblemáticos y trascendentales
celebrados en el mundo a partir de 1945. Pone el énfasis en la descripción de
los candidatos que las protagonizaron y de los avatares políticos y muchas
veces personales que enfrentaron en su afán de conquistar el poder. También
describe brevemente los contextos nacionales en los que estas elecciones se
llevaron a cabo y analiza lo que algunos llaman, no sin algo de pedantería,
“estrategias de comunicación política”. No se pretende hacer un examen “a
fondo” sociológico o politológico del fenómeno electoral, ni se examinan los
“pros y contras” de los sistemas de votación, y mucho menos es una historia
conceptual de ideologías políticas, Simplemente se trata de un ejercicio para
repensar la evolución (¿involución?) de las elecciones en el mundo. Por aquí
desfilan los grandes y pequeños candidatos, los estadistas y los payasos, los
visionarios, demagogos, tecnócratas, oportunistas, semianalfabetos y mesiánicos
que han protagonizado el drama electoral desde las cimas de su auge hasta las
simas de su triste decadencia.
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