martes, 22 de marzo de 2016

De Winston Churchill a Donald Trump, auge y decadencia de las elecciones



Ya está disponible en Amazon la versión electrónica del libro De Winston Churchill a Donald Trump: auge y decadencia de las elecciones. Aquí puedes leer el índice, prólogo e introducción, así como algunas de las entradas. Puedes comprarlo haciendo clic en el gadget correspondiente que aparece en la columna derecha de este blog.






Índice del libro



Índice:
Prólogo
Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo
El León Humillado (Reino Unido, 1945)
Give ‘em Hell, Harry! (Estados Unidos, 1948)
El Príncipe y el "Méndigo" (Estados Unidos, 1960)
El Águila y el Zorro (Francia, 1965)
La Mayoría Silenciosa (Estados Unidos, 1968)
Brandt y el Auge de la Socialdemocracia (Alemania, 1969)
Thatcher: La Hora de una Opción Radical (Reino Unido, 1979)
Let´s Make America Great Again! (Estados Unidos, 1980)
La Fuerza Tranquila (Francia, 1981)
El Partido Verde Alemán (Alemania,1983)
La Reconstrucción de François Mitterrand (Francia, 1988)
México y su Eterna Transición a la Democracia (México 1988, 2000 y 2006)
Elecciones al Principio y Fin de las Democracias (Filipinas 1986, Polonia 1989, Perú 1990)
Nada Nuevo Bajo el Sol (Brasil, 1989)
El Fraude de la Anti Política en Italia (Italia, 1992 y 1994)
Dormir sobre Laureles (Estados Unidos, 1992)
Las Dos Décadas Pérdidas de Japón (Japón, 1993)
“La Más Dulce de las Derrotas” (España, 1996)
Boris Yeltsin, o como resucitar a un candidato moribundo (Rusia, 1996)
Tony Blair, o como reinventar a un partido moribundo (Reino Unido, 1997)
Schroeder, a Pesar de su Partido (Alemania, 1998)
Bush Jr. Vs. Gore, o el Fin del Paradigma (Estados Unidos, 2000)
La Decadencia de la V República Francesa (Francia, 2002 y 2012)
Obama y la Era de la Cyberpolítica (Estados Unidos, 2008)
Soberbia, Mentiras y un Naufragio Electoral de Última Hora (España, 2012)
Las Orejas del Lobo (Parlamento Europeo, 2014)
Podemos y Los Reaccionarios del 15-M (España, 2015)
A Contracorriente (Canadá, 2015)
¿Donald Trump en la Bandera de Estados Unidos? (Estados Unidos, 2016)

Elecciones en el Siglo XXI
Candidaturas Independientes y Personalización de la Política
Los Dos Filos de la Democracia Digital
¿Cuándo es Letal un Gaffe de Campaña?
¿Todavía es Viable la Democracia Representativa?
Recuperar la Lógica de los Contrapesos
Democracias Deficientes vs Regímenes Semiautoritarios
Combatir el Clientelismo
Gobernabilidad Democrática
Fórmulas Electorales y Calidad de Representación
Poder Ciudadano y Reforma Política
Crisis de los Partidos y Financiamiento de la Política
Grillo y Berlusconi: Dos Caras Distintas, una Misma Demagogia
Auge y Caída del Neo Populismo en América Latina
¿De Verdad ya no hay Líderes?

Campañas Electorales: Esa Apoteosis de Estupidez Humana.

Prólogo del libro, por Luis Carlos Ugalde

Prólogo del libro




Prólogo

El Libro De Winston Churchill a Donald Trump: Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo, de Pedro Arturo Aguirre, es mucho más una historia electoral. Se trata de una reflexión sobre la fortuna y la tragedia -más allá de las urnas- de decenas de políticos en los últimos 70 años. Todos son políticos, aunque algunos hayan navegado como anti-políticos o ciudadanos buenos e impolutos. Algunos de los personajes que recorren las páginas de este libro fueron estadistas, otros meros oportunistas; algunos talentosos y elocuentes, otros grises y aburridos, pero casi todos con capacidad de adaptación y aprendizaje. No han faltado incluso “payasos”, según el autor.

El libro describe cómo el candidato, así como su contexto económico y político influyen los resultados de una elección, pero también el azar y otros accidentes coyunturales. También cómo los políticos se engrandecen o encojen en las campañas, cómo capturan el sentimiento de la gente y lo traducen en triunfos arrolladores o en fracasos rotundos cuando son incapaces de actuar y leer el humor público con sentido común.

El libro de Pedro Arturo también es un recuento pormenorizado de lo que ocurría en el mundo al momento de las elecciones que se narran. En el capítulo sobre la elección de 1945 en la Gran Bretaña, por ejemplo, cuando pierde Winston Churchill pocas semanas después de haber ganado la Segunda Guerra Mundial, nos enteramos de las alianzas europeas y atlánticas y el inicio de la Guerra Fría. Con la narración de la elección de 1960 en Estados Unidos, comprendemos el auge económico de los años cincuenta, pero también el segregacionismo que imperaba en aquel país y del inicio del movimiento de derechos civiles cuyas secuelas aun vivimos y que tuvieron su cenit en otra elección, la de Barack Obama, en 2008.

Con la narración de elecciones en Alemania y Francia en los años sesenta y setenta, entendemos la lógica del Estado del bienestar y la importancia de la social democracia en aquel continente. Años después vemos el cambio de paradigma con el ascenso de Margaret Thatcher en la Gran Bretaña.

Un tema que brota una y otra vez es la personalización de la política en las campañas. Reproduce el autor una nota del diario El País respecto a una campaña presidencial: “Un aire de galán de telenovela (…) un buen manejo de la televisión; un discurso simple, banal y sin contenido, (…) el apoyo de una todopoderosa cadena de televisión (…) y evitar a toda costa el debate con los otros candidatos y las entrevistas a cuerpo descubierto con la Prensa, le han bastado al candidato (…) para encaramarse en la cabeza de las encuestas”. No se trataba de México en 2012, sino de Brasil en 1990, hace 26 años, cuando Fernando Collor de Mello fue electo presidente, pero a la postre vituperado por escándalos de corrupción que lo forzaron a dimitir apenas dos años después de iniciar su mandato. Quien perdió en aquella contienda fue un joven y desconocido líder sindical que sería presidente con el nuevo milenio: Luis Ignacio “Lula” da Silva, y quien hoy se ve vería envuelto en escándalos de corrupción.

Pero 30 años antes de esa elección de Collor de Mello también la imagen y la TV habían jugado un papel relevante en el triunfo de John F. Kennedy en los Estados Unidos en 1960 y en la reelección de Charles de Gaulle en Francia en 1965, fomentada en buen grado por los medios masivos de comunicación. Nos dice Aguirre que “la importancia de los partidos y los programas de gobierno quedaba relegada frente a las figuras personales de los candidatos”.

Que la imagen pese tanto en la política electoral no significa que las ideas hayan desaparecido en la contienda por los votos. Notoria fue la elección en Gran Bretaña en 1979, cuando no solo se definió el cambio de mando de los laboristas a los conservadores, sino marcó un giro ideológico y económico mundial conocido como la revolución neoliberal y que marcaría el destino de decenas de naciones en las siguientes décadas.

El triunfo de Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, fue una muestra —según el autor— de que no siempre es cierto aquello de que "gana las elecciones quien conquista el centro", sino que en situaciones de crisis profunda las opciones más radicales tienen una fuerte oportunidad de salir victoriosas. Y yo añadiría, ideas radicales con sustento ideológico y con contenido programático.

Sumamente interesante resulta vislumbrar que “no hay nada nuevo bajo el sol” en usar a la “anti-política” como táctica discursiva de campaña. Nos dice Pedro Arturo que muchos de esos experimentos acabaron en corrupción, compadrazgo, crisis y decepción ciudadana: “Los caudillos civiles resultaron muchas veces peores que los políticos tradicionales y los países que se embarcaron en la aventura de tratar de reconstruir sus sistemas de partidos seducidos con el discurso de la anti política enarbolado por estos ciudadanos supuestamente "impolutos" cayeron en graves crisis de diversa índole, cuando no en las garras de regímenes abiertamente autoritarios”.

Especial atención merece el caso italiano, no solo porque ahí se encumbró un supuesto antipolítico que prometió salvar a Italia de la corrupción de los políticos tradicionales, sino que ese salvador resultó un mesías y bufón que avergonzó a su país delante del mundo. Se trata, obviamente, de Silvio Berlusconi, un bufón usó el nombre de la porra de un equipo de futbol y llamó Forza Italia al partido que lo llevó al poder.

Pero acaso el fenómeno más relevante es el de la partitocrazia italiana, ejemplo de la auto complacencia de una clase política decrépita que se alejaba cada vez más de la sociedad a fines del siglo XX. El autor narra con detalle los intentos para reformar el sistema electoral italiano a lo largo de la década de 1990 y cómo todos ellos fracasaron. Intentos para lograr mediante la reingeniería constitucional un cambio en los hábitos de los políticos. Pero lo más sorprendente (u obvio) es que las reglas no cambian tradiciones centenarias. Fue una ingenuidad pensar que cambiando el sistema de representación proporcional por uno de elección uninominal de los parlamentarios significaría una mayor responsabilidad de los políticos frente a la sociedad.

Respecto al caso italiano, Pedro Arturo Aguirre cita a Michelangelo Bovero, quien dice que “el más execrable régimen posible, la Kakistocracia, es resultado de la nefasta combinación de las peores formas de gobierno: tiranía, oligarquía y oclocracia, en una crítica apenas velada contra tres de los principales dirigentes de la Italia actual: Fini, Berluscuni y Bossi”.

Que no haya nada nuevo bajo el sol significa también corta memoria de los electores y ello facilita una dosis de demagogia e incluso impunidad de los candidatos: repetir promesas, usar jiribillas populares como si fueran nuevas, cambiar de postura como si fueran zapatos y no pagar costos por ello. Los orígenes nacionalistas de la campaña presidencial de Donald Trump de 2015-16, por ejemplo, pueden trazarse a 1992: la demagogia y discurso estridente, nacionalista, aunque menos violento, de un independiente que se lanzó en busca de la Casa Blanca: Ross Perot. En 2016 como en 1992, los disparates y las aseveraciones sin sustento, por ejemplo, en temas de comercio internacional, fluían como agua sin que los candidatos antes y ahora tuviesen que contrastar sus dichos con los hechos.

La retórica anti Washington y anti establishment que ha dominado la política americana y de otros países ha sido usada por todos: demócratas, republicanos, activistas del Tea Party, independientes e incluso “socialistas” como el senador Bernie Sanders, quien en 2016 lanzó una muy atractiva campaña en pos de la nominación del Partido Demócrata.

Finalmente, un tema que brota una y otra vez en la obra de Aguirre es el desgaste natural del ejercicio del poder que lleva al abuso del poder, a la corrupción, al nepotismo y al desenamoramiento de los electores. Si en los sistemas presidenciales hay mandatos fijos de tiempo y restricciones absolutas o relativas para la reelección, en los sistemas parlamentarios el límite lo da la popularidad, la gobernabilidad al interior de los partidos y el entorno económico que debido a los ciclos coloca con frecuencia a los líderes políticos en una situación de declive.

Si Margaret Thatcher había inaugurado una revolución conservadora en 1979, no solo al interior de su partido sino en el mundo occidental, el ejercicio del poder desgastó su posición y eventualmente llevó a los tories a perder el poder en 1997. Si Tony Blair había sido un icono de renovación del Partido Laborista a mediados de los años noventa y llevado nuevamente a la izquierda nuevamente a Downing Street, fue el ejercicio del poder y su osadía de apoyar la guerra de Iraq en 2003, lo que lo llevó a su desgaste y nuevamente al regreso de otros al poder en la Gran Bretaña.

Lo mismo ocurrió en España como lo narra el capítulo dedicado a Felipe González, donde describe su ascenso en 1982 y su gradual, pero imparable, declive que culminó con el triunfo del Partido Popular en 1999. Por más carisma y talento que tuviese González en España o Blair en Gran Bretaña, el ejercicio del poder desgasta: siembra enemigos, cosecha acusaciones, detona la corrupción y eventualmente el enamoramiento termina en divorcio, tan solo para que inicie un nuevo ciclo que termina lustros después.

El futuro de las elecciones

Al concluir la lectura de este magnífico libro, la sensación que queda es que habrá pocas sorpresas en el horizonte; que las elecciones seguirán celebrándose con personajes de diferente calibre: visionarios, talentosos, incansables, oportunistas, ignorantes con sentido común, mitómanos y megalómanos.

Ya está cambiando el medio para difundir el mensaje, pero como en las novelas de amor, los temas serán los mismos: acabar con los privilegios, ampliar las oportunidades, procurar justicia, mejorar la seguridad de las personas. Las redes sociales, como los medios electrónicos antes, jugarán un papel creciente en la competencia electoral y cambiarán la envoltura de los mensajes, pero éstos seguirán siendo los mismos, en buena parte, como resultado de que la política ha sido, todavía, insuficiente para cumplir las promesas que los políticos hacen en campaña.

Y en ese entorno, la anti-política y el populismo seguirán siendo un buen negocio de los oportunistas, de los ingenuos o de los salvadores para ofrecer el cielo en la tierra sin cambiar demasiado las cosas

Luis Carlos Ugalde

Ciudad de México, marzo de 2016


Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo: introducción del libro




Introducción


Auge y Decadencia de las Elecciones en el Mundo
“La democracia: ¡Esa manía de contar cabezas!"
F. Nietzsche

La historia de las naciones democráticas es la historia de sus elecciones. En cada proceso electoral se determina el rumbo que un país seguirá en los años siguientes en los terrenos económicos, políticos, sociales e internacionales. Las elecciones son las coyunturas neurálgicas de nuestro tiempo. Tras la derrota del nazi- fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la democracia se prestigió como el sistema político más plausible, lo que pareció corroborarse décadas más tarde con la caída del muro de Berlín y la consiguiente vorágine democrática que invadió Europa del Este. En un período de tiempo asombrosamente corto arribó la democracia a tambor batiente a todas las naciones que alguna vez conformaron al bloque soviético, desde las remotas regiones siberianas hasta los montañosos pueblos en Albania. En América Latina, también en un lapso vertiginoso, incluso los más recalcitrantes militarismos latinoamericanos cedieron el poder a gobiernos democráticamente electos, mientras en Asia desde los llamados "tigres" del Pacífico hasta la atribulada Indochina emprendían el camino de la apertura. Fue en 1989 que Francis Fukuyama escribió, célebremente: “Quizá seamos testigos del punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la implantación de la democracia liberal occidental como forma definitiva del gobierno humano.” Ya iniciada nuestra centuria, también en las naciones del África Subsahariana, dentro de las cuales se encuentran las sociedades más precarias del planeta, comenzaba a vislumbrarse un cambio democrático, y las inusitadas rebeliones de la llamada "Primavera Árabe” esbozaron, en su momento, cierto espejismo democrático.

Sin embargo, a estas ráfagas de cambios ha seguido una etapa de crecientes y severos cuestionamientos a la funcionalidad de la democracia. Actualmente los partidos políticos y, en general, las instituciones de representación política padecen de una severa crisis de legitimidad. En los cinco continentes han surgido opciones que con la bandera de la “antipolítica” y la pretensión de constituir opciones “puramente ciudadanas” han cobrado excepcional popularidad y representan serios retos para los partidos tradicionales. Asimismo, el abstencionismo electoral crece en numerosas democracias y aparecen con cada vez mayor frecuencia campañas más o menos espontaneas que invitan a los ciudadanos a anular su voto como forma de protesta contra la clase política. Es previsible que todos estos fenómenos crezcan en los próximos años. Larry Diamond ya advertía en 2005 de un moderado, pero constante, declive democrático y no sólo en los países en desarrollo o de democratización reciente, sino también en Occidente y Estados Unidos. Por el contrario, mientras el prestigio de la democracia se quebrantaba, crecía la presencia e influencia de regímenes autoritarios como los de China, Rusia, Irán y populismos latinoamericanos.

Los movimientos emergentes acusan a los partidos tradicionales de abandonar su obligación de establecer relaciones abiertas con la sociedad para centrar su lucha en la obtención y el mantenimiento del poder, de desgastarse en estériles pugnas antes que encarnar los valores y aspiraciones de los electores y de ser incapaces de ponerse a tono con las exigencias del mundo contemporáneo. Los constantes y cada vez más ignominiosos escándalos de corrupción, la profundización de la pobreza, las crisis económicas recurrentes, la creciente separación entre las élites políticas y los gobernados, la tendencia mundial de mayor concentración de la riqueza en pocas manos y el permanente incumplimiento de las promesas de campaña, son los factores clave en la pérdida de confianza de la ciudadanía. También muchos perciben un notable decaimiento en el nivel de los liderazgos políticos. El filósofo Tony Judt escribió en un brillante ensayo, poco antes de morir: “Durante el largo siglo del liberalismo constitucional, de Gladstone a Lyndon B. Johnson, las democracias occidentales estuvieron dirigidas por hombres de talla superior. Con independencia de sus afinidades políticas, Léon Blum y Winston Churchill, Luigi Einaudi y Willy Brandt, David Lloyd George y Franklin Roosevelt representaban una clase política profundamente sensible a sus responsabilidades morales y sociales. Es discutible si fueron las circunstancias las que produjeron a los políticos o si la cultura de la época condujo a hombres de este calibre a dedicarse a la política. Políticamente, la nuestra es una época de pigmeos”.

Es así que se percibe a democracia como incapaz de funcionar como un mecanismo de transformación social o de redistribución de oportunidades para funcionar como meramente cancha exclusiva del juego de sectores poderosos e influyentes. Se habla hoy como nunca antes de democracias degradadas, corruptas, carentes de reglas justas, en fin, de una democracia de muy baja calidad, sin proyecto y sin audacia, restringida únicamente a la tarea de renovar élites y elencos, que ha propiciado una pérdida de credibilidad en las instituciones y una devaluación generalizada de la política.

Tradicionalmente, las elecciones funcionaban por intermedio de organizaciones que proponían candidatos representativos de determinados bloques de opciones políticas expresados en una plataforma electoral. Sin embargo, por diversos motivos, esta vieja práctica se ha vuelto obsoleta. Los armazones ideológicos han perdido fuerza. Los votantes no aceptan ya plantillas programáticas, por eso los partidos se han transformado en máquinas constituidas por cuadros de profesionales muy organizados como estructura, pero cada vez menos identificados con un puntal filosófico. Paradójicamente se han vuelto más tribales al perder sus peculiaridades ideológicas. En los partidos actuales, pertenecer importa más que creer. Esta trivialización los aleja del ámbito ciudadano. La inmensa mayoría de los electores no desea pertenecer a partido alguno, por tanto, el juego electoral se convierte en un deporte de minorías. El resultado es una desconexión evidente entre los actores políticos y el electorado. Como los partidos son los principales responsables de la representación parlamentaria, esta desconexión afecta a una de las instituciones democráticas cruciales. La gente ya no se considera representada por los parlamentos, por consiguiente, éstos pierden legitimidad en la misión de tomar decisiones en su nombre.

Ante este panorama no es de extrañar que proliferen movimientos y candidaturas independientes o “antipolíticas” que dicen ser ajenos a los intereses y prácticas de los partidos tradicionales. Sin embargo, no debe perderse de vista que esta revolución de la antipolítica muchas veces ha desembocado en desilusiones aún mayores.  En naciones como Italia, Japón, Venezuela y Perú emergieron en el pasado reciente grupos encabezados por caudillos pretendidamente “civiles” que decían encabezar una revuelta de las “auténticos” ciudadanos en contra de los “perversos políticos de siempre”. En su momento se tenía la esperanza de que el surgimiento de candidatos supuestamente ajenos a los grupos de poder y dueños de una fachada “ciudadana” fuera capaz de revigorizar los gobiernos de países que habían padecido clases políticas excesivamente corruptas e ineficientes. Los resultados, a la vuelta de los años, fueron enormemente decepcionantes. Los caudillos “civiles” resultaron muchas veces peores que los políticos tradicionales y algunos países que se embarcaron en la aventura de tratar de reconstruir sus sistemas de partidos seducidos con el discurso de la antipolítica enarbolado por estos ciudadanos supuestamente “impolutos” cayeron en graves crisis de diversa índole, cuando no en las garras de regímenes abiertamente despóticos. Y con el autoritarismo nunca llegan esas soluciones fáciles a problemas complejos que siempre ofrecen los líderes mesiánicos, sino todo contrario, sobreviene la violación sistemática de los derechos humanos, más corrupción, peor subdesarrollo, y –a la larga- mayor concentración de la riqueza en las manos de oligarcas con el consiguiente empeoramiento de la pobreza.

Asimismo, el debilitamiento de los partidos puede dar lugar a una excesiva personalización de la política y a incrementar la influencia de poderes fácticos, de los intereses económicos, de los grupos de presión y medios de comunicación.  Ante la ineptitud de la política, la plutocracia y la “mediocracia” pueden ganarle la batalla a la democracia. Sí, debe dársele la bienvenida a la aparición de nuevos movimientos y candidaturas independientes. Pero es importante no caer en la tentación de idealizar estas opciones. Si bien los partidos han entrado en crisis y debe demandárseles encontrar fórmulas para reconectar con la ciudadanía, también es cierto que una sociedad políticamente madura entiende que la democracia es un sistema de gobierno, en buena medida, desilusionante, y que los atajos a los desafíos sociales son quimeras que venden los demagogos.

También hay quienes postulan que los males de la democracia solo se solucionan con más democracia y exploran alternativas para ampliar la pluralidad de la participación ciudadana, pero cada una de las alternativas plantea sus propios problemas. La acción directa mediante manifestaciones callejeras se ha vuelto un hecho común y -a menudo- eficaz, pero es muchas veces violenta y suele servir solo para enquistar posturas. Además, tenemos a las organizaciones no gubernamentales, en principio más estrechamente vinculadas con la ciudadanía, aunque sus estructuras suelen ser muy poco democráticas. Sobra quien propone apelar al máximo a la democracia directa, sobre todo ahora en la era del internet, pero no es posible establecer conexiones duraderas entre gobernantes y gobernados reduciendo el debate público al simple referéndum cotidiano. Lo dijo De Gaulle poco tiempo antes de renunciar a la presidencia: “Los referéndums son peligrosos porque suele ocurrir que la gente no responde a la pregunta que se le fórmula”.

Desafío hercúleo será revertir la desilusión con la democracia y las elecciones en este siglo en que impera la cultura de la inmediatez y de la satisfacción instantánea.  La democracia es, a final de cuentas, un sistema ingrato, aburrido, siempre nugatorio. Es la tierra de las negociaciones, de los “toma y daca”, de las limitaciones que impone lo que Bismarck llamó “mundo de lo posible”. La demanda de inmediatez produce que el exceso de pragmatismo, la frivolidad, lo efímero, la simplicidad conceptual y la retórica meramente persuasiva. El espectáculo vende más que las ideas y los razonamientos. Lo superficial prima sobre lo esencial. Se va perdiendo la dimensión de las cosas en el afán de hacerse del poder por el poder mismo. Dicho en los términos expresados por Ralf Dahrendorf: “A esta altura, entra en juego otro hecho totalmente disociado de aquél. El pueblo está más impaciente que nunca. En tanto consumidor, se ha habituado a la gratificación instantánea. Pero como votante debe esperar a que se manifiesten los frutos de su elección en las urnas, si los hubiere. A veces, nunca ven los resultados deseados. La democracia necesita tiempo, no sólo para votar, sino también para deliberar, revisar y compulsar. El consumidor-votante es reacio a aceptar esto y, por ende, se aparta”.

El fenómeno electoral y todo lo que le concierne merece conocimiento y reflexión. Este libro es un sucinto recorrido por treinta y cuatro de los procesos electorales más emblemáticos y trascendentales celebrados en el mundo a partir de 1945. Pone el énfasis en la descripción de los candidatos que las protagonizaron y de los avatares políticos y muchas veces personales que enfrentaron en su afán de conquistar el poder. También describe brevemente los contextos nacionales en los que estas elecciones se llevaron a cabo y analiza lo que algunos llaman, no sin algo de pedantería, “estrategias de comunicación política”. No se pretende hacer un examen “a fondo” sociológico o politológico del fenómeno electoral, ni se examinan los “pros y contras” de los sistemas de votación, y mucho menos es una historia conceptual de ideologías políticas, Simplemente se trata de un ejercicio para repensar la evolución (¿involución?) de las elecciones en el mundo. Por aquí desfilan los grandes y pequeños candidatos, los estadistas y los payasos, los visionarios, demagogos, tecnócratas, oportunistas, semianalfabetos y mesiánicos que han protagonizado el drama electoral desde las cimas de su auge hasta las simas de su triste decadencia.