viernes, 10 de agosto de 2012

Gerhard Schroeder: a Pesar de su Partido



En Alemania, el Partido Socialdemócrata (SPD) tuvo por años dificultades y mala fortuna en sus intentos para volver al gobierno durante los años ochenta y la mayor parte de los noventa. Primero encaró el desgaste de su imagen ante sectores progresistas de la población (en particular los jóvenes), desilusionados por el desempeño "demasiado reformista” de la socialdemocracia en el gobierno y atraídos, en cambio, por la opción pacifista-ecologista que representaba el Partido Verde. Tampoco le ayudó mucho al SPD el éxito de las políticas democristianas en el combate contra la recesión, que llevaron a Alemania a recuperar de forma plena una considerable presencia en el mundo como potencia exportadora durante la era de Helmut Kohl.

Ante este panorama tan adverso, la socialdemocracia aplicó estrategias nuevas a mediados de los ochenta para reconquistar votos perdidos. Una serie de triunfos a nivel local en los estados que conforman la federación alemana (conocidos como  Länder) despertaron esperanzas para el SPD y su candidato a la cancillería para la elección de 1990, la, el ministro-presidente del Sarre Oskar Lafontaine, un político carismático e inteligente, pero demasiado apegado a la ortodoxia de la socialdemocracia tradicional. Sin embargo, la inesperada caída del muro de Berlín y la subsiguiente reunificación de las Alemanias (negociada con éxito por la administración Kohl) repercutieron para los socialdemócratas en una clara derrota en las elecciones pangermanas de 1990.

Después de su revés de 1990, la socialdemocracia se vio beneficiada en los comicios locales de Hessen, Renania-Palatinado y Hamburgo como efecto del descontento prevaleciente en el oeste al demostrarse que, tal como lo advirtiera el SPD en su momento, los costos de la reunificación resultaban mucho mayores que lo programado por la CDU. La administración Kohl cruzaba por difíciles momentos, cosa que la socialdemocracia tenía el deber de explotar a su favor. Sin embargo, de nuevo hizo su aparición la mala fortuna. El dirigente socialdemócrata Björn Engholm debió renunciar al liderazgo del partido como consecuencia de un escándalo, y su sucesor, Rudolf Scharping un bien intencionado pero poco carismático político de Renania Platinado, fue derrotado estrepitosamente por Kohl en los comicios federales de 1994.


Fue hasta los comicios de 1998 que el Partido Socialdemócrata de Alemania logró salir de su profunda crisis electoral y volver al gobierno, gracias a que, por fin, la dirigencia decidió apartarse un tanto de la ortodoxia y postuló al pragmático Gerhard Schroeder.

Voluntad de poder, que muchas veces había faltado en la dirección del SPD, es justamente de lo que nunca careció Schroeder, quien durante su carrera política dio todo tipo de virajes. Definido por sus adversarios como un trepador populista y un ambicioso sin escrúpulos, quien puso fin al casi sempiterno gobierno de Kohl nunca fue sido demasiado popular ni con la izquierda más tradicional ni con la vieja guardia del Partido Socialdemócrata. Esta animadversión quedó plasmada perfectamente en las memorias del ex dirigente socialdemócrata Hans Jochen Vogel, quien escribió sobre el actual canciller germano: “su ansia de poder es sin duda impresionante, pero se plantea cada vez más la cuestión de para qué piensa emplear ese poder por el que lucha y si su propia presencia en los medios de comunicación no es para él más importante que el interés global de la socialdemocracia, que nadie puede utilizar como trampolín para sus propios saltos. Tal como actúa Schroeder hasta ahora, no sólo ha dañado mucho al partido, sino también a él mismo".

 Antipatías de los ortodoxos aparte, lo cierto es que Schroeder demostró a lo largo de su carrera política ser un luchador nato dotado de un extraordinario talento político. Algunas coincidencias de su biografía política y personal con las de los otros dos portaestandartes de la tercera vía noventera, Bill Clinton y Tony Blair, son asombrosas; una vida digna del neorrealismo italiano de la posguerra, llena de carencias y calamidades. A duras penas Schroeder consiguió el título en derecho para poder empezar a trabajar como abogado, al mismo tiempo que daba rienda suelta a su vocación política e ingresaba a Juventudes Socialistas del Partido Socialdemócrata, que se han distinguido por mantener posturas radicalizadas. Medio feroz como pocos para hacer política el de las juventudes socialistas de los años setenta; fue aquí donde se curtió Schroeder, quien llegó a ser el máximo dirigente juvenil. En 1980 ingresó como diputado a la Cámara baja del parlamento alemán (Bundestag), precisamente cuando el pragmático canciller Helmut Schmidt logró la relección para la coalición socialdemócrata liberal por última vez. Se le encontraba en esos tiempos a Schroeder en favor de todas las causas más izquierdistas: contra la energía nuclear, contra el emplazamiento de los misiles de la OTAN, e incluso contribuyendo, como abogado, en la defensa de  Horst Mahler, condenado por terrorismo y complicidad con el grupo Baader-Meinhof.

Tras el arribo de Helmut Kohl y los democristianos al poder, Schroeder decide probar suerte en el estado federado (Land) de Baja Sajonia. Con gran habilidad, no tarda en convertirse en el principal dirigente del Partido Socialdemócrata en escala local. En 1990 la socialdemocracia gana las elecciones, y es así como se convierte en gobernador (ministro presidente) de Baja Sajonia, formando coalición con los Verdes. Es en este momento cuando el ex joven radical se convierte, con la responsabilidad del poder a cuestas, en un político pragmático que, entre otras cosas, aprende a gobernar cerca de los empresarios, al grado que se gana a pulso el apodo de Genosse der Bosse, expresión que rima en alemán y significa "el camarada de los patronos".

Su pragmatismo recién adquirido le hace perder popularidad en las filas socialdemócratas, pero su buena gestión como gobernador lo vuelve respetable ante la opinión pública en general. Su éxito al frente de Baja Sajonia y su proverbial ambición hacen que cometa un error de cálculo: en 1993 entra en la carrera para designar al nuevo líder de la socialdemocracia nacional, la cual se define, por primera  y última vez en la historia del partido, por la vía de la elección primaria. De poco le valen sus buenos bonos frente a electorado alemán común y sus suspicaces correligionarios lo rechazan. Pero una nueva derrota socialdemócrata en los comicios federales de 1994, y el arrollador triunfo de Schroeder en las elecciones en marzo de 1998 en Baja Sajonia, con casi 48% de votos, literalmente obligaron al Partido Socialdemócrata a postular al gobernador de Baja Sajonia como única forma plausible de poner fin a dieciséis largos años de vegetar en la oposición.

Schroeder derrotó a Kohl presentándose más como alternancia que como alternativa y gracias a su inquebrantable voluntad de poder -la misma que al Partido Socialdemócrata faltó desde que abandonó el gobierno- y, desde luego, a una campaña electoral que explotó al máximo su buena imagen y su linda historia de self made man. Schroeder es un hombre que tiene hambre de hacer cosas, y la transmite. Proyectar esta desbordante vocación emprendedora fue lo que marcó la diferencia en la elección general alemana de 1998 ha marcado la diferencia. Schroeder se ganó la confianza de los alemanes con una csampaña enérgica y emprendedora. Empero, la mayor parte de sus correligionarios, y la izquierda en general, seguían desconfiando de él.


Schroeder presentó para la campaña electoral de 1998 su propia versión de la tercera vía y la bautizó como “el nuevo centro”(Die Neue Mitte) el cual, en términos generales, abogaba por la modernización de la socialdemocracia sin abandonar sus presupuestos básicos su lucha por fortalecer en Alemania al Estado democrático socialmente responsable. Ahora bien, al contrario de lo que sucedía a la sazón en el Reino Unido con Tony Blair, quien era, desde el primer momento, a la vez que primer ministro jefe nato del Partido Laborista, la estructura del SPD alemán permite una dirección bicéfala, en donde el jefe de gobierno no necesariamente es el dirigente máximo del partido. Así sucedió en el gobierno de Schroeder durante los primeros meses de su existencia, etapa en la que el canciller debió tolerar la presencia del ortodoxo Oskar Lafontaine como dirigente del SPD quien, además, ocupaba el puesto de ministro de Finanzas. Obviamente, las relaciones de los dos líderes socialdemócratas se deterioraron considerablemente, con consecuencias catastróficas ante la opinión pública, hasta que Lafontaine se vio obligado a renunciar a todos sus puestos, lo que le ha permitido a Schroeder gobernar a su gusto.

El triunfo de Schroeder fue una oportunidad para que Alemania superara la parálisis a la que estuvo sometida durante la última administración de Kohl. Dio pie a que la coalición formada por los socialdemócratas con el Partido Verde efectuara reformas que urgen a Alemania de cara al siglo XXI, notablemente en los renglones social, fiscal y laboral. Ello, pese a que los críticos de la nueva socialdemocracia hablaban de una irremediable y quizá irreversible pérdida de identidad de la socialdemocracia internacional, señalando que esta opción política había quedado obsoleta y que su nueva imagen constituye, en el mejor de los casos, una versión atenuada del neoliberalismo.

Es importante decir que sí en una nación europea ha existido un Estado bienestar sólido ha sido, además de en Escandinavia, en Alemania, el cual había permanecido intocado durante las administraciones socialcristianas, al grado que empezó a ser víctima de una grave esclerosis. En efecto, el panorama heredado por los socialdemócratas de manos de Helmut Kohl se presentaba desalentador. La nación que aún hoy es conocida como la “locomotora de Europa” tenía al momento de llegar Schroeder al poder un ingente déficit público, su producción enfrentaba el fardo de unos costos industriales y de mano de obra que se cuentan entre los más altos del mundo, sus cargas impositivas eran exorbitantes y desmesurado el nivel de gasto público. El envejecimiento de la población amenaza con rebasar y quebrar al generoso sistema de pensiones. Los altos subsidios sociales y de desempleo desalientan a los desocupados en la búsqueda de trabajo, las universidades producen demasiado pocos graduados y el mercado laboral es demasiado rígido.

Gerhard Schroeder fue capaz de emprender un paquete de reformas estructurales. Elegido en septiembre de 1998 como el primer canciller socialdemócrata en casi tres décadas, tuvo un inicio errático. Como lo comentamos líneas arriba, el nuevo canciller fue rehén, al principio de su gestión, del sector más tradicionalista del Partido Socialdemócrata, encabezado por Oskar Lafontaine, quien, como ministro de Finanzas del nuevo gobierno, incrementó el gasto estatal, implementó un impuesto "ecológico" al consumo del petróleo y promovió el endurecimiento del de por sí acerado mercado de trabajo. 

La situación financiera empeoró, provocando fuga de capitales, escasa inversión y desaliento en las filas empresariales. El nuevo gobierno parecía estar a la deriva. Pero a los cinco meses Lafontaine renunció, y Hans Eichel, ex premier del estado federado de Hessen, ocupó su lugar en el Ministerio de Finanzas. Libre de los ortodoxos, Schroeder actuó con firmeza, a pesar de la oposición que suscitaron algunas de sus reformas. El gobierno redujo los egresos públicos, ejecutando recortes por 30,000 millones de marcos (14,600 millones de dólares). Las reformas estructurales de Schroeder lograron rescatar al país del marasmo en el que se encontraba. De hecho, gracias al éxito que tuvo la schroerdiana Agenda 2010 -ambicioso programa destinado a reactivar la economía mediante una reforma laboral a fondo, restructuraciones fiscales, redimensionamiento estatal y reimpulso al potencial exportador alemán-  es que Alemania puede hoy enfrentar de mejor manera la grave crisis que atosiga al euro.

Schroeder es el primer jefe de gobierno alemán desde Konrad Adenauer que demostraba una voluntad reformadora radical y valiente. Helmut Kohl, con todos sus méritos, nunca supo concretar las indispensables transformaciones del sistema fiscal y del déficit público. Prefirió asumir una actitud paternalista ante una sociedad que se había vuelto demasiado autocomplaciente. Fue muy paradójico que un socialdemócrata fuese quien emprendiera la ardua tarea transformadora. El resultado de tantos cambios no se hizo esperar mucho: el gobierno se hizo impopular y Schoroeder fue derrotado por Angela Merkel en las elecciones de 2005. Eso sí, el mérito histórico del último canciller socialdemócrata alemán será haber hecho buena aquel apotegma que dice: “El político se preocupa por las próximas elecciones, el estadista por las próximas generaciones”.



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