Uno de los
resultados menos comentados pero más representativos de las olimpiadas que se
celebraron en Londres en 2012 fue el estupendo lugar que obtuvo la República de
Corea en el medallero: cuarto lugar solo detrás de China, Estados Unidos y el
anfitrión Reino Unido y por encima de potencias deportivas tradicionales como
Rusia, Alemania, Francia, etc. El éxito olímpico de los coreanos del sur solo
es un síntoma más de uno de los fenómenos de desarrollo sostenido y acelerado
más espectaculares que se verificó en la segunda mitad del siglo XX: el inaudito
despegue económico de Corea del Sur, nación de casi 45 millones de habitantes
que a partir de principios de los años sesenta adoptó un agresivo modelo de
industrialización orientada a la exportación basado en una férrea austeridad,
importación de tecnología, disciplina y capacitación laboral masiva. Pieza
clave de este modelo de desarrollo lo fue el denominado “dirigismo estatal”,
mediante el cual el Estado alentó la creación de grandes conglomerados
industriales privados, los célebres Chaebols, para que fueran los principales
agentes de la industrialización. Los Chaebols gozaron en su camino al éxito por
años todo tipo de privilegios: subsidios, ventajas fiscales, estabilidad
laboral, subvaluación monetaria y, sobre todo, una agresiva política de
préstamos blandos otorgados por la banca coreana.
En poco más de treinta años Corea pasó de ser un país rural atrasado con indicadores sociales y económicos parecidos a los de naciones como Ghana a ser la undécima economía más grande del mundo. El tigre promedió durante las últimas décadas del siglo XX un alucinante 8.6% de crecimiento anual del PIB, el monto de sus exportaciones creció de los 33 millones de dólares en 1960 a 130 billones de dólares en 1996, la esperanza de vida ha pasado de 47 a 71 años en el período 1955-95 y el ingreso per cápita creció de 80 a 10,000 dólares.
Desde luego,
condición básica para que el modelo de industrialización basado en la
exportación tuviera éxito fue el prevalecimiento de un régimen político
sumamente autoritario. Tras algún incipiente experimento democrático, el
general Park Chung Hee perpetró en 1961 un golpe de Estado que puso en las
manos de las fuerzas armadas el control del gobierno por varios lustros, bajo
el pretexto de la seguridad nacional estaba amenazada por el régimen comunista
de Corea del Norte. Durante la rígida férula castrense se desarrollo la
estrategia económica que llevó al país a vivir su milagro, pero la
industrialización también propició que crecieran las demandas en pro de la
democratización
Al
principiar la década de los ochentas, las demandas en favor de la
democratización del sistema político sudcoreano eran ya incontenibles. Se
volvía a probar la relación axiomática que existe entre el grado de desarrollo
económico y cultural de un país y sus aspiraciones democráticas. Corea había
alcanzado un nivel de progreso material extraordinario en el curso de unos
cuantos años, lo que había repercutido notablemente en el nivel de vida de la
población. El dominio que los militares habían ejercido sobre el poder político
desde el final de la Guerra de Corea era una obsolescencia en un país altamente
industrializado, como lo era ya el Estado coreano. Se necesitaba dar paso
pronto a un sistema de partidos competitivo y a una democracia sustantiva, si
se quería garantizar la estabilidad política e incluso la viabilidad de la
nueva fase del modelo económico, que requería menos de la incondicional mano de
obra barata, más de la capacidad para afrontar con éxito la competencia
tecnológica internacional y un freno decido a la rampante corrupción que
afloraba sin barreras bajo la cómplice mirada de los militares.
En 1980 los
movimientos democratizadores fueron brutalmente reprimidos por el gobierno,
pero un año más tarde fue promulgada una nueva Constitución que era concebida tanto por la oposición como por
el mismo régimen como un documento de transición, destinado a regir sobre una
etapa preparatoria para la plena democratización del país. Pero a pesar de que
la nueva Constitución representaba un relativo avance democrático respecto al
sistema anterior, aún prevalecían condiciones que garantizaban el dominio del
partido oficial y la permanencia de la influencia política del ejército. se
elaboró una "lista negra" de líderes disidentes que no podrían
participar más en política y se redactó una ley electoral que garantizaba la
hegemonía del partido oficial.
La violencia
política no tardaría en reaparecer con toda su fuerza. En 1984 se verificaron
nuevamente virulentas manifestaciones antigubernamentales. Esta vez, los
militares tenían ante sí el dilema de volver a reprimir con violencia a los
disidentes o tratar de flexibilizar aún más al sistema. El régimen optó por lo
último. Paulatinamente se fueron borrando nombres de la "lista
negra", hasta que ésta desapareció por completo en marzo de 1985. También
se permitió la formación de un nuevo y
poderoso partido de oposición, el Partido Democrático de la Nueva Corea (PDNC),
dirigido por los simpatizantes de los dos principales líderes de la oposición:
Kim Dae Jung y Kim Young Sam.
La coyuntura
internacional era cada vez más favorable para la democratización de Corea,
sobre todo ahora que la Unión Soviética era gobernada por Gorbachov. Muy pronto
la Guerra Fría sería cosa del pasado, con lo que la principal excusa para no
abrir al sistema político coreano, la presunta amenaza a la seguridad nacional
que representaba la existencia de un régimen comunista agresivo en Corea del
Norte, dejaría de tener validez. Estados Unidos estaba ya más interesado en
profundizar los alcances de la llamada "tercera ola democrática" que
en tolerar al autoritarismo de los militares coreanos.
Con la toma
de posesión de Roh Tae Woo de la presidencia de Corea del Sur, verificada el 25
de febrero de 1988, cobro vigencia una nueva Constitución, la sexta en la
relativamente breve historia del país. Se trataba de una nueva etapa, en la que
tres serían las principales preocupaciones nacionales: la consolidación
definitiva del proceso de democratización, el arribo de una crisis estructural
del modelo económico y la posibilidad de reunificar pacíficamente al país, una
eventualidad que parecía estar al alcance de la mano, tras décadas de un
enconado enfrentamiento, a causa del fin de la Guerra Fría. Cada uno de estos
temas siguen hoy en el centro de la discusión pública y han conocido
evoluciones en sentidos encontrados. Mientras el proceso de democratización a
logrado avanzar sustancialmente, sobre todo a raíz de la celebración de la
elección presidencial de 1992, la reunificación es cada vez más incierta, a
causa de la actitud equívoca asumida por las autoridades comunistas de Corea
del Norte, y la economía ha caído en un desastre sin paralelos.
En 1991 se
vivió una violenta ola de manifestaciones estudiantiles y de huelgas obreras,
que volvieron a poner en entredicho a la estabilidad del país. Al mismo tiempo,
la economía coreana entraba en una etapa recesiva. En efecto, al desaparecer,
al principio de los noventas, las condiciones que habían permitido el asombroso
éxito de la industrialización orientada a la exportación, del modelo comenzaba
a ingresar en una etapa de crisis, la cual ha desembocado en el desastre
actual. La mano de obra barata desapareció del escenario. Tras la
liberalización política sobrevino un poderoso movimiento sindical, que luego de
provocar miles de huelgas en el lapso que corrió de 1987 a 1991 consiguió
elevar sustantivamente los salarios de los trabajadores, haciendo que otras
naciones sudeste asiático, China e incluso América Latina y México resultaran
más atractivas para la industria maquiladora. El modelo sufrió una pérdida
alarmante de competitividad en sectores claves de su éxito como son el del
automóvil, la industria naval o la electrónica, debido a un encarecimiento
notable de los costes de producción y la entrada con fuerza de rivales, como
China.
Por otra
parte, el éxito del modelo debía mucho al dirigismo estatal, el cual por años
propició una economía en constante expansión con una inyección de créditos
blandos irracional a los Chaebols, los cuales estaban cada vez más
interrelacionados con el poder político y se habían convertido en promotores de
la corrupción por su propia naturaleza de grupos protegidos. Para 1993 los
bancos están asfixiados por las enormes deudas sin saldar de grandes o pequeños
Chaebols
Pero si la
economía se estancaba, la democratización se afianzaba definitivamente. A
principios de los noventas los militares se deciden definitivamente a regresar
a los cuarteles, pero no sin antes realizar un golpe maestro: promover la
fundación de un nuevo partido dominante que fusionara al sector más moderado de
la oposición con el oficialismo. De esta forma nace el Partido Liberal Democrático,
que para las elecciones presidenciales de 1992, las primeras verdaderamente
limpias y justas, postuló al presidente Kim Young Sam, para enfrentarlo al otro
gran caudillo de la oposición democrática,
Kim Dae Jung, demasiado peligroso ante los ojos de los militares a causa
de sus ideas “socializantes”.
El
triunfador, Kim Young Sam, despertó grandes expectativas, las cuales fueron absolutamente
traicionadas. La economía es un caos, y el combate contra la corrupción, una de
las principales banderas de campaña, si bien llevó a la cárcel a dos ex
presidentes y un buen número de funcionarios de primer y segundo nivel, quedó
muy lejos de ser erradicada y, de hecho, contagió a la mismísima familia
presidencial: el hijo del presidente purga en la actualidad una condena por
tráfico de influencias. Kim fue incapaz de efectuar las correcciones que urgían
al modelo coreano de desarrollo, y que demandaban desregular el sistema financiero y reformar
el sistema bancario, modificar las estrategias demasiado dependientes del
dirigismo de los Chaebols, liberalizar más el comercio, facilitar la entrada de
capitales extranjeros y flexibilizar el rígido mercado laboral.
La bomba
estalló cuando se derrumbó el poderoso grupo
siderúrgico Hanbo. Durante el resto de 1997 otros seis de los 30 Chaebols más
grandes del país quebraron. Según The Financial Times, el gobernador del Banco
Central advertía ya en mayo, secretamente, al presidente que la situación
comenzaba a ser insostenible al aumentar más y más la deuda de muchos bancos
como resultado de la creciente falta de solvencia de las empresas deudoras. De
ahí, muchos consideran que Kim Young-Sam optó por una salida harto conocida en
México: no quiso estropear sus últimos meses de mandato y decidió pasar la
«papa caliente» a su sucesor. Tras la casi trágica caída de la bolsa de
Bangkok, el entonces ministro de Economía descartaba que Corea del Sur pudiera
caer en una situación de emergencia similar a la de Indonesia y Tailandia. Pero
poco más tarde insinuaba era probable tener que pedir a los “amigos japoneses”
un préstamo, aunque excluyendo la necesidad de recurrir al FMI. La realidad lo
desmentiría demasiado pronto. El 3 de diciembre, Michael Camdessus, presidente
del FMI, anunciaba el paquete de rescate más grande en la historia del
organismo: 57,000 millones de dólares.
En apenas
cuatro meses, el won se depreció en más del 100% respecto al dólar, con todo lo
que ello supone para el encarecimiento de una deuda externa cifrada en 120,000
millones de dólares y con más de la mitad de los vencimientos ejecutables a
corto plazo, las reservas de divisas siguen menguando, los precios de los
servicios públicos han comenzado a subir, muchas empresas han cerrado o deberán
cerrar, otras tendrán que fusionarse si quieren sobrevivir; y el fantasma del
desempleo merodea sin cesar.
Mucho se ha
dicho acerca de la supuesta responsabilidad de los “grandes especuladores
internacionales” en el origen de la crisis asiática, pero lo cierto es que el
peso de la culpa recae, sobre todo, en la irresponsabilidad de los gobiernos.
Ante este
panorama, en los comicios presidenciales de diciembre salió triunfador el
veterano socialista Kim Dae Jung (nacido en 1924), quien logró el objetivo de
salir electo presidente tras cuatro intentos. Acérrimo opositor al gobierno de
Park Chung Hee, contra quien compitió en los comicios presidenciales de 1971,
estuvo encarcelado de 1976 a 1978 por celebrar actividades antigubernamentales.
En 1980 fue condenado a muerte, acusado de tratar de derrocar al régimen
militar por la fuerza, pero la sentencia se le conmutó a cadena perpetua
gracias a la presión internacional. En 1982 salió de la cárcel, como resultado
de una amnistía general. Cinco años después de su liberación participó
nuevamente en las elecciones presidenciales y lo mismo hizo en 1992, tras
declarar que la formación del Partido Liberal Democrático constituía un
"golpe de Estado disfrazado".
Kim saltó a
la palestra como el definitivo líder democratizador de su país cuando Park
Chung Hee decidió, en diciembre de 1971, declarar el estado de emergencia y anunció
su intención de suprimir toda oposición. Kim, que durante la campaña electoral
de ese año resultó herido en un extraño accidente de tráfico que tuvo visos de
atentado, buscó refugio en Tokio y desde allí llamó a la resistencia de los
surcoreanos en respuesta a la decisión de Park, el 17 de octubre de 1972, de
declarar la ley marcial, abolir la Constitución, clausurar la Asamblea y
prohibir las actividades políticas. El 8 de agosto de 1973 Kim vivió el
episodio más dramático de su vida cuando agentes de la Agencia de Inteligencia
Coreana (KCIA) le secuestraron en su habitación del hotel Grand Palace de la
capital nipona, con la intención aparente de hacerlo desaparecer en el mar. El
incidente, que provocó una crisis diplomática muy grave entre Corea del Sur y
Japón ocho años después de establecer los estados relaciones diplomáticas,
movilizó a los gobiernos del país desairado y de Estados Unidos, los cuales
presionaron a fondo a Park para que liberara a Kim, cosa que, en efecto,
sucedió al cabo de cinco días con la reaparición del político, sano y salvo, en
Seúl. Kim permaneció bajo arresto domiciliario hasta el 26 de octubre y con
posterioridad a esa fecha siguió expuesto a ser procesado en cualquier momento
por los cargos que la dictadura tuviera más a mano. La nueva arremetida del
régimen no se hizo esperar, y a lo largo de 1974 Kim fue procesado bajo un
repertorio de acusaciones.
El Gobierno
de Park salió de este episodio severamente desacreditado. Todo lo contrario a
Kim, que ganó renombre internacional y redobló sus actividades opositoras. En diciembre de 1976 la Corte de Apelaciones
de Seúl rebajó la condena a cinco años y el 9 de diciembre de 1979,
transcurridos casi cuatro años entre rejas en los que fue objeto de malos
tratos y torturas, obtuvo la libertad provisional en atención a su mal estado
de salud y luego de firmar una promesa de buena conducta. El 29 de febrero de
1980 recibió el perdón presidencial junto con otros 700 disidentes. Entre
tanto, el país había experimentado graves convulsiones con el asesinato de Park
a manos del nuevo jefe de la KCIA (26 de octubre de 1979), la proclamación de
la ley marcial y la toma de todo el poder por el grupo de generales encabezados
por Chun Doo Hwan (6 de diciembre), quienes impusieron al primer ministro, Choi
Kyu Hah, como presidente nominal.
La lucha por la democratización de Kim Dae
Jung siguió durante los años ochentas y noventas, a veces en prisión, a veces,
en el exiclio, a veces como candidato en elecciones que quedaba muy lejos de
ganar. Con avances y retrocesos el país fue construyendo un sistema electoral
creíble y un sistema de partidos competitivo. Las elecciones presidenciales de
diciembre de 1992 se consideraron el colofón de la transición a la democracia
en Corea del Sur por su impecable desarrollo. En ellas Kim
Young Sam derrotó a Kim Dae Jung. Tras esta su tercera derrota en una aspiración presidencial, y
viendo, fin de cuentas, florecer la democracia en
Sudcorea, lo que era la gran ambición de su vida, la Kim anunció, el 21 de diciembre, su
retirada de la política y su dedicación a las tareas académicas. Ppero en julio
de 1995, un tanto inopinadamente, anunció su intención de optar a la jefatura
del Estado y puso en marcha un nuevo partido, el Congreso Nacional para la
Nueva Política (CNNP).
Las
perspectivas de Kim, que había escorado su discurso al centro liberal, tomaron
un cariz poco halagüeño cuando en las legislativas del 10 de abril de 1996 el
Partido de la Nueva Corea (PNC), nueva denominación del PLD, derrotó
ampliamente al CNNP, que con todo recibió el 25.3% de los sufragios y 79
escaños. Kim no renunció, sin embargo, a emprender su candidatura presidencial
para las elecciones de 1997. Poco después estalló la gran crisis económica en
la región de Asia Pacífico y el pnorama electoral se trastocó radicalmente. El
veterano político ancló la mitad de su programa en las cuestiones económicas,
en un momento de histórica adversidad, precipitada por las crisis monetaria y
bancaria compartidas con otros países de Asia oriental; la grave crisis
financiera ponía en cuestión el modelo de desarrollo en que el país había
basado su espectacular salto industrial y tecnológico en las últimas décadas.
Deseoso de calmar la aprensión de las élites
empresariales, que seguían viéndole como un populista radical permeable a las
influencias izquierdistas, Kim urgió a la unidad nacional para sacar adelante
la dolorosa reforma estructural exigida por el FMI a cambio de un plan de
salvamento crediticio por valor de 57,000 millones de dólares, lo que iba a
suponer la liquidación de las sociedades financieras insolventes, el final de
las prácticas proteccionistas, la elevación de los impuestos y los tipos de
interés, y la restricción del crecimiento económico, con la consiguiente
pérdida de puestos de trabajo. No obstante, insistió en la necesidad de
renegociar los aspectos más draconianos del programa antes de iniciar la
cooperación con el FMI.
El otro eje de su campaña fue la reunificación
nacional, que tan optimistas perspectivas había generado a comienzos de la
década para luego diluirse en la nada por la sucesión de crisis militares y las
amenazas de guerra con el Norte, mediante la promoción de los intercambios
culturales y la reunificación de las familias separadas por la guerra de
1950-1953. Demostrando su capacidad para el compromiso con otras fuerzas
políticas, el 3 de noviembre de 1997 Kim ultimó una alianza con el Nuevo
Partido Popular (NPP) de Rhee In Je y los Demócratas Liberales Unidos (DLU) de
Kim Jong Pil, con vistas a formar un eventual gobierno de coalición.
Desmintiendo las encuestas preelectorales, el
18 de diciembre de 1997 Kim se hizo con la Presidencia con el 40,3% de los
votos, superando en menos de dos puntos a Lee Hoi Chang, del Gran Partido
Nacional (GPN), nuevo nombre del PNC. Esta victoria constituía la primera
alternancia democrática en la historia de país y para Kim suponía una victoria
personal especialmente gratificante, tras pasarse en la oposición los últimos
40 años de su vida, parte de ellos transcurridos en el exilio, en la cárcel o
bajo arresto domiciliario.Los medios locales hicieron notar el grado de impopularidad del presidente saliente y su partido a raíz del estallido de la crisis financiera, que había conmocionado a un pueblo orgulloso de su vertiginoso nivel de desarrollo. Justamente, Kim Dae Jung, con su trayectoria de infatigable luchador por la democracia y su imagen de hombre de intachable moralidad, ofrecía alivio y confianza en unos momentos de humillación nacional por el naufragio de un modelo económico que había convertido a Corea del Sur en el tigre asiático por excelencia, y por tener que pedir auxilio financiero a Occidente a través del FMI.
El gobierno de Kim Dae Jung fue sumamente exitoso. Tras casi medio siglo después de iniciar su épica lucha política en nombre de la democracia y la paz, inició su mandato quinquenal con un llamamiento a la población para sobrellevar "con patriotismo y coraje" los sacrificios económicos que se avecinaban y haciendo profesión de fe liberal ("los negocios deberán sobrevivir en una economía de libre mercado y a través de una competencia global", dijo en su toma de posesión este antiguo socialista), removiendo sus últimos reparos al plan del FMI. Sin hacer precisiones, aseguró que iba a hacer de nuevo de Corea del Sur un paraíso para los inversores extranjeros, huidos en masa ante el hundimiento de la cotización de la moneda nacional, el won, y del mercado de valores de Seúl, a conceder ayudas especiales a las pequeñas y medianas empresas en dificultades y a garantizar los puestos de trabajo.
La
reconversión productiva fue sumamente dolorosa. Y es que como lo observara en
su oportunidad el Far Eastern Economic Review: “, la crisis no se superará con
patrióticas denuncias contra los “tiburones de Wall Street, sino con cambios de
mentalidad en la burocracia económica, en los banqueros, en los Chaebols y en
los propios trabajadores”. Pasaron dos años de dolorosa reconversión antes de
que la crítica situación comenzara a revertirse. Para cuando terminó el mandato
de Kim en 2002, el país se había recuperado plenamente en lo económico, era un
ejemplo de democracia funcional en lo político y el prestigio internacional del
país se hallaba en su mejor momento, gracias a las valientes iniciativas de paz
que emprendió el presidente hacia el vecino comunista del norte y que le
valieron el premio nobel de la paz. Hoy vemos Corea con todo ímpetu regresar a
los primeros planos de la economía internacional y su éxito se refleja hasta en
lo deportivo.
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