El estrecho margen por el que el Partido Laborista consiguió
derrotar a los conservadores en octubre de 1974 de ninguna manera dejaba
tranquilo a Harold Wilson. Sobre el gobierno pendería una "espada de
Damócles", ya que con unas cuantas derrotas en By elections o con
eventuales defecciones de parlamentarios (tan comunes en el Partido Laborista)
la administración Wilson volvería a estar en una posición minoritaria en el
parlamento. La escasa mayoría gubernamental en poco colaboraría en el combate
contra la crisis económica, que cada vez se hacía más difícil. La inflación
llegaba a niveles históricos. En el período 1972-73 registró un aumento de
9.2%, en 1973-74 subió a 16% y en 1974-75 alcanzó el 24.1%. Para enero de 1975,
la cifra de desempleados rebasaba los 700,000 y la balanza de pagos conocía
déficits sin precedentes. Empero, la mala situación de la economía no impidió
al gobierno anunciar nuevas legislaciones de reforma, sobre todo en el campó de
la educación.
Pero el panorama económico, lejos de mostrar signos de
recuperación, se complicaba. Para mediados de 1975 era evidente que la política
de Social Contract había fracasado, por lo que el gobierno se vio nuevamente
obligado a aumentar impuestos, recortar presupuestos y disminuir subsidios. Se
hicieron nuevos esfuerzos, todos infructuosos, por acordar con los sindicatos
fórmulas para imponer restricciones a los aumentos salariales. La espiral
inflacionaria siguió creciendo, alentada ahora por la situación de recesión
internacional que el mundo padeció a mediados de los setentas. Las presiones
contra la libra volvieron con fuerza, llevando a la divisa británica a
cotizarse de 2.024 dólares por libra en enero de 1976 a 1.637 en septiembre del
mismo año.
El 5 de julio de 1975 se efectuó el referéndum nacional para
decidir la permanencia o el retiro del Reino Unido de la Comunidad Económica
Europea, prometido por los laboristas en su manifiesto electoral. El gobierno
de Harold Wilson recomendó a los electores votar por el Si, contraviniendo la
posición anti-CEE del ala izquierda del laborismo. De hecho, varios ministros
laboristas (Michael Foot, Tony Benn y Barbara Castle entre ellos) manifestaron
públicamente su opinión contraria a la membresía británica a la Comunidad. El plebiscito arrojó un resultado ampliamente
favorable a la permanencia en la CEE en los tres países del reino. En
Inglaterra se decidieron por el Si el 68.7% de los electores, mientras que en
Escocia lo hizo el 58.4%; en Gales el 64.8% y en Irlanda del Norte el 52.1%. En
total, el 64.5% de los votantes del Reino Unido que participaron en el
referéndum dieron una respuesta afirmativa.
Tras el contundente triunfo del Si, la cuestión del ingreso a
la CEE quedó definitivamente cerrada al interior del Partido Laborista, que
accedió a enviar una representación al Parlamento Europeo, e inclusive los
sindicatos solicitaron su entrada a los cuerpos especializados de la CEE que
requerían de su participación. El tema comunitario, una amenaza constante de
división en las filas laboristas, era ahora definitivamente desterrada gracias
a la destreza de Wilson.
Fue precisamente el referéndum sobre la cuestión europea el
último triunfo en la carrera política de Wilson. El 16 de marzo de 1976, de
manera completamente inesperada, el primer ministro anunció su dimisión,
aduciendo cuestiones de edad. Había sido miembro del parlamento por más de
treinta años, ministro en el gabinete durante once y primer ministro por ocho.
Ahora tocaría a otras personalidades el reto de sacar adelante al país. Y,
ciertamente, se trataba éste de un desafío colosal.
En el momento del retiro de Wilson, el antaño poderoso Reino
Unido atravesaba por una de las situaciones más difíciles de su historia. La
crisis arreciaba en medio de enfrentamientos laborales, descomposición social y
con la presencia internacional del país a la baja. Aunado a todos los problemas
nacionales, el sucesor de Wilson tendría que encarar al creciente divisionismo
interno del laborismo y la posibilidad de verse obligado a llamar a comicios
anticipados en razón de la insignificante
mayoría con la que contaba el gobierno. Para reemplazar al primer
ministro, los laboristas eligieron a James Callaghan, ministro del Exterior, no
sin antes efectuar un reñido proceso electoral interno que evidenció aún mas el
alcance de las discordias en el laborismo.
Callaghan heredaba una delicada situación en el parlamento,
agravada por derrotas del Partido Laborista en las By-elections celebradas en
1976. Para lograr un espacio de maniobra, el flamante premier concertó un pacto
informal con los liberales, en virtud del cual el gobierno contaría con su
apoyo en caso de que los conservadores intentaran pasar en el parlamento un
voto de censura. El Partido Liberal esperaba obtener a cambio la posibilidad de
discutir la tan ansiada reforma electoral. El pacto liberal-laborista otorgó un
respiro duradero al gobierno y no aportó, en cambio, grandes beneficios a los
liberales.
Al principiar 1979, el panorama para James Callaghan era
negro. El invierno había sido una verdadera pesadilla. De hecho, pasó a la historia como The Winter of Discontent, haciendo reminiscencias de Macbeth. Desde noviembre de 1978
una ola de graves huelgas azotaba al país, destacando las de las industrias
automotriz y del transporte de energéticos. Por doquier los sindicatos imponían
su ley, ante la mirada impotente del gobierno. El pacto liberal-laborista se
había roto desde mediados de 1978 y durante meses el Partido Laborista lograba
mantenerse en el poder gracias al apoyo de los nacionalistas escoceses, galeses
e irlandeses. Pero tras el fiasco del referéndum sobre la devolution nadie
podía garantizar la futura actitud de estos partidos. El gobierno estaba en el
fondo de un abismo en términos de popularidad, y en las By-elections celebradas
en esta etapa los tories obtenían ventajas por encima de los diez puntos
porcentuales.
Finalmente, la suerte del gobierno fue dictada el 28 de marzo
de 1979, cuando el Parlamento aprobó por margen de sólo un voto (311 a favor y
310 en contra) una moción de no confianza contra la administración. Era la
primera vez desde 1924 que un gobierno era obligado a renunciar por el
parlamento.
Para cuando se aprobó el voto de no confianza en el
parlamento, los tories aventajaban en las encuestas de Gallup por 14 puntos
porcentuales a los laboristas. Thatcher emprendió una enérgica campaña
electoral en la que prometió "devolver al Reino Unido su pasada
grandeza" y anunció la implantación de estrategias neoliberales para
rescatar a la economía revitalizando la producción y combatiendo la inflación.
Los pilares de la recuperación económica serían el apoyo irrestricto a la
empresa privada, los recortes a los impuestos, la privatización de empresas
públicas, la drástica reducción de los presupuestos gubernamentales y, sobre
todo, el combate a fondo contra el poder de los sindicatos.
Para los liberales la elección de 1979 prometía poco. Después
de conocer un sorprendente ascenso en la primera mitad de la década de los
setentas, la fortuna liberal había declinado bajo el gobierno de Callaghan,
primero como efecto del pacto liberal-laborista y más tarde por la
radicalización de las posiciones de los dos grandes partidos. La necesidad de
cambios extremos en el Reino Unido dejaba poco espacio para las opciones de
centro. Por otra parte, se confirmaba un fenómeno ya antes visto en lo
concerniente a los altibajos de la popularidad del Partido Liberal: sí los
laboristas se encontraban en el poder, disminuía la presencia liberal; y sí,
por el contrario, eran los conservadores los gobernantes, el Partido Liberal
veía sus bonos elevarse. Este hecho
comprobaba que los liberales eran vistos como una alternativa por un sector importante de los electores moderados
que optaba por este partido cuando se encontraba a disgusto con los tories.
Los liberales también
habían cambiado de líder. En 1976, luego de varios desilusionantes resultados
en By-elections y en medio de escándalos sobre su vida personal, Jeremy Thorpe
dimitió para ser sustituido por David Steel.
James Callaghan tenía contados sus días como primer ministro.
Sin embargo, se preparó para dar la última batalla. Tuvo éxito en conseguir que
el manifiesto electoral laborista mantuviera un tono moderado; pero su pobre
desempeño en el manejo de la economía y el papel jugado por los sindicatos en
los últimos años ocupaban el centro del debate rumbo a los comicios. Los tories vencieron contundentemente en las elecciones del 3 de mayo de 1979, consiguiendo 71 escaños más que los laboristas. El Partido Liberal sufrió un retroceso respecto a octubre de 1974. Los nacionalistas escoceses sufrieron pérdidas tan espectaculares como sus ganancias de 1974, al disminuir su presencia parlamentaria a sólo 2 MP's y conseguir el 17.3% del voto en Escocia. Plaid Cymru ganó dos escaños, mientras que de los 12 MP's norirlandeses, 10 fueron para los unionistas y 2 para los republicanos.
Margaret Thatcher se convirtió, así, en la primera mujer en la
historia británica en ocupar la jefatura del gobierno. La primera ministra
aplicaría en su administración un programa de reformas radicales, una verdadera
"revolución conservadora", que abriría una nueva etapa en el Reino
Unido e influenciaría enormemente al desarrollo de la política y la economía
internacionales durante toda la década de los ochenta. Su triunfo fue una muestra más de que no siempre es cierto aquello de que "gana las eleeciones quien conquista el centro", sino que en situaciones de crisis profunda las opciones más radicales tienen una fuerte oportunidad de salir victoriosas.