martes, 6 de noviembre de 2012

Thatcher, la hora de una opción radical.


El estrecho margen por el que el Partido Laborista consiguió derrotar a los conservadores en octubre de 1974 de ninguna manera dejaba tranquilo a Harold Wilson. Sobre el gobierno pendería una "espada de Damócles", ya que con unas cuantas derrotas en By elections o con eventuales defecciones de parlamentarios (tan comunes en el Partido Laborista) la administración Wilson volvería a estar en una posición minoritaria en el parlamento. La escasa mayoría gubernamental en poco colaboraría en el combate contra la crisis económica, que cada vez se hacía más difícil. La inflación llegaba a niveles históricos. En el período 1972-73 registró un aumento de 9.2%, en 1973-74 subió a 16% y en 1974-75 alcanzó el 24.1%. Para enero de 1975, la cifra de desempleados rebasaba los 700,000 y la balanza de pagos conocía déficits sin precedentes. Empero, la mala situación de la economía no impidió al gobierno anunciar nuevas legislaciones de reforma, sobre todo en el campó de la educación.

Pero el panorama económico, lejos de mostrar signos de recuperación, se complicaba. Para mediados de 1975 era evidente que la política de Social Contract había fracasado, por lo que el gobierno se vio nuevamente obligado a aumentar impuestos, recortar presupuestos y disminuir subsidios. Se hicieron nuevos esfuerzos, todos infructuosos, por acordar con los sindicatos fórmulas para imponer restricciones a los aumentos salariales. La espiral inflacionaria siguió creciendo, alentada ahora por la situación de recesión internacional que el mundo padeció a mediados de los setentas. Las presiones contra la libra volvieron con fuerza, llevando a la divisa británica a cotizarse de 2.024 dólares por libra en enero de 1976 a 1.637 en septiembre del mismo año.

El 5 de julio de 1975 se efectuó el referéndum nacional para decidir la permanencia o el retiro del Reino Unido de la Comunidad Económica Europea, prometido por los laboristas en su manifiesto electoral. El gobierno de Harold Wilson recomendó a los electores votar por el Si, contraviniendo la posición anti-CEE del ala izquierda del laborismo. De hecho, varios ministros laboristas (Michael Foot, Tony Benn y Barbara Castle entre ellos) manifestaron públicamente su opinión contraria a la membresía británica a la Comunidad.  El plebiscito arrojó un resultado ampliamente favorable a la permanencia en la CEE en los tres países del reino. En Inglaterra se decidieron por el Si el 68.7% de los electores, mientras que en Escocia lo hizo el 58.4%; en Gales el 64.8% y en Irlanda del Norte el 52.1%. En total, el 64.5% de los votantes del Reino Unido que participaron en el referéndum dieron una respuesta afirmativa.
Tras el contundente triunfo del Si, la cuestión del ingreso a la CEE quedó definitivamente cerrada al interior del Partido Laborista, que accedió a enviar una representación al Parlamento Europeo, e inclusive los sindicatos solicitaron su entrada a los cuerpos especializados de la CEE que requerían de su participación. El tema comunitario, una amenaza constante de división en las filas laboristas, era ahora definitivamente desterrada gracias a la destreza de Wilson.

Fue precisamente el referéndum sobre la cuestión europea el último triunfo en la carrera política de Wilson. El 16 de marzo de 1976, de manera completamente inesperada, el primer ministro anunció su dimisión, aduciendo cuestiones de edad. Había sido miembro del parlamento por más de treinta años, ministro en el gabinete durante once y primer ministro por ocho. Ahora tocaría a otras personalidades el reto de sacar adelante al país. Y, ciertamente, se trataba éste de un desafío colosal.
En el momento del retiro de Wilson, el antaño poderoso Reino Unido atravesaba por una de las situaciones más difíciles de su historia. La crisis arreciaba en medio de enfrentamientos laborales, descomposición social y con la presencia internacional del país a la baja. Aunado a todos los problemas nacionales, el sucesor de Wilson tendría que encarar al creciente divisionismo interno del laborismo y la posibilidad de verse obligado a llamar a comicios anticipados en razón de la insignificante  mayoría con la que contaba el gobierno. Para reemplazar al primer ministro, los laboristas eligieron a James Callaghan, ministro del Exterior, no sin antes efectuar un reñido proceso electoral interno que evidenció aún mas el alcance de las discordias en el laborismo.

Callaghan heredaba una delicada situación en el parlamento, agravada por derrotas del Partido Laborista en las By-elections celebradas en 1976. Para lograr un espacio de maniobra, el flamante premier concertó un pacto informal con los liberales, en virtud del cual el gobierno contaría con su apoyo en caso de que los conservadores intentaran pasar en el parlamento un voto de censura. El Partido Liberal esperaba obtener a cambio la posibilidad de discutir la tan ansiada reforma electoral. El pacto liberal-laborista otorgó un respiro duradero al gobierno y no aportó, en cambio, grandes beneficios a los liberales.

 Dueño de una relativa tranquilidad parlamentaria, Callaghan se dispuso a tratar de revertir las dificultades económicas, tarea en la que conoció poca fortuna. Las presiones de los sindicatos para impedir la implementación de una política de contención salarial eran invencibles. La carrera precios-salarios se agudizó durante todo el período 1976-79, aumentado las presiones inflacionarias. Nunca como antes se hizo evidente la enorme dependencia del Partido Laborista de las Trade Unions. Este hecho limitaba considerablemente la capacidad de acción del gobierno, agravando la crisis económica y provocando el descontento del sector moderado del laborismo que exigía a su partido gobernar pensando en la sociedad británica en su conjunto y no sólo para beneficio de las corporaciones sindicales.

 El gobierno de Callaghan conocería también amargos reveses en política interna. Los éxitos electorales de los partidos nacionalistas volvieron a poner en el centro del debate político la posibilidad de otorgar a Gales y a Escocia grados mayores de autogobierno. No sin grandes dificultades fue aprobado en el parlamento, a finales de 1978, las iniciativas para dotar a Gales y Escocia de asambleas legislativas locales (Devolutions Bills). La idea de conceder esos "privilegios especiales" de autogobierno había sido combatida por los conservadores y por un considerable sector del laborismo, pero apoyada con entusiasmo por el SNP y por Plaid Cymru.

 

 Un referéndum tendría que realizarse en los países involucrados para aprobar definitivamente la instalación de estas asambleas legislativas, aunque los opositores a esta idea lograron imponer una condición: que la iniciativa fuera aprobada por el 40% del total de votantes registrados en Escocia y Gales, respectivamente. Con esto, no bastaría únicamente el triunfo del Si en el plebiscito, sino que debía contarse con un margen mínimo de los ciudadanos participantes.

 El referéndum para decidir la implantación de asambleas legislativas locales en Gales Y Escocia se efectuó el primero de marzo de 1979, en un momento en que la popularidad de la administración de Callaghan se encontraba por los suelos. Los resultados fueron sumamente decepcionantes tanto para el gobierno como para los nacionalistas. En Gales, solamente el 11.9% del total de los ciudadanos votó por el Si, mientras el 46.9% sufragó por el No. En Escocia, el 32.85% de los ciudadanos con la posibilidad de votar lo hizo por el Si y el 30.78% por el No. El SNP amenazó al gobierno con no apoyarlo en el parlamento sí no seguía adelante con la implementación de la asamblea legislativa para Escocia, a pesar de la cláusula del 40%, pero nada prosperó. Para Callaghan resultaba indispensable contar con los 11 MP's de los nacionalistas escoceses, ya que para entonces (marzo de 1979) el pacto con los liberales se había roto.        
 

 La cuestión del Ulster tampoco conoció grandes avances. La intransigencia de los unionistas era cada vez mayor. Estos se oponían a cualquier participación de los católicos en el gobierno, así como a aceptar acuerdos que garantizaran una mejoría en la situación de la minoría católica. El gobierno fue incapaz de otorgar soluciones imaginativas al problema. Como resultado, la actividad terrorista siguió recrudeciéndose.     

Al principiar 1979, el panorama para James Callaghan era negro. El invierno había sido una verdadera pesadilla. De hecho, pasó a la historia como The Winter of Discontent, haciendo reminiscencias de Macbeth. Desde noviembre de 1978 una ola de graves huelgas azotaba al país, destacando las de las industrias automotriz y del transporte de energéticos. Por doquier los sindicatos imponían su ley, ante la mirada impotente del gobierno. El pacto liberal-laborista se había roto desde mediados de 1978 y durante meses el Partido Laborista lograba mantenerse en el poder gracias al apoyo de los nacionalistas escoceses, galeses e irlandeses. Pero tras el fiasco del referéndum sobre la devolution nadie podía garantizar la futura actitud de estos partidos. El gobierno estaba en el fondo de un abismo en términos de popularidad, y en las By-elections celebradas en esta etapa los tories obtenían ventajas por encima de los diez puntos porcentuales.

Finalmente, la suerte del gobierno fue dictada el 28 de marzo de 1979, cuando el Parlamento aprobó por margen de sólo un voto (311 a favor y 310 en contra) una moción de no confianza contra la administración. Era la primera vez desde 1924 que un gobierno era obligado a renunciar por el parlamento.

 
Los claros favoritos para ganar los comicios eran los conservadores. Tras su derrota en octubre de 1974 Edward Heath no pudo contener los movimientos en su contra y fue relevado a principios de 1975 de la dirección del partido por Margaret Thatcher, ex ministra de Educación. El triunfo de Thatcher en la elección interna del Partido Conservador representó un claro giro a la derecha. De inmediato, la nueva líder  imprimió su estilo radical e ideologizante al Partido Conservador, consiguiendo una serie de victorias en las By-elections. El ascenso de Margaret Thatcher sería el principio de un profundo cambio en la vida política y económica del Reino Unido. La llamada "Dama de Hierro" era jefa de un sector radical dentro del partido tory afín a las ideas neoliberales y monetaristas postuladas por economistas como Milton Friedman y sociólogos como Friedrich von Hayek, quienes sostenían una feroz crítica contra los excesos del Estado bienestar y, en general, contra todo intervencionismo estatal en cualquier rama de la vida económica. Estas opiniones provocaron una polémica incluso dentro del Partido Conservador entre quienes apoyaban estas ideas y quienes defendían la necesidad de preservar más o menos intactas las principales instituciones del Welfare State.


Para cuando se aprobó el voto de no confianza en el parlamento, los tories aventajaban en las encuestas de Gallup por 14 puntos porcentuales a los laboristas. Thatcher emprendió una enérgica campaña electoral en la que prometió "devolver al Reino Unido su pasada grandeza" y anunció la implantación de estrategias neoliberales para rescatar a la economía revitalizando la producción y combatiendo la inflación. Los pilares de la recuperación económica serían el apoyo irrestricto a la empresa privada, los recortes a los impuestos, la privatización de empresas públicas, la drástica reducción de los presupuestos gubernamentales y, sobre todo, el combate a fondo contra el poder de los sindicatos.
Para los liberales la elección de 1979 prometía poco. Después de conocer un sorprendente ascenso en la primera mitad de la década de los setentas, la fortuna liberal había declinado bajo el gobierno de Callaghan, primero como efecto del pacto liberal-laborista y más tarde por la radicalización de las posiciones de los dos grandes partidos. La necesidad de cambios extremos en el Reino Unido dejaba poco espacio para las opciones de centro. Por otra parte, se confirmaba un fenómeno ya antes visto en lo concerniente a los altibajos de la popularidad del Partido Liberal: sí los laboristas se encontraban en el poder, disminuía la presencia liberal; y sí, por el contrario, eran los conservadores los gobernantes, el Partido Liberal veía  sus bonos elevarse. Este hecho comprobaba que los liberales eran vistos como una alternativa por un  sector importante de los electores moderados que optaba por este partido cuando se encontraba a disgusto con los tories.


Los liberales también habían cambiado de líder. En 1976, luego de varios desilusionantes resultados en By-elections y en medio de escándalos sobre su vida personal, Jeremy Thorpe dimitió para ser sustituido por David Steel. 
James Callaghan tenía contados sus días como primer ministro. Sin embargo, se preparó para dar la última batalla. Tuvo éxito en conseguir que el manifiesto electoral laborista mantuviera un tono moderado; pero su pobre desempeño en el manejo de la economía y el papel jugado por los sindicatos en los últimos años ocupaban el centro del debate rumbo a los comicios.

Los tories vencieron contundentemente  en las elecciones del 3 de mayo de 1979, consiguiendo 71 escaños más que los laboristas. El Partido Liberal sufrió un  retroceso respecto a octubre de 1974. Los nacionalistas escoceses sufrieron pérdidas tan espectaculares como sus ganancias de 1974, al disminuir su presencia parlamentaria a sólo 2 MP's y conseguir el 17.3% del voto en Escocia. Plaid Cymru ganó dos escaños, mientras que de los 12 MP's norirlandeses, 10 fueron para los unionistas y 2 para los republicanos.


Margaret Thatcher se convirtió, así, en la primera mujer en la historia británica en ocupar la jefatura del gobierno. La primera ministra aplicaría en su administración un programa de reformas radicales, una verdadera "revolución conservadora", que abriría una nueva etapa en el Reino Unido e influenciaría enormemente al desarrollo de la política y la economía internacionales durante toda la década de los ochenta. Su triunfo fue una muestra más de que no siempre es cierto aquello de que "gana las eleeciones quien conquista el centro", sino que en situaciones de crisis profunda las opciones más radicales tienen  una fuerte oportunidad de salir victoriosas.