jueves, 30 de agosto de 2012

Observación Electoral: El Caso de las Elecciones Presidenciales de 1986 en Filipinas.


por Pedro Arturo Aguirre

 

 
      Filipinas es una nación del Asia Oriental que cuenta con una extensión territorial de 300,000 km2 y una población de casi 65,000,000 (43% habitantes de zonas urbanas). Un archipiélago de más de 7,100 islas e islotes, de las cuales sólo están habitadas 730, conforma la compleja geografía nacional.  Destaca por su extensión las islas de Luzón y de Mindanao, donde se concentran las dos terceras partes de la población. El 90% de los filipinos habitan las 11 más grandes del país. Manila, la ciudad capital, cuenta con 8,000,000 habitante. Varias cadenas montañosas de tipo volcánico recorren el país de norte a sur. El clima es de tipo tropical selvático.

     Etnicamente, la abrumadora mayoría de la población del grupo indo polinesio. El 85% de los filipinos son católicos, el 9% son protestantes y el 5% musulmanes. Los idiomas oficiales con el filipino y el inglés.

     Filipinas es una nación económica y socialmente pobre y escasamente desarrollada, donde poco menos del 20% de la población concentra más del 50% del ingreso nacional. El promedio de ingreso per capita anual es de menos de 700 dólares, el analfabetismo llega al 15% y los índices de desnutrición y mortalidad infantil son preocupantemente altos. Todo esto, a pesar de que el país es rico en recursos naturales. 

     Filipinas recibió su independencia de Estados Unidos en 1946. A partir de entonces, funcionó una inestable democracia presidencial al estilo americano que se mantuvo vigente durante veintiséis años. En 1972, el presidente Ferdinand Marcos (quien fue electo por primera vez en 1965) declaró la ley marcial y estableció un régimen autocrático. La Constitución fue suspendida, los partidos políticos proscritos, el Parlamento disuelto y los dirigentes de oposición arrestados. 

     En 1973, el régimen de Marcos redactó una nueva Constitución, en la que formalmente el Estado filipino adoptaba un tipo de gobierno parlamentario. Sin embargo, dicho sistema nunca funcionó en la realidad. Durante todo el lapso en el que se mantuvo vigente la ley marcial (desde 1972 hasta principios de 1981), el presidente gobernó al país por decreto. Marcos ejerció una dictadura personalista en la que él y su círculo íntimo tomaban las decisiones más importantes en la conducción del gobierno, manteniendo en una situación de auténtico vasallaje a los Poderes Legislativo y Judicial.

     El Estado filipino tiene una estructura fuertemente centralizada. El país está dividido en 12 regiones administrativas, cuyos gobernadores eran designados personalmente por Marcos,  y en 73 subprovincias, además del territorio de la capital federal. 

    Los procesos electorales estaban bajo el absoluto control del régimen. De hecho, constitucionalmente sólo podrían celebrarse elecciones si el presidente consideraba que existían las condiciones lo suficientemente propicias para ello. El ejercicio del voto era obligatorio para todos aquellos filipinos mayores de 16 años sin antecedentes penales. En el momento de efectuarse los comicios presidenciales de 1986, había en Filipinas un total de casi 22 millones de ciudadanos habilitados como electores en 1986.

     Los miembros del parlamento eran electos bajo el principio de mayoría de votos en circunscripciones binominales. Es decir, los dos candidatos que recibían el mayor número de votos en un distrito electoral ingresaban al Parlamento. Por su parte, resultaba electo presidente de la República el aspirante que recibía el mayor número de votos en elección directa por los ciudadanos a una vuelta.

     La máxima autoridad electoral era -y es, hasta la fecha- la Comisión de Elecciones (COMELEC). Esta institución es la responsable de la organización y supervisión de los procesos electorales del país, mientras que la labor calificación recae en el parlamento vigente al momento de celebrarse los comicios. La COMELEC extiende el registro legal a los partidos políticos que aspiran a participar en las elecciones. En la época de Marcos, las fuerzas armadas tenían el derecho de vetar el registro de un partido político, si a su juicio éste era de carácter "subversivo".

     Los procesos electorales de Filipinas han sido marcados desde la independencia de este país (y con mayor fuerza en la época de Marcos) por la presencia de serias irregularidades, que han dado lugar a continuos fraudes. Mañas tales como los "electores voladores" (carrusel, o votantes que sufragan varias veces), la desaparición de las listas del padrón de electores claramente identificados con la oposición (rasurado) y las "casillas zapato" en zonas rurales, han sido prácticas comunes cada ocasión que se efectúan elecciones en Filipinas.  

     Marcos volvió a permitir la creación de partidos políticos en 1978. Como principal organización oficialista, se fundó Movimiento Nueva Sociedad (KBL), a la que Marcos pretendió convertir en un partido dominante capaz de mantener el poder por muchos años. La oposición se organizó sobre todo en la Organización Democrática Unida (UNIDO), coalición donde convergieron cinco distintos grupos anti Marcos, cuyo principal líder era Salvador "Doy" Laurel. Sin embargo, el principal adversario político de Marcos, Benigno Aquino, se abstuvo de formar su propio partido

     Desde luego, cabe destacar el trascendente papel que jugaron en la política filipina durante la época de Marcos los principales grupos de poder. El apoyo de las fuerzas armadas era capital para Marcos, pero paulatinamente fue arribando a la dirigencia del ejército una nueva generación de comandantes ambiciosos, cuya lealtad al presidente empezó a ser discutible. La poderosa y bien organizada Iglesia Católica, la cual siempre a ejercido un poderoso ascendiente sobre la población, fue incrementando durante los años setentas y ochentas su oposición al régimen dictatorial, al igual que el castigado (económica y políticamente) empresariado nacional. Asimismo, el gobierno estadounidense, cuya influencia en Filipinas ha sido siempre vital, también fue convenciéndose poco a poco de la necesidad de prescindir de Marcos, otrora considerado por Washington como un aliado valioso e incondicional. Por último, también ha sido importante la actividad de grupos guerrilleros pro comunistas y musulmanes en las zonas montañosas y selváticas, la cual se intensificó durante los años de descomposición de la administración de Marcos.

Antes de convertirse en dictador, Ferdinand Marcos fue un gobernante democrático que dio a Filipinas algo de estabilidad política y un desarrollo económico relativo. Por primera vez electo en 1965, Marcos fue el único presidente capaz de conseguir la reelección presidencial, al salir triunfador en los comicios de 1971. Durante su primer mandato, el presidente consiguió sus principales éxitos al poner en práctica plan realista de desarrollo, al mejorar en la recolección fiscal, al combatir con éxito el contrabando, al lograr la centralización administrativa y al reactivar la reforma agraria. Sin embargo, en esta época fueron notorios el incremento de la corrupción en las altas esferas gubernamentales y el fortalecimiento de las fuerzas armadas.

     Desde sus inicios, el segundo mandato de Marcos prometió ser mucho más complejo y difícil que el primero. A principios de los setentas, sobrevino en Filipinas una crisis económica que pronto anuló los avances conseguidos, a duras penas, en la década de los sesentas. La reforma agraria volvió a detenerse, fomentando el descontento en el campo. En las ciudades se verificaron violentas y numerosas demostraciones antigubernamentales estudiantiles, las cuales fueron reprimidas con ferocidad. La popularidad del presidente se encontraba amenazada. Para colmo, varias personalidades cercanas a Marcos (entre ellas el vicepresidente) defeccionaron para unirse a la oposición. La situación era cada vez más delicada, por lo que Marcos decidió convocar a una Convención Constituyente que redactara una nueva Ley Fundamental para el país. Marcos era partidario de establecer un gobierno de tipo parlamentario, pero la cada vez más poderosa oposición se oponía terminantemente a este proyecto.

     La situación era cada vez más delicada conforme se incrementaba en la nación los niveles de violencia política. Como último recurso, Marcos decidió apoyarse en las fuerzas armadas. El presidente acusó a la oposición y a los "politiqueros" de implementar una enorme conspiración en contra del régimen para hacerse del poder mediante métodos ilegales. Además, amenazó a las fuerzas armadas y a los Estados Unidos con la posibilidad de que las guerrillas comunistas que actuaban al interior podrían llegar al gobierno si él era destituido. Marcos también utilizó su todavía considerable carisma para tratar de convencer al pueblo de que era victima de un complot de la ambiciosa oposición, particularmente del Partido Liberal, encabezado por Benigno Aquino. De esta forma inició una campaña demagógica, en la que el presidente prometió impulsar una gran revolución social para terminar con los males de las mayorías.

      El 23 de septiembre de 1972, con el apoyo de las fuerzas armadas (y de la mayoría de la población), Marcos impuso la ley marcial, disolvió al parlamento, prohibió a los partidos, mando detener a más de 30,000 opositores y suspendió la Constitución. El nuevo dictador anunció que a partir de ese momento se iniciaba la construcción de una "nueva sociedad", donde la pobreza y el resto de las penurias del pueblo quedarían desterradas para dar paso a una nueva era de paz y felicidad. Asimismo, Marcos declaró que en adelante funcionaría en Filipinas una "verdadera democracia". 

    La "nueva sociedad" de Marcos consistía sobre todo en un plan para atraer inversión extranjera masiva e intentar orientar a la economía del país a la exportación, tal como había sucedido en naciones del área del pacífico como Taiwan, Corea del Sur y Singapur. Sin embargo, las condiciones que habían permitido el rápido desarrollo de los denominados "tigres" habían desaparecido en los años setentas. El mundo había entrado en una profunda recesión, el comercio internacional se había vuelto más proteccionista y la crisis energética golpeaba a prácticamente todas las naciones.

     Después de un breve período de crecimiento, la economía filipina se derrumbó. El país entró en una profunda recesión, caracterizada por la inflación, la fuga de capitales, la devaluación monetaria y la degradación del nivel de vida de la población. Hacia mediados de los ochentas, el régimen se sostenía solamente gracias al apoyo del ejército y de los Estados Unidos, que consideraban aún a Marcos un "mal menor" frente a la amenaza comunista. Pero la popularidad del gobierno había caído en un abismo. Particularmente importante resultaba el descontento de la Iglesia Católica y de los empresarios.

     En 1978, el gobierno volvió a autorizar los partidos,  y en 1981 redactó una nueva Constitución, inspirada en el semipresidencialismo francés. Ese mismo año, Marcos fue reelecto para un nuevo período sexenal. Según la nueva Constitución, para ser candidato presidencial se requería tener 50 años cumplidos, con lo que Benigno Aquino (de 48 años en ese momento) fue excluido.

     Tras la reelección de Marcos, el panorama se fue deteriorando aceleradamente. La crisis empeoraba constantemente, así como el descontento de las clases medias. En 1983, fue asesinado en el aeropuerto de Manila Benigno Aquino, hecho que abrió una nueva etapa en el proceso de descomposición del régimen. Ahora la oposición contaba con un "mártir" tras el cual unirse en la lucha contra Marcos.

     La primera oportunidad que tuvo la oposición para desmantelar al gobierno se presentó en los comicios legislativos de mayo de 1984. De haberse unido la oposición, seguramente ésta hubiese podido arrebatar la mayoría parlamentaria al oficialismo, con lo que los días de Marcos en el poder estarían contados. Sin embargo, a último momento la oposición se desunió. Mientras un sector de la disidencia, dentro del cual se contaba a los partidarios del difunto Aquino, decidió boicotear los comicios, UNIDO decidió participar en ellos. El resultado fue un nuevo triunfo del KBL (el partido de Marcos), con lo que una oportunidad de otro fue desperdiciada por la oposición.

     Sin embargo, lo más importante de la elección de 1984 no había sido el triunfo de Marcos, sino la reaparición en la escena política de un importante movimiento de observación civil electoral: el Movimiento Nacional para Elecciones Libres (National Movement for Free Elections; NAMFREL), el cual jugaría un papel clave en la transición democrática filipina.

     El NAMFREL fue creado en ocasión de los comicios legislativos de 1951 en     respuesta a las prácticas fraudulentas que habían estado presentes en los procesos electorales del país durante los primeros años de su independencia. La organización fue diseñada en la embajada de los Estados Unidos por diplomáticos norteamericanos, y para presidirla fue designado Jaime Ferrer, quien dimitió a su escaño senatorial (era senador por el opositor Partido Progresista) para fortalecer a un movimiento cuya meta principal ra la de "garantizar elecciones limpias e imparciales". El hecho es que durante la primera etapa de su existencia (años cincuenta), NAMFREL recibió el financiamiento y apoyo de la CIA, y su trabajo estuvo ligado siempre a la actividad del Partido Progresista, principal formación de oposición de la época, el cual era visto con simpatía por Washington, por la Iglesia Católica y por la mayoría de los empresarios filipinos. En 1953, cuando el dirigente progresista Ramón Magsaysay fue electo presidente, la actividad del NAMFREL se fue diluyendo, hasta prácticamente desaparecer a finales de los cincuentas.

     El NAMFREL había logrado su objetivo. Para las primeras elecciones en las que participó (1951 y 1953), con el apoyo de la CIA y de varios empresarios logró reclutar entre 15 y 20,000 voluntarios, que con la colaboración de la Comisión de Elecciones (COMELEC) pudo efectuar una contabilidad paralelo. Sin embargo, es importante destacar tres aspectos, que diferenciarían a la labor del NAMFREL en esta época a la que efectuaría en los ochentas: la actividad de observación se limitó casi exclusivamente a las zonas urbanas, el gobierno no reprimió de ninguna forma a los observadores y los resultados oficiales no contradijeron en lo esencial a la contabilidad ciudadana (a final de cuentas, la oposición salió vencedora).

     En mayo de 1984, con la oposición en ascenso, los grupos "de la sociedad civil" que se oponían a Marcos, particularmente el empresariado y la Iglesia Católica, decidieron resucitar al NAMFREL (cuyo recuerdo gozaba de gran prestigio) para tratar de evitar que el régimen volviera a recurrir al fraude electoral. Se destinaron grandes recursos financieros para apoyar al NAMFREL, procedentes de empresarios y de algunas fundaciones "pro democracia" norteamericanas. Fueron reclutados aproximadamente 40,000 voluntarios para trabajar en la supervisión electoral, que monitorearon todo el proceso de registro de electores e intentaron un establecer un sistema de "contabilidad rápida" que fuera capaz de arrojar resultados de manera paralela a la COMELEC. La embajada norteamericana otorgó públicamente su apoyo moral a los observadores electorales y a su presidente, el empresario José Concepción.
 

     Sin embargo, la actuación de NAMFREL en las elecciones de 1984 se vio limitada por varios factores:

 1.- La decisión de boicotear los comicios, tomada por un importante fragmento de la oposición, anuló la posibilidad de que estallara en el país un movimiento poselectoral anti Marcos que lograra hacer valedero un eventual resultado adverso al régimen, sancionado por la contabilidad ciudadana.

      

     2.- Días antes de los comicios, la COMELEC retiró su permiso para que los observadores pudiera estar presentes en las casillas, autorizando a la fuerza pública a desalojarlos en su oportunidad. Esta medida no impidió la labor de los observadores en todos los casos, pero sí intimidó a buena parte de ellos, con lo que el porcentaje de casillas cubiertas efectivamente por el NAMFREL no rebasó el 50% del total (aproximadamente 84,000 casillas en todo el país para la ocasión).

 

3.-  Una serie de dificultades técnicas obstruyeron a la eficiencia de la contabilidad rápida. Como ya se ha comentado, la geografía del archipiélago filipino es bastante compleja, los caminos son malos y las comunicaciones escasas. A los dirigentes de NAMFREL se les escapó contratar servicios de comunicación eficaces que apoyaran el envió de la información electoral proporcionada por los observadores de todo el país de manera expedita y oportuna. En esta ocasión, la COMELEC ganó la partida, al efectuar su escrutinio y dar a conocer los resultados oficiales de manera más rápida que el NAMFREL

 

4.- El absoluto desinterés de la opinión pública internacional sobre el tema filipino, que marginó de los titulares de la prensa mundial a la labor de la observación cívica electoral en Filipinas, con lo que se perdía el apoyo de la comunidad mundial para evitar al fraude.

 

    De esta manera, el NAMFREL no consiguió impedir que la administración de Ferdinand Marcos perpetrara un nuevo fraude. Pero la experiencia había servido de mucho. Para 1986, el NAMFREL sabría bien donde habían estado sus errores, mismos que se cuidaría muy bien de no volver a cometer. 



Las Elecciones de 1986 y el NAMFREL 

 A partir de las elecciones legislativas de mayo de 1984, el régimen de Marcos entró en una fase de descomposición aún mayor, con el serio agravante de que los dos pilares que aún sostenían al gobierno, Estados Unidos y las fuerzas armadas, comenzaban a flaquear. La administración republicana de Ronald Reagan ya consideraba a Marcos como un aliado oneroso que creaba más problemas de los que supuestamente solucionaba. Por su parte, el alto mando del ejército filipino dudaba de la conveniencia de sostener a un político tan desacreditado en el poder. Mientras tanto, la situación económica empeoraba, la guerrilla ganaba terreno y aún dentro de partido gubernamental crecía el descontento con la administración de Marcos. Por si esto fuera poco, los rumores sobre la mala condición de la salud del presidente se multiplicaban. El barco se estaba hundiendo, y nadie quería ahogarse con el capitán.

    A finales de 1985, Marcos estaba entre la espada y la pared, con el poder diluyéndosele poco a poco de las manos. Fue entonces cuando decidió tomar una decisión sorpresiva y arriesgada: adelantar a febrero de 1986 las elecciones presidenciales, programadas originalmente para 1987. Marcos suponía que con la premura, la oposición jamás podría ponerse de acuerdo para postular a un sólo candidato, de tal forma que la votación se dividiría entre Salvador Laurel, de UNIDO, y el viejo dirigente liberal Jovita Salonga. En ese momento el  la posibilidad de una eventual candidatura de la viuda de Benigno Aquino, Corazón, se consideraba bastante remota.

     Sin embargo, el panorama cambió súbitamente cuando en diciembre de 1985 el gobierno dio a conocer el dictamen final de las investigaciones sobre el asesinato de Aquino, el cual afirmaba la fantástica e irrisoria versión de que el asesino había actuado por orden de los comunistas. Este veredicto provocó la indignación nacional, y animó a Corazón Aquino a participar en la contienda. En los días subsiguientes se llegó a un acuerdo con UNIDO para que este partido postulara a la viuda como candidata a la presidencia y a Laurel a la vicepresidencia, y mas tarde Salonga declino su candidatura para apoyar a Aquino, La tan ansiada unificación de la oposición se había conseguido en un lapso sorprendentemente breve.

     Ahora la oposición, unida bajo una sola candidatura, podría luchar unida para derrotar a Marcos, y NAMFREL podría tener mejores posibilidades de efectuar una contabilidad paralela. Era un hecho que Marcos, con su futuro político en juego, preparaba un enorme fraude electoral. Pero la consigna era todos contra Marcos. Aproximadamente 500,000 personas se presentaron como voluntarios para fungir como observadores de NAMFREL, más de diez veces el número logrado en 1984. NAMFREL se había preparado casi dos años para esta ocasión.  El régimen estaba más debilitado que nunca, lo que haría la labor de observación más sencilla. Con todo un ejército de voluntarios a su disposición NAMFREL pudo distribuir a su gente por todo el país, tanto en el campo como en las ciudades, y armar una estructura nacional de observación que sería clave en el éxito de la "contabilidad rápida" .
 

    NAMFREL contó con cuantiosos recursos económicos procedentes de Estados Unidos, aportados sobre todo por la National Endowement for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia, organización que ha sido acusada de estar vinculada a la CIA), la unión sindical AFL-CIO y la Asian Fundation. Se calcula (The Washington Post, 3 de febrero de 1986) que más de un millón de dólares se destinaron en apoyos para NAMFREL desde Estados Unidos. Además, también fue cuantiosa la cantidad de dinero aportado por los empresarios nacionales a título personal, e incluso se llegó a hablar de que la Iglesia Católica contribuyó económicamente con varios miles de dólares (Far Eastern Economic Review, 7 de febrero de 1986). La Iglesia Católica prestó a NAMFREL un respaldo incondicional,  apoyando la labor de observación en todo el país y otorgando su sanción moral.

     Con el apoyo de la Iglesia, de los empresarios y de los partidos de oposición, NAMFREL pudo armar una estructura nacional que le permitió tener presencia en todas las administraciones regionales del país. En muchos casos, los gobernadores provinciales colaboraron con los observadores, lo que habla del grado de deserción que afectaba al gobierno en los últimos días. El día de las elecciones, NAMFREL pudo cubrir más del 80% de las casi 90,000 casillas que se instalaron en el país (Far Eastern Economic Review, 30 de enero de 1986), algo completamente sin precedentes en lo que se refiere a la observación electoral a nivel mundial. 

    NAMFREL llegó a un acuerdo con el COMELEC para que los observadores tuvieran acceso a las urnas y recibieran copias de las actas de escrutinio para reportar los resultados de inmediato por teléfono o telex a las oficinas centrales, ubicadas en Manila, donde ingresarían a las computadoras. Para evitar las ineficiencias en la comunicación experimentadas en 1984, NAMFREL contrató a dos compañías privadas de redes de telex a nivel nacional, con 600 oficinas a lo largo del país, que durante todo el día se dedicaron casi exclusivamente a reportar los resultados. Y aunque unos cuantos días antes de los comicios, el COMELEC rompió el acuerdo y ordenó impedir el acceso de los observadores (FBIS, 4 y 5 de febrero de 1986), estos impusieron su presencia en la mayor parte de los casos, muchas veces con la anuencia de los funcionarios electorales oficiales, y llevaron a cabo su cometido sin mayores contratiempos. 

Para el éxito de la operación de observación masiva y el ulterior derrocamiento de Marcos, fue clave la presencia de miles de corresponsales extranjeros. En contraste con lo sucedido en 1984, las elecciones presidenciales de febrero de 1986 acapararon la atención internacional, lo que evitó el éxito de una represión generalizada que hiciera imposible la labor de NAMFREL. Además, la intensa cobertura internacional coadyuvó decisivamente en la actitud asumida por Washington en el sentido de invitar a Marcos a abandonar a Filipinas.

     El éxito de la contabilidad rápida de NAMFREL evidenció el fraude y le dio la puntilla al régimen de Marcos. El escrutinio oficial fue notablemente más lento que el ciudadano. A 24 horas de cerradas las urnas, la COMELEC de apenas había contabilizado 1.7 millones de votos, mientras que NAMFREL reportaba ya más de un tercio 7.7 millones de votos (lo que representaba casi un tercio del total). En este momento, NAMFREL concedía a Aquino el 55.5% de los votos y COMELEC el 50.2%.

    Al segundo día de la contabilidad, cuarenta funcionarios de la COMELEC renunciaron a sus puestos y denunciaron que habían tratado de ser sobornados para que colaboraran en operaciones de "maquillaje" de cifras, un hecho ampliamente difundido en todo el mundo y que despretigió aún más la causa del gobierno filipino. A la mañana siguiente, NAMFREL informó que había contabilizado el 57% de los sufragios, y que Aquino llevaba la delantera por más de 600,000 votos, mientras que el COMELEC anunció que su contabilidad apenas alcanzaba al 48% de los sufragios, con una ventaja para Marcos de poco más de 500,000 votos (cifras en FBIS 9 de febrero y Far Eastern Economic Review del 20 de febrero). Sin embargo, cabe señalar que tanto COMELEC como NAMFREL daban a conocer sus resultados de manera selectiva, privilegiando, en el primer caso, a las regiones más favorables a Marcos y, en el segundo, a las circunscripciones más inclinadas a apoyar a Aquino. De esta forma, la COMELEC tenía muy adelantado el escrutinio en regiones predominantemente rurales, como Luzón noroeste, Luzón noreste, Visayas oeste y Mindanao norte; mientras que NAMFREL se concentró en los distritos urbanos de Manila, Luzón central, Luzón sur y Visayas central (ver cuadro anexo).  

     Fue justo en este momento de la contabilidad, cuando Marcos decidió jugarse su última carta. Entendiendo que NAMFREL estaba imponiendo sus condiciones, ordenó al COMELEC suspender sus actividades y solicitó al parlamento que pronunciara de inmediato un dictamen de calificación electoral, mismo que le fue favorable al presidente. El Parlamento estaba completamente dominado por el KBL, partido que contaba con una mayoría absoluta. Marcos argumentó que NAMFREL no era una institución imparcial, ya que en todo momento había actuado en complicidad con la oposición, y desconoció su labor. El dictador tenía la esperanza de crear un clima de violencia que le permitiera, en el peor de los casos, declarar nulas las elecciones e imponer la ley marcial. También el NAMFREL debió cancelar su contabilidad, y todo el país estuvo a la espectativa durante una semana crítica, en la que al final Marcos debió abandonar el país. La contabilidad nunca se reanudó, por lo que jamás se dieron a conocer los resultados oficiales de la elección presidencial de 1986.

     Fue así como una experimentada, bien organizada, mejor financiada y eficiente red ciudadana de observación electoral coadyuvó al derrocamiento de Ferdinand Marcos. Un ejercito de aproximadamente 500,000 ciudadanos hicieron posible el éxito de NAMFREL, en un acontecimiento que hasta la fecha no conoce parangón en ninguna parte del mundo.

     
Conclusiones

     - La situación política de Filipinas en 1986 presenciaba a un régimen en avanzado estado de descomposición, profundamente desacreditado dentro del país e internacionalmente, cuya legitimidad se había desvanecido por completo. En medio de una grave crisis económica, la dictadura era profundamente impopular, e incluso sus dos soportes tradicionales, las fuerzas armadas y Estados Unidos, comenzaron a darle la espalda.

      - Para las elecciones de 1986, la oposición logró crear una gran coalición, sin precedente en la historia política del país, en la que absolutamente todas las fuerzas políticas legales opuestas a Marcos postularon una candidatura presidencial común. Esta unidad evitó la dispersión del voto opositor e impidió que se volviera a repetir el escenario de las elecciones de 1984.

      -El Movimiento Nacional para Elecciones Libres (NAMFREL) no era una organización improvisada, que hubiese sido creada exclusivamente para desempeñar su labor de observación en ocasión de los comicios presidenciales de 1986. Sus antecedentes se remontan a 1951, y actuó de forma importante en 1984, lo que le sirvió de valiosa experiencia para formar una red eficaz en 1986.

     - Para apoyar a NAMFREL, acudieron importantes grupos de poder dentro y fuera del país. Se contó con recursos financieros masivos aportados por fundaciones norteamericanas y empresarios nacionales. La Iglesia Católica puso a disposición de NAMFREL toda su capacidad organizativa y su autoridad moral. Los partidos políticos de oposición también colaboraron en la labor de observación. La abundancia de recursos financieros fue determinante en la implementación exitosa   de un sistema eficaz de comunicación, base de la contabilidad rápida.

     -La organización de NAMFREL fue cuidadosamente planeada por años en cada una de las 12 regiones administrativas, lo que permitió distribuir a los voluntarios por todo el país y cubrir más del 80% de las casillas.

     - La presencia masiva de informadores extranjeros impidió la represión y facilitó la presencia de los observadores. Asimismo, la deserción de numerosos funcionarios del régimen, desde gobernadores provinciales hasta los escrutadores de la COMELEC, también coadyuvó en el fortalecimiento de NAMFREL.

      - Por último, vale la pena destacar la cuestionable imparcialidad de NAMFREL, organismo ligado notablemente con la oposición, como lo prueba el hecho de los partidos adversarios del régimen pusieron a disposición de la "observación civil" sus estructuras organizativas, que la mayor parte de los observadores eran en realidad militantes de la disidencia, y que el NAMFREL recibió la decisiva colaboración de grupos de poder distanciados con el gobierno desde hacía tiempo. En este sentido, resultaba bastante sintomático el hecho de que el presidente de NAMFREL, José Concepción, era un amigo cercano de la familia Aquino. 

viernes, 10 de agosto de 2012

Gerhard Schroeder: a Pesar de su Partido



En Alemania, el Partido Socialdemócrata (SPD) tuvo por años dificultades y mala fortuna en sus intentos para volver al gobierno durante los años ochenta y la mayor parte de los noventa. Primero encaró el desgaste de su imagen ante sectores progresistas de la población (en particular los jóvenes), desilusionados por el desempeño "demasiado reformista” de la socialdemocracia en el gobierno y atraídos, en cambio, por la opción pacifista-ecologista que representaba el Partido Verde. Tampoco le ayudó mucho al SPD el éxito de las políticas democristianas en el combate contra la recesión, que llevaron a Alemania a recuperar de forma plena una considerable presencia en el mundo como potencia exportadora durante la era de Helmut Kohl.

Ante este panorama tan adverso, la socialdemocracia aplicó estrategias nuevas a mediados de los ochenta para reconquistar votos perdidos. Una serie de triunfos a nivel local en los estados que conforman la federación alemana (conocidos como  Länder) despertaron esperanzas para el SPD y su candidato a la cancillería para la elección de 1990, la, el ministro-presidente del Sarre Oskar Lafontaine, un político carismático e inteligente, pero demasiado apegado a la ortodoxia de la socialdemocracia tradicional. Sin embargo, la inesperada caída del muro de Berlín y la subsiguiente reunificación de las Alemanias (negociada con éxito por la administración Kohl) repercutieron para los socialdemócratas en una clara derrota en las elecciones pangermanas de 1990.

Después de su revés de 1990, la socialdemocracia se vio beneficiada en los comicios locales de Hessen, Renania-Palatinado y Hamburgo como efecto del descontento prevaleciente en el oeste al demostrarse que, tal como lo advirtiera el SPD en su momento, los costos de la reunificación resultaban mucho mayores que lo programado por la CDU. La administración Kohl cruzaba por difíciles momentos, cosa que la socialdemocracia tenía el deber de explotar a su favor. Sin embargo, de nuevo hizo su aparición la mala fortuna. El dirigente socialdemócrata Björn Engholm debió renunciar al liderazgo del partido como consecuencia de un escándalo, y su sucesor, Rudolf Scharping un bien intencionado pero poco carismático político de Renania Platinado, fue derrotado estrepitosamente por Kohl en los comicios federales de 1994.


Fue hasta los comicios de 1998 que el Partido Socialdemócrata de Alemania logró salir de su profunda crisis electoral y volver al gobierno, gracias a que, por fin, la dirigencia decidió apartarse un tanto de la ortodoxia y postuló al pragmático Gerhard Schroeder.

Voluntad de poder, que muchas veces había faltado en la dirección del SPD, es justamente de lo que nunca careció Schroeder, quien durante su carrera política dio todo tipo de virajes. Definido por sus adversarios como un trepador populista y un ambicioso sin escrúpulos, quien puso fin al casi sempiterno gobierno de Kohl nunca fue sido demasiado popular ni con la izquierda más tradicional ni con la vieja guardia del Partido Socialdemócrata. Esta animadversión quedó plasmada perfectamente en las memorias del ex dirigente socialdemócrata Hans Jochen Vogel, quien escribió sobre el actual canciller germano: “su ansia de poder es sin duda impresionante, pero se plantea cada vez más la cuestión de para qué piensa emplear ese poder por el que lucha y si su propia presencia en los medios de comunicación no es para él más importante que el interés global de la socialdemocracia, que nadie puede utilizar como trampolín para sus propios saltos. Tal como actúa Schroeder hasta ahora, no sólo ha dañado mucho al partido, sino también a él mismo".

 Antipatías de los ortodoxos aparte, lo cierto es que Schroeder demostró a lo largo de su carrera política ser un luchador nato dotado de un extraordinario talento político. Algunas coincidencias de su biografía política y personal con las de los otros dos portaestandartes de la tercera vía noventera, Bill Clinton y Tony Blair, son asombrosas; una vida digna del neorrealismo italiano de la posguerra, llena de carencias y calamidades. A duras penas Schroeder consiguió el título en derecho para poder empezar a trabajar como abogado, al mismo tiempo que daba rienda suelta a su vocación política e ingresaba a Juventudes Socialistas del Partido Socialdemócrata, que se han distinguido por mantener posturas radicalizadas. Medio feroz como pocos para hacer política el de las juventudes socialistas de los años setenta; fue aquí donde se curtió Schroeder, quien llegó a ser el máximo dirigente juvenil. En 1980 ingresó como diputado a la Cámara baja del parlamento alemán (Bundestag), precisamente cuando el pragmático canciller Helmut Schmidt logró la relección para la coalición socialdemócrata liberal por última vez. Se le encontraba en esos tiempos a Schroeder en favor de todas las causas más izquierdistas: contra la energía nuclear, contra el emplazamiento de los misiles de la OTAN, e incluso contribuyendo, como abogado, en la defensa de  Horst Mahler, condenado por terrorismo y complicidad con el grupo Baader-Meinhof.

Tras el arribo de Helmut Kohl y los democristianos al poder, Schroeder decide probar suerte en el estado federado (Land) de Baja Sajonia. Con gran habilidad, no tarda en convertirse en el principal dirigente del Partido Socialdemócrata en escala local. En 1990 la socialdemocracia gana las elecciones, y es así como se convierte en gobernador (ministro presidente) de Baja Sajonia, formando coalición con los Verdes. Es en este momento cuando el ex joven radical se convierte, con la responsabilidad del poder a cuestas, en un político pragmático que, entre otras cosas, aprende a gobernar cerca de los empresarios, al grado que se gana a pulso el apodo de Genosse der Bosse, expresión que rima en alemán y significa "el camarada de los patronos".

Su pragmatismo recién adquirido le hace perder popularidad en las filas socialdemócratas, pero su buena gestión como gobernador lo vuelve respetable ante la opinión pública en general. Su éxito al frente de Baja Sajonia y su proverbial ambición hacen que cometa un error de cálculo: en 1993 entra en la carrera para designar al nuevo líder de la socialdemocracia nacional, la cual se define, por primera  y última vez en la historia del partido, por la vía de la elección primaria. De poco le valen sus buenos bonos frente a electorado alemán común y sus suspicaces correligionarios lo rechazan. Pero una nueva derrota socialdemócrata en los comicios federales de 1994, y el arrollador triunfo de Schroeder en las elecciones en marzo de 1998 en Baja Sajonia, con casi 48% de votos, literalmente obligaron al Partido Socialdemócrata a postular al gobernador de Baja Sajonia como única forma plausible de poner fin a dieciséis largos años de vegetar en la oposición.

Schroeder derrotó a Kohl presentándose más como alternancia que como alternativa y gracias a su inquebrantable voluntad de poder -la misma que al Partido Socialdemócrata faltó desde que abandonó el gobierno- y, desde luego, a una campaña electoral que explotó al máximo su buena imagen y su linda historia de self made man. Schroeder es un hombre que tiene hambre de hacer cosas, y la transmite. Proyectar esta desbordante vocación emprendedora fue lo que marcó la diferencia en la elección general alemana de 1998 ha marcado la diferencia. Schroeder se ganó la confianza de los alemanes con una csampaña enérgica y emprendedora. Empero, la mayor parte de sus correligionarios, y la izquierda en general, seguían desconfiando de él.


Schroeder presentó para la campaña electoral de 1998 su propia versión de la tercera vía y la bautizó como “el nuevo centro”(Die Neue Mitte) el cual, en términos generales, abogaba por la modernización de la socialdemocracia sin abandonar sus presupuestos básicos su lucha por fortalecer en Alemania al Estado democrático socialmente responsable. Ahora bien, al contrario de lo que sucedía a la sazón en el Reino Unido con Tony Blair, quien era, desde el primer momento, a la vez que primer ministro jefe nato del Partido Laborista, la estructura del SPD alemán permite una dirección bicéfala, en donde el jefe de gobierno no necesariamente es el dirigente máximo del partido. Así sucedió en el gobierno de Schroeder durante los primeros meses de su existencia, etapa en la que el canciller debió tolerar la presencia del ortodoxo Oskar Lafontaine como dirigente del SPD quien, además, ocupaba el puesto de ministro de Finanzas. Obviamente, las relaciones de los dos líderes socialdemócratas se deterioraron considerablemente, con consecuencias catastróficas ante la opinión pública, hasta que Lafontaine se vio obligado a renunciar a todos sus puestos, lo que le ha permitido a Schroeder gobernar a su gusto.

El triunfo de Schroeder fue una oportunidad para que Alemania superara la parálisis a la que estuvo sometida durante la última administración de Kohl. Dio pie a que la coalición formada por los socialdemócratas con el Partido Verde efectuara reformas que urgen a Alemania de cara al siglo XXI, notablemente en los renglones social, fiscal y laboral. Ello, pese a que los críticos de la nueva socialdemocracia hablaban de una irremediable y quizá irreversible pérdida de identidad de la socialdemocracia internacional, señalando que esta opción política había quedado obsoleta y que su nueva imagen constituye, en el mejor de los casos, una versión atenuada del neoliberalismo.

Es importante decir que sí en una nación europea ha existido un Estado bienestar sólido ha sido, además de en Escandinavia, en Alemania, el cual había permanecido intocado durante las administraciones socialcristianas, al grado que empezó a ser víctima de una grave esclerosis. En efecto, el panorama heredado por los socialdemócratas de manos de Helmut Kohl se presentaba desalentador. La nación que aún hoy es conocida como la “locomotora de Europa” tenía al momento de llegar Schroeder al poder un ingente déficit público, su producción enfrentaba el fardo de unos costos industriales y de mano de obra que se cuentan entre los más altos del mundo, sus cargas impositivas eran exorbitantes y desmesurado el nivel de gasto público. El envejecimiento de la población amenaza con rebasar y quebrar al generoso sistema de pensiones. Los altos subsidios sociales y de desempleo desalientan a los desocupados en la búsqueda de trabajo, las universidades producen demasiado pocos graduados y el mercado laboral es demasiado rígido.

Gerhard Schroeder fue capaz de emprender un paquete de reformas estructurales. Elegido en septiembre de 1998 como el primer canciller socialdemócrata en casi tres décadas, tuvo un inicio errático. Como lo comentamos líneas arriba, el nuevo canciller fue rehén, al principio de su gestión, del sector más tradicionalista del Partido Socialdemócrata, encabezado por Oskar Lafontaine, quien, como ministro de Finanzas del nuevo gobierno, incrementó el gasto estatal, implementó un impuesto "ecológico" al consumo del petróleo y promovió el endurecimiento del de por sí acerado mercado de trabajo. 

La situación financiera empeoró, provocando fuga de capitales, escasa inversión y desaliento en las filas empresariales. El nuevo gobierno parecía estar a la deriva. Pero a los cinco meses Lafontaine renunció, y Hans Eichel, ex premier del estado federado de Hessen, ocupó su lugar en el Ministerio de Finanzas. Libre de los ortodoxos, Schroeder actuó con firmeza, a pesar de la oposición que suscitaron algunas de sus reformas. El gobierno redujo los egresos públicos, ejecutando recortes por 30,000 millones de marcos (14,600 millones de dólares). Las reformas estructurales de Schroeder lograron rescatar al país del marasmo en el que se encontraba. De hecho, gracias al éxito que tuvo la schroerdiana Agenda 2010 -ambicioso programa destinado a reactivar la economía mediante una reforma laboral a fondo, restructuraciones fiscales, redimensionamiento estatal y reimpulso al potencial exportador alemán-  es que Alemania puede hoy enfrentar de mejor manera la grave crisis que atosiga al euro.

Schroeder es el primer jefe de gobierno alemán desde Konrad Adenauer que demostraba una voluntad reformadora radical y valiente. Helmut Kohl, con todos sus méritos, nunca supo concretar las indispensables transformaciones del sistema fiscal y del déficit público. Prefirió asumir una actitud paternalista ante una sociedad que se había vuelto demasiado autocomplaciente. Fue muy paradójico que un socialdemócrata fuese quien emprendiera la ardua tarea transformadora. El resultado de tantos cambios no se hizo esperar mucho: el gobierno se hizo impopular y Schoroeder fue derrotado por Angela Merkel en las elecciones de 2005. Eso sí, el mérito histórico del último canciller socialdemócrata alemán será haber hecho buena aquel apotegma que dice: “El político se preocupa por las próximas elecciones, el estadista por las próximas generaciones”.